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miércoles, agosto 14, 2019

Gerardo Deniz / Mosca













Lo soy y mi abdomen
es de metal azul,
ningún insecto díptero me es ajeno. ¿Quedó claro?
Mi larva medró en un policía muerto
al sur de esta capital. Correcto.

Mi alma máter fue la que tenía que ser.
Allí, posada en tubos fluorescentes,
atendí a todas las clases, en las conferencias magistrales
me enteré de que todos los cretenses mienten.
Presencié cómo un tal viejo cachondo, Einstein creo,
era arrastrado sobre corcholatas y colillas (bachichas, puchas),
atados los pelos blancos al carro triunfal del antimonio Birkhof,
y tantísimas cosas más.

Llegado el período de los amoríodos,
sucumbí a las feromonas
y en el cuarto de baño rectoral consumamos nuestras nupcias
sobre baldosín, jabón y caca sabia.
Por el ventalle de cedros huimos a la atmósfera
sin desengancharnos,
impelidos por el bufar del viento
como Paolo y Francesca o Lamberto y Mamerta.
Abandoné a mi pareja cuando se luxó dos patas al hacer tierra;
le dejé un huevo ovalado de recuerdo
y volé a poner los demás en las legañas de un basarisco desahuciado.

Hube de buscar un tema para mi tesis de doctorado.
Opté por hacer un estudio sobre los perjuicios y estragos del neoliberalismo
sobre las moscas del pedregal adyacente.
Ayer empecé, pero hay que volar mucho y ya me siento cansada.
Afortunadamente mañana es domingo.
Atardece.
A duras penas logro distinguir a los lobos de los canes.
Aún distingo con facilidad las nervaduras blancas de las negras en mis alas,
pero esto no me da ni frío ni calor pues me emancipé del ramadán hace tiempo.
Ascenderé cuanto pueda, aun cuando me falla la respiración
y me aterra pensar que el mal del hongo ha hecho presa en mí.

Todo nos amenaza y quizás el tiempo no sea para tanto:
la noche promete ser larga y llena sucesos.
No: en el aire lo más temible son los murciélagos
que surgen de la noche con rectas zigzagueantes
o asintóticamente sobre el suelo
con bocas descoyuntadas, de tragaldabas rápidas,
entre la maleza que por ultrasonora
no trastorna la poética quietud
del castillo de grandes naipes sombríos.

Acaso sea peor a flor de piedra
pues está cubierta de telarañas pringosas
a más de grietas donde es posible cualquier cosa:
se habla de sistemas de túneles y galerías
donde se escuchan gritos y carcajadas lejanas,
todo un salvaje burdel gratuito que despierta entre pruritos.
Allí hay coleópteras panzarriba, desplegados los élitros,
ofreciendo vientres pataleantes
a odonatos infames e injustos,
mientras en los rincones efemerópteros raquíticos
exhalan penúltimos suspiros
masturbándose sin prisa.
Allí enormes grillotalpas pasean por pasillos estrechos su pavorosa mecánica
armada de serruchos;
allí humean sobre estufas las estofas de las estafas
de la trata de blancas, de negras o de verdes,
presas en ergástulas sucias.
A esta hora en que se exalta la fiesta en el pedregal extinto–
¡Xitle! En las crestas de pómez posa Tlazotéotl los talones amarillos
y la única mosca aún activa decide,
antes que nada, reconocer las luces.

Allá, al norte, arriba, en el piso catorce
(téngase presente que todo esto que narro aconteció hace largos años,
en tiempo de las apsaras),
yace en una cápsula un nuevo sesquiterpeno a medio desnudar
en este laboratorio de Canidia
y al cual lo abrasaron con tetróxido de osmio (pues se confesó glicol)
y ahora quieren capturar el fruto del estropicio
como dinitrofenilhidrazona,
cristalizada en mezcal de Oaxaca.
Tras encristalados distantes al oeste,
hominicacos amargados ordenan a sus jorgolines
encender todas las luces de las arañas opulentas.
Llega la mosca exhausta, otea y continúa.
Se eleva para contemplar el inmenso jardín bello y rocoso
desde las estribaciones más allá de donde el hombre llega.
Los cien mil ojos pueden ver, no parpadear. Ve, pues.

