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jueves, abril 18, 2019

Giacomo Leopardi / La retama, o flor del desierto

 

         Καὶ ἠγάπησαν οἱ ἄνθρωποι µᾶλλον τὸ σκότος ἢ τὸ φῶς
         Y los hombres quisieron más las tinieblas que la luz.
                                                                           Juan, III, 19

Aquí, sobre la árida espalda
del formidable monte,
exterminador Vesubio,
no alegrada por ningún árbol ni flor,
tus matas solitarias alrededor esparces,
fragante retama,
alegría de los desiertos. También te vi
con tus estelas embellecer las baldías regiones
que ciñen la ciudad,
señora de los mortales hace tiempo:
del perdido imperio
parecen, con su grave y taciturno aspecto,
dar fe y recuerdo al forastero.
Vuelvo a verte en este suelo, de tristes
lugares y, del mundo abandonado, amante,
y de afligidas fortunas siempre compañera.
Estos campos sembrados
de cenizas infecundas y recubiertos
de lava petrificada,
que bajo los pasos del peregrino suena;
donde anida y se retuerce al sol
la serpiente, y donde al conocido,
cavernoso cubil regresa el conejo,
fueron dichosas villas y cultivos,
y rubio movimiento de espigas, y aquí sonaron
los mugidos de rebaños.
Fueron jardines y palacios:
grato hospedaje para el ocio
de los poderosos; y fueron ciudad famosa
que con torrentes el altivo monte
de su ígnea boca aplastó
junto con los habitantes. Ahora a todo eso
una ruina lo rodea,
donde te asientas, flor gentil, y casi
de los daños apiadándote, mandas
al cielo el dulcísimo olor de tu perfume
que al desierto consuela. A estas playas
venga aquel que exaltar con loas
nuestro estado suele, y vea cuánto
a nuestro género tiene en cuidado
la amante naturaleza. Y el poder
aquí en justa medida
podrá estimar de la humana simiente
a la que su nodriza, cuando menos la teme,
con leve movimiento en un momento anula
en gran parte, y puede aún, con movimiento
poco menos leve, súbitamente
aniquilar del todo.
Pintadas en estas laderas
están de la gente humana
las magníficas y progresivas suertes.

Mira aquí, en este espejo,
siglo soberbio y necio,
que la calle entonces
del resurgido pensamiento antiguo
abandonaste. Y vuelve atrás los pasos
y volver sea tu jactancia.
Y a continuar te llames.
A tu parlotear los ingenios todos,
de los que mala suerte padre te hizo,
adulando continúan,
pero ludibrio tal vez
hacen para adentro. No seré yo
quien con tal vergüenza descienda a la tierra,
sino que el desprecio que mi pecho guarda
mostraré tanto cuanto pueda,
aunque sepa que el olvido
oprime a quien mucho a su propia edad increpa.
De este mal, que contigo
llevo, hoy me río cuanto puedo.
Soñando la libertad y siervo al mismo tiempo
quieres el pensamiento
por el que surgimos
desde la barbarie, y por el que solo
se crece en civilidad, única que al bien
guía los hechos públicos.
Te disgusta la verdad
de la áspera suerte y del bajo lugar
que la naturaleza te dio. Por eso la espalda
cobardemente volviste a la luz
que el pensar hizo evidente y, fugitivo, llamas
a quienes la siguen. Magnánimo
sólo es quien, escarneciendo
a sí mismo o a los otros, sabio o loco,
hasta los astros eleva el mortal grado.

Hombre de pobre estado y cuerpo enfermo,
que de alma sea generoso y alto,
no se llama ni se estima
rico de oro ni gallardo.
y de espléndida vida o de
valiente persona entre la gente
no hace risible demostración.
Pero si de fuerza y riqueza es mendigo
se deja ver sin vergüenza, y habla
abiertamente, y de sus cosas
hace estima en esa forma.
Magnánimo animal
no creo ya, sino necio,
al que nacido para morir, nutrido en penas,
dice: Para gozar soy hecho.
Y con fétido orgullo
llena los papeles de excelsos hechos y nueva
felicidad, que el cielo entero desconoce.
No ya orbe, hace promesas en tierra
a pueblos que la onda
de mar conturbado, el soplo
de aire maligno, el subterráneo derrumbe
destruyen de tal modo que resta
apenas de ellos el recuerdo.
Noble naturaleza es la que
a elevar se dispone
los ojos mortales hacia
el hado común, y con franca lengua
nada a la vista distrayendo,
profesa el mal que nos tocó en suerte
y nuestro bajo y frágil estado.
La que grande y fuerte
se muestra en el dolor, y ni los odios ni las iras
fraternas, aun más graves
que cualquier otro daño, alimenta
en sus miserias, culpando al hombre
de su dolor, sino a la culpable
verdadera, que de los mortales
es madre en el parto y del querer madrastra.
La llama enemiga pero pariente
de su ser la piensa,
tal como es en verdad, y ordenada al principio
como humana compañía.
A todos los seres cree confederados
y a todos los abraza
con amor verdadero, ofreciendo
y esperando valerosa y pronta ayuda
en los peligros y en las angustias
de la guerra común; y a la ofensas
del hombre armar la diestra, y tender lazos
al vecino y ponerle obstáculos,
es necia creencia, como si en el campo
ceñido de contrarios, en el más vivo
acoso del asalto,
olvidando los enemigos, acerba lucha
emprendiera con los amigos,
y dispersara en fuga y fulminara con la espada
a sus guerreros.
Así tales pensamientos
cuando sean, como fueron, entregados al vulgo,
y aquel horror que antes
frente a la despiadada naturaleza
ató a los hombres en social cadena,
sea reconducido por el veraz saber,
el honesto y justo
conversar ciudadano, la
justicia y la piedad, otra raíz
tendrán, no soberbia fábula,
en que se fundará la probidad del vulgo,
tan firme como suele estar parado
aquel que tiene en el error su base.

A menudo en estas orillas
que, desoladas, de oscuro
viste el flujo endurecido y ondeante,
paso la noche; y sobre esta misma tierra
en purísimo azul
veo a la noche flamear las estrellas,
a las que lejos les hace espejo
el mar, y todo cintila alrededor,
en el vacío sereno del mundo.
Y si los ojos dirijo a esas luces
que parecen un punto,
pero son inmensas, de modo
que un punto son en su pecho tierra y mar,
realmente; y en donde
no solo hombre, sino ese
globo donde el hombre es nada,
son ignorados; cuando miro
todo esto sin un final y aun más remotos
nudos de estrellas
que se nos aparecen como niebla, no ya
el hombre y la tierra solos, sino todo en uno
el número de cuerpos y soles infinitos,
y con el áureo sol juntas, las estrellas
son ignotas, o parecen como
todas a la tierra, un punto
de luz nebulosa: en mi pensamiento,
¿qué pareces tú, prole del hombre?
Mirando
tu estar aquí abajo, del que da señal
el suelo que piso; y de otra parte,
esa señoría y fin que tú
crees otorgados por el Todo, tú, al que tantas veces
le agrada fantasear en este oscuro
grano de arena que llamamos tierra
que por ti los autores del universo
bajaron a conversarte con agrado,
y que deseos y sueños
renovaron, al sabio insulta
hasta la edad presente, que en conocimiento
y en civiles modos
parece adelantar a todas; ¿qué razón,
mortal prole infeliz, o qué pensamiento
de ti finalmente me toma el corazón?
No sé si la risa o la piedad se impone.

Como del árbol cae una pequeña manzana
cuando en el tardo otoño
la madurez sin otra fuerza la derriba,
y de un pueblo de hormigas el dulce albergue,
cavado en blanda tierra
con gran trabajo, y las obras
y la riqueza reunida en larga
fatiga por la asidua cuadrilla
próvidamente en el tiempo de verano
aplasta, devasta y cubre en un punto,
cayendo así desde lo alto,
desde el útero tonante
lanzada al cielo profundo
de cenizas, de pómez y de rocas
noche y ruina, infusa
de borboteantes arroyos,
o bien montada en la ladera,
furiosa entre la hierba,
de licuadas masas
y de metales y de encendida arena
descendiendo llena,
las ciudades que el mar allá en la extrema
playa baña, confunde
y quiebra y recubre
en pocos instantes: allá donde ahora pasta
la cabra, y las nuevas ciudades
surgen y las sepultadas
les hacen de asientos, y los caídos muros
el arduo monte pisotea.
No la naturaleza a la semilla
del hombre estima o cuida
más que a la hormiga:
y si en él es menor el estrago,
tal vez sea porque menos fecunda es su prosapia.

