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miércoles, mayo 26, 2021

Horacio Castillo / Los gatos de la Acrópolis















Cómo tiembla la rama de laurel, cómo tiembla toda la morada. 
Pero al pie de la columna, a la sombra del mármol,
ellos vigilan. ¿Duermen o sueñan? ¿Están vivos o muertos?
Lejos todo lo miserable: el gran Roedor,
el poder que desgasta la materia del mundo,
lejos lo que quita el sueño, la peste de lo que es.
Cómo tiembla la rama de laurel, cómo tiembla toda la morada.
Pero estáticos, perpendiculares al día,
ellos vigilan. ¿Son momias o espectros? ¿Dioses o demonios?
Y eras tú, Matador de Ratas, siempre bello y siempre joven,
tú que sólo te muestras al que es bueno.
Y eras tú, Matador de Ratas, pero no te veíamos,
tú que sólo te muestras al que es puro.
Lejos todo lo miserable, lejos
la alimaña del corazón, la degradación de la belleza,
lejos el diente de la nada, el embrión de lo que no es.
Tiembla nuevamente la rama de laurel, se estremece toda la morada.
Pero ellos vigilan. Y se detiene el proceso de corrupción.
Te veremos, Matador de Ratas, te veremos y no seremos despreciados.

Horacio Castillo (La Plata, Argentina, 1934 - 2010)

"Los gatos de la Acrópolis", 1998,
Obra reunida
La Comuna Ediciones, 
La Plata, 2020









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Foto: Horacio Castillo, Mar del Plata, 1967 Archivo familiar/La Comuna

jueves, noviembre 12, 2020

Horacio Castillo / Generación















Animales de carne y hueso, con un poco de luz
   irremediable en los ojos,
a veces nos creíamos criaturas heroicas
y corríamos a las plazas. Escuchábamos
bellísimas palabras, las voces se otorgaban idéntico calor
y sentíamos el placer de la acción.
Pero luego, entre ruinas, comiendo el pan del sobreviviente,
comprendíamos. Y al salir el sol,
mientras los escarabajos emergían de las piedras,
avivábamos el fuego para ahuyentar la peste
y llorábamos por la siguiente generación.

Horacio Castillo (Ensenada, Buenos Aires, Argentina, 1934 - La Plata, Argentina, 2010), "Materia acre", 1974, Dossier "Lo fugaz y lo eterno", Op. Cit. 11 de noviembre de 2020

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Foto: Op. Cit.

domingo, agosto 30, 2020

Horacio Castillo / Arriba y abajo

                                             

                                                     




















                                                            a Hölderlin

Arriba nada ha cambiado en todos estos años:
la luna sobre el álamo,
la cresta de los techos,
el altillo donde el señor Scardanelli
reverencia cada día a sus huéspedes.

Abajo crecieron y tuvieron hijos,
van y vienen por vituallas y noticias,
o vuelven como ahora de enterrar algún muerto
y saludan de paso al carpintero vecino
que tiene como inquilino a un dios.

Horacio Castillo (Ensenada, Buenos Aires, Argentina, 1934-La Plata, Argentina, 2010), "Materia acre", 1974, Mitografías*, Ernesto Girard Editor, La Plata, 2009

* Se trata del número 11 de los Cuadernos Orquestados, colección de poesía dirigida por Abel Robino

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Foto: Poeticus

sábado, mayo 12, 2018

Horacio Castillo / Omphalos














Toma una piedra -dijo el mensajero- y marca el centro del mundo.
Pregunté de puerta en puerta, de plaza en plaza, de ciudad en ciudad,
pero nadie sabía responder. Y seguí a tientas el camino,
perdiendo a veces el rumbo, volviéndolo a encontrar,
confiado solamente en las palabras del mensajero:
Toma una piedra y marca el centro del mundo.
Más de una vez estuve a punto de renunciar,
de echarme para siempre al sueño de los padres,
pero de pronto el corazón comenzaba a saltar dentro del pecho,
venían a mi boca palabras de una lengua desconocida,
y apresurando el paso exclamaba: Antes de que se vaya la estrella.
Así llegué a una tierra donde lo primero que vi
fue un hombre que había hecho un agujero en una tumba
y echando agua fresca repetía: Bebe, hijo mío.
Después vi una multitud que excavaba el lugar
y sacando los huesos de los muertos los llevaba en un carro,
delante del cual iba una mujer arrojando piedras al sol
y gritando: Ocúltate, para que la muerte no encuentre el camino.
También vi un pájaro que había salido de un pozo
y estaba sobre el brocal, junto al cual las mujeres
se habían congregado para interrogarlo:
¿Qué has visto allá abajo? -decían. Y el pájaro contestaba:
He visto hombres rapados, muchachas despeinadas,
niños mordiendo la manzana oscura de la nada.
Entonces las mujeres se asomaban a la boca del pozo
y arrojaban, gimiendo, grandes ramos de albahaca.
Había allí un árbol gigantesco, un tronco petrificado
junto al cual las muchachas llenaban de lana las almohadas
y colchones, y trenzando los cabellos de la novia, cantaban:
"Oh mi blanco algodonero, nadie te arrebatará,
y nuestro patio tendrá gracias, nuestra casa luz."
Los hombres bailaban gravemente en círculo
y el que llevaba la ronda, golpeando el suelo con el pie,
cantaba: "Esta es la tierra que nos comerá,
esta es la tierra que come niños, flores y muchachas."
Llegué junto al árbol y bailé con aquellos hombres,
tomados del hombro, bailamos toda la noche,
hasta que mi boca empezó a balbucear una lengua desconocida
y volví a oír la voz del mensajero:
Toma una piedra y marca el centro del mundo.
Tomé una piedra y la puse junto al árbol
y la piedra se llenó de hojas, el árbol de sol.