Es el jardín de Kachey
sin pájaros y sin fuegos.
Tierra adentro, piedra afuera,
la música está dada a la distancia
y no se oye sino el pitpat de un coyote herido
trotando por un apenas sendero,
sin dejar de dejar huellas con sangre.
Las luces se fueron apagando, ahora la luna
empieza a descender sobre el templo que nunca fue del todo.
Tose la mosca con su cuerpo entero
domeñado por la empusa.
Sólo aspira alcanzar la única luz amarillenta
que desafía a la lunar penumbra
y desafía a una pareja nueva
caída sobre surcos muy frecuentes.
Nobles cópulas les abrieron el camino, pero ahora
han pasado bajo el arco triunfal que conduce sin aduanas
al reino encantado de las parafilias químicamente puras (para análisis)
que los absorben horas enteras, hasta dormirse a media postura,
sin haber siquiera apagado la luz.
Afuera las oreadas mulatas circundantes sin chistar
preparaban con papel y carrizo un amanecer glorioso
digno del día tan festivo aún frío en la olla.
Cuando ellos despertaron tuvieron la primera riña, a propósito de quién iría a
mear primero.
Bien meados, y reconciliados, él se fijó en la mosca pegada al vidrio:

Él: –Ve, fíjate:
a esta pinche mosca le cayó la empusa.
–¿Qué es eso? –Una vil mucoral de las que tú sabes:
la mosca aspira por las tráqueas y se ahoga.
Dirían en mi tierra: se la chupó la bruja.
Qué bueno que no seas mosco: ni tú oruga.
–¿Tú qué sabes? –Sólo me veo a luz más cierta
frente a hongo, pelusa y mosca muerta.

Gerardo Deniz (Madrid, 1934-Ciudad de México, 2014)

Tupé,
número 7,
Buenos Aires, agosto 2019,
Publicación original:
revista Este País, enero 2014








Nota: Este número de la revista Tupé está dedicado a poemas sobre insectos. El de Deniz no fue publicado en sus libros, se aclara

Persée - Luvina - Milenio - Letras Libres - ZonaPaz - Otra Iglesia Es Imposible

Foto: Hilo Directo

domingo, enero 06, 2019

Gerado Deniz / De "Amor y Oxidente"















8. Thani

El entierro de Jorge Spero.
En motocicleta lentísima, el policía al frente, sueco él.
Enseguida la banda entre humos del escape,
con crespones luctuosos en los sarrusófonos,
hace sonar con gravedad La leyenda del beso.
Detrás de la caja de tablas brutas destemplada
en hombros de seis portadores
(sobre la tapadera, el sombrero del juvenil savant),
rumbo al sepulcro blanqueado.
Cerraban el cortejo los niños de la escuela vestidos de gala,
chupando pirulines, exhibiendo escrófulas.

Y al ir a dar la vuelta,
los seis se detienen, tiemblan frenéticos, mugen,
sus rodillas se entrechocan y los dientes; pisan atrás y delante
     y a los lados,
cada quien por su cuenta y riesgo;
parece a punto de caer el ataúd.
Suben aún las trompetas, cada uno zapatea en su lugar
jadeando en atroz trance. Retumba sordo el cuerpo de Jorge
sacudido en el interior: orujo y hollejo, rampojo y raspajo.
(Según los etnólogos, en estos casos es que el muerto lo piensa mejor
     y se resiste al sepelio.
Es común entre los Antandroy.)
(Según los etnólogos, quede entendido.)
Los abanican con periódicos plegados en dos y medio,
los asperjan con agua mineral,
los empujan con cierto horror -hasta que poco a poco
vuelven en sí: ¡triunfó en ellos la Vida! (¿Por qué?
-pues porque siempre tiene que ser así;
la muerte nunca gana
                   en un acto simbólico, queremos decir.)
La marcha se reanuda. Arriban al camposanto.
Desde el balcón rústico de palos labrados a navaja como proa vikinga,
     casa Marm,
Yclea, resfriada y muy maltrecha, lo presenció todo, arropada
     en un sarape. Todo. ¡Besadla en la frente,
antes de que se estilice! Pues ahora que contempla la calle vacía
y el sombrero hongo del amado caído en el arroyo,
un síncope la alcanza, suficiente.
-Abusó de sus fuerzas -opinó el boticario
(chocolate ferruginoso, jarabe de pulmón de ternera)
soplándose la caspa del hombro
y se alejó levantando el bastón cada tres pasos y medio
hasta ponerlo horizontal.

