Mostrando las entradas con la etiqueta Poesía argentina 1910-20. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Poesía argentina 1910-20. Mostrar todas las entradas

jueves, marzo 23, 2023

Baldomero Fernández Moreno / Tres poemas




Versos a un montón de basuras

Canto a este montoncito de basuras
junto a esta vieja tapia de ladrillos,
avergonzado y triste en la tiña tundente
que ralea la hierba del terreno baldío.
Es un breve montón...
No puede ser muy grande con tan pobres vecinos.
Un trozo de puntilla, unas pajas de escoba,
un bote de sardinas, un mendrugo roído
y una peladura larga de naranja
que se desenrolla como un áureo rizo...

Es un breve montón...
No puede ser muy grande con tan pobres vecinos.

Una lata de restos de una cena opulenta
es más que un mes aquí de desperdicios...
Para tener de todo, hasta tienen miseria,
en mayor cantidad que los pobres, los ricos.


Una lectora

Hasta el tercio inferior del muslo blanco
ávidamente estíranse las medias.
Allí seis broches de metal las muerden,
de ordinario latón... Yo cincelara
seis viperinas cabezuelas de oro.

La cabeza hacia atrás, hínchase el cuello
corrido por las venas yugulares,
asoma la barbilla el borde apenas,
y el rostro no se ve, pues se lo tapa
con sus dos alas de color el libro.

Los levantados y desnudos brazos
dejan al descubierto las axilas,
        negras, rizadas, hondas,
        más que sexos impúdicas.

[1910-1923]


Camarada

Y resultó, camarada,
que no era corta la vida,
que erramos en su medida
a la primera ojeada,
La vida es asoleada,
con pampas de latitud,
y sobraba juventud 
para, a través de los años,
impedirse de rebaños
o de gloria o de virtud.

[1924-1937]

Baldomero Fernández Moreno (Buenos Aires, 1866-1950), Las cien mejores poesías de Fernández Moreno*, selección y prólogo de César Fernández Moreno, Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba), Buenos Aires, 1961

* César Fernández Moreno divide esta antología de la obra de su padre en tres etapas cronológicas: a la primera, desde 1910 a 1923, llama sencillista; a la segunda, hasta 1937, formal; a la última, hasta la muerte de Baldomero, sustancial. (N. del Ad.)


Imagen: Baldomero Fernández Moreno por Demetrio Urruchúa, dibujo para el mural de la galería San José de Flores en Buenos Aires (detalle). Reproducción en la obra citada

domingo, febrero 26, 2023

Evaristo Carriego / La canción del barrio




Nos eres familiar como una cosa
que fuese nuestra, solamente nuestra;
familiar en las calles, en los árboles
que bordean la acera,
en la alegría bulliciosa y loca
de los muchachos, en las caras
de los viejos amigos,
en las historias íntimas que andan
de boca en boca por el barrio
y en la monotonía dolorida
del quejoso organillo
que tanto gusta oír nuestra vecina,
la de los ojos tristes...
 
                                   Te queremos
con un cariño antiguo y silencioso,
¡Caminito de nuestra casa! ¡Vieras
con qué cariño te queremos!
                                    ¡Todo
lo que nos haces recordar! 
                                    Tus piedras
parece que guardasen en secreto
el rumor de los pasos familiares
que se apagaron hace tiempo... Aquellos
que ya no escucharemos a la hora
habitual del regreso.
 
                                   Caminito
de nuestra casa, eres
como un rostro querido
que hubiéramos besado muchas veces:
¡tanto te conocemos!
 
Todas las tardes, por la misma calle,
miramos con mirar sereno
la misma escena alegre o melancólica,
la misma gente... ¡Y siempre la muchacha
modesta y pensativa que hemos visto
envejecer sin novio... resignada!
De cuando en cuando, caras nuevas,
desconocidas, serias o sonrientes,
que nos miran pasar desde la puerta.
Y aquellas otras que desaparecen
poco a poco, en silencio,
las que se van del barrio o de la vida,
sin despedirse.

                                    Oh, los vecinos
que no nos darán más los buenos días!
Pensar que alguna vez nosotros
también por nuestro lado nos iremos,
quién sabe dónde, silenciosamente
como se fueron ellos...