Mil ochocientos
años hace que desaparecieron, oprimidos
por la ígnea fuerza, los sitios humanos,
y el aldeano atento
a los viñedos, que miserablemente
nutre la muerta tierra cenicienta,
todavía eleva la mirada
recelosa a la cumbre
fatal, que nunca apacible,
aún tremenda, lo amenaza
con estragar sus pobres haberes y sus hijos.
Y a menudo
el pobre en su lecho
del rústico hospedaje, hasta la vaga
aurora, yaciendo insomne
y sobresaltado, explora el curso
del temido hervor, que se vuelca
desde el incansable seno
al arenoso dorso, y que ilumina
la costa de Capri
y de Nápoles el puerto y Mergellina.
Y si lo ve apurarse, o si en el fondo
del pozo doméstico oye el agua
hirviendo gorgotear, despierta a sus hijitos,
despierta a la mujer, y con cuanto
de sus cosas agarrar pudieron, huyendo,
mira a lo lejos el usado
nido en el pequeño campo,
que le fue del hambre único resguardo,
presa del flujo incandescente
que crepitando llega, e implacable
para siempre sobre el campo se despliega.
Torna al celeste rayo
desde el antiguo olvido la extinta
Pompeya, como sepulto
esqueleto, que de la tierra
avaricia o piedad devuelve a lo abierto;
y del desierto agujero,
derecho entre las filas
de truncadas columnas, el peregrino
lejos contempla el bipartido monte
y la cresta humeante,
que a la esparcida ruina aún amenaza.
Y en el horror de la secreta noche
por los vacíos anfiteatros, por los templos
deformes y por las rotas
casas, donde el murciélago se esconde,
como siniestra faz
que por desiertos palacios lóbrega pasea,
corre el resplandor de la fúnebre lava,
que a lo lejos las sombras
enrojece y todo alrededor lo tiñe.
Del hombre ignorante y de las edades
que él llama antiguas, y de la herencia que hacen
luego los abuelos y los nietos,
está Natura siempre verde, y avanza
por tan largo camino
que parece durar siempre. Caen reinos en tanto,
pasan gentes e idiomas: ella no ve:
y el hombre, de eternidad se arroga el mérito.

Y tú, lenta retama,
que de selvas fragantes
adornas estos campos despojados,
también al cruel poder del subterráneo
fuego sucumbirás,
porque regresando al sitio
conocido, extenderá su avaro filo
sobre estas tiernas forestas. Y doblarás
bajo el haz mortal, nunca reacia,
tu cabeza inocente:
pero no la inclinarás hasta entonces en vano
cobardemente suplicando ante
el futuro opresor; tampoco la yergues
con desatinado orgullo para ver las estrellas
sobre el desierto, donde
la casa y el nacimiento
no por voluntad sino por fortuna tuviste;
sino que más sabia y menos
enferma que el hombre, tus frágiles
estirpes no creíste,
por el hado o por los hechos, inmortales.

[1836]

Giacomo Leopardi (Recanati, Italia, 1798-Nápoles, Italia, 1837), Canti, Asociación Dante Alighieri, Buenos Aires, 1987
Traducción de Jorge Aulicino

El verso final de la primera estrofa cita un texto de Terencio Mamiani, primo de Leopardi. En sus propias notas a este canto, Leopardi da fe de la sarcástica cita: "Palabras de un moderno al que se le debe toda su elegancia". (N. del T.)

Otra Iglesia Es Imposible - Casa Leopardi - Studenti - RAI Storia - El País - UNAM

Ilkusración: Retrato de Giacomo Leopardi por Domenico Morelli (detalle) Marche Beni Culturali


XXXIV - LA GINESTRA, O FIORE DEL DESERTO

          Καὶ ἠγάπησαν οἱ ἄνθρωποι µᾶλλον τὸ σκότος ἢ τὸ φῶς
          E gli uomini vollero piuttosto le tenebre che la luce
                                                                    (Giovanni, III, 19)

Qui su l’arida schiena
del formidabil monte
sterminator Vesevo,
la qual null’altro allegra arbor né fiore,
tuoi cespi solitari intorno spargi,
odorata ginestra,
contenta dei deserti. Anco ti vidi
de’ tuoi steli abbellir l’erme contrade
che cingon la cittade
la qual fu donna de’ mortali un tempo,
e del perduto impero
par che col grave e taciturno aspetto
faccian fede e ricordo al passeggero.
Or ti riveggo in questo suol, di tristi
lochi e dal mondo abbandonati amante
e d’afflitte fortune ognor compagna.
Questi campi cosparsi
di ceneri infeconde, e ricoperti
dell’impietrata lava,
che sotto i passi al peregrin risona;
dove s’annida e si contorce al sole
la serpe, e dove al noto
cavernoso covil torna il coniglio;
fûr liete ville e cólti,
e biondeggiâr di spiche, e risonâro
di muggito d’armenti;
fûr giardini e palagi,
agli ozi de’ potenti
gradito ospizio; e fûr cittá famose,
che coi torrenti suoi l’altèro monte
dall’ignea bocca fulminando oppresse
con gli abitanti insieme. Or tutto intorno
una ruina involve,
ove tu siedi, o fior gentile, e quasi
i danni altrui commiserando, al cielo
di dolcissimo odor mandi un profumo,
che il deserto consola. A queste piagge
venga colui che d’esaltar con lode
il nostro stato ha in uso, e vegga quanto
è il gener nostro in cura
all’amante natura. E la possanza
qui con giusta misura
anco estimar potrá dell’uman seme,
cui la dura nutrice, ov’ei men teme,
con lieve moto in un momento annulla
in parte, e può con moti
poco men lievi ancor subitamente
annichilare in tutto.
Dipinte in queste rive
son dell’umana gente
le magnifiche sorti e progressive.

 Qui mira e qui ti specchia,
secol superbo e sciocco,
che il calle insino allora
dal risorto pensier segnato innanti
abbandonasti, e vòlti addietro i passi,
del ritornar ti vanti,
e procedere il chiami.
Al tuo pargoleggiar gl’ingegni tutti,
di cui lor sorte rea padre ti fece,
vanno adulando, ancora
ch’a ludibrio talora
t’abbian fra sé. Non io
con tal vergogna scenderò sotterra;
ma il disprezzo piuttosto che si serra
di te nel petto mio,
mostrato avrò quanto si possa aperto;
bench’io sappia che obblio
preme chi troppo all’etá propria increbbe.
Di questo mal, che teco
mi fia comune, assai finor mi rido.
Libertá vai sognando, e servo a un tempo
vuoi di novo il pensiero,
sol per cui risorgemmo
della barbarie in parte, e per cui solo
si cresce in civiltá, che sola in meglio
guida i pubblici fati.
Cosí ti spiacque il vero
dell’aspra sorte e del depresso loco
che natura ci die’. Per queste il tergo
vigliaccamente rivolgesti al lume
che il fe’ palese; e, fuggitivo, appelli
vil chi lui segue, e solo
magnanimo colui
che sé schernendo o gli altri, astuto o folle,
fin sopra gli astri il mortal grado estolle.

