"Leo con estupor que Palas Atenea fue producto de un intento de asesinato doble por canibalismo", dijo Garbeld una noche de tormenta. "Creí que lo sabía", dije. "Digamos que sí, pero que nunca lo había puesto en estos términos", respondió Garbeld. (Recordará el lector que Atenea resultó de los amores de Zeus con la diosa primordial Metis; que sabiendo Zeus que con esta diosa tendría un hijo varón que lo derrocaría, se comió a Metis; que esto le produjo tales dolores de cabeza que pidió a Efesto que le partiera la crisma con su martillo y que de tal acción violenta nació Atenea; lo que metafóricamente podría decirse fue un parto de padre, o que Atenea es un dolor de cabeza de su padre). "Pues deberá observar", dije, "que el concepto de asesinato no debió existir en la tierra intemporal de los dioses, y quizá incluso no existió entre los primeros griegos". "Tampoco el concepto de amor como hoy lo aceptamos", dijo Garbeld. "¿Por qué infiere esto?", dije. "Porque en un sistema general en el que el amor de hombre y mujer era episódico, y el crimen cuestión de sobrevivencia, no puede pensarse que hubiera lazos como hoy los concebimos". "Es cierto, tal vez", farfullé, "pero ¿adónde va usted?" "A ninguna parte", respondió Garbeld. "A la organización necesaria y a la criatura humana como un exceso, quizá", agregó. Y calló. (Cuando callaba, Garbeld parecía hacerlo para siempre).
Gustav Who, Decúbito dorsal, Valencia, 1987.
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lunes, abril 28, 2008
sábado, abril 26, 2008
"Leo con inquietud que todo discurso, modo, imagen o palabra debe hallar una justificación o servir de justificación", dijo Garbeld. "Lo que usted dice es muy general, no sabría decirle si tiene usted razón", respondió el bibliotecario. "Tal vez quiera darme ejemplos", añadió. "Pareciera que una razón nos excede", dijo Garbeld. "Si hablamos, nunca lo hacemos porque nos deleita o somos en ello, sino porque algo debe encontrar a su vez legitimidad en lo que decimos". "Prefiero ignorar que sea de ese modo", respondió el bibliotecario. "Yo cargo libros todo el día, de las mesas a los estantes, y al revés. No pienso que nadie haya consultado un libro para justificarse, pues eso me aniquilaría en esta abstracta función de servicio", agregó el bibliotecario. "Pues arrastra usted palabras de otros para otros, y es agente de motivos que desconoce, cómplice voluntario de iniquidades ajenas", le espetó Garbeld. "Y digo que lo hace voluntariamente porque en la propia omisión de la pregunta sobre el objeto de su trabajo -continuó- está su justificación. Nadie, estimado señor, nadie en absoluto hace las cosas sólo -y fíjese bien lo que le digo, esto es un adverbio de modo-, sólo porque cumple órdenes". "¡No me agravie!", exclamó el bibliotecario. "¿Ve que la ley existe para usted también?", dijo Garbeld.
Gustav Who, Anfibologías en el polvo, La Tunita, 1967.
Gustav Who, Anfibologías en el polvo, La Tunita, 1967.