La canción del barrio (1915)

Evaristo Carriego (Paraná, Argentina, 1883-Buenos Aires, 1912), "Diez poemas de la década de 1910. Seleccionados por Santiago Sylvester", Otro río que pasa. Un siglo de poesía argentina contemporánea, compilación de Jorge Fondebrider, Bajo la Luna, Buenos Aires, 2010


Imagen: La foto más popular de Evaristo Carriego, difundida sin datos

sábado, febrero 25, 2023

Mario Bravo / Canción de la huelga general



Como un mar resonante la multitud avanza,
la multitud avanza flameando sus pendones,
parece que latieran todas las rebeliones
en el coro del himno que invoca una esperanza.

Como una vasta nube que augura los ciclones
pasa la omnipotente multitud que descansa,
y con el clamor unánime que a los ámbitos lanza
cunde el pavor siniestro de las revoluciones.

Energía perpetua creadora y destructora,
pasa la muchedumbre destructora y creadora
con su fe, con su músculo, su estrofa, su bandera.

Y en tanto que el desfile las calles estremece,
enmudecen las pampas, la ciudad enmudece
y hasta la vida misma se detiene y espera.

Canciones de la soledad (1920)

Mario Bravo (La Cocha, Tucumán, Argentina, 1882 - Buenos Aires, 1944), "Diez poemas de la década de 1910. Seleccionados por Santiago Sylvester", Otro río que pasa. Un siglo de poesía argentina contemporánea, compilación de Jorge Fondebrider, Bajo la Luna, Buenos Aires, 2010


Imagen: Retrato de Mario Bravo en Diego Abad de Santillán, Historia Argentina, Tipográfica Editora Argentina, Buenos Aires, 1971 Wikimedia Commons

martes, octubre 31, 2017

Baldomero Fernández Moreno / Dos poemas


Paisaje

Ocre y abierto en huellas, el camino
separa opacamente los sembrados...
Lejos, la margarita de un molino.

Tren

Desde la ventanilla que zumba como un ala,
a derecha y a izquierda la mirada se pierde
sobre un monte retuerto de caldén y de tala.
Una mancha de arena, otra mancha de verde,

y cada tantas leguas, el monótono andén
de una estación igual que la estación pasada.
Un nombre primitivo suena bastante bien:
Hucal, Guatraché, Realicó, Quetrequén...
Y un enorme gendarme con la cara tostada.

Baldomero Fernández Moreno (Buenos Aires, 1886-1950), Antología 1915-1950, 6ª edición, Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1954
Envío de Jonio González

Ilustración: Baldomero Fernández Moreno © Hermenegildo Sábat

jueves, octubre 12, 2017

Alfonsina Storni / Sugestión de un sauce












Debe existir una ciudad de musgo
cuyo cielo de grises, al tramonto,
cruzan ángeles verdes con las alas
caídas de cristal deshilachado.

Y unos fríos espejos en la yerba
a cuyos bordes inclinadas lloran
largas viudas de viento amarilloso
que el vidrio desdibuja balanceadas.

Y un punto en el espacio de colgantes
yuyales de agua; y una niña muerta
que va pensando sobre pies de trébol.

Y una gruta que llueve dulcemente
batracios vegetales que se estrellan,
nacientes hojas, sobre el blando limo.

Alfonsina Storni (Sala Capriasca, Suiza, 1892-Mar del Plata, Argentina, 1938), Mascarilla y trébol, Imprenta Mercatali, Buenos Aires, 1938
Envío de Jonio González

Ref.:
Moon Magazine
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Foto: Fotos de Familia. La Capital. Mar del Plata

sábado, enero 14, 2017

Baldomero Fernández Moreno / Carlos de Soussens

















No habíamos hablado dos veces en la vida.
La noche que supimos la muerte de Darío
te encontré en el café de Perú y Avenida,
y esa noche rodó tu llanto con el mío.

Y caminamos juntos por la ciudad dormida,
bajo el cielo de estrellas calientes del estío.
Ya venía la luz por el lado del Río
cuando te dejé solo en la hora perdida.

Despertaba en carritos el alba bulliciosa
y el fondo de la calle era un telón de rosa.
Me volví para verte, deja que lo recuerde:

los pantalones flojos, las piernas vacilantes,
y en las manos nerviosas el bastón y los guantes.
El sol manchaba de oro tu viejo chaqué verde.