Gerardo Deniz (Madrid, 1934, Ciudad de México, 2014), "Amor y Oxidente", 1991, Erdera, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 2005

UNAM - Luvina - El País - Persée -  Otra Iglesia Es Imposible

Foto: La Jornada

martes, julio 10, 2018

Gerardo Deniz / Tres poemas inéditos
















Secreto

Ponderan mi memoria de cosas variadas
(—Tiene usted una memoria felicísima,
me dijo a mis diecisiete un viejo químico),
pero el secreto que sólo yo conozco
es que más y mejor recuerdo todo
lo que atañe a cierto olfato y cierto tacto
(no hablo de zonas erógenas pues son el cuerpo entero),
y que estos rastros mnémicos
me asaltan a mano armada en mil circunstancias.
De pronto mi órgano de Jakobson, mis manos y lo demás
despiertan, desvergonzados y simultáneos,
ante la estantigua de las ausencias,
quienes, por si fuera poco, cargan a la espalda
sentimientos, palabras, preguntas sin respuesta o respondidas,
más toda la tramoya necesaria
para seguir existiendo sin perder lo existido
que siempre concluyó de igual manera,
pero dejando todos los detalles tragicómicos.
Huellas dactilares, indicios de ADN,
parafernalia caduca, pero ello,
lo puedo asegurar, no tiene gracia ninguna.


Preparativos

Me preocupa (entre otras quisicosas) pensar,
ahora que me quede ciego,
qué voy a hacer con la mesa de billar que traigo dentro de la cabeza
cuando rueden por ella
(y a oscuras)
cisticercos, pezones lisos como caramelos chupados,
canicas, avellanas, vólvoces (gónadas), burbujas de chicle, oes
y hasta una que otra piedra de la locura.

(No) vamos a ver qué pasa.


Sintomatología

Esto va de mal en peor.
Hace unas horas te encontré en una pieza de Scriabin
que, por tanto, en adelante será tuya.
En mi poblacho habrá esta noche una luz
y en adelante continuarán siendo más, bien lo sé:
son las metástasis que sin querer desparrama tu existencia.
No sólo por el andar se denunció la diosa.
Es ello, estoy seguro.

Gerardo Deniz (Madrid, 1934-Ciudad de México, 2014), Laberintos. Revista de Estudios sobre los Exilios Culturales Españoles, n° 17, 2015
Envío de Eduardo Ainbinder

Cultura UNAM - Babelia - Letras Libres - Otra Iglesia Es Imposible

Foto: Warp Magazine

jueves, abril 30, 2015

Gerardo Deniz / Murgas















1.

También yo escucho murgas.
Concurrí cierto día a una fiesta galáctica.
Estábamos tan en alto
que los helicópteros eran simples vilanos que correteaban allá abajo,
tan lejos que en el vago horizonte
la Torre Latino (así la llamamos)
era una remota espina trunca,
y si sus veinte pisos inferiores no eran visibles,
era a causa de la curva del planeta.

Bien entrada la tarde,
entre jirones de canciones a medias recordadas,
la voz firmada Otilia Figueroa tiró en mi cavidad paleal
del gatillo de una ballesta anterior a la de Guillermo Tell,
más robusta que las antiguas ballestas chinas que plantaban un dardo a
ochocientos metros.
Me atravesó (por dentro) diagonalmente.
Rodé por tierra (dentro, siempre).
Nadie se fijó.
¿Qué decía el pasaje cruel? Decía más o menos:

Marinerito, arría la vela
que está la noche tranquila y serena..

Es decir, algo que cantaba mi madre cuando yo tenía tres años, y sin duda antes,
y que tanto me gustó siempre.


2.