     Uom di povero stato e membra inferme
che sia dell’alma generoso ed alto,
non chiama sé né stima
ricco d’òr né gagliardo,
e di splendida vita o di valente
persona infra la gente
non fa risibil mostra;
ma sé di forza e di tesor mendíco
lascia parer senza vergogna, e noma
parlando, apertamente, e di sue cose
fa stima al vero uguale.
Magnanimo animale
non credo io giá, ma stolto,
quel che nato a perir, nutrito in pene,
dice: — A goder son fatto, — 
e di fetido orgoglio
empie le carte, eccelsi fati e nòve
felicitá, quali il ciel tutto ignora,
non pur quest’orbe, promettendo in terra
a popoli che un’onda
di mar commosso, un fiato
d’aura maligna, un sotterraneo crollo
distrugge sí, ch'avanza
a gran pena di lor la rimembranza.
Nobil natura è quella
ch’a sollevar s’ardisce
gli occhi mortali incontra
al comun fato, e che con franca lingua,
nulla al ver detraendo,
confessa il mal che ci fu dato in sorte,
e il basso stato e frale;
quella che grande e forte
mostra sé nel soffrir, né gli odii e l’ire
fraterne, ancor piú gravi
d’ogni altro danno, accresce
alle miserie sue, l’uomo incolpando
del suo dolor, ma dá la colpa a quella
che veramente è rea, che de’ mortali
madre è di parto e di voler matrigna.
Costei chiama inimica; e incontro a questa
congiunta esser pensando,
siccom’è il vero, ed ordinata in pria
l’umana compagnia,
tutti fra sé confederati estima
gli uomini, e tutti abbraccia
con vero amor, porgendo
valida e pronta ed aspettando aita
negli alterni perigli e nelle angosce
della guerra comune. Ed alle offese
dell’uomo armar la destra, e laccio porre
al vicino ed inciampo,
stolto crede cosí, qual fôra in campo
cinto d’oste contraria, in sul piú vivo
incalzar degli assalti,
gl’inimici obbliando, acerbe gare
imprender con gli amici,
e sparger fuga e fulminar col brando
infra i propri guerrieri.
Cosí fatti pensieri
quando fien, come fûr, palesi al volgo;
e quell’orror che primo
contra l’empia natura
strinse i mortali in social catena,
fia ricondotto in parte
da verace saper; l’onesto e il retto
conversar cittadino,
e giustizia e pietade altra radice
avranno allor che non superbe fole,ove fondata probitá del volgo
cosí star suole in piede
quale star può quel c’ha in error la sede

     Sovente in queste rive,
che, desolate, a bruno
veste il flutto indurato, e par che ondeggi,
seggo la notte; e su la mesta landa,
in purissimo azzurro
veggo dall’alto fiammeggiar le stelle,
cui di lontan fa specchio
il mare, e tutto di scintille in giro
per lo vòto seren brillare il mondo.
E poi che gli occhi a quelle luci appunto,
ch’a lor sembrano un punto,
e sono immense, in guisa
che un punto a petto a lor son terra e mare
veracemente; a cui
l’uomo non pur, ma questo
globo, ove l’uomo è nulla,
sconosciuto è del tutto; e quando miro
quegli ancor piú senz’alcun fin remoti
nodi quasi di stelle,
ch’a noi paion qual nebbia, a cui non l’uomo
e non la terra sol, ma tutte in uno,
del numero infinite e della mole,
con l’aureo sole insiem, le nostre stelle
o sono ignote, o cosí paion come
essi alla terra, un punto
di luce nebulosa; al pensier mio
che sembri allora, o prole
dell’uomo? E rimembrando
il tuo stato quaggiú, di cui fa segno
il suol ch’io premo; e poi dall’altra parte,
che te signora e fine
credi tu data al Tutto; e quante volte
favoleggiar ti piacque, in questo oscuro
granel di sabbia, il qual di terra ha nome,
per tua cagion, dell’universe cose
scender gli autori, e conversar sovente
co’ tuoi piacevolmente; e che, i derisi
sogni rinnovellando, ai saggi insulta
fin la presente etá, che in conoscenza
ed in civil costume
sembra tutte avanzar; qual moto allora,
mortal prole infelice, o qual pensiero
verso te finalmente il cor m’assale?
Non so se il riso o la pietá prevale.

     Come d’arbor cadendo un picciol pomo,
cui lá nel tardo autunno
maturitá senz’altra forza atterra,
d’un popol di formiche i dolci alberghi
cavati in molle gleba
con gran lavoro, e l’opre,
e le ricchezze ch’adunate a prova
con lungo affaticar l’assidua gente
avea provvidamente al tempo estivo,
schiaccia, diserta e copre
in un punto; cosí d’alto piombando,
dall’utero tonante
scagliata al ciel profondo,
di ceneri e di pomici e di sassi
notte e ruina, infusa
di bollenti ruscelli,
o pel montano fianco
furiosa tra l’erba
di liquefatti massi
e di metalli e d’infocata arena
scendendo immensa piena,
le cittadi che il mar lá su l’estremo
lido aspergea, confuse
e infranse e ricoperse
in pochi istanti: onde su quelle or pasce
la capra, e cittá nove
sorgon dall’altra banda, a cui sgabello
son le sepolte, e le prostrate mura
l’arduo monte al suo piè quasi calpesta.
Non ha natura al seme
dell’uom piú stima o cura
ch’alla formica: e se piú rara in quello
che nell’altra è la strage,
non avvien ciò d’altronde
fuor che l’uom sue prosapie ha men feconde.

     Ben mille ed ottocento
anni varcâr poi che sparîro, oppressi
dall’ignea forza, i popolati seggi,
e il villanello intento
ai vigneti, che a stento in questi campi
nutre la morta zolla e incenerita,
ancor leva lo sguardo
sospettoso alla vetta
fatal, che nulla mai fatta piú mite
ancor siede tremenda, ancor minaccia
a lui strage ed ai figli ed agli averi
lor poverelli. E spesso
il meschino in sul tetto
dell’ostel villereccio, alla vagante
aura giacendo tutta notte insonne,
e balzando piú volte, esplora il corso
del temuto bollor, che si riversa
dall’inesausto grembo
sull’arenoso dorso, a cui riluce
di Capri la marina
e di Napoli il porto e Mergellina.
E se appressar lo vede, o se nel cupo
del domestico pozzo ode mai l’acqua
fervendo gorgogliar, desta i figliuoli,
desta la moglie in fretta, e via, con quanto
di lor cose rapir posson, fuggendo,
vede lontan l’usato
suo nido, e il picciol campo,
che gli fu dalla fame unico schermo,
preda al flutto rovente,
che crepitando giunge, e inesorato
durabilmente sovra quei si spiega.
Torna al celeste raggio
dopo l’antica obblivion, l’estinta
Pompei, come sepolto
scheletro, cui di terra
avarizia o pietá rende all’aperto;
e dal deserto fòro
diritto infra le file
de’ mozzi colonnati il peregrino
lunge contempla il bipartito giogo
e la cresta fumante,
ch’alla sparsa ruina ancor minaccia.
E nell’orror della secreta notte
per li vacui teatri,
per li templi deformi e per le rotte
case, ove i parti il pipistrello asconde,
come sinistra face
che per vòti palagi atra s’aggiri,
corre il baglior della funerea lava,
che di lontan per l’ombre
rosseggia e i lochi intorno intorno tinge.
Cosí, dell’uomo ignara e dell’etadi
ch’ei chiama antiche, e del seguir che fanno
dopo gli avi i nepoti,
sta natura ognor verde, anzi procede
per sí lungo cammino
che sembra star. Caggiono i regni intanto,
passan genti e linguaggi: ella nol vede:
e l’uom d’eternitá s’arroga il vanto.