miércoles, marzo 19, 2008
"¡He leído un grueso tratado, he leído un grueso tratado y por fin he comprendido!", dijo un joven entusiasta irrumpiendo en la habitación que Garbeld arrendaba. Garbeld, lo había yo notado, profesaba una simpatía llamémosle insidiosa por el joven. Este dato se me ocurre esencial para comprender la historia, pero tal vez no sea así; el lector puede dejarlo en suspenso en tanto obre su propia interpretación de este relato. "¿Que libro ha leído?", suspiró Garbeld. "No importa cuál", dijo el joven, y esto pareció despertar una viva simpatía en Garbeld. "No importa cuál", insistió el muchacho, "baste saber que era la obra de un gran filósofo, con cuarenta y siete páginas de introducción y un cuerpo de notas que suman más del total de la obra, realizados por una profesora de filosofía y otra de filología antigua". "Bien, ¿qué verdad ha comprendido? ¿Se trata del prólogo o de la obra?", interrogó Garbeld. "De ambos, pues lo que he comprendido, después de dos años de lecturas de libros de filosofía clásica, es que a los profesores, esos sabios cuyos prológos leía con devoción pues esperaba encontrar las iluminaciones sobre las palabras del maestro, esos prologuistas académicos, digo, no están interesados en la verdad, no están guiados por la sed de verdad, no quieren saber sino las relaciones de las ideas del sabio, su vinculación con las de otros, anteriores o posteriores, y disecan la savia viva en núcleos o centros de interés". "Ha comprendido sin duda una gran verdad", dijo Garbeld, decepcionado. "No ponga esa cara, Lawrence", dijo el muchacho. "He comprendido cuál es el camino de la verdad". "¿Cuál es?", pronunció Garbeld, con el tono de quien se ha resignado a cumplir con su parte de sostén en un seudo diálogo. "El entusiasmo sacro", disparó el joven. Garbeld inclinó su cabeza hacia adelante y acarició suavemente su frente con las yemas de sus dedos. "Sé que le suena a fe religiosa", dijo el joven, "pero examínelo un poco. ¿Quién lee ya a un filósofo esperando encontrar en él la verdad? ¿Quién lee filosofía fuera de las academias? ¿Quién la lee en posición de amateur? Todo entusiasmo es sagrado cuando se trata de ello". "Ojalá se tratara de religión", dijo Garbeld. "No precisamente", respondió el muchacho. "Se trata de la difusa certeza de que alguien o algo dirá finalmente aquello que queremos saber". "¿Para qué saber lo que queremos?", dijo Garbeld. "Tanto peor sería. Mejor es saber lo que no sabemos y lo que no sabemos que queremos o que incluso no queremos en absoluto." El muchacho se dejó caer en un sillón. "Sin embargo", dijo, "he tenido hoy algún tipo de revelación". "Eso es cierto", dijo Garbeld, y el rostro del chico se iluminó. "¿Verdad que sí?", dijo. "Ya ve, se sigue interrogando. Sin duda la ha tenido", dijo Garbeld. "¡Aleluya!", gritó el chico. "¿Y qué he comprendido Garbeld? Dígamelo usted". "Haga el favor de no ofenderme, váyase", profirió Garbeld. El chico quedó petrificado en su asiento pero reaccionó en un segundo, se levantó y salió dando un portazo. "Eso sí que estuvo bien", me dijo Garbeld. "¿Qué de todo?", dije. "El instante entre el sillón y la puerta en que aún no sabía que iba a dar el portazo", respondió.
Gustav Who, Tan claro como el agua, Lausana, 1967.
Gustav Who, Tan claro como el agua, Lausana, 1967.
"Durante un tiempo, no he podido asociar la capacidad guerrera de nuestros antepasados con el conservadurismo; un conquistador no puede querer conservar lo que aún no conoce", dijo Garbeld. Un viejo lord que solía amoscarse a menudo con Garbeld, le dijo: "¿Entonces reduce usted la flor y nata de nuestra tradición a un labriego de mente impasible cuya vida se limita a cosechar nabiza en la estación indicada y cumplir con entierros y bautizos hasta el fin de nuestros días? Ese hombre no es un conservador". "Por cierto", dijo Garbeld, "Guillermo el Conquistador no plantaba nabos; en cuantos a los bautizos y entierros, desconozco cuál era su posición". "Le daré una lección gratuita -dijo el lord-. El Conquistador y todos los hombres genuinos de nuestra raza fueron conservadores en el mejor estilo de la palabra." "¿Qué queda para el revolucionario?", preguntó Garbeld. "¿Plantar nabiza?". "El revolucionario, en fin...", vaciló el lord. "No da usted con la tecla porque no quiere reconocer la paradoja", le espetó Garbeld. "El conservadurismo de los grandes guerreros de nuestro imperio no estaba en sus actos, de resultados inciertos y muy poco conservadores; estaba en su espíritu, en su capacidad de resistencia, en su estrechez de miras. Sólo ponían por delante el interés del imperio o su ambición. Y se entrenaban espiritualmente para salir del brete; para conservar, estimado señor, su vida y acrecentar sus posesiones, a las que debían defender aumentándolas sin parar. ¿Sabe usted?, habían descubierto la ley de la entropía, a más energía, más desorganización. Respondían de modo rudimentario conservando la energía en forma de capital. Ahí tiene usted la resolución de este enigma: conservar era para ellos aumentar; resistir, era crecer. Estaban altamente capacitados para mantenerse vivos; precisamente, para conservar su existencia." "Me ha dejado usted con un palmo de narices... Creo entender lo que dice -dijo el lord-, pero aún me pica la pregunta sobre el revolucionario..." "El revolucionario es la entropía, el demonio que los agita y al que quieren sosegar", dijo Garbeld.
Gustav Who, Aporías en cuanto al declive, Reno, 1986.
Gustav Who, Aporías en cuanto al declive, Reno, 1986.
miércoles, marzo 12, 2008
De Lawrence Garbeld se decía en Osaka que no había entendido ni jota del zen, en cambio en Occidente resoplaban con cierta condescendencia ante sus paradojas, las que eran atribuidas a su frecuentación de la cultura oriental. "No he entendido nada del zen", repetía él, e inexorablemente se tomaba este aserto como una frase zen. "En realidad, el zen concibe las cosas en suspensión y en movimiento", se excusaba. Alguien le dijo: "¿Es como ver una película cuadro por cuadro?". "No exactamente", respondió, "pues eso sería demorar el discurrir". "En el zen hay movimiento en un cuadro suspendido, en el que las cosas tienen relaciones lábiles, o no las tienen o no las conocemos. Por ejemplo, esta pluma: imagínela usted sin relación con su función y no predestinada a ser empuñada por alguien para escribir, mientras una mariposa vuela sin atravesar precisamente el cuadro, sin recorrerlo, vuela en su lugar". "En eterna espera", dijo el otro. "No lo sé. Le digo lo que se me acaba de ocurrir. Nunca he frecuentado a los sabios", dijo Garbeld, y tomó la pluma para escribir un recado.
Gustav Who, Crispaciones, Banfield, 1963.
Gustav Who, Crispaciones, Banfield, 1963.
domingo, enero 20, 2008
Garbeld rompió con furia apenas disimulada todos los boletos que había jugado aquella tarde en un hipódromo. Me ha llamado siempre la atención que Garbeld fuera capaz de reflexionar en medio de sus pasiones.-El ego es un terrible problema -murmuró. La frase no parecía venir a cuento. -¿Siente usted su ego contrariado por la suerte? -pregunté. -Claro que sí. Por eso sostengo que el juego es la mejor disciplina contra el ego. No sólo frontalmente, sino por la serie de cuestiones laterales que provoca. Por ejemplo, el rechazo social. Sabe usted muy bien que miro a los costados cuando entro en este recinto; no quisiera que me viesen mis colegas. El juego es la muerte del ego, pero una muerte lenta en la que hay que educarse. -Sin embargo -dije- el turf goza aún de cierto prestigio. -Se necesita ser un rey para entrar al hipódromo a la descubierta y saludando a derecha e izquierda -respondió-. El resto, mal que lo oculte, viene aquí a desafiar sórdidamente a la suerte. Cierto es que se juega el ego entero en ello, pero si ganase, y si ganase, como sueña, una vez y para siempre, el ego crecería hasta superar los picos más altos de todas las cordilleras del mundo. En tanto no lo logra, decae. Va hacia el barro. Sucumbe entre las patas de los caballos. Roto ya por completo, intenta recuperarse en una sociedad filantrópica para jugadores compulsivos, de esas en las que se entra afirmando precisamente el otro yo adquirido, una diabólica segunda personalidad: Soy Fulano de Tal, soy jugador, pronuncia lentamente el íncubo.