Desde el comedor abierto por tres lados
podía contemplarse la mañana esplendorosa.
Frente a mí, en un plato, había trozos hexaedros
de la fruta que sólo puede comerse a latitud menor que la de Cuernavaca,
y, un poco al nordeste, una taza de café y una dona,
mientras miraba distraído hacia la bahía
sobre cuya superficie trazaba la brisa
un variado tiahuanaco pornográfico.
No había música.
Apenas se oía, muy lejos, el crepitar de cartas de amor despechado
que el sol estaba quemando
con la lumbre de su segundo habano del día.

De pronto, impensable,
el estudio patético de Scriabin,
fuerte, anhelante, fuerte y entero.
Cuando aparté los ojos de mis puños cerrados,
no más música.
En el centro del comedor dos quebrantahuesos dejaban,
sobre una bandeja,
la placenta del día rociada de vodka.

Gerardo Deniz (Madrid, 1934-Ciudad de México, 2014), Letras Libres, Ciudad de México-Madrid, agosto de 2014
Envío de Jorge Fondebrider

Foto: Gerardo Deniz Info 7

domingo, julio 28, 2013

Poemas elegidos, 87


Gabriel Reches
(Buenos Aires, 1968)

Lavadero, de Gerardo Deniz
Querido Jorge: Voy a tratar de ser honesto en la justificación de lo que elegí. Lo primero que vino a mi mente después de tu invitación, fueron tres frases, de tres poemas distintos, de tres poetas distintos.
Frases que desde el día en que las leí, me acompañaron en distintas escenas de la vida cotidiana. No podría asegurar que afectaron mi escritura, ni siquiera que fueron trascendentales en mi experiencia como lector.
Pero sí intervinieron en mi percepción del mundo, desde el momento en que las abduje de sus poemas de origen hasta la actualidad. Y supongo que seguirán haciéndolo en el futuro.
La primer frase es “el atril hubiera querido aniquilarse”, de "Persona pálida", de Louis Aragon.
La conocí de manos de Aldo Pellegrini en su ya célebre antología de la poesía surrealista, cuando todavía no era mayor de edad.
Me pareció siempre una frase incómoda. Quizá por la extrema carga subjetiva de la cosa frente al sujeto, pero en estado de total derrota o de derrota tal, que te lleva a suponer el lugar irónico de quien enuncia y a la vez, delata el uso de los artificios. El  tiempo verbal (hubiera querido) es lo que la distingue.
Una pena que la totalidad del poema no me guste. Y una pena mayor que en otras traducciones se hable de una persona que “con el atril hubiera querido aniquilarse”.
Quien sabe, quizá es Pellegrini quien me cautivara más que Aragon.
Sea como fuere, muchas veces en estos últimos veinte años, frente a una escena de patetismo inofensivo, me encontré pronunciando la frase para mí.
Frente a otras situaciones, de cierto regodeo autorreferencial, estuve a punto de escribir frente al espejo “la contractilidad es una virtud”, del hermoso poema que Marianne Moore le escribió a un caracol. Pensé que era demasiado conocido como para incluirlo aquí en su totalidad.
Por último, la tercera exclusión, es la de los tres últimos versos del poema "Vigilia", de Ungaretti, del libro La alegríaNo me he sentido nunca/ tan/ aferrado a la vida, pronunciada luego de una noche despierto sosteniendo los restos de su compañero de batalla masacrado.
A diferencia de "Persona pálida", todo este poema me resulta hermoso. La frase -que rápidamente se volvió “nunca me sentí tan aferrado a la vida”- aún hoy sigue funcionando como un filtro, un tamizador para percibir o reflexionar (una reflexión abreviada, chatarra) en determinadas situaciones; y hasta alguna vez escribí un poema sobre el modo en que mis acciones más banales debían convivir con los residuos de de esa afirmación poética.
El hecho de que Ungaretti haya sido citado al menos dos veces en tu blog, lo deja afuera.
Explicadas las tres exclusiones, elijo a Gerardo Deniz y su poema “Lavadero”, del libro Mundonuevos.
Gana como ganó Reutemann, luego de que otros competidores abandonaran.
Deniz llegó a mis manos hace unos veinte años, a través de un muy querido librero y también poeta, a quien no veo hace mucho, Daniel Schiavi.
Fue en el 92  -mientras Irene Gruss trataba de apaciguar con beatniks y otros yankees mi registro más infantil emparentado con los malditos- que Dani en Gandhi le dio un libro chiquito y gris a mi mujer  y le dijo: tiene que leer esto. Creo que fue uno de los regalos que recibí para mi cumpleaños número veinticinco.
Tenía razón. Deniz me divirtió y liberó, con su bufoneo de Rimbaud en el poema “Artocarpa” y con su manera de introducir el humor como desafío conceptual.
 Me inquietó su cosmogonía omnipensante de la que puedo asirme nunca del todo, el modo dislocado y a la vez tan orgánico en que ésta se hacía carne en estructuras semánticas y gramaticales; nunca en un desafío formal acrobático, sino más bien, en la yuxtaposición de un orden y un desorden estructural, vital.
La búsqueda de sentido, donde el lenguaje convencional no es tan rendidor como sus posibles fisuras, aquella necesidad comunicativa para la que no son tan útiles las leyes de funcionamiento, sino los bordes y transgresiones. Podría alegarse que esta última afirmación corresponde a la definición genérica de aquello que entenderíamos como poesía.
Podría alegar entonces que Deniz por momentos, es poesía en el sentido más tajante, en estado puro y ya irreductible.
El paralelismo entre el ruido de la espuma de un lavarropas y el murmullo de una masa de militantes derrotados por la propia reflexión es solo muestra de un autor capaz unir sus elucubraciones y la experiencia, como si después de la poesía, todo lo posible formara parte de un nuevo sistema de leyes naturales.
Deniz me transmitió la ilusión de una escritura que acerque un poco los mundos de la percepción con los del pensamiento elaborado y fundamentalmente, la idea de que cada tanto, hoy todavía, te encontrás con tipos que escriben como nadie antes.