Horacio Castillo (Ensenada, Argentina, 1934-La Plata, Argentina, 2010), Alaska, Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1993

Omphalos (ombligo) es la piedra en forma de medio huevo que estaba en el oráculo de Delfos. Una reproducción romana se encuentra en el museo que reúne las reliquias de ese templo. Cierta vaga mitología dice que Zeus vio o echó a volar dos águilas desde puntos opuestos. Donde las águilas se encontraron dejó caer Zeus la piedra que señala el ombligo del mundo, que no es un centro geográfico sino el eje común al mundo material y al sobrenatural. (Nota del Administrador)

Letralia - El Placard - Diario de Cultura


Noticia 

Cuando, en 1993, José Luis Mangieri publicó Alaska, de Horacio Castillo, la perspectiva del conjunto de la poesía argentina, especialmente de los autores y lectores de las décadas de los ochenta y noventa, cambió.

Alaska, un libro de tapa enteramente blanca, introducía, justamente, en un mundo cuya característica básica es la austera claridad, la casi carencia absoluta de metáfora, la exposición de la idea, imaginativa y fabulosa, pero por eso mismo servida con la mayor economía de recursos retóricos.

Castillo, nacido en Ensenada en 1934, murió el lunes en La Plata. Otros libros suyos fueron Materia acre, Tuerto rey y Los gatos de la Acrópolis. Fue traductor de poetas griegos contemporáneos, como Cavafis y Elytis (Premio Nobel de Literatura, este último).

Si los poetas debieran, como los jueces, hablar por sus sentencias, Castillo cumplió con ese requerimiento. Aunque experto en verso tradicional, en su verso libre la mitología fluía con la mayor naturalidad: “ La ansiedad me dominó, y luego la inquietud, cuando supe que venías: /horror de que me vieras así, con este tocado de sombra, /el pelo sin brillo ”, le hace decir a Eurídice, al enterarse de que Orfeo viene a rescatarla del infierno.

Miembro de la Academia Argentina de Letras, la vida -esto es, la poesía- de Castillo fue rica y sin estridencias. También enriqueció el mito, tratándolo de modo de que aquellas narraciones tuvieran resonancia contemporánea y cotidiana. Ahora, como en uno de sus poemas, admirará la belleza del Hades, aun con la molestia de la moneda -el óbolo a Caronte- en la boca.

Jorge Aulicino, Clarín, 7.7.2010

lunes, abril 10, 2017

Horacio Castillo / Dice Eurídice














La ansiedad me dominó, y luego la inquietud, cuando supe que venías:
horror de que me vieras así, con este tocado de sombra,
el pelo sin brillo -el pelo que el sol no se cansaba de dorar.
Terror también de que no fueras el mismo-el que permanecía en mi memoria-
y al mismo tiempo curiosidad por ver de nuevo un ser vivo.
Hace tanto que nadie venía por aquí,
tanto que nadie se llevaba un alma o un perro,
que cuando oí tus pasos y tu voz llamándome,
cuando por fin te estreché, más que a ti estaba abrazando a la vida.
Después tu calor me condensó, me secó como una vasija,
y caminé por el sombrío corredor
otra vez con aquella máquina atronadora dentro del pecho
y un carbón encendido en medio de las piernas.
Caminé de tu brazo, imaginando ya la luz,
los árboles junto a los cuales caminábamos,
aquella habitación llena de espejos
donde flotábamos como dos ahogados.
Hasta que de pronto tu paso se hizo nervioso,
tu pensamiento se espantó como un caballo,
y vi que tratabas de desprenderte de mí,
de librarte de la trampa de la materia mortal.
"No te vayas -supliqué- no me dejes aquí,
déjame ver de nuevo las nubes y el sol,
suéltame por el mundo como una potranca tracia."
Pero tú ya corrías hacia la salida,
y durante siete días y siete noches oí cómo llorabas,
cómo cantabas en la ribera del río infernal
nuestra vieja canción: "Lo lejano, sólo lo más lejano, perdura."

