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miércoles, junio 16, 2021

Silvio Mattoni / De "La buena suerte"




Ornitología

Una llovizna intensa enfría los anuncios
del final del invierno, pero el último día
en que sentí la presencia del sol, estábamos
cerca de un arroyo en las sierras, visitábamos
a una amiga muy joven que se instaló
a vivir ahí, y mientras caminaba
pisando el pasto, la tierra y las piedras, 
vi un pajarito de pecho amarillo,
busqué en mi muy escaso repertorio
biológico y exclamé, en silencio: 
“un benteveo”. Me acordé del origen 
puramente imitativo de su nombre, dicen
que su canto anuncia: “¡bicho feo!”, o bien
que está llamando a un público cautivo
del suntuoso color de su camisa. 
No hay mitos para él, pero pensé
en los pájaros saltarines que insultaron
tantos refranes y tantos versos, en el lujo
de todo conjunto innumerable. No es
una explicación decir que los bípedos cantan
para reproducirse o que sus plumas
atraen a una pareja que se asombra
por el riesgo de aquella exhibición. 
No busca nada, no sabe, está en el aire
como una hoja, está en su mundo
amarillo del pecho que se hincha
y en mi cabeza está, es una palabra
que alitera furiosamente con el nombre
de otro pájaro vistoso: la abubilla,
que fue un marido cruel y recibió
un castigo incontable, por eso ahora
vuela como un borracho y no pronuncia
nada demasiado melódico. En cambio,
vos, benteveo, que naciste acá, donde
yo aprendí a hablar, me llamaste
en el azul y el verde de la tarde
que parecía confirmar nuestro derecho
a estar presentes: la amiga conversaba
sobre cuestiones de arte con mi esposa
y nuestro hijo corría por el campo.
Tomaste un sorbo de agua en la pileta
de fibra de vidrio y saliste volando
a repetir tu forma en otra parte. 
Te vi bien, te obedecí, y ahora escribo
no para ejercitar la mano alzada
sino por devolver al sinsentido
el roce de los labios que se juntan
en este pensamiento. ¿Será así
la respuesta al proverbio de tener
en la cabeza pájaros? Quizás
sean apenas sílabas, ben-te-ve-o, a-bu-bi-lla,
formas de pluma suave, inaccesible, 
que volverán cuando la lluvia pare. 

Silvio Mattoni (Córdoba, Argentina, 1969)

La buena suerte
,
Caleta Olivia,
Buenos Aires, 2020










sábado, septiembre 26, 2020

Silvio Mattoni / Virtud

















Miro hacia atrás, los autos no me dicen
nada en su paso, ni las calles, ni
las canciones del aire. En cada rostro
hace señas el tiempo. Ruidos o bits
circulan y ocupan más espacio en un disco
que todas las palabras que mi mano
derecha acumulará antes de morirse.
A la carne del mundo sin embargo
le prometí este tránsito, hace mucho
que sólo quiere circular un poco
hasta el punto final de la entropía.
Anoche supe de nuevo que el placer
sexual es femenino, que el falo es fósforo
para prender antorchas más durables.
Me apena el sufrimiento que le espera
a mi hijito: toda la impostura
de la guerra perpetua, el infinito
deseo de conquista. Ahora se va
al jardín con su manito vendada;
una caída, un empujón de patio
le causaron un corte, mínimo, pero él
declaraba entre lágrimas, cuando supo
que se le iba a formar una cáscara y que la piel
debía regenerarse: “Los soldados
estallan en pedazos en la guerra
y por eso los hombres también lloran”.
Lloran. Solos. No pueden reproducirse.

Silvio Mattoni (Córdoba, Argentina, 1969)

El gigante de tinta
Zindo & Gafuri, 
Buenos Aires, 2016











Foto: La Voz

martes, abril 21, 2020

Silvio Mattoni / De "Tanatocresis"





