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LOS OBJETOS te eligen como presintiendo. A veces arremeten en nuestros ojos, con ganas de ser nombrados, tocados. Llenan un espacio que les corresponde a fuerza de presencia. Todas las cosas hablan al otro lado del silencio. Reverón escuchó la música de cartón de sus instrumentos. También los caprichos de sus Galateas. Alabó al primer rayo del sol que cayó en sus rostros y pintó una luz más pura que la inocencia. Lloró por la noche el uso profano de la sagrada Juanita. La sumisa habitante de un mundo de rompecabezas. Donde las cosas sutiles conocen sus leyes.Las muñecas, erubescentes de sepia. De arena del mar. Se velan como jugando a ciegas bajo la seda. Sospechando el deseo de los hombres.
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La casa es panteón de rumores
que los dormidos recogen
en impredecibles tinajas
recordar alborota
las tinieblas del patio.
Lydda Franco Farías
PADRE no se me olvida el día en que cambiaste la cerradura de la casa. Dormimos donde unos vecinos. Al día siguiente mamá abrió con la ayuda de un cerrajero. Pero allí no había nada. Te habías llevado hasta mis muñecas. Los tres lloramos en silencio. No solo nos abandonabas, nos lo quitabas todo. Mamá se sintió liviana, ya no había nada que empacar. Diez años de matrimonio y ni una maleta a cuestas. Yo tenía seis años, mi hermano ocho. Mamá nos abrazó fuerte y nos dijo que para recomenzar no necesitábamos nada. Los objetos nunca antes significaron tan poca cosa. La casa era mi madre inundada
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CARACAS-MÉRIDA. Viajamos los tres aquella noche. Papá se iba con otra mujer. Mamá se iba con sus hijos. Ahí empezó el primer viaje. Íbamos de casa en casa hasta que mamá hizo una.Primero llegamos a donde la abuela Chepina, apenas pasaron dos meses para que nos corriera.La abuela nunca nos quiso. Luego vivimos una temporada donde tía Carmen, jugábamos con nuestros primos, pero nunca nada fue nuestro. Al tiempo nos llevaron con tía Nora, que estaba recién casada. Aprendí con mi tía lo que era limpiar bien una casa, sin quejarse. Mamá trabajaba lejos y venía apenas los fines de semana. Yo la extrañaba. Mi tía Nuvia no tenía hijos y su casa era inmensa, nos fuimos con ella, ahí aprendí a cocinar, ella cocinaba muy mal. A los ocho años hacía la comida de todos. Dos años después mamá alquiló una casita, en Santo Domingo. Nunca fuimos tan felices. Mis mejillas eran dos soles rojos. El frío nos hizo más fuertes.
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LA CASA DE MI TÍA CARMEN está llena de cosas innecesarias. Ya sus dos hijos se fueron del país. Ella está muy sola y su casa es lo único que ahora tiene, se aferra a ella, pasa los días emperifollándola para luego hacer alarde de su casa con la vecina, también viuda. En navidad, el pesebre era una grosería, pasó tres meses hilando cada detalle. El pesebre ocupó la sala, parecía como si en cada oveja estuviese yéndose un joven en busca de otro nacimiento y en
cada casita habitase un alma que lee la Biblia bajo la luz de una vela.
Julieta Arella (Caracas, 1990)
Galateica,
Fundación La Poeteca,
Caracas, 2018.
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https://lapoeteca.com/galateica-juelieta-arella/
Ref.:
La Poeteca
Esfera Cultural
LP5
Letralia
El Nacional