Qué estarán mirando mis anteojos.
Sin mis ojos, ya no sirven.
Vacíos y con un solo paisaje fijo, son ciegos
perdidos un en maizal de letras y otro maizal
de cosas. Mendigan paisajes
de este mundo y de los demás.
Qué estarán dejando mirar y desde qué ángulo.
Aunque sus cristales entiendan y corrijan
les faltará el corazón que les encienda
una fiesta más la primera lluvia de la primavera,
la glicina de la nostalgia, los pétalos de los afectos,
las conclusiones constantes.
Porque ya nadie podrá cantar tras ellos
lo perdurable que enhebran los días.
Sus distancias quedarán en dibujos que nadie entienda.
Serán idioma que se irá apagando. Puras nieblas de acecho.
Alejados de mí, huérfanos de mis ojos
de espíritu mirador,
y lector,
ninguno podrá con ellos enamorar y besar el corazón
de las cosas.
Pobre mis anteojos con esa inútil
vaguedad verdosa, con su único paisaje helado
de muerte, para el resto del tiempo.
Y sus cristales sin ojos
como una ventana abierta a la que nadie asoma,
en la que de vez en cuando aparece un ciego
gesticulando al paredón del mundo:
“Para qué quiere el ciego
casa pintada;
ventanas a la calle
si no ve nada”
dice el cantar
Para qué mis anteojos
al que los halló
si esos vidrios sólo hablan
cuando miro yo.
Néstor Groppa (Laborde, Córdoba, Argentina, 1928 -San Salvador de Jujuy, Argentina, 2011), Antología poética, Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, 2004
Envío de Eduardo Ainbinder
Sin mis ojos, ya no sirven.
Vacíos y con un solo paisaje fijo, son ciegos
perdidos un en maizal de letras y otro maizal
de cosas. Mendigan paisajes
de este mundo y de los demás.
Qué estarán dejando mirar y desde qué ángulo.
Aunque sus cristales entiendan y corrijan
les faltará el corazón que les encienda
una fiesta más la primera lluvia de la primavera,
la glicina de la nostalgia, los pétalos de los afectos,
las conclusiones constantes.
Porque ya nadie podrá cantar tras ellos
lo perdurable que enhebran los días.
Sus distancias quedarán en dibujos que nadie entienda.
Serán idioma que se irá apagando. Puras nieblas de acecho.
Alejados de mí, huérfanos de mis ojos
de espíritu mirador,
y lector,
ninguno podrá con ellos enamorar y besar el corazón
de las cosas.
Pobre mis anteojos con esa inútil
vaguedad verdosa, con su único paisaje helado
de muerte, para el resto del tiempo.
Y sus cristales sin ojos
como una ventana abierta a la que nadie asoma,
en la que de vez en cuando aparece un ciego
gesticulando al paredón del mundo:
“Para qué quiere el ciego
casa pintada;
ventanas a la calle
si no ve nada”
dice el cantar
Para qué mis anteojos
al que los halló
si esos vidrios sólo hablan
cuando miro yo.
Néstor Groppa (Laborde, Córdoba, Argentina, 1928 -San Salvador de Jujuy, Argentina, 2011), Antología poética, Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, 2004
Envío de Eduardo Ainbinder