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domingo, agosto 19, 2012

Francisco Urondo / Romana puttana



Romana puttana

Una media de seda ha caído sobre el mar. Una multitud
     clamará por el regreso del caudillo y yo miraré
     tristemente sus carnes rosadas y nuevas: ha nacido en
     mí la gorda literatura.

Afuera el viento agita, árboles y caderas. Son los arcos del
     amor, la leyenda; el aire y la tierra de los hombres.

La italiana sonríe suavemente. Su ternura es grande como
     los pájaros, honda como su violencia.

La habitación se ha llenado de olores concretos.

Francisco Urondo (Santa Fe, 1930-Mendoza, 1976),"Historia antigua" (1950-1957), Obra poética, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2006


Ilustración: Retrato de Lydia Delectorskaya, 1947, Henri Matisse

sábado, julio 23, 2011

Francisco Urondo / Del otro lado


Del otro lado

Cuando estuvimos desesperados, alguien
contó la historia.

No se la puede escuchar serenamente, tiemblan
las manos, el corazón se encoge de dolor;
da un poco de miedo mirar a la gente, detenerse.
Ocurre lo de siempre.
Estábamos perdidos y la historia era confusa. Nada
tenía que ver con la certeza, ni
con el muslo de la bataclana. No
intervinieron traiciones; no es
una vulgar historia de fervores o de mantenidas.

Tu mano es necesaria para sobrellevarla. También
aquella vez, siempre aquella vez, apagaron
las luces y fue necesaria la presencia de tu mano.

Nos apretamos las manos en la sala impenetrable; temblamos
ante la cólera que aún no se había manifestado, que nunca
llegaría a marcarnos como sospechábamos, sino
de otra manera. Nuestras manos
procuraban ordenar el temblor, dominar el doloroso pánico;
y todo porque Humphrey Bogart había resucitado.

Estábamos perdidos en aquel
cine y él no era como el redentor; su cruz
no era un mandato, era
la inteligencia del hombre, era la resurrección
de la ciencia y de nuestros queridos finados.

Hace mucho que nos pasó esto; la mano
fría del cadáver impenitente
rozaba los sueños,
acariciaba nuestros tiernos rostos despavoridos.
Desde aquella vez no sabemos qué hacer con las historias
de los muertos que no aceptan su desdichada condición,
no sabemos qué hacer con el miedo; no sabemos
encontrar nuestras manos, nuestra
tristeza. El mundo inconsistente.

Hubo muchas anécdotas como ésta. ¿Quién
no tiene cosas horribles que contar? ¿Quién no tiene
su historia? Pero nadie supo qué decir, nadie supo
qué hacer, cuando alguien la contó.

Seguramente al escucharla buscarás una mano; será
como antes, pero enseguida
intentarás olvidar que estuvimos tristes o asustados.
Tampoco sabrás qué decir cuando se haga tarde; lo de siempre:
tendrás ganas de llorar y nada más.

Nadie esperaba una historia como ésta, tan lamentable. ¿Por qué
no llorar entonces? ¿Por qué no perderse en la espesura de la sala?

Se derramará sobre tu memoria,
como el alcohol que se vuelca entre los nervios y la madrugada;
la historia sobrevolará tu linda cabecita,
será un cuervo que sacudirá tus entrañas corrompidas,
que despeinará cariñosamente tu pelo.

Del otro lado (1967)

Francisco Urondo (Santa Fe, 1930-Mendoza, 1976), El cine y la poesía argentina, selección y ensayo de Héctor Freire, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2011

Ilustración: The Circle Theatre, 1936, Edward Hopper

miércoles, enero 20, 2010

Francisco Urondo / Gaviotas

Gaviotas

Estas pequeñas aves marinas se reúnen a veces en las playas, en no muy grandes cantidades, a descansar quizás. Permanecen paradas sobre sus finas y ágiles patas dando cara al mar, mirándolo fijamente como viejos marineros que añoran, desde el sosiego de los malecones, quién sabe qué puertos. De pronto, pareciera que algo las inquieta y, como buscando la salvación, vuelan desesperadamente hacia su verde magnitud.

Pese a estar siempre en grupos, permanecen ocluidas en su soledad pues, al menos aparentemente, ignoran la presencia de sus compañeras, y es así como tan solo cambian algunas pocas palabras entre ellas. Todo hace suponer que existe una sola verdad y una sola preocupación en su mundo.

Remontan, de tanto en tanto, pequeños vuelos sobre el grupo, para luego posarse nuevamente y terminar así con lo que esto tuvo de desconcertante, siempre con la mirada detenida en su sentido magnífico. A veces vuelan en dirección contraria, pero estos vuelos son intrascendentes. De inmediato todas, a pasos cortos y donosos, se acercan hasta la proximidad mayor que las olas les permiten, cerciorándose de que el mar no las ha abandonada aún.

Cuando divisan o presienten -pues aún no se ve- algún barco en el horizonte, se lanzan en un vuelo irreductible.

Indudablemente, la costa es circunstancial para ellas.