     E tu, lenta ginestra,
che di selve odorate
queste campagne dispogliate adorni,
anche tu presto alla crudel possanza
soccomberai del sotterraneo foco,
che ritornando al loco
giá noto, stenderá l’avaro lembo
su tue molli foreste. E piegherai
sotto il fascio mortal non renitente
il tuo capo innocente:
ma non piegato insino allora indarno
codardamente supplicando innanzi
al futuro oppressor; ma non eretto
con forsennato orgoglio inver’ le stelle,
né sul deserto, dove
e la sede e i natali
non per voler ma per fortuna avesti;
ma piú saggia, ma tanto
meno inferma dell’uom, quanto le frali
tue stirpi non credesti
o dal fato o da te fatte immortali.

viernes, julio 19, 2013

Poemas elegidos, 69


Guillermo Boido
(Buenos Aires, 1941-2013)


L'infinito, de Giacomo Leopardi
Nunca tuve por costumbre honrar a aquellos a quienes he admirado y admiro por medio de retratos como los que frecuentemente adornan los estantes de una biblioteca o las paredes de una habitación. Sin embargo, jamás pude concebir un cuarto de trabajo que no estuviera presidido por la fotografía de un autor a quien, a lo largo de mi vida, he venerado sin reparos: Bertrand Russell. Hace mucho tiempo, en una remota adolescencia de la que pocos recuerdos sobreviven, yo andaba leyendo de aquí y de allá, desordenadamente, fragmentos de ciencia, temas de filosofía, algunos poemas. Parecían provenir de ámbitos estancos, galaxias incomunicadas, islotes de conocimiento separados por un mar imposible de ser atravesado por navío alguno. Hasta que un día descubrí un texto de Russell, incluido en su libro El impacto de la ciencia en la sociedad, de 1952, en el que mostraba que todas mis creencias eran pura arbitrariedad y prejuicio. Con envidiable claridad, sostenía que, si bien toda ciencia requiere el sustento de una filosofía, ésta ha ido variando de tiempo en tiempo. Russell recordaba entonces la de los philosophes del siglo XVIII  A juicio de éstos, el mundo carece de propósito, y el hombre es un episodio insignificante. La vastedad del universo les había producido un fuerte sentimiento de pequeñez y les había inspirado una nueva forma de humildad, que la ciencia debía respetar. Este punto de vista, agregaba Russell, “está muy bien expresado en un pequeño poema de Leopardi que refleja, más aproximadamente que cualquier otro que me sea conocido, mi propio sentir acerca del universo y de las pasiones humanas”. El poema era L’infinito, que Russell transcribe en la hermosa traducción de Robert Trevelyan: Dear to me always was this lonely hill / And this hedge that excludes so large a part /Of the ultimate horizon from my view…
A la hora  de escoger una versión castellana del poema de Leopardi, recordé las vicisitudes de los traductores, tal como han sido presentadas en un notable trabajo de P. L. Ladrón de Guevara Mellado, “L'infinito de Leopardi: evolución histórica de su traducción al castellano” (1991). Pero preferí dejar tales consideraciones en manos de los filólogos y escoger aquella traducción incluida en el remoto texto de Russell, leído en mi adolescencia y que aún conservo, a partir del cual comencé a comprender que en un mismo discurso pueden coexistir ciencia, filosofía y poesía, porque la unidad de la cultura humana no admite ámbitos estancos, galaxias incomunicadas, islotes de conocimiento separados por un mar imposible de ser atravesado por navío alguno. Es la que sigue.




El infinito

Siempre caro me fue este  monte yermo
y este seto que tanta parte excluye
del último horizonte a la mirada.
Mas sentado y mirando, un infinito
espacio tras aquélla, un sobrehumano
silencio y una calma profundísima
en mi  mente imagino, con que casi
me tiembla el corazón. Oyendo el viento
murmurar en las ramas me descubro
comparando su voz al infinito
silencio, y en lo eterno pienso entonces,
en las estaciones muertas, y en la presente,
viva, y en sus sonidos. Y de este modo
en esta inmensidad se hunde mi pensamiento:
y es dulce naufragar en este mar.

Giacomo Leopardi (Recanati, 1798-Nápoles, 1837)
Traducción de Juan Novella Domingo
---
Foto: Guillermo Boido por Ana Laura Monserrat

jueves, enero 24, 2013

Giacomo Leopardi / Las remembranzas, 7







Las remembranzas

(Séptima y última parte. Todo el poema, aquí)

¡Oh Nerina! De ti tal vez no oigo
hablar en estos sitios. ¿Caída quizás
de mi pensar estás? ¿Dónde has ido
que aquí sólo de ti el recuerdo
encuentro, dulzura mía? ¿No te ve más
esta tierra natal, y esa ventana,
donde ayer usabas fabularme y donde
triste luce la luz de las estrellas,
está desierta? ¿Dónde estás que no oigo
tu voz sonar, como una vez un día
cuando a solas cada lejano acento
de tu labio hacía a mi rostro
palidecer? Otro tiempo. Tus días
fueron, mi dulce amor. Pasaste. A otros
el paso por la tierra hoy tocó en suerte
y habitar estas fragantes colinas.
Pero rápida pasaste; y como un sueño
fue tu vida. Ibas danzando, enfrente
la alegría esplendía, esplendía en tus ojos
aquel confiado imaginar, aquel fulgor
de juventud, cuando las secó el hado,
y yacías. ¡Ay Nerina! En mi corazón
el antiguo amor. Si a fiestas a veces,
si a tertulias me dirijo, a mí mismo
me digo: Nerina a fiestas ni saraos
tú te aprontas más, ya no te mueves.
Si mayo vuelve y retoños y sones
los amantes les traen a sus muchachas,
digo: Nerina mía, para ti no vuelve
ya más la primavera, no vuelve el amor
Cada día sereno, cada florida
ribera que miro y gozo que siento,
digo: Nerina no goza más, los campos,
el aire no mira. Ay, pasaste, eterno
suspiro mío: pasaste: fiel compañía
de cada vago imaginar mío, todos
mis tiernos sentidos, tristes y caras
cosas del corazón, agria remembranza.

Giacomo Leopardi (Recanati, 1798-Nápoles, 1837)
Versión de Ángel Faretta


Nota del traductor:
¿Quién ha sido esta Nerina a la que Leopardi pone un nombre clásico de impronta romana a la manera de los líricos latinos, similar a la Nerea que aparece en la tercera égloga de Virgilio?
Se han barajado dos hipótesis, que fuera Teresa Fattorini o Maria Bellardinelli. Si fuere ésta, al parecer rubia y que tenía sus habitaciones frente a la ventana del castillo paterno del poeta en Recanati, murió en 1827 casi seguramente de tisis, un año antes del segundo regreso del poeta a su casa natal.
Nerina es un nombre siciliano, derivado de griego Nerea/Nereo y vuelto Neri en la misma isla desde luego asociado a nero, “negro”, y Nerina -su femenino- tal vez pueda ser un nombre apocopado de Venerina, uso más que ancestral italiano y que volviera a Durante en Dante y Alessandro en Sandro.
También lo empleó más de un siglo antes Torquato Tasso en su drama Aminta.
Imagino que en el atanor creativo de Leopardi pudieron intervenir, sumándose, el nombre latino clásico de Virgilio, su relación con lo negro y, antes de su apócope, con Venerina, pequeña -o efímera- Venus.



O Nerina! e di te forse non odo
Questi luoghi parlar? caduta forse
Dal mio pensier sei tu? Dove sei gita,
Che qui sola di te la ricordanza
Trovo, dolcezza mia? Più non ti vede
Questa Terra natal: quella finestra,
Ond'eri usata favellarmi, ed onde
Mesto riluce delle stelle il raggio,
E' deserta. Ove sei, che più non odo
La tua voce sonar, siccome un giorno,
Quando soleva ogni lontano acento
Del labbro tuo, ch'a me giungesse, il volto
colorarmi? Altro tempo. I giorni tuoi
Furo, mio dolce amor. Passasti. Ad altri
Il passar per la terra oggi è sortito,
E l'abitar questi odorati colli.
Ma rapida passasti; e come un sogno
Fu la tua vita. Ivi danzando; in fronte
La gioia ti splendea, splendea negli occhi
Quel confidente immaginar, quel lume
Di gioventù, quando spegneali il fato,
E giacevi. Ahi Nerina! In cor mi regna
L'antico amor. Se a feste anco talvolta,
Se a radunanze io movo, infra me stesso
Dico: o Nerina, a radunanze, a feste
Tu non ti acconci più, tu più non movi.
Se torna maggio, e ramoscelli e suoni
Van gli amanti recando alle fanciulle,
Dico: Nerina mia, per te non torna
Primavera giammai, non torna amore.
Ogni giorno sereno, ogni fiorita
Piaggia ch'io miro, ogni goder ch'io sento,
Dico: Nerina or più non gode; i campi,
L'aria non mira. Ahi tu passasti, eterno
Sospiro mio: passasti: e fia compagna
D'ogni mio vago immaginar, di tutti
I miei teneri sensi, i tristi e cari
Moti del cor, la rimembranza acerba.