19

Pasan de a miles por el puente blanco
que cruza el río menor, no navegable,
de esta ciudad imprecisa: sin un mar
a menos de mil kilómetros de acá.
¿Los pueden ver? También ustedes pasan
como puntos de una línea imaginaria
que se construye en la ilusión de fechas
y en el vacío mágico de nombres.
No nombro la ciudad ni los recuerdo
más que por lo que hicieron: gestos, notas,
afectos, versos, deseos de marcar
un punto en esa hilera parpadeante.
Pero no hay líneas, todo se extingue
y estas estrellas sudamericanas
ya se apagaron cuando nos alumbran.
“¿Y cuántos son entonces, cómo suman
la gracia de escribirse en el momento
de disolverse? ¿Y el arte de enterrarlos
y negarlos y ahora convertirlos
en parlamentos?” Querrás decir relatos
de un teatro perverso, que no niega
los nombres, las imágenes, los rictus,
guiños perdidos de una luz que pasa.
Miro el puente que los está esperando
y pienso que tal vez nunca los vuelva
a escuchar. Ahora empieza mi propia
bajada al río. Hay una sombra, tinta
que mancha el tiempo de la hoja escrita
con todos los momentos de este día.
Palabras y palabras, les hago una promesa
que es sólo para mí: no dejaré
pasar el viento fresco de noviembre
sobre la casa, el campus o la cámara
teatral de papeles que se arrumban.
Y en lo que sopla escucharé una risa
que vuelve tarde del patio o del pasto
en la vieja casa o en la universidad,
los brazos llenos de libros, ¿la ven?,
y yo que todavía no podía escribir,
me fallaba la vista y no estaba
vivo ni muerto y no sabía nada
mirando el foco de luz, el silencio.

Silvio Mattoni (Córdoba, Argentina, 1969), Tanatocresis, Borde Perdido Editora, Córdoba, Argentina, 2018

Otra Iglesia Es Imposible - Borde Perdido Editora - Premios Nacionales - La Infancia del Procedimiento -  Buenos Aires Poetry - Nueva Provenza - Eterna Cadencia - El Infinito Viajar - 1 Poeta 10 Preguntas - Vallejo & Co. - La Voz - Borde Perdido Editora/Rodolfo Fogwill/YouTube

Foto: CETyCLI/Silvio Mattoni/Facebook

viernes, octubre 14, 2016

Silvio Mattoni / De "Caja de fotos"
















1960

Entre los adoquines, un brillo suave, opaco,
de charcos junto al cordón. Pero no llueve,
es claro el día y a lo lejos, blancos,
se pierden unos autos con cola de pescado.
Allá, alguien debajo de un cartel de "farmacia"
se disuelve en el sol, quizás mirando
hacia este auto grisáceo de los treinta
con puertas de madera. Arriba, entre los hierros
agregados para carga, las hileras desiguales
de melones acompasan con sus símil esferas
las curvas alemanas del viejo y dócil auto.
¿Quién puede sin embargo asomar ese borde
de costura, de tela, como el lugar vacío
adonde se dirige, anhelante, un melón
sobre la mano derecha del muchacho? ¿No es eso
que impide ver sus ojos orientados,
con su mano izquierda, hacia esa ausencia?
La camisa clara del vendedor, la claridad del uso
muestra apenas unas rayas como amnésicas
hacia la zona gris sobre sus piernas. La cabeza,
¿no parece charlar, rapada, con el enigma
del redondo espejito del coche, o sus melones
no se amontonan por salir, pálidos o manchados?
La nariz firme se destaca bajo el ceño fruncido,
con una nitidez que ante el peso no cae
de tantos objetos lanzados por ese auto
al frágil cuello. ¿Pero no es un exceso
de presencias más bien que lo faltante,
no son las vetas del melón en la mano
las que hablan con la pelusa de la cabeza rapada?
Quién sabe si el ausente comprador
quizás se preguntara por ese pelo ausente
como una imitación de los melones, haciendo
de la presencia un hueco. Habrá crecido
ese cuerpo, ese cuello, pelo, sin los reflejos
compasivos del auto; y la antigua calle, pues
la detención prosigue, no tenga acaso huellas
del mimetismo un día cubriendo con su luz,
uniendo, para ese borde del comprador ausente,
a vendedor y objeto, junto a la boca abierta
del auto que despliega sus esferas arcaicas.

Silvio Mattoni (Córdoba, Argentina, 1969)



Caja de fotos,
Bruma Ediciones,
Mendoza, Argentina, 2016








Foto: La Voz del Interior

jueves, febrero 19, 2015

Silvio Mattoni / Envío












¿Acaso le hablo a alguien que no está conmigo
ni siquiera en espíritu? Ya sé que para vos
no existe nada que no sea materia, pero
las palabras duplican hasta la ilusión
del simple vidrio de algún espejo. ¿A quién
podría apostrofar con un aire de prosa
y la propiedad del nombre? Acá está el mío
y otro que se aleja más y más, que irradia
una luz muy lejana, aunque sigue brillando
y vuelve a repetirse como el ritmo
de sílabas y acentos, como si puntuase
el espacio infinito a manera de círculo
verificable en una sola frase. Y ahí estás,
consumido y a solas bajo tu lámpara fría
que casi no precisa energías renovables
para alumbrar tu libro recién encontrado,
donde leés columnas de palabras
demasiado regulares para no ser siempre nuevas
y decir la insignificancia de lo mismo: vos,
que revisás las cosas de los muertos
para seguir tu vida, no te olvidés
de mandarme noticias, chispazos de un futuro
inaccesible, porque se hace difícil
mantener la vigilia, prestar la máxima atención
a las voces, al sol y a los chicos que nacen
en este antiguo minuto de felicidad
o ilusorio desahogo que me da haberte escrito.

Silvio Mattoni (Córdoba, Argentina, 1969), Peluquería masculina, Vox, Bahía Blanca, 2013
Vía Valeria Cervero

Foto: La Voz del Interior

miércoles, julio 17, 2013

Poemas elegidos, 65

Silvio Mattoni
(Córdoba, Argentina, 1969)

Tiempo atrás, de Gabriel Ferrater
Este poema, como muchos otros que me gustan de Ferrater, estaba en un libro que mi padre trajo luego de un semestre en Barcelona, que casi coincidió con la guerra de Malvinas. Yo era un chico de doce y había oído hablar de trámites, pasaportes, como si pronto nos fuéramos a mudar a Europa. La impresión del libro se mezcló entonces con las imágenes de ese otro mundo que finalmente se esfumarían. Pero este poema, donde el beso a una chica se escapa del fondo verde militar que tanto había aparecido en mi infancia de escuela, me confirmó que debía escribir lo que pasaba (aunque todavía no supiera hacerlo, aunque nunca pueda alcanzar la sencillez exacta del amigo catalán).



Tiempo atrás

Deja que vuelva atrás, hacia tu tiempo.
Otra vez nos citamos donde siempre.
Veo la negra pasarela –hierros
delgados–, cielo blanco, hierba humilde
en tierra de carbón, y oigo el silbido
del expreso. A nuestro lado –hemos de hablarnos
a gritos– pasa. Desistimos, y yo río
al ver que ríes tú y que no te oigo.
Tu blusa gris, color de cielo; azul
marino, cortas y anchas, son tus faldas,
y hay en tu cuello un amplio foulard rojo.
La bandera de tu país, te dije.
Todo como aquel día. Van volviendo
las palabras que nos dijimos. ¿Ves?
Vuelve aquel mal momento. Sin razón,
callamos. Tu mano sufre y, como
entonces, tiene un vuelo vacilante,
y el abandono, y juega con el ruido
triste del timbre de la bicicleta.
Suerte que ahora, como entonces, llegan
aquellos pasos férreos, la excesiva
canción de hombres de verde, con sus cascos
de acero, nos rodea, y ahora un grito
se nos dirige, autoritario, como
oro maligno de una sierpe, y hemos
de ocultar la cabeza en el regazo
acogedor del miedo, hasta que al fin
se alejan. Ya nos hemos olvidado
de nosotros, y porque se alejan
somos felices otra vez. Nos lleva
a reencontrarnos este movimiento
sin recuerdo, y por estar aquí
los dos somos felices, y no importa
que callemos. Podemos besarnos.
Somos jóvenes, y no sentimos
piedad por los silencios que han pasado;
tenemos miedos de otros, miedos que
podrían distraernos de los nuestros.
Bajamos la avenida. A cada árbol
sentimos frío, entre la sombra espesa.
Vamos de frío en frío, sin pensarlo.

Gabriel Ferrater (Reus, 1922-Sant Cugat del Vallès, 1972)
Versión de Pere Gimferrer

Foto: Silvio Mattoni en La Voz del Interior