Horacio Castillo (Ensenada, Argentina, 1934 - La Plata, Argentina, 2010), Alaska, Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1993
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Foto: Gentileza de Horacio Castillo (h)

viernes, enero 31, 2014

Horacio Castillo / Dos poemas breves




















El árbol azul

Un árbol azul ordena el universo.
Sus hojas destilan sobre la tierra lluvia o miel
y nace a su alrededor un espacio indeleble,
la zona donde duerme el pájaro real.


Inscripción

Viva el sol degollado al mediodía,
viva el aroma de los eucaliptos,
viva el cuello del ánade,
viva el color del azafrán,
viva la cólera del sueño,
viva el pie desnudo sobre la nada.

Horacio Castillo (Ensenada, 1934 - La Plata, 2010), Alaska, Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1993

jueves, diciembre 24, 2009

Horacio Castillo / Al maestro


Visita al maestro

Llueve sobre colinas y jardines.
Allá, junto a la ventana, está el fuego.
Hablar o callar ¿qué es lo mejor?
Preguntar o responder ¿qué es lo peor?
Llueve sobre colinas y jardines,
el agua salmodia en la penumbra.
¿También el callar es un hablar?
¿También el hablar es un callar?
Llueve sobre colinas y jardines.
Un caballo negro viene como volando.
¿La respuesta es entonces la pregunta?
¿La pregunta es entonces la respuesta?
Llueve sobre colinas y jardines.
El silencio del cuarto es el silencio del mundo.

Horacio Castillo (Ensenada, Buenos Aires, 1934-La Plata, 2010), de "Alaska", 1993, Mitografías. Cuadernos orquestados, 11. Colección de Poesía Dirigida por Abel Robino. Ernesto Girard Editor, La Plata, 2009
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Ilustración: Ornitóptero, 1962, Fernando Zobel

De Castillo en este blog:
Hice un hoyo/ San Agustín, I,3/ Encrucijada

martes, octubre 14, 2008

Horacio Castillo / Tres poemas













Hice un hoyo

Hice un hoyo en la tierra
y lloré dentro de él; lloré de bruces,
hasta que el llanto llegó al fondo,
hasta que todo se anegó,
hasta que brotó de la profundidad
un tallo que nadie hubo tocado.

La casa del ahorcado, Colihue, Buenos Aires, 1999


San Agustín, I,3

Y ante todo, Dulzura mía, ¿qué?
¿Fui yo algo en alguna parte?
Dímelo, porque no tengo quien lo diga;
ni madre, ni padre, ni memoria. ¿De dónde
podía venir semejante animal sino de ti?
Y si vino de ti, ¿adónde podría ir sino hacia ti?
Así fornica el alma, vomitando en vano
ángeles y partículas de fuego,
lejos del que hiere para sanar,
del que da muerte para que no muramos.
Así fornica el alma, y en la ardua lucha,
en su vida mortal, en su muerte vital,
espera el día que no tiene tarde,
aquello que, aunque se quiebren los vasos, no se derrama.


Encrucijada

Esa es la voz de Hécate. *
Esa es la mano izquierda del destino.
La luna enrojece el paisaje,
esparce sobre el mundo la locura y la muerte.
     Y ella canta en la encrucijada.
Allí donde el cuerpo se triplica,
donde se triplican los ojos y los pies
pero no el corazón,
allí donde cae la cabeza del condenado,
donde no hay perdón.
     Ella canta en la encrucijada
y su canto abre las puertas del infierno.
     Ella canta en la encrucijada
y se retuercen los epilépticos.
     Ella canta en la encrucijada
y el alacrán arrastra su víctima al tálamo de fuego.
     Ella canta en la encrucijada
y el cuerpo y el alma desatan su terrible nudo.
     Ella canta:
"Oh, cómplice de la noche,
reina de los muertos y de los fantasmas,
trivia,
el corazón estrábico mira a derecha e izquierda,
adelante y atrás,
se mira a sí mismo y a su doble."
     Ella canta en la encrucijada.
Pero alguien saldrá este noche como ladrón de los caminos,
pisará los escalones de lo desconocido,
traerá de los cabellos la cabeza del sol.
Para arrojarla a sus pies,
para que su canto no cese,
para que siga brotando de sus pechos
la leche caliente de la fatalidad.

