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miércoles, noviembre 28, 2018

Paul Claudel / Balada














166. Balada

Los traficantes de Tiro y esos que hoy van a sus negocios, sobre el agua,
    en grandes invenciones mecánicas,
Esos a quienes, en las alas de esta gaviota, todavía acompaña el pañuelo
    cuando ya desapareció el brazo que lo agitaba.
Esos a quienes no bastaban su viña y su campo -"el señor tenía sobre
    América ideas personales"-
Los que partieron para siempre y no llegarán tampoco...
A todos esos devoradores de distancia, es el mar lo que hoy se les sirve.
    ¿Crees que les parecerá bastante?
El que una vez puso en él los labios, difícilmente suelta el vaso.
Se tarda en beberlo, pero puede probarse.

                          El primer trago es el que cuenta.

Tripulaciones de los barcos torpedeados cuyos nombres figuran en las
    estadísticas,
Dotaciones de los acorazados que, de pronto, se van a tierra por el
    camino más corto.
Patrullas de los pesqueros tísicos, pensionistas de los submarinos
    atáxicos,
Y todo lo que un gran buque descarga en montón al darse vuelta, la
    quilla al aire...
Para todos ellos, he aquí el deber en torno, con las dimensiones de
    este horizonte circular,
Es el mar que el va hacia ellos, no hace falta buscar la ruta.
Basta con abrir mucho la boca y abandonarse:

                          El primer trago es el que cuenta.

¿Qué decían, la última noche, los pasajeros de los grandes transatlánticos
La noche anterior al día en que la radiotelegrafista dijo "Naufragamos"
Mientras los emigrantes de tercera, abajo, hacían tímidamente un poco
    de música,
Y el mar incansable subía y bajaba en los ventanales del salón?
"Una vez que se abandonaron las cosas, ¿a qué dejarles el corazón?
"¿Quién desea que la vida vuelva a empezar cuando se sabe que ha concluido?
"Sería bueno ver de nuevo a los seres queridos, pero el olvido es aún mejor:

                          El primer trago es el que cuenta.

                                                       ENVÍO

¡Tan sólo el mar a un lado y otro, tan sólo esto que sube y baja!
¡Basta ya de esta constante espina en el corazón, basta ya de estos días
    gota a gota!
¡El mar eterno para siempre, todo a la vez, de un solo sorbo!
    ¡Nosotros y él nos penetramos!

                          El primer trago es el que cuenta.

Paul Claudel (Villaneuve-sur-Fére, Francia, 1868-París, 1955), La Nación, Buenos Aires, 14 de marzo de 1937
Traducción de Enrique Méndez Calzada
Lysandro Z. D. Galtier, La traducción literaria. Antología del poema traducido, tomo II, Ediciones Culturales Argentinas, Buenos Aires, 1965


Ref.:
Société Paul Claudel
UNAM
Literatura&Traducciones

miércoles, marzo 25, 2015

Paul Claudel / San Pablo

















Cordero de Dios que prometiste tu reino a los violentos,
acoge a Pablo tu siervo que te trae diez talentos.
Cinco que Tú le diste a guardar y cinco que él ganó por su cuenta.
Austero para todos los que te aman, eres un Amo que ve por su renta.
¡Puesto que dio el pobre corazón por Ti, haz que su dios le sea dado!
¡Padre Abraham, aplaca para siempre la sed de este hombre fulminado!
A la sombra sola de Tu presencia, el viejo Moisés tuvo miedo al decir:
¡Apártate de mí, aunque sólo sea por el miedo que tengo de verte y morir!
Mas Pablo, como un Tabernáculo sin fisura y como una lámpara propiciatoria,
aceptó en vida la cercanía de Vuestra Gloria,
y fue el hombre que al profeta maravilla diciendo:
¿Quién es aquel de entre vosotros que puede vivir ardiendo?
¡Oh Dios, para todos nosotros es  insufrible el aguijón de Tu verdad!
¡Pero aquel que Te abraza, se une a la terrible simplicidad!
Mirando a Dios, mira el mundo ingrato y cruel,
y asume en su corazón humano la misma Pasión que Él.
Como Dios no tiene voz, es la voz que habla en su lugar:
como Dios no tiene carne ni sangre, he aquí mi cuerpo para lacerar.
Y para concluir a lo que falta en la pasión del Infinito,
aquí está Pablo, simple como la llama y como el grito.
Simple como la espada aguda que al cuerpo del espíritu desplante.
Simple como el fuego que desata los elementos en su alquimia devorante.
Simple como el amor que sólo tiene una causa
y va a donde el viento lo lleva, ignorante de la extinción y la pausa,
de uno y otro confín en las alas del soplo por encima del mar.
Tu amor es el fuego de la muerte y Tu celo un infierno sin par.
Y al ver a todos esos niños ciegos y a esos pueblos que mueren sin bautizar,
Pablo llora retorciéndose las manos y pide ser para ellos decapitado,
pido piedad para los que amo, porque pueden morir incrédulos y en pecado.
Te ruego que oigan como yo, antes de que la hora y el proceso hayan concluido,
esa voz que les dice: ¡Pablo, yo soy Jesús a quien tú has perseguido!

Paul Claudel (Villeneuve-sur-Fère, Francia, 1868-París, 1955), El surco y la brasa. Traductores mexicanos, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1974
Traducción de Juan José Arreola
Envío de Jonio González