Ilustración: Veduta del Golfo di Pozzuoli, c.1770, Pietro Fabris

jueves, enero 10, 2013

Giacomo Leopardi / Las remembranzas, 6




Las remembranzas

(Sexta parte)

¿Quién remembrar puede sin suspiros,
oh primer fragor de juventud, o días
deliciosos, inefables, cuando
al afanado mortal primeramente
sonríen las doncellas y a su alrededor
cada cosa sonríe, la envidia calla,
no despierta y aún benigna; y casi
(¡inusitada maravilla!) el mundo
la diestra en su auxilio extiende,
excusa los errores y festeja al recién
llegado a la vida, e inclinándose
parece que por amor lo acoge y nombra?
¡Días fugaces! Semejantes a un rayo
se diluyen. ¿Y qué mortal ignaro
puede uno ser de la pena, pasada
esa vaga estación, si su buen tiempo,
juventud, ay juventud, está extinta?

Giacomo Leopardi (Recanati, 1798-Nápoles, 1837)
Versión de Ángel Faretta

Chi rimembrar vi può senza sospiri,
o primo entrar di giovinezza, o giorni
vezzosi, inenarrabili, allor quando
al rapito mortal primieramente
sorridon le donzelle; a gara intorno
ogni cosa sorride; invidia tace,
non desta ancora ovver benigna; e quasi
(inusitata maraviglia!) il mondo
La destra soccorrevole gli porge,
scusa gli errori suoi, festeggia il novo
suo venir nella vita, ed inchinando
mostra che per signor l'accolga e chiami?
Fugaci giorni! a somigliar d'un lampo
son dileguati. E qual mortele ignaro
di sventura esser può, se a lui già scorsa
quella vaga stagion, se il suo buon tempo,
se giovanezza, ahi giovanezza, è spenta?
Si la juventud, ay, juventud, está apagada.

Ilustración: Vista de la bahía de Nápoles, 1829, Carl Gustav Carus

sábado, octubre 27, 2012

Giacomo Leopardi / Las remembranzas, 5




Las remembranzas

(Quinta parte)

Ya en el primer juvenil tumulto
de contentos, angustias y deseos,
a la muerte llamé más largamente,
me senté allí junto a la fuente
pensando cesar dentro esas aguas
mi esperanza y dolor. Luego por ciego
malor *, llevado de la vida a fuerza,
lloré la bella juventud, la flor
de mis pobres días que al tiempo
caía, a menudo en la hora tarda, sentado
en sabio lecho, dolorosamente
junto a la mórbida ** luz poetizando,
lamenté con el silencio y la noche
el fugitivo espíritu, y a mí mismo,
en languidez, canté fúnebre canto.


Giacomo Leopardi (Recanati, 1798-Nápoles, 1837)
Versión de Ángel Faretta

Notas del traductor
*: dejo “malor”, así en el original, puesto que es un apócope, posiblemente creado por el propio Leopardi, siendo una figura a la que la lengua italiana se presta con maravillosa plasticidad (v. g. amor/e, dolor/e) que suma “malora” y “malore”. La primera es “irse al diablo” y el segundo un “ataque súbito” o un “soponcio”. “Malora” habrá pasado al castellano como apócope, a su vez, de “en mala hora”.
 Habría que dejar siquiera apuntado, que la vida y la obra poética de Leopardi (1798-1837) es paralela al despliegue de la corriente del “bel canto”, que músicos como Bellini, Donizetti y Rossini llevaron a su cima expresiva. Ese mismo estilo -el primero de los tres modos operísticos italianos del siglo diecinueve y comienzos del veinte, junto al romántico (Verdi) y al verista (Puccini)-, fue aquel que por razones eufónicas empleara en sus textos líricos más decididamente esta figura estilística.

**: En el original, fioca. Nota bene inevitable para argentinos: “Fioca” es “mórbido”, “blando”, “enfermizo”, por la blandura que conllevan las fiebres, por ejemplo. De allí pasó derecho viejo a nuestro lunfardo como hombre mantenido por las mujeres, en especial las prostitutas. Este “fioca” derivó luego en “fiolo”, donde todavía más o menos sobrevive en la mediatarde del acerbo prostibulario, ya diluido en la globalización sexual.

E già nel primo giovanil tumulto
di contenti, d'angosce e di desio,
morte chiamai più volte, e lungamente
mi sedetti colà su la fontana
pensoso di cessar dentro quell'acque
la speme e il dolor mio. Poscia, per cieco
malor, condotto della vita in forse,
piansi la bella giovanezza, e il fiore
de' miei poveri dì, che sì per tempo
cadeva: e spesso all'ore tarde, assiso
sul conscio letto, dolorosamente
alla fioca lucerna poetando,
lamentai co' silenzi e con la notte
il fuggitivo spirto, ed a me stesso
in sul languir cantai funereo canto.

Ilustración: Arboles en el Gein y luna llena, 1907, Piet Mondrian

sábado, agosto 11, 2012

Giacomo Leopardi / La calma después de la tormenta



La calma después de la tormenta

Ha pasado la tormenta:
oigo pájaros festejar, y la gallina
de regreso a la calle,
que repite su verso. Y ahora el cielo puro
rompe más allá del poniente en la montaña;
se aclara la campaña
y limpio en el valle aparece el río.
Cada corazón vuelve a alegrarse, en todo sitio
resurge el rumor,
vuelve el trabajo cotidiano.
El artesano mira el húmedo cielo
y su obra entre las manos, cantando,
hace en el umbral. A probar
sale la mujercita el agua
de la lluvia nueva;
el herborista renueva
de sendero en sendero
el grito jornalero.
Y he aquí el Sol que retorna, que sonríe
por colinas y aldeas. Abren los balcones,
abre la familia terrazas y galerías;
y de la calle principal sube lejano
tintineo de cencerros; el carruaje chirría
con los pasajeros que retoman su camino.

Vuelve a alegrarse cada corazón.
Tan dulce, tan grata,
¿cuándo como ahora es la vida?,
¿cuándo con mayor amor
el hombre sus estudios recomieza,
o vuelve a las obras o algo nuevo emprende
y la mente se olvida de los males?
Placer, hijo del afán;
alegría vana que es fruto
del temor pasado cuando se estremeció
y espantó de la muerte
quien aborrece la vida;
cuando en largo tormento
frías, pálidas, silenciosas,
sudaron gentes y se agitaron viendo
venir para ofendernos
fulgores, nubarrones, viento.

Oh cortés naturaleza,
estos son tus dones,
estos los deleites son
que tú das a los mortales. Salir de la pena
es para nosotros el goce.
Con larga mano penas esparces; surge
espontáneo el dolor: y el placer que como
monstruo o milagro a veces
nace del afán, es la gran ganancia. ¡Humana
prole, querida por los dioses!, tan feliz
si respirar te permiten
en algún dolor; dichosa
si de todo dolor muerte te sana.

Giacomo Leopardi (Recanati, 1798-Nápoles, 1837) Canti, Asociación Dante Alighieri, Buenos Aires, 1987
Versión: J. Aulicino

La quiete dopo la tempesta

Passata è la tempesta:
odo augelli far festa, e la gallina,
tornata in su la via,
che ripete il suo verso. Ecco il sereno
rompe là da ponente, alla montagna;
sgombrasi la campagna,
e chiaro nella valle il fiume appare.
Ogni cor si rallegra, in ogni lato
risorge il romorio
torna il lavoro usato.
L'artigiano a mirar l'umido cielo,
con l'opra in man, cantando,
fassi in su l'uscio; a prova
vien fuor la femminetta a còr dell'acqua
della novella piova;
e l'erbaiuol rinnova
di sentiero in sentiero
il grido giornaliero.
Ecco il Sol che ritorna, ecco sorride
per li poggi e le ville. Apre i balconi,
apre terrazzi e logge la famiglia:
e, dalla via corrente, odi lontano
tintinnio di sonagli; il carro stride
del passegger che il suo cammin ripiglia.