Lavadero

El ruido de la espuma que se deshace,
ampliado cuatroscientasmil veces,
se parecería al de una concentración de masas que de pronto,
descubrieran,
simultáneas,
un error garrafal en su ideario político,
y cada quien decidiese regresar a casa sin ostentación,
aunque sin abstenerse tampoco de comentar sotovoche
con los compañeros de mitín.
(El acierto de la presente comparación cala hondo:
diminutas burbujas que revientan/modestos ciudadanos
           se dispersan,
consistencia de la espuma/mortalidad entre jíbaros zurdos,
y demás).

Gerardo Deniz (Madrid, 1934, Ciudad de México, 2014)


Foto: Gabriel Reches por Bernardino Ávila en Página 12

jueves, noviembre 15, 2012

Gerardo Deniz / Lámpara maravillosa




Lámpara maravillosa

El alifrit está frito, nadie frota.
Por el ojo de la lámpara, bajo una marina peor,
atisba
y ve que éste va a ser otro hogar como es debido.
El señor corre al centro del departamento, se llena la boca de
     arena y la escupe por la ventana.
Es que está construyendo el nido.
El alifrit quisiera poner un toque de iniciativa -un mordente,
     digamos- en esta cadena siniestra de actos automáticos
     (dos tonos, un semitono, tres tonos, otro semitono):
un grano de pimienta -digamos- en el lecho ázimo.
Pero es inútil: nadie frota.

Gerardo Deniz (Madrid, 1934,Ciudad de México, 2014), Mansalva, Editorial Mansalva, Buenos Aires, 2012


Ilustración: Máquina con cuadrado rojo, 1926, Willi Baumeister

jueves, junio 14, 2012

Gerardo Deniz / Evasión





Evasión

En Tlalpan hay varios manicomios.
Y viendo en la sala de espera esos viejos tomos franceses
tan espesos
de balneoterapia y arsonvalización
cruzando ese jardín por donde tres veces a la semana
     discurren filosofías de vía angosta
-los perros trágicos machacados en la carretera al pasar en volandas,
y así habrá que pasar ahora.
                           Hace calor.
El que vaya a la hora cursi como todas marchando a oscuras
     al lado de los rieles
podrá escuchar (si le importa) el zumbido de muchos
     escarabajos enamoradísimos
entre las piedras del talud.
Más allá (es de suponerse) descansan adineradas adolescentes
     de miembros fruticosos,
con los labios secos, tendidas al descuido
como largos gatos de algalia.
     (¿Habrán comido habas?
     ¿Borrarán como es debido los moldes de sus cuerpos en las camas?
     Oh riesgo.)
Pero este mundo de trenes y escarabajos es un mundo de
     trenes y escarabajos,
sin embargo,
nagara.