Baldomero Fernández Moreno (Buenos Aires, 1886-1950), Las cien mejores poesías de Fernández Moreno *, selección y prólogo de César Fernández Moreno, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1961

Foto: Baldomero Fernández Moreno en 1941 (Editorial Universitaria de Buenos Aires)

* El poeta y crítico César Fernández Moreno dividió esta antología de los poemas de su padre en tres secciones, siguiendo el orden cronológico. El poema al poeta Charles de Soussens (Friburgo, Suiza, 1865-Buenos Aires, 1927) es de la segunda etapa, que César ubica entre 1924 y 1937 y cuyas características enumera: "Utilización con sentido actual de las formas poéticas clásicas, incorporación de temas de la experiencia urbana superior y de la cultura general, enriquecimiento del idioma, cierto barroquismo en el pensamiento y la expresión". La figura de Soussens, querible temulento a quien José Ingenieros llamaba, con doble sentido, "el ginebrino", podría representar la elegía a una época terminada, la de la bohemia modernista que prolongarían un poco más las vanguardias de los años veinte. De Soussens participó de la revolución del Parque (1890), promovida por la Unión Cívica Radical, y revistó como periodista en La Nación y Caras y Caretas. No publicó obra en vida. Prometía reunir todos sus poemas en un libro que se titularía Castillo lírico. (Nota del Administrador)

sábado, mayo 04, 2013

Arturo Capdevila / Romance del 9 de Julio - Jorge Luis Borges / Poema conjetural



















Romance del 9 de Julio

Sube al estrado Laprida;
se quedan todos atento,
y como un viento de gloria
pasa hecho frío y silencio.
Ya les interroga aquél
si libres o no seremos.
Todos a la vez se yerguen;
al punto de pie se han puesto,
para clamar por Dios vivo,
cada uno el brazo extendiendo,
que ser libres, eso quieren,
la vida misma por precio.
Uno a uno así lo juran,
y todos también rugiendo.
Del pueblo que invade el patio
se oye clamoroso el eco.
¡La Patria jurada está
por la espada y por el fuego,
por la vida y por la muerte!
¡Señor Dios de los ejércitos!
Acabados son los reyes
¡Manda soberano, Pueblo!

Arturo Capdevila (Córdoba, Argentina, 1889-Buenos Aires, 1967), Los romances argentinos, Editoriales Reunidas, Buenos Aires, 1943
---
Foto: Capdevila en Tucumán, a su llegada a la estación de trenes, 1936 (detalle) La Gaceta




















Poema conjetural

El doctor Francisco Laprida, asesinado el día 22 de setiembre de 1829 por los montoneros de Aldao, piensa antes de morir:

Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.
Como aquel capitán del Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me acecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.

Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí... Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.

Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986), "El otro, el mismo", 1964, Obra poética, 2, Emecé, Buenos Aires, 1977
---
Foto: Jorge Luis Borges por Daniel Mordzinski

jueves, febrero 24, 2011

Enrique Banchs / El Cristo del juzgado




El Cristo del juzgado


Mientras lee el secretario con voz que atrista
de los considerandos partes primeras,
el juez que tiene cara de prestamista
va marcando el programa de las carreras.

Se trata del proceso de un anarquista
que gritó cuatro cosas por las aceras,
y el a latere docto pasa en revista
los cargos que merecen penas severas.

Tiene el muro un doliente Crucificado
que fermenta en sus llagas toscos rubíes.
Cercanas a los clavos del pie llagado

se entretejen rojizas llagas de herrumbre...
(¿Qué hará entre providencias y entre otrosíes
ese cuerpo de ayunos y mansedumbres...?)

Las barcas [1907]

Enrique Banchs ((Buenos Aires, 1888-1968), Antología de la poesía argentina, tomo I, selección de Raúl Gustavo Aguirre, Ediciones Librería Fausto, Buenos Aires, 1979

Foto: La Prensa

lunes, julio 05, 2010

Alfonsina Storni / Dos poemas




Las grandes mujeres

En las grandes mujeres reposó el universo.
Las consumió el amor, como el fuego al estaño,
A unas; reinas, otras, sangraron su rebaño.
Beatriz y Lady Macbeth tienen genio diverso.

De algunas, en el mármol, queda el seno perverso.
Brillan las grandes madres de los grandes de antaño
en la carne perfecta, dadivosa del daño.
Son las exaltadas que entretejen el verso.

De los libros las tomo como de un escenario
Fastuoso —¿Las envidias, corazón mercenario?
Son gloriosas y grandes, y eres nada, te arguyo.

—Ay, rastreando en sus almas, como en selvas las lobas
A mirarlas de cerca me bajé a sus alcobas
Y oí un bostezo enorme que se parece al tuyo.


Los coros

El escenario estaba rebosante de seres
De abigarrado aspecto que formaban el coro,
Pomposos bajo el casco de cartones al oro:
Altos, bajos, ventrudos, hombres, niños, mujeres.

¿Quiénes eran? Acaso en el seno de alguna
Fue muerto el ser pequeño en su tercera luna.
Acaso allí anidaban el traidor, la hechicera,
La mano que substrae, la astuta, la ramera.

Cantaron. ¡Oh, pureza! ¡Oh, sinfonía clara!
Era como si el aire, en suspenso, llevara,
Diluidos en notas, corazones divinos.

Entonces, comprendiendo, a mí misma me dije:
—Para cumplir algunos de sus nobles destinos
El arte, al fin, ignora la materia que elige.

Alfonsina Storni (Sala Capriasca, 1892-Mar del Plata, 1938), Esta es mi Storni, selección y prólogo de Diana Bellessi, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2010

Foto: s/d

sábado, mayo 29, 2010

Alfonsina Storni / Llamadas




Ultrateléfono

¿Con Horacio? -Ya sé que en la vejiga
tienes ahora un nido de palomas
y tu motocicleta de cristales
vuela sin hacer ruido por el cielo.

-¿Papá? -He soñado que tu damajuana
está crecida como el Tupungato;
aún contiene tu cólera y mis versos.
Echa una gota. Gracias. Ya estoy buena.

Iré a veros muy pronto; recibidme
con aquel sapo que maté en la quinta
de San Juan ¡pobre sapo! y a pedradas.

Miraba como buey y mis dos primos
lo remataron; luego con sartenes
funeral tuvo; y rosas lo siguieron.

Alfonsina Storni (Sala Capriasca, 1892-Mar del Plata, 1938), 200 años de poesía argentina. Selección y prólogo de Jorge Monteleone, Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 2010

Foto: Storni Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

domingo, marzo 29, 2009

La felicidad


Felices de vosotros

Felices de vosotros, los imbéciles,
los que nada pensáis ni sentís nada,
huecos de corazón y de cerebro,
espíritus sin luz, almas sin almas.

Felices, sí, felices los que sólo
alimentáis famélicos la panza.
Y flotáis en los mares de la vida
como flota lo fofo sobre el agua.

¡Quién pudiera matar el pensamiento,
aniquilar el corazón y el alma,
y vivir en las sombras sumergido,
sin conciencia, sin luz, sin sol, sin ansias!

Alberto Ghiraldo (Buenos Aires, 1874 ó '75-Santiago de Chile, 1946), Los mejores poemas de la poesía argentina, Corregidor, Buenos Aires, 1974

Foto: Ghiraldo, en Historia Argentina, de Diego Abad de Santillán, Tipográfica Editora Argentina, Buenos Aires, 1971 Wikipedia

jueves, marzo 26, 2009

Lo futuro al ayer arraigado


Dicha

Dichoso aquel que vive en mansión heredada,
oye cantar los tordos que escuchó cuando niño;
ve llegar los inviernos entre lluvia y nevada
y siente el mismo acento de familiar cariño.

En la noche, en sosiego, a media luz, en torno
a la mesa o la lumbre, se conversa, en voz tierna,
de un viaje, de un recuerdo, de una ida sin retorno
-hace ya veintiocho años- a la mansión eterna.

Triste lágrima asómase y ocúltase, medrosa,
recuérdase la historia de la aldea, el pasado
tiempo de la familia, la niñez bulliciosa,
y se ve lo futuro al ayer arraigado.

Se lee el viejo libro con reposo, alguna hoja
anotaciones lleva del padre o del abuelo;
a veces una lágrima casual el texto moja
y se encuentra en las dulces páginas el consuelo.

El antiguo reloj de la pared aún suena;
vienen los largos días del estío, o el invierno;
son las noches oscuras o ya de luna llena;
aunque los años vuelen todo parece eterno.

Feliz aquel que vive en mansión heredada
con fontanares y árboles al pie de una colina,
y del otoño lánguido en la tarde nublada
ve rodar por los campos la lluvia y la neblina.

Arturo Marasso (Chilecito, 1890-Buenos Aires, 1970), Los mejores poemas de la poesía argentina, Corregidor, Buenos Aires, 1974

Foto: Marasso, Wikipedia. Fuente: Diego Abad de Santillán, Historia argentina, Tipográfica Editora Argentina, 1971

sábado, marzo 21, 2009

Conversaciones con el viejo




Viejo café Tortoni

A pesar de la lluvia yo he salido
a tomar un café. Estoy sentado
bajo el toldo tirante y empapado
de este viejo Tortoni conocido.

¡Cuántas veces, oh padre, habrás venido
de tus graves negocios fatigado,
a fumar un habano perfumado
y a jugar al tresillo consabido!

Melancólico, pobre, descubierto,
tu hijo te repite, padre muerto.
Suena la lluvia, núblanse mis ojos

sale del subterráneo alguna gente,
pregona diarios una voz doliente,
ruedan los grandes autobuses rojos.

Baldomero, 1925


Viejo café de Flore

A pesar de la lluvia yo he salido
a tomar un café. Y estoy sentado
tras el cristal vibrante y empañado
de este café a poetas ofrecido.

¡Pero tú nunca, padre, habrás venido
de tu vida a trasmano fatigado
a fumar un Gauloise bien apretado
en tu París leído y releído!

Meláncólico, acaso más abierto,
tu hijo te trae ahora, padre muerto.
Vuelves a mí, te alejas, te me pierdes,

la lluvia insiste, núblanse mis ojos.
Pasa un clochard sobándose los piojos,
ruedan los grandes autobuses verdes.

César, 1975

Baldomero Fernández Moreno (Buenos Aires, 1866-1950) - César Fernández Moreno, (Buenos Aires, 1919-París, 1985), "Conversaciones con el viejo", César Fernández Moreno, Obra poética, edición de J. Fondebrider, Perfil Libros, Buenos Aires, 1999

Otras conversaciones con el viejo:
La cuna / Nunca te volveré a tomar el pulso?
Contra Fernández Moreno, el Viejo

Ilustración: Hombre en un café, Juan Gris, 1912 Museo de Arte de Filadelfia

jueves, noviembre 20, 2008

Odio era: no es. Que ya no existe


II

Odio era: no es. Que ya no existe
esta otra fiebre de la carne viva.
A tanto que me muere no resiste
este otro orgullo de violencia altiva.

Antes era mi ser todo tormenta,
todo contradicción, lucha, mentira;
tendía la mirada turbulenta
el arco de la ira.

Y en divergentes fuerzas me partía,
y hoy soy hogar de sólo una energía
suprema, que alimenta un gesto eterno:

un amor pensativo y doloroso.
Por él soy como un lago silencioso
entre grandes montañas, en invierno...

Enrique Banchs (Buenos Aires, 1888-1968). La urna, Ediciones Proa, Buenos Aires, 1999, con cuatro estudios para un retrato, de Carlos Alonso

Primera edición: Otero & Co. Editores, Buenos Aires, 1911

Nota: Es más conocido el primero de estos dos sonetos dedicados al odio (ver Antologia votada...)

Ilustración: Banchs, por Carlos Alonso, en la portada de la edición de Proa, 1999

Banchs en este blog
Gota de herrumbre y Las risas

viernes, septiembre 12, 2008

Herrumbre y risa


Gota de herrumbre

El terror de la muerte
tenía un triste corazón opreso
como invencible túnica de Neso;
el terror de la muerte.

Dije a ese triste corazón: hermano,
si nadas esperas, ¿por qué tienes miedo?
¡oh triste corazón, podrido y vano!
si nada esperas, ¿por qué tienes miedo?

Las risas

Francisco Rabelais ríe ruidosamente
con los puños cerrados sobre el hígado, como
ríen las mesoneras. Pero ¡cuán sutilmente
corta de Machiavelo su fino labio acromo!

La sonrisa de Hugo fue familiar y tierna:
algo de madre joven y algo de Carlomagno.
Y era la de León Trece -tan infantil y eterna-
de viejito sin dientes al pie de un roble magno.

Desde el lucero suave, que apenas es sonrisa
fugitiva en la angélica boca de Monna Lisa,
hasta la de Edgar Alan Poe, risa de calavera,

el alma que se asoma al jardín de las frases
como un volatinero, cambia tantos disfraces,
que siendo siempre virgen, a veces es ramera.

Enrique Banchs (Buenos Aires, 1888-1968), El cascabel del halcón, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1968

lunes, julio 07, 2008

Evaristo Carriego / El clavel

Fue al surgir de una duda insinuativa,
cuando hirió tu severa aristocracia,
como un símbolo rojo de mi audacia,
un clavel que tu mano no cultiva.

Quizás hubo una frase sugestiva,
o viera una intención tu perspicacia,
pues tu serenidad llena de gracia
fingió una rebelión despreciativa...

Y así, en tu vanidad, por la impaciente
condena de un orgullo intransigente,
mi rojo heraldo de amatorios credos

mereció, por su símbolo atrevido,
como un apóstol o como un bandido,
la guillotina de tus nobles dedos.

Evaristo Carriego (Paraná, Argentina, 1883-Buenos Aires, 1912), Misas herejes,1908 Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Foto: Difundida en la web, s/d

act. 2021