Si rallegra ogni core.
Sì dolce, sì gradita
quand'è, com'or, la vita?
quando con tanto amore
l'uomo a' suoi studi intende?
o torna all'opre? o cosa nova imprende?
quando de' mali suoi men si ricorda?
Piacer figlio d'affanno;
gioia vana, ch'è frutto
del passato timore, onde si scosse
e paventò la morte
chi la vita abborria;
onde in lungo tormento,
fredde, tacite, smorte,
sudàr le genti e palpitàr, vedendo
mossi alle nostre offese
folgori, nembi e vento.

O natura cortese,
son questi i doni tuoi,
questi i diletti sono
che tu porgi ai mortali. Uscir di pena
è diletto fra noi.
Pene tu spargi a larga mano; il duolo
spontaneo sorge: e di piacer, quel tanto
che per mostro e miracolo talvolta
nasce d'affanno, è gran guadagno. Umana
prole cara agli eterni! assai felice
se respirar ti lice
d'alcun dolor: beata
se te d'ogni dolor morte risana.


Ilustración: Campo de trigo con segador, 1889, Vincent Van Gogh

martes, julio 31, 2012

Giacomo Leopardi / Las remembranzas, 4


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Las remembranzas

(Cuarta parte)

¡Oh esperanzas amenos engaños
de mi primera edad! Siempre hablando
regreso a ustedes; por andar el tiempo,
por variar de afectos y pensamientos
borrarlas no sé. Fantasmas comprendo,
son la gloria y el honor; delicias y bienes
meros deseos; no tiene la vida un fruto,
inútil miseria. Y si bien vacíos
son mis años, si bien desierto, oscuro,
es mi estado mortal, poco me afecta
la fortuna, bien veo. Ay, de vez en cuando
vuelvo a pensar en los viejos afanes
y aquel caro imaginar mío primero;
más luego contemplo mi vivir tan vil
y doliente que la muerte es aquello
que de esperanza hoy se me queda;
siento cerrar el corazón y del todo
consolarme no sé de mi destino.
Y aún cuando esta invocada muerte
me estaría al lado y sea también el final
de mi desventura; cuando la tierra
sea extranjero valle y de mi mirada
huirá el porvenir; de ustedes por cierto
me habré de acordar; y esa imagen aún  
suspirar me hará; y gustaré lo acerbo
de haber vivido en vano; y la dulzura
del día fatal retemplará ese afán mío.

Giacomo Leopardi (Recanati, 1798-Nápoles, 1837)
Versión de Ángel Faretta

O speranze, speranze; ameni inganni         
della mia prima età! sempre, parlando,     
ritorno a voi; che per andar di tempo,
per variar d'affetti e di pensieri,
obbliarvi non so. Fantasmi, intendo,         
son la gloria e l'onor; diletti e beni
mero desio; non ha la vita un frutto,
inutile miseria. E sebben vòti
son gli anni miei, sebben deserto, oscuro
il mio stato mortal, poco mi toglie
la fortuna, ben veggo. Ahí, ma qualvolta
a voi ripenso, o mie speranze antiche,
ed a quel caro immaginar mio primo;
indi riguardo il viver mio sì vile
E sì dolente, e che la morte è quello
che di cotanta speme oggi m'avanza;
sento serrarmi il cor, sento ch'al tutto
consolarmi non so del mio destino.
E quando pur questa invocata morte
sarammi allato, e sarà giunto il fine
della sventura mia; quando la terra
mi fia straniera valle, e dal mio sguardo
fuggirà l'avvenir; di voi per certo
risovverrammi; e quell’imago ancora
sospirar mi farà, farammi acerbo
l'esser vissuto indarno, e la dolcezza
del dì fatal tempererà d'affanno.

Ilustración: La rue, 1935, Balthus

miércoles, mayo 16, 2012

Giacomo Leopardi / Las remembranzas, 3



La primera parte de este poema, aquí
La segunda parte, aquí

Las remembranzas
de Leopardi

Versión de Angel Faretta

(Tercera parte)

El viento trae el sonido de la hora
Desde la torre del burgo. Era consuelo,
me acuerdo, este sonido a mis noches
Cuando muchacho, en la oscura estancia
por asiduos terrores yo vigilaba
Anhelando la mañana. Aquí no hay cosa
Que vea o sienta donde una imagen dentro
No regrese, y un dulce recordar no surja.
Dulce por sí, pero con dolor implique
El pensar del presente, un vano deseo
Del pasado, todavía triste y decir: fui.
Aquella logia allá, vuelta a los últimos
Rayos del día; estos muros pintados,
Esas fintas manadas, el sol que nace
Sobre el campo vacío, a mis ocios
Daban mil deleites mientras al flanco,
Susurrando, iba mi más profundo error
donde fuere. En estas viejas salas,
Al claror de las nieves, junto a estas
Amplias ventanas si ululaba el viento
Resonando en mi solaz y gratas
Voces, cuando el acerbo e indigno
Misterio de las cosas se nos muestra
Pleno de dulzura; intonsa y completa,
El mozuelo, como inexperto amante,
a su propia vida engañosa adorna
Y la celeste beldad fingiendo admira.

Giacomo Leopardi (Recanati, 1798-Nápoles, 1837)


Viene il vento recando il suon dell'ora    
Dalla torre del borgo. Era conforto               
Questo suon, mi rimembra, alle mie notti,
Quando fanciullo, nella buia stanza,         
Per assidui terrori io vigilava,
Sospirando il mattin. Qui non è cosa
Ch'io vegga o senta, onde un'immagin dentro
Non torni, e un dolce rimembrar non sorga.    
Dolce per se; ma con dolor sottentra
Il pensier del presente, un van desio
Del passato, ancor tristo, e il dire: io fui.
Quella loggia colà, volta agli estremi
Raggi del dì; queste dipinte mura,                   
Quei figurati armenti, e il Sol che nasce
Su romita campagna, agli ozi miei
Porser mille diletti allor che al fianco
M'era, parlando, il mio possente errore
Sempre, ov'io fossi. In queste sale antiche,     
Al chiaror delle nevi, intorno a queste
Ampie finestre sibilando il vento,                   
Rimbombaro i sollazzi e le festose
Mie voci al tempo che l'acerbo, indegno
Mistero delle cose a noi si mostra
Pien di dolcezza; indelibata, intera
Il garzoncel, come inesperto amante,              
La sua vita ingannevole vagheggia,          
E celeste beltà fingendo ammira



Ilustración: La foce del Cinquale, 1928, Carlo Carrà

jueves, febrero 09, 2012

Giacomo Leopardi / Las remembranzas, 2




















La primera parte de este poema, aquí

Las remembranzas
de Leopardi

Versión y notas de Ángel Faretta

[Segunda parte]

Ni el corazón diría que la verde edad
Estaba condenado a extinguir en este
Nativo burgo salvaje entre una gente
Zafia, vil: a quienes palabras raras
Son causa de risas y de burlas como
doctrina y saber; que me odia y huye
No ya por envidia, que no me tiene
Mucha, sino porque imagina que tal              
valor tenga para mí, si bien de fuera
A nadie jamás siquiera lo señalo.
Paso los años, desahuciado, solo,
Sin amor ni vida; y áspero por fuerza    
Entre todos ellos malo me vuelvo,
Me despojo de piedad y de virtud
Y me hago despreciador de hombres
Entre este rebaño, en tanto vuela
El caro tiempo juvenil, más querido
Que la fama y el lauro, más que la pura  
Luz del día y el respirar: te pierdo
Sin un deleite, inútilmente, en este
Morar inhumano, entre los afanes,
Oh de la yerma vida única flor.
         
Giacomo Leopardi (Recanati, 1798-Nápoles, 1837)


Nè mi diceva il cor che l'età verde
Sarei dannato a consumare in questo
Natio borgo selvaggio, intra una gente
Zotica, vil; cui nomi strani, e spesso
Argomento di riso e di trastullo,
Son dottrina e saper; che m'odia e fugge,
Per invidia non già, che non mi tiene
Maggior di se, ma perchè tale estima
Ch'io mi tenga in cor mio, sebben di fuori
A persona giammai non ne fo segno.
Qui passo gli anni, abbandonato, occulto,
Senz'amor, senza vita; ed aspro a forza
Tra lo stuol de' malevoli divengo:
Qui di pietà mi spoglio e di virtudi,
E sprezzator degli uomini mi rendo,
Per la greggia ch'ho appresso: e intanto vola
Il caro tempo giovanil; più caro
Che la fama e l'allor, più che la pura
Luce del giorno, e lo spirar: ti perdo
Senza un diletto, inutilmente, in questo
Soggiorno disumano, intra gli affanni,
O dell'arida vita unico fiore.