Francisco Urondo (Santa Fe, 1930-Mendoza, 1976), "Historia antigua", 1950-1957, Obra poética, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2006

jueves, septiembre 17, 2009

Sobre Francisco Urondo


El don de la sobriedad

Uno de los rasgos centrales de la actividad pública de Francisco Urondo (Santa Fe, 1930-Mendoza, 1976) fue su rol de mediador entre las corrientes literarias de la época.
Se vincula con Poesía Buenos Aires, el emprendimiento editorial de Raúl Gustavo Aguirre, antes de trasladarse desde Santa Fe a Buenos Aires, y en 1956 publica con ese sello su primer libro. En los 60, crea Zona de la Poesía Americana. La actividad editorial y la militancia política corren paralelas en esos años.
Su poesía está cada vez más recorrida por las inflexiones y la métrica coloquiales desde la publicación de "Del otro lado" (1960-65).
Hemos puesto a las corrientes de la época nombres que entonces no debían resultar tan prácticos: coloquialismo, invencionismo, surrealismo.
La vanguardia reagrupada en Poesía Buenos Aires no debía considerarse a sí misma invencionista; los coloquialistas no se llamaban así y sólo los surrealistas adscribían a una vieja escuela, la de André Breton, como tallos renovados.
Había cierta íntima discordia entre vanguardia y poesía política, rotos los lazos del surrealismo y de la vanguardia inicial con el comunismo.
Urondo se sitúa en la época como hábil entretejedor de esos conflictos; no lo hace sólo en su oficio de periodista y de editor, sino que su poesía, de ágiles imágenes concretas, tributaria de René Char, en ciertos aspectos, sobre todo al comienzo, se va tornando fluida y abarcadora.
El capital intelectual de Urondo era enorme, y en esta base se afirmó para dar una versión posible de la vida contemporánea, ya que su tema era la vida, personal y política.
Quiero decir con esto que en cierto sentido fue extremadamente literario, y extremosamente hedonista, si este último término no hubiese caído en descrédito últimamente.
Literario porque, subjetivo e intimista en muchas zonas de su poesía, lo es no desde sí, sino hablando de sí.
Lo discursivo, suelto, exacto, solvente, y sobre todo, discreto, constituye su discurso y es lo mejor de su discurso.
Ninguna novedad sobre sí mismo y sobre el día dejará de tener la cualidad de cosa narrada, de cosa dicha, de cosa referida, conversada. La cualidad central de ese discurso poético es la sobriedad, junto con la vivacidad, el dinamismo.
Urondo es esencialmente sobrio. Un hombre que se hace oír, sobre todo porque no grita. No muestra metáforas rutilantes, conversa con el lenguaje de su época, el mismo que usaba en los medios, el mismo de los medios de su época: el de una persona culta que quiere darse a entender y que otorga funcionalidad, y paradojalmente, mayor riqueza, a los términos más graves de la poesía tradicional, como abismo, amor, muerte
En el concierto de las voces de los sesenta, la poesía de Urondo debió llegarnos en sordina, más lentamente. Pero al mismo tiempo fue hondamente impregnante. La sentimos hoy en las tramas más que en los términos de mucha poesía posterior.
Por otro lado, era y es un encanto escucharla. En su placer en la palabra se concentra aquel hedonismo, y esa otra cosa que también ha perdido prensa y consenso: amor a lo estético, tanto por lo menos como a lo sensual. No hay otro modo de decir la unión de la vida política de Urondo y su final, acribillado, que no sea el que ya fue dicho: por la belleza se alza uno contra el agobio de la opresión, sobre todo cuando ese amor estético y sensual es también vital. Así se transita de lo íntimo a la plaza pública; construyendo, diríamos, esta privada lógica moral y estética.
Si la poesía de Urondo es síntesis de época como lo fue él mismo por su actividad cultural y periodística, la historia viva no puede menos que recordarlo.
Siendo su poesía comentario general de su propia vida, y de la historia, muchos poemas de Urondo tomados al azar dicen mejor las cosas a las que me refiero.
La sobriedad encantadora de su poesía, su paradoja, deviene de que el autor se sitúa, periodísticamente, políticamente, como comentador. Esta instancia, este género, merece el mayor de los respetos. Por varios motivos: no carece de dignidad literaria el comentario; por el contrario, cualquier hombre que quiera referir su experiencia de modo convincente, ha de apelar a la empatía o al comentario inteligente. La discreción del comentario, del apunte, parece contradictoria con la sensualidad que atrapa y deslumbra a Urondo. No lo es, por cuanto su talento le permite referir esta última de manera que parece objetiva constatación de un terremoto inocultable. La revolución, en esta perspectiva, es necesaria en tanto reordenamiento deslumbrante.

Jorge Aulicino,
leído en la mesa "El sentido actual de la poesía de Francisco Urondo", por Jorge Aulicino y Marcelo Díaz, 15 de setiembre de 2009, C.C. Bernardino Rivadavia, Rosario, XVII Festival Internacional de Poesía Rosario.