Gerardo Deniz (Madrid, 1934, Ciudad de México, 2014),  Mansalva, Editorial Mansalva, Buenos Aires, 2012

Ilustración: Desnudo rosa, 1935, Henri Matisse

martes, febrero 28, 2012

Gerardo Deniz / Desde la torre






Desde la torre

En los países donde el efecto antecede a la causa,
todo es como armar rompecabezas:
un pedazo con media boca trae algo de papel tapiz al fondo,
permite empezarlo a completar; también la jeta cunde
y ahí se pasa al cuerpo,
hasta la rosa lancastriana
sujeta entre los dedos del pie insultante.
Afuera gime el viento, desciende la neblina
o vuelve a escampar. Dan a los cuervos de comer.
Hay decapitaciones a todas horas, mientras cultivo
este hábito, más bien italiano, de escribir en la cárcel.

Gerardo Deniz (Madrid, 1934, Ciudad de México, 2014), "Ton y son (1996)", Erdera, FCE, México, 2005


Ilustración: Les Loisirs sur fond rouge, 1949, Fernand Léger

domingo, marzo 01, 2009

Gerardo Deniz / Dos poemas




PROYECTO DE PLAN QUINQUENAL PARA DEMOSTRAR LAS VENTAJAS DEL MATERIALISMO DIALECTICO

Que Lysenko ilumine mi camino
y con su biología demostrada
nos conduzca a la síntesis buscada:
injertar dos melones y un pepino.

La Tesis es de bulto peregrino
--teen-ager y burguesa, ¡casi nada!--,
la Antítesis de firme encaminada
para que no desbarre y yerre el tino.

¡A gatas, compañera! ¡qué conquista!
¡qué embestida frontal al reaccionario!
¡cómo late el realismo socialista!

(El Premio Nobel sigue nebuloso;
tal vez no pase nada extraodinario,
pero ¡qué experimento tan sabroso!)

de Adrede, 1970



24.UN FENÓMENO REPENTINO VIENE A ENREVESAR LA SITUACIÓN.
EL CALVARIO DE LA ABUELA.


Hay lluvia de estrellas. Imita sus silbidos si te atreves.
mas si te alarme, ponte a cubierto, pero no dejes de mirar,
/por lo que más quieras,
pues esto se da una sola vez al año, y pocos años cada siglo tanto.
Cruza nuestro planeta la trastienda de algún herbolario cósmico,
/rica en orégano molido e inflamable;
las nubes huyen, gruñendo como puercos vacunados a mansalva;
Los videntes o pitonisos se soplan quemaduras. Rúnika duerme
/a piernas sueltas. Algo inmenso. La abuela
abatida y tiritando como un cascabel mohoso, transita las deshoras
y nada quiere saber ya de la infecta sustancia humana.

Hay lluvia de estrellas. Las rameras se santiguan
antes de ofrecer una galleta al tercer cliente. Mañana
brillarán más que de costumbre en las rocas, en los muros,
/en los pavimentos esas chispas incrustadas,
esos puntos de luz que si te mueves se extinguen (aunque nazcan
/otros al lado).
Bajo el siseo universal roncan abogados que otrora fueron fetos.
Salido a gatas al balcón del ala norte,
el visir titubea un poco. Ninguna noche antes ha hecho tal cantidad
/de cosas superfluas,
pero esta vez sobran razones. Y ahora un fenómeno celeste
arduo de evaluar. Pues ni el loro de un escéptico griego hablaría
/de coincidencia.

de Picos pardos, 1987

Gerardo Deniz (Madrid, 1934-Ciudad de México, 2014), Erdera, FCE, México, 2005

Foto: Deniz en El Trigo de la Luna