 “La verde edad...” Aquí reaparece o se reconfigura el topos de la “fanciulezza” como mitologema efébico y paradisíaco. Veamos este pensamiento de Leopardi (el 102 según las ediciones) y su perfecta continuidad con lo pensado un siglo antes por Vico.
  “Gli anni della fanciullezza sono, nella memoria di ciascheduno, quasi i tempi favolosi della sua vita, come, nella memoria delle nazioni, i tempi favolosi sono quelli della fanciullezza delle medesime.”
 “Los años de la juventud son, en la memoria de cada quién, casi tiempos fabulosos de su vida, como en la memoria de las naciones los tiempos fabulosos son aquellos de la juventud de las mismas.”
 Vico:
 “Ne’ fanciulli é vigorosísima la memoria, quindi vivida all exceso la fantasia ch’altro non é che memoria o dilatatta o composta”.
Quella Degnitá e il Principio dell’ evidenza delle Imagini Poetiche, che dovete formare il primo Mondo fanciullo”.
 “En los niños es vigorosísima la memoria, por ello mismo su fantasía es vívida en exceso, pues ésta no es otra cosa que memoria dilatada compuesta”.
 También:
“Este axioma (*) es el Principio de la evidencia de las Imágenes Poéticas, que debieron formar el primer Mundo en su infancia.” Ciencia Nueva, Tercera edición –1744. I-L

*: Vico –claro está- escribe y piensa en “Dignidad” en vez de “axioma” como se traduce y lo hago aquí sumada esta nota al pie. Téngase presente que Vico es antes que nada jurista.
  Esta “fanciulleza” que debería volcarse como “muchachez” no es la infancia en cuanto a estado sinónimo de primitivo o de salvaje. Si no del primer curso providencial en los pueblos que da lugar al lenguaje mitopoético.
 Como puede notarse aquí se da, y una vez más, el doble vínculo casi inmemorial que tiene el pensar y poetizar italianos con respecto a la vida agreste y campesina. Por un lado tales loci son emblemas de la paz, el sosiego y el retiro lejos de los afanes mundanos y citadinos -es decir ya burgueses- y por el otro síntoma del abandono e incuria en que se ha caído en tales sitios aislados luego de haber participado o intentado participar de los negotii del mundo urbano.
 Lo tenemos ya en Horacio con su topos del “Beatus Ille” y su quinta sabina opuesta a la Urbs. Luego en Boccaccio y sus tránsfugas citadinos huyendo de la peste hacia un retiro campesino.
 Tenemos más adelante un ejemplo contundente de ello en la célebre carta de Maquiavelo a su amigo Francesco Vettori del 10 de diciembre de 1513, durante su ostracismo en su propiedad de San Casciano y donde le anuncia entre otras cosas que ha compuesto un tratado con el título De Principatibus.
 “Trasferiscomi poi in su la strada nel l’hosteria, parlo con quelli che passono, domando delle nueve de’ paesi loro (...) Venuta la sera, mi ritorno in casa, et entro nel mio scrittoio; et in su l’uscio mi spoglio quella vesta cotidiana piena di fango et di loto, et mi metto pan reali et curiali (...)”
  “Me traslado luego a la posada que está sobre el camino, charlo con aquellos que pasan, les demando nuevas de sus pagos(...) Al caer la tarde, regreso a casa, y entro en mi escritorio, y allí me despojo de las ropas cotidianas llenas de barro y lodo y me pongo paños reales y curiales (...)”
 Tras un extenso hiato barroco, tenemos este doble vínculo nuevamente en Leopardi, escritor bisagra si los hay; luego ya en prosa en “I promessi spossi” –siempre mal traducida como “Los novios”- y a su manera en el epos siciliano de Giovanni Verga. En poesía será retomado en el eglogismo ya nostálgico sumado a un cristianismo tolstoiano algo imbuido de sentimentalismo en Giovanni Pascoli y su figura del fanciullo a quien dedica todo un tratado filosófico.
 El también siciliano Pirandello desde luego que no falta a la cita y en una de sus primeras obras dialectales Lumíe di Sicilia -Limas de Sicilia- eleva en drama de oposición absoluto entre campo-ciudad. El primer topos manifestación de lo fértil y de lo fructífero, y la ciudad adonde se ha ido -o caído la novia de juventud del protagonista, lugar de perdición, falsedad e hipocresía, remarcado esto por el trabajo de actriz que ha tomado la que ha huido del campo a la ciudad.
 El topos de la “fanciulezza” será vuelto a reconfigurar por Pavese y Pasolini pero ya en pugna total con el mundo moderno industrial. Donde esa condición representa al mundo agrario y campesino contra la “adultez industrial”. O  también de su corrupción cuando la fanciulezza se traslada del “paese” a la “cittá”.
 ¿Hemos los argentinos debido a esta presencia italiana ya más que centenaria en nuestra configuración como nación, cultura y espíritu, traído desde allí hasta aquí buena parte de este doble sentimiento y vínculo con el campo, la vida rural y lo agrario en general?
---
Ilustración: Due fanciulli che disegnano, 1835, Giacomo Trecourt

martes, enero 24, 2012

Giacomo Leopardi / Las remembranzas






Las remembranzas
de Leopardi

Versión y notas de Angel Faretta

(Primera parte)

Fugaces estrellas de la Osa Mayor no creí
Volver otra vez a diario a contemplarlas
Sobre el jardín paterno centelleantes
Y rumiar con ustedes desde las ventanas
De este albergue en que habité de joven
Cuando de mis alegrías supe el final.
En un tiempo cuántas imágenes y locuras
Me indujeron a pensar el aspecto vuestro
Y vuestras luces compañeras cuando
Silencioso y sentado en verde barbecho
Gran parte de las tardes solía pasar
Mirando el cielo y oyendo el canto
De la rana remota en la campaña
La luciérnaga erraba entre los setos
Y los canteros y al viento susurraban
Las sendas perfumadas y los cipreses
Allá en el bosque y bajo el patrio techo
Se oían voces alternas y las tranquilas
Tareas domésticas. Y qué pensar inmenso,
Qué dulces sueños me inspiró la vista
De aquel mar lejano, esos montes azules
Que desde acá entreveo y cruzar un día
Yo pensaba. Arcanos mundos, arcana
Felicidad fingiendo en el vivir mío
Ignaro de mi hado y cuántas veces
Ésta, mi vida dolorosa e inerte
Mi voluntad con muerte habría trocado.

Giacomo Leopardi (Recanati, 1798-Nápoles, 1837)

Le ricordanze

Vaghe stelle dell’Orsa, io non credea
Tornare ancor per uso a contemplarvi
Sul paterno giardino scintillanti,
E ragionar con voi dalle finestre
Di questo albergo ove abitai fanciullo,
E delle gioie mie vidi la fine.
Quante immagini un tempo, e quante fole
Creommi nel pensier l’aspetto vostro
E delle luci a voi compagne! allora
Che, tacito, seduto in verde zolla,
Delle sere io solea passar gran parte
Mirando il cielo, ed ascoltando il canto
Della rana rimota alla campagna!
E la lucciola errava appo le siepi
E in su l’aiuole, susurrando al vento
I viali odorati, ed i cipressi
Là nella selva; e sotto al patrio tetto
Sonavan voci alterne, e le tranquille
Opre de’ servi. E che pensieri immensi,
Che dolci sogni mi spirò la vista
Di quel lontano mar, quei monti azzurri,
Che di qua scopro, e che varcare un giorno
Io mi pensava, arcani mondi, arcana
Felicità fingendo al viver mio!
Ignaro del mio fato, e quante volte
Questa mia vita dolorosa e nuda
Volentier con la morte avrei cangiato.