Gustav Who, Crepúsculos de Garbeld, Mónaco, 1967
Gustav Who, Crepúsculos de Garbeld, Mónaco, 1967
lunes, diciembre 10, 2007
-¿Por qué es usted tan reticente a la retórica?- me interrogó Garbeld luego de que salimos de la botica y caminamos unos pasos. -No lo soy -dije. -Pues he notado que al hacer su compra solo dijo "ranitidina" -repuso Garbeld. Reí de buena gana, pero dejé de hacerlo no bien noté el temblor de su bigote, consecuencia de que bufaba ligeramente por la indignación. - Lawrence -le dije-, no se me hubiese ocurrido ningún recurso retórico para solicitar la ranitidina -me excusé. -Podría haber dicho: Señora, de vuestra gracia solicito el filtro que el Vesubio de mi estómago reduzca a plácida ceniza. Casi no podía evitar la risa y le dije, simulando tos: -Garbeld, admita que la empleada hubiese reído en el mejor de los casos. -Quizá porque usé una retórica caricaturesca, pero es un ejemplo -dijo. -Bien, pero aunque hubiese armado la mejor retórica, la habría desconcertado al menos. -O le habría trasmitido algo de usted que ella no olvidaría -dijo Garbeld.- Y esto es porque el sentimiento es poca cosa, o mejor, es sólo retórica. -¿Qué dice? -Lo que oye, Who. Durante la Segunda Guerra, hubiese bastado con decir: "El frente oriental ha caído", para causar convulsiones en toda la ciudad; cuando un amante dice su amor, solo lo dice retóricamente. -¡Oh no! ¡No! Soy un convencido de que el amor sincero solo se expresa con un "te amo" o un "te quiero". -¿Y cómo dejaría usted saber que es sincero? -preguntó Garbeld. -Pues diciéndole sinceramente... -dije. -Ese adverbio de modo se expresaría entonces con gestos, con un modo armar el aparato facial, ¿verdad? -Supongo -dije. -Con un tono -agregó Garbeld. -Sí, sin duda. -Y por sincero que sea el amor y sincera su expresión, requieren refuerzos, énfasis, musicalidad, alguna suerte de hipérbole, ¿no es cierto? -Sí -admití. -Tiene ahí usted la paradoja de que la sinceridad debe recurrir a métodos, a recursos que la propia definición rechazaría... ¿No le parece paradojal que usted deba, por así decirlo, armar su sinceridad, darle una sintaxis física o verbal? -Así parece. -Entonces, tenemos una de estas dos posibilidades: el sentimiento es pobrísimo, pobre hasta la desnudez, o el sentimiento es retórica, hipérbole, énfasis, o bien metonimia, metáfora, aproximación. Ambas posibilidades son la misma, tal vez. -No, no, jamás estaré de acuerdo con usted, Garbeld, el amor sincero es lo más próximo a la divinidad. -Precisamente -respondió Garbeld.
Gustav Who, Mitologías tardías, Taipei, 2000.
Gustav Who, Mitologías tardías, Taipei, 2000.
domingo, diciembre 09, 2007
-El siglo diecinueve no puede ser apelado aún -dijo Garbeld. Y agregó, luego de plegar el diario en cuatro: -Hace tres mil años imperaban la Gorgona, el Minotauro. En el siglo diecinueve se disiparon los monstruos, los prodigios, y comenzaron a utilizarse esas palabras en sentido figurado, o mejor dicho: se aplican a desfiguraciones de la naturaleza. Desde el siglo diecinueve usamos la negación, la paradoja, pero no prosperó pensamiento alguno sobre el cosmos real. -Tengo entendido -dije- que desde el siglo diecinueve prosperó precisamente la cosmología y tenemos un esquema aproximado del nacimiento del universo y su estado actual. -¿A qué se refiere? -se enojó Garbeld. -Precisamente a las teorías sobre el cosmos, que parecen muy correctas. -Desde el diecinueve solo negamos los prodigios -se emperró Garbeld. -Todos ellos fueron limitados, junto con los salvajes, a reducciones, a reservas temáticas. Revistas de horóscopos y otra literatura menor, programas o canales de televisión especiales para almas cándidas. Toda idea maravillosa es extracurricular. Desde el diecinueve, no hemos descubierto nada ni inventado nada. -Tal vez no hayamos descubierto, pero inventado... Tenemos miles de artefactos y medicamentos. -Curioso lo que me dice -declaró Garbeld-. No lo había notado. -Precisamente -dije-, la civilización es imperceptible (era una buena frase, sí). -Me preocupa -dijo Garbeld. Y estaba verdaderamente compungido, el diario doblado sobre sus rodillas, pálido, la mirada perdida en el vacío.
Gustav Who, Decepciones de Garbeld, Chillán, 1999.