Alaska, Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1993

Horacio Castillo (Ensenada, 1934-La Plata, 2010)

* Hécate (encic.) Divinidad de origen tracio. Originariamente, diosa de la naturaleza, los partos y los caminos. Así, hasta Hesíodo (700 años a.C.). En la Grecia clásica y en Alejandría, diosa de la magia y las encrucijadas -en las que se le erigían estatuas-, de los fantasmas, la luna y las divinidades nocturnas. Representada como mujer triple, o de tres cabezas (Trivia, en Roma), asumía formas de loba, yegua oscura o jabalina negra. (N. del Ad.)

Castillo en este blog:

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Foto: Gentileza herederos de Horacio Castillo  

Act. 2023            

martes, octubre 07, 2008

Horacio Castillo / Como una palabra dálmata




















Como una palabra dálmata, como el último en hablar una lengua,
pero la poderosa voz de los ojos rasgados dijo siempre.

Y se hinchó el peso del Universo, una inhalación
que arrastró bosques y ríos, mares, montañas, estrellas,
toda la energía palpitante que luego, exhalada, trajo desde lo Hondo
la más bella y feroz de las primaveras.
Una sola palabra para llevar al otro lado,
una sola palabra para toda la eternidad,
y la voz poderosa de los ojos rasgados,
mascando los granos ácidos de la alegría, dijo siempre.
Entonces una lluvia de oro comenzó a caer sobre los dos,
nos cubrió como un dosel, como un manto real,
y todo se convirtió en oro: edificios,
árboles, el mundo-oro recién nacido,
oro líquido fluyendo por las grandes avenidas
hacia el mar inhóspito de la inmortalidad.
Como una palabra dálmata, como el último en hablar una lengua,
pero la poderosa voz de los ojos rasgados,
ella, la última en oír una lengua muerta,
aspiró profundamente los vahos del futuro y dijo siempre.

Horacio Castillo (Ensenada, 1934 - La Plata, 2010), León en el Bidet, n° XIV, año 4. Buenos Aires

De Castillo en este blog:
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Foto: s/d

sábado, julio 12, 2008

Horacio Castillo / La toma de Constantinopla














Las naves, colocadas sobre rodillos y tiradas
por bueyes, descendían por las laderas
con las velas desplegadas y cada remero
en su puesto. Así, con esa visión -porque
creímos que era una visión- comenzó nuestro fin.
A la noche sacamos los íconos, los huesos
de los santos, cruces y pedrería, las reliquias
-el diente del loco que habló con su caballo,
el dedo meñique del pastor de lobos,
el centímetro de piel que jabonó la muerte-
y recorrimos la ciudad entonando himnos.
En vano: el tiempo se había cerrado detrás de nosotros
y una fuerza irresistible cortó por lo sano
lo que estaba sano o por lo enfermo lo que estaba enfermo.
Habíamos vivido en el interior de un huevo
(el huevo sin salar de la Creación -decía)
y nunca pensamos que fuera del mismo existiera algo
y menos un poder suficiente para cascarlo.
“Han puesto una cuña en mitad del sueño
y ahora tendremos que soportar de nuevo el destino:
si esto o lo otro, hacia aquí o hacia allá, qué, dónde,
nosotros que conocimos la gracia de la verdad
y de su mano habíamos llegado hasta el cielo”.
“Es el fin, my only friend, el fin -contesté.
De los planes que elaboramos, el fin; de todo
lo que perdura, el fin; sin sorpresa, el fin.
Toma, pues, la autopista del desierto,
cruza conmigo el lado salvaje del dolor.
Starfucker, starfucker, este es el fin”.
“Quiero bailar al compás de los salmos,
bailar frenéticamente al ritmo de la pena madre.
Déjame olvidarme del hoy hasta mañana
¿o ya es mañana y hoy el fin de todo?
Sálvate solo, ya que yo no te he podido salvar”.
Habíamos comenzado a escapar, las llamas
bloqueaban rápidamente todos los caminos
y volvíamos una y otra vez la cabeza
para ver cómo nacía una nueva civilización.
“No quiero morir en el lecho de una euménide -grité.
Espérame en la tierra del sueño más azul”.
Pero ya había crecido la maleza en la Historia y en sus ojos.

Horacio Castillo (Ensenada, Buenos Aires, 1934 - La Plata, 2010). En la desaparecida revista de edición digital Atmósfera, Buenos Aires, 2008 (ver. Op. Cit., noviembre de 2020)