Fugaces estrellas de la Osa Mayor: el incipit de este poema fue empleado por Luchino Visconti como título de su film de 1965, conocido en otros lugares como Sandra -nombre de la protagonista- y entre nosotros con el legendariamente estúpido título de Atavismo impúdico -“por el asunto ese del incesto”, como dijo legendariamente una jefa de prensa de aquel tiempo.
La primera palabra, vaghe, ya es desvelo de traductores. No para el traductor de la edición de Aguilar -hombre feliz a su manera- Miguel Romero Martínez- que directameente la eliminó.
Otros u otras –como Loreto Bousquets- la vierten por “vagas”, y hasta, otros, por “dulces”. En realidad puede ser una cosa y la otra como también un deleite, un gusto. Pero en cuanto a cosa pasajera, anhelo inalcanzable. Por cierto el Hoepli tanto en su edición de 1917, en la reedición de 1948, como en la actual, no la contiene. Sí a vaghezza, con lo cual todo parece complicarse. Así significa “impresión”, “vaguedad”, y también “placer”, “gozo”, “deseo”, “anhelo”.
Vaghe podría ser una invención del propio Leopardi, aunque éste detestaba los neologismos. Es posible entonces que sea una apocopación del poeta, a la que el idioma italiano se presta con total plasticidad, de allí que sea el mejor idioma para el canto.
Claro que vaghe-vaghezza expresa un deseo fugaz, un anhelo por lo lejano, tal vez en consonancia con el término sehnsucht casi contemporáneo de los románticos alemanes, con los cuales -sin embargo- Leopardi no tiene muchos otros contactos.
 Por eso optamos por “fugaces” Porque “vagas” además, entre nosotros, referiría más bien al moverse sin sentido, pero aquí es el poeta en sus ricordanze quien les da sentido a su paso. En consonancia -de ser cierta- con la respuesta dada según se cuenta por Hegel a su amigo Heine. “No son las estrellas, Heinrich, es lo que nosotros ponemos en ellas”.

Sobre el jardín paterno: estamos en 1829. En la primavera más exactamente. Leopardi ha vuelto nuevamente a la casa paterna en Recanati, pequeña ciudad ubicada en la región de Le Marche, que forma parte nuevamente de los Estados Pontificios tras el congreso de Viena y las guerras napoleónicas que asolaron la ciudad tras llegar a Italia con la promesa de unidad territorial bajo un solo dominio...
También es el cíclico regreso del poeta a vivir con su padre, el conde Monaldo. Éste ha sido objeto de todo tipo de reconstrucciones líricas por parte del poeta, haciéndoselo así un precipitado de provincialismo, limitación de mollera y de imaginación. Siendo por el contrario el conde un hombre cultísimo cuya vasta biblioteca sirviera a Leopardi desde niño a formarse una vasta cultura y conocimiento de idiomas. Pero -como tantos otros luego- Leopardi necesitará de un lar natal del que huir y extrañar, así como de una figura paterna algo terrible, titánica y hasta jupiteriana, contra las que edificar sus pugnas y polémicas para construir lo que Kafka llamará en el siglo veinte “tentativas de fuga de la esfera paterna”.

Barbecho: “zolla” en el original. “Terrón”, “labrantío”. Opto por “barbecho” además porque éste viene de latín vervactum, derivada a su vez de vervarege, que es el arar la tierra en primavera. Que es precisamente lo que busca expresar aquí Leopardi con su añoranza de un tiempo juvenil que se corresponde con la primavera y con el estar abierto, “en barbecho”.

Mi voluntad con muerte: en el original volentier, “de manera voluntaria”, “con gusto”, que el italiano emplea todavía hoy para aceptar una invitación a beber otra copa de vino –por ejemplo. Elijo “mi voluntad”, además de razones de medida para reproducir en parte el original, porque el autor fue de los primeros en conocer en Italia y fuera de Alemania en general la obra de Schopenhauer, de la cual -como en este poema- muchas veces su lírica es un reflejo casi permanente.
Por eso es que aquí esta voluntad que hubiera cambiado una vida desdichada y vacía por la muerte, no es más que otra representación de aquella Wille omnívora del filósofo alemán.
Es decir le ricordanze a las que se entrega el yo lírico, el circular habitar ahora en la casa paterna y en el lar natal -el paese italiano y el pago nuestro- es también impuesto mediante una representación por la propia Voluntad que podría haber trocado esa vida inerte en muerte.
El otro autor que influyera, aunque de manera secreta -como habría de suceder por más de un siglo en casi toda Europa- fue Sade.
En Sade encontrará Leopardi una filosofía de un biologismo desesperado, la de una physis malvada que le servirá para trazar el arco completo de su propia visión particular. Siendo esta traducción muchas veces la esencia de la poesía.

Ilustración: Pintura en un muro de la Villa de Livia (detalle), Roma, siglo I a.C

domingo, abril 26, 2009

Giacomo Leopardi / Broma





XXXVI. Broma

De muchacho, fui
a aprender de las Musas disciplina,
me tomó la mano una
y todo el día
me paseó por el taller.
Mostróme, parte por parte,
las herramientas del arte,
los servicios diversos
que cada una
presta en el trabajo
de las prosas y los versos.
Yo miraba, y pregunté:
Musa, ¿dónde está la lima? Dijo la Diosa:
la lima está gastada, trabajamos sin ella.
Y yo, ¿en cambiarla
no piensan, agregué, cuando se gasta?
Respondió: deberíamos, pero el tiempo falta.

Giacomo Leopardi (Recanati, 1798-Nápoles, 1837) Canti, Asociación Dante Alighieri, Buenos Aires, 1987
Versión: J. Aulicino

Scherzo
Quando fanciullo io venni / A pormi con le Muse in disciplina,/ L'una di quelle mi pigliò per mano;/ E poi tutto quel giorno/ La mi condusse intorno/ A veder l'officina./ Mostrommi a parte a parte/ Gli strumenti dell'arte,/ E i servigi diversi/ A che ciascun di loro/ S'adopra nel lavoro/ Delle prose e de' versi./ Io mirava, e chiedea:/ Musa, la lima ov'è? Disse la Dea:/ La lima è consumata; or facciam senza./ Ed io, ma di rifarla/ Non vi cal, soggiungea, quand'ella è stanca?/ Rispose: hassi a rifar, ma il tempo manca.


Ilustración: Atenea convoca a las Musas, Frans Floris, 1560 Museo Conde an der Schelde

De Leopardi en este blog:
A sí mismo
El infinito

miércoles, abril 22, 2009

Giacomo Leopardi / A mí mismo


XXVIII.  A sí mismo

Te posarás para siempre,
corazón cansado. Murió el engaño extremo
por el que eterno me creí. Murió. Bien siento,
en nuestros queridos engaños,
no solo la esperanza, el deseo está apagado.
Pósate para siempre. De sobra
palpitaste. No valen cosa alguna
tus movimientos, ni de suspiros es digna
la tierra. Amargura y tedio
la vida, no más que eso; y el mundo es fango.
Aquiétate ya. Desespera
por última vez. A nuestro género el hado
no dio más que el morir. Desprecia tú ahora
la natura, el maligno
poder que, oculto, sobre el daño general impera,
y la infinita vanidad del todo.

Giacomo Leopardi (Recanati, 1798-Nápoles, 1837) Canti, Asociación Dante Alighieri, Buenos Aires, 1987
Versión: J. Aulicino

A se stesso
Or poserai per sempre, /Stanco mio cor. Perì l'inganno estremo,/Ch'eterno io mi credei. Perì. Ben sento,/In noi di cari inganni,/Non che la speme, il desiderio è spento./Posa per sempre. Assai/ Palpitasti. Non val cosa nessuna/I moti tuoi, nè di sospiri è degna/La terra. Amaro e noia/La vita, altro mai nulla; e fango è il mondo./T'acqueta omai. Dispera/ L'ultima volta. Al gener nostro il fato/Non donò che il morire. Omai disprezza/Te, la natura, il brutto/Poter che, ascoso, a comun danno impera/E l'infinita vanità del tutto.


Ilustración: Leopardi, óleo de D. Morelli Centro Nