Ellos dos
Sus vidas van tornándose en oro. La puerta
bruñe en sus bronces, portera de sí misma:
a través del metal surge una mano
en señal de saludo, luego brilla
el verano regado por el suelo como laca.
Entro. El péndulo de un reloj de piso
toca una diana. Tras el cristal se ve
el resorte que avanza: un cuerpo desollado
para sacarle el alma, en que todo se exhibe
menos el tumbo invisible del latido
del tiempo mismo... Sus cuartos no esconden
ningún secreto; veo la presencia de ambos
en cada rincón: aun en el tulipán de una maceta;
ahí transmuta el alquimista en el tallo
la tierra en conchas de oro que refulgen.
En esta pátina están desde aquellas mañanas
en que yo los veía sacudirle zodiacos de polvo
al barniz de los muebles, y crecía el brillo pardo
de algodón amarillo, se iluminaba, y en oro
a punto casi de tornarse, lo apagaba
el roce de su propia sustancia... Hay ocasiones
en que los hallo en el jardín, ginebra en mano,
los insectos por su piel como por una arena salpicada,
las burbujas aún remontando por el vaso,
y unos dedos que hacen girar un plato de limones:
tardes veraniegas... el silencio como una sábana, su envés
picoteado por un sonido allende el muro,
tal un reloj gigante; y dos veces por la noche,
dorada, luminosa, cae del azul oscuro
una pelota de tenis, rebota a nuestros pies,
un diablillo compacto que salta inoportuno,
hasta quedarse quieto en la silla de alguien;
como un escalofrío entonces imagino
llegar aquí y hallar que ya no hay nadie,
ambos ahora, luego uno, ninguno.
James Lasdun (Londres, 1958), Carlos López Beltrán y Pedro Serrano, La generación del cordero. Antología de la poesía actual de las islas británicas, Trilce Ediciones, Ciudad de México, 2000
The Two of Them
Their lives are turning into gold. The door
Bristles with brass, in own commissionaire -
A valedictory hand swims up
Through metal as I grasp it, then the glare
Of summer spills like lacquer on the floor.
I step inside. A domed clock's pendulum
Taps out a rally. Under glass, the spring
Visibly unwinds. It's like a body
Flayed open for its soul, where everything
But the invisible, heartbeat-beater drum
Of time itself shown... Their rooms withhold
No secrets; I deduce the two of them
From every corner - even a window-box,
The alchemist in the tulip sterm
Transmuting earth to shells of glassy gold;
They're in this sheen, from mornings when I'd watch
One of them brush the zodiacs of dust
From varnished wood, the yelow cotton's dark
Reflection rising, brightening, till just
As it was turning into gold, the touch
Of its own substance snuffed it out... Sometimes
I find them in the garden, gin in hand,
The fizz still showering upward through the glass,
While insects brush their skin like sprinkled sand
And lazy fingers spin a bowl of limes -
Summer evenings... silence like a sheet
Pockmarked by a sound, beyond the wall,
Like a giant clock - and once or twice a ninght,
A golden, almost luminous tennis ball
Drops from the dark blue, bounces round our feet,
A compact imp that skitters on in fun,
Idling to a halt someone's chair,
And then it's like a chill, and I imagine
Arriving to discover no-one- here,
The two of them now one of them, now none.
Ilustración: Flores en piedra, 1939, Paul Klee