Gustav Who, Decepciones de Garbeld, Chillán, 1999.
martes, noviembre 06, 2007
Era aquel un escritor de la contracultura de California, paraje que ustedes tienen derecho a ignorar, en la costa Oeste de los Estados Unidos. Garbeld lo conoció en una fiesta de snob a la que se había empeñado en asistir, durante su estadía en San Francisco, en los tiempos del estudio de las grandes regresiones. "Es un tipo que no tiene en absoluto empacho en hacer creer que es áspero y refractario al contacto social, un ser dispuesto a envenenar el agua de un jardín de infantes, aunque tranquilo y correcto en el trato personal -pontificó Garbeld--. Por esta razón lo llaman a las fiestas y saraos, presentaciones de libros y vernissages, a lo que acude con actitud acre; luego, ante quienes lo tratan, se muestra afable y tímido. Y este ritual, me imagino, de llamarlo con miedo, de aliviarse más tarde ante sus modales delicados, se repite ad aeternum, sin que se agote su eficacia, como un rito. Hay sin embargo un pacto tácito entre él y los animadores culturales. También ellos fingen, aunque lo ignoren. Fingen creer en su aspereza pues así pueden lucir más tarde como un triunfo que el escritor contracultural haya aceptado el convite. Ahí tiene usted al animador de esta velada. ¿Por qué cree que está orondo y luce esa sonrisa de oreja a oreja? Pues porque el Gran Outsider resplandece en medio de su fiestita, él y sólo él logró esta noche sacarlo de su madriguera, una cabaña llena de residuos en un acantilado. Esta cultura del Oeste ha de propagarse, responde a un latido de la época. Cuando el Gran Contestador, el desdeñoso escritor muera, se harán de él numerosas biografías. Todas tendrán fotos de reuniones como esta. Y nadie estará dispuesto a romper, con sólo una risa sarcástica, un gesto fastidiado, un mínimo encorvamiento de ceja, el engaño en el que todos creen creer. Pues basta ese tipo de gesto para destruir el acuerdo, tan frágil es. Si el escritor contracultural, el arúspice de barrio latino, respondiera en verdad con gruñidos a cada invitación, si en verdad fuera desagradable su trato, aun así insistirían, aun así tendría asegurada su biografía póstuma, llena de terribles testimonios de su decadencia. Acepta los convites porque es débil su carne y se complace en la veneración que le dispensan en vida. Y es éste el punto que se pone en juego, que permite el acuerdo tácito. Engalano vuestra velada, a condición de que no desnuden mi talón de Aquiles, propone el escritor áspero sin decirlo; no lo haremos mientras mantenga usted la ambigüedad de su natural desdeñoso y los modales de quien está más allá incluso de aceptar un compromiso social, le responden sin decirlo. De este modo se perpetúa la mutua devoción de productores y consumidores", resopló Garbeld.
Gustav Who, Arrebatos, La Joya, 1978
Gustav Who, Arrebatos, La Joya, 1978
viernes, noviembre 02, 2007
Garbeld mandó armar un libro en blanco para tomar en él sus notas, durante la observación de las grandes migraciones. El asistente del imprentero le indicó que podría "personalizar" su carnet, con, por ejemplo, guardas, dibujos geométricos, monogramas o palmas doradas. A lo que Garbeld replicó: "Si no 'personalizara' mi anotador, ¿significaría que no tengo preferencias o que mis preferencias se inclinan por un cuaderno escueto?". El hombre lo miró perplejo. Garbeld dijo: "Al parecer, tener personalidad significa colgar guirnaldas".
Gustav Who, Garbeld destemplado, Rocallosas, 1943
Gustav Who, Garbeld destemplado, Rocallosas, 1943
sábado, octubre 06, 2007
Durante una temporada en Monterrey, Garbeld analizó --fríamente, como era su costumbre-- el poema Piedra de Sol, de Octavio Paz. Comprendía el castellano, aunque no podía hablarlo ni escribirlo. No sabía nada sobre su fonética pero percibía con claridad extraña su estructura. "Osbserve que Paz habla de las ramas de un durazno", me dijo cuando volvía de procurarle, a alto precio, tabaco puro de Virginia en un lejano estanco. "Suena, en realidad, extraño", dije. "No por cierto si pensamos, y seguramente Paz lo pensaba, que el durazno engendra el duraznero". "Me temo --dije-- que se equivoca, suele el pueblo llamar al árbol por su fruto". "Precisamente", repuso Garbeld. "¿Y cree usted que esa sinécdoque es casual, producto de una comodidad o simplificación del lenguaje?". "Estoy casi seguro", dije. "Apunte para una filosofía de la gramática popular: resumen en la abundancia; percepción instintiva de la verdad platónica". "No intente confundirme", dije. "Está tan claro como el agua, joven. El durazno antecede al duraznero, pero no en la mera filosofía del lenguaje, y no sólo en la más profunda del pensamiento, sino en la realidad específica". "De modo --dije-- que usted supone que el fruto permanece invisible hasta que el árbol entero crece a su alrededor como una obertura". "Lo ha dicho usted bastante bien", concluyó Garbeld (por así decirlo).
Gustav Who, Charlas en los trópicos, Oldenburg, Baja Sajonia, 1958
Gustav Who, Charlas en los trópicos, Oldenburg, Baja Sajonia, 1958
martes, septiembre 18, 2007
-Difícil definir la poesía si no es por la métrica y adicionales, como las rimas de diversos tipos -dijo el doctor García Colomer.
-Yo diría en cambio que la poesía se define por lo breve dado con la mayor intensidad -dijo Logroño.
-Defina intensidad -demandó García Colomer.
-Ahí sí que me ha cogido -dijo Logroño.
Gustav Who, Viñetas madrileñas de Garbeld, Milpitas, 1989
-Yo diría en cambio que la poesía se define por lo breve dado con la mayor intensidad -dijo Logroño.
-Defina intensidad -demandó García Colomer.
-Ahí sí que me ha cogido -dijo Logroño.
Gustav Who, Viñetas madrileñas de Garbeld, Milpitas, 1989
jueves, agosto 23, 2007
-Este poeta -dijo el lector de magazines literarios- está seriamente enojado porque un crítico ha censurado dos de sus versos.
-Siente, no sé si legítimamente, que ese crítico ha manoseado su mundo privado -repuso Garbeld. -El crítico sólo le ha indicado dos versos malogrados -apuntó el lector de magazines literarios.-Eso es suficiente, pues hay una arraigada convicción en los poetas, al menos en muchos, de que todo cuanto escriben refiere a un mundo instransferible casi. Por ende, sagrado. En modo alguno pueden ver sus obras como mejores o peores. Ignoran el avance de las manufacturas. No conciben el poema o cualquier otro artefacto artístico como un producto, que a los fines prácticos puede resultar mejor o peor. La era artesanal les pasó por el costado. La pericia no es para ellos blasón.
Gustav Who, Disgustos de Garbeld, El Cairo, 1957
-Siente, no sé si legítimamente, que ese crítico ha manoseado su mundo privado -repuso Garbeld. -El crítico sólo le ha indicado dos versos malogrados -apuntó el lector de magazines literarios.-Eso es suficiente, pues hay una arraigada convicción en los poetas, al menos en muchos, de que todo cuanto escriben refiere a un mundo instransferible casi. Por ende, sagrado. En modo alguno pueden ver sus obras como mejores o peores. Ignoran el avance de las manufacturas. No conciben el poema o cualquier otro artefacto artístico como un producto, que a los fines prácticos puede resultar mejor o peor. La era artesanal les pasó por el costado. La pericia no es para ellos blasón.
Gustav Who, Disgustos de Garbeld, El Cairo, 1957
martes, agosto 21, 2007
"Cuando escucho que nuestra civilización carga el peso de siglos de educación judeo-cristiana me pregunto por qué se adiciona al concepto la idea de tiempo",dijo Garbeld. "Dos mil años años o dos generaciones son lo mismo en cuanto a educación y en términos absolutos, pues una cadena puede cortarse en cualquier eslabón, ¿verdad? A menos que el tiempo confiera prestigio a todo y el prestigio obre en la fijación de un concepto."
Gustav Who, Aprontes verbales de Garbeld, Manchester, 1999
Gustav Who, Aprontes verbales de Garbeld, Manchester, 1999
viernes, marzo 09, 2007
-En el deporte, se pelea en verdad por la corona -dijo Garbeld. -También en las guerras reales -le respondió una voz desde el fondo de la biblioteca. -Nadie pelea en realidad por la corona en una guerra, se pelea por cuestiones más materiales, o más vagas -respondió Garbeld. -También en el deporte hay dinero y otros colores -dijo la voz. -Pues habría que hacerle un electroencefalograma al goleador cuando alza el trofeo para saber si piensa en su cheque o en qué -dijo Garbeld.
Gustav Who, Los fantasmas de Garbeld, Osaka, 1956
Gustav Who, Los fantasmas de Garbeld, Osaka, 1956
jueves, diciembre 21, 2006
Garbeld y lo improbable
En 1946, un ex oficial de inteligencia le dijo a Garbeld que sin duda en poco tiempo más los hombres estarían en condiciones de comunicarse a través de una vasta red conectada a dispositivos caseros. -Estamos precisamente hablando por teléfono -replicó Garbeld. -Esto es cierto. Pero le hablo de una red que permitirá trasmitir textos, imágenes, sonidos, diarios enteros, filmes, tarjetas de Navidad, y todo esto al instante. -¿Desde dónde se transmitirá todo eso? ¿Desde centrales del gobierno? -No, todos absolutamente podrán trasmitir lo que quieran a través de esta red -dijo el ex oficial de inteligencia. -Bien -dijo Garbeld-, como decía mi viejo amigo, el doctor Doyle, descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad. -Y es así. Usted incluso podrá escribirle esquelas instantáneas a sus amigos o a quien considere pertinente, de manera instantánea- agregó el ex oficial de inteligencia.- Eso es malo -dijo Garbeld. -Es un paso esencial en la correspondencia que las cartas demoren cierto tiempo en llegar a su destino. -No lo entiendo -dijo el otro. -Pues vea, en el trayecto, solas, a oscuras en sus sobres, las cartas reflexionan; a veces empeoran.-Es usted un lírico, Garbeld. -En lo absoluto. ¿Ha tenido oportunidad de volver a leer, después de un tiempo, una carta suya? -Bueno,tal oportunidad no es frecuente... pero sí, he leído una cartas a una querida que me las devolvió al romperse nuestra relación. -¿Qué impresión le causaron? -Debo admitir que algunas frases, parráfos enteros a veces, no los recordaba, y me parecieron muy buenos, casi le diría, demasiado buenos para ser míos. Otros, eran mucho mas cursis de lo que los recordaba. -Ha visto... -No, Garbeld, pero estas son jugarretas de la memoria. Usted quiere decirme sin duda que, a la manera en que los escritores dejan sus escritos "reposar" para percibir luego mejor sus errores o aciertos, así el que escribe una carta se sorprende de cosas que una atención insuficiente pasó por alto. El que ha reflexionado o tiene oportunidad de reflexionar es el escritor, no el escrito. -¿Puede indicarme usted la diferencia ente una cosa y otra? -preguntó Garbeld. -Lo que se ha inscripto sobre el papel no ha cambiado, cambió el pensamiento del autor, eso es obvio, Garbeld.-Usted ha sido espía y ha leído códigos cifrados que podían decir una u otra cosa; ahora me dice que imágenes, textos, sonidos, nos llegarán a través de un cable, y, sin embargo, no puede admitir que tal vez algo se mueva en un texto en la soledad de un cajón o de un sobre. Por lo demás, ¿cómo establecer si han cambiado las ideas del autor o las letras han encontrado su lugar a solas? ¿Y qué caso tiene negar que unas puedan mutar y otras no? Como decía mi viejo amigo, el doctor Doyle... El espía cortó bruscamente la comunicación.
Gustav Who, Papeles borroneados de Garbeld, Tijuana, 1953
Gustav Who, Papeles borroneados de Garbeld, Tijuana, 1953
miércoles, noviembre 22, 2006
Garbeld y la cuestión poética
Cuando era profesor de Asuntos Exteriores en la universidad comarcal, un estudiante se acercó a Garbeld y le dijo si acaso podía explicarle qué es la poesía, ya que el profesor de Lengua escasamente se ocupaba de ella y constantemente hablaba de los asuntos exteriores. Garbeld no se mostró sorprendido por esto, y más bien le dijo que en su larga práctica de la docencia había aprendido que la poesía sólo puede distinguirse por su "tufillo". El alumno le rogó que le diera un ejemplo. -Bueno -dijo Garbeld-, cuando Churchill nos dice: "Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de acero", sentimos de inmediato un tufillo de poesía. -Lo comprendo, pero el problema es distinguir la buena poesía de la poesía mala -dijo el felow. -O de la poesía insuficiente... -dijo Garbeld. -Pero me temo -prosiguió- que lo que usted quiere saber es si la poesía que le gusta es buena o mala. -En verdad quisiera saber si existe un criterio objetivo para distinguir la mejor -dijo el alumno. -Tenemos que la poesía tiene tufillo, eso es una propiedad objetiva. -En la frase que usted cita, pues no la huelo -dijo el alumno. -Bien, entonces el problema es subjetivo -concluyó Garbeld, y eso era todo lo que podía decir sobre la poesía literaria. -En cuanto a la poesía, en mi campo, es la buena organización de los asuntos exteriores -agregó.
Gustav Who, Lecciones de retórica en el Foreign Office. Samarkanta, 1958
Gustav Who, Lecciones de retórica en el Foreign Office. Samarkanta, 1958
sábado, octubre 28, 2006
Garbeld, geógrafo
-Sigo creyendo en la National Geographic -dijo Garbeld cerrando el cuarto tomo. -Supongo que cree en ella como en los hermanos Grimm -le dijo el barman. -No, mejor que en ellos; pero, ¿por qué supone que no tiene para contarnos algo más que fábulas? -Pues pertenece al tiempo en que el Imperio confundía en una prístina religión al salvaje, a la vegetación y a las tierras incógnitas -repuso el barman. -Ahora, fíjese don Garbeld, no hay casi nada incógnito y todo viaje es urbano, de ciudad en ciudad, entre andurriales, campos y palacios, en vehículos veloces que nos aislan de la brisa y el frío. -Reconozco que se puede ir de El Cairo a Alejandría sin sentir el rigor del sol, en un auto refrigerado, por ejemplo. Eso nos ahorra el clima, pero no la sensación de ensueño intemporal que nos rodea en los desiertos -dijo Garbeld.
Gustav Who. Garbeld y el barman, Osaka, 1997
Gustav Who. Garbeld y el barman, Osaka, 1997
jueves, octubre 12, 2006
Garbeld y el movimiento
Cierta noche, en medio de un educado debate sobre los movimientos de cambio, Garbeld perdió su paciencia, que no era mucha, y clamó: -¡Me declaro inmovilista! Algunos lores carraspearon y movieron sus pies sobre la alfombra. Los laboristas de gorra y tupé le respondieron, en cambio, con sarcasmos. -Vean cómo la declaración de inmovilidad pone nerviosos a reaccionarios y jacobinos -dijo Garbeld. -Ustedes mismos, de cuerpo presente, son la viva demostración de que no hay polaridad en la política. Los políticos pertenecen a un universo unipolar.
Gustav Who. Hartazgos, Kentucky, 1957
Gustav Who. Hartazgos, Kentucky, 1957
miércoles, septiembre 27, 2006
Garbeld, vanguardista
-Este nuevo poeta, Breton --dijo Garbeld, y meneó la cabeza. -¿Qué le pasa con él? -preguntó un crítico de arte. -Nos dice que el método de asociaciones libres es el indicado para la poesía, pero no lo lleva a fondo. Acabo de leer su poema "Unión libre" en esta revista llegada del Continente; relaciona el sexo de la mujer con martas y musarañas, el pelo con un incendio de bosque. Son asociaciones obvias, ¿no cree? La mujer es pelirroja, sin duda. -Clásicas -aceptó el periodista. -Elementales -dijo Garbeld. -El clasicismo presenta las asociaciones sin comparaciones expresas, como otro realismo. Le doy un ejemplo, español: "Vencida de la edad sentí mi espada". La mejor máquina poética debería funcionar sin apoyos internos, incluso; sin comparaciones tácitas. Eso no es posible. Por eso la vanguardia es imposible.
Gustav Who. Impromtus de Garbeld, San Antonio, 1932.
Gustav Who. Impromtus de Garbeld, San Antonio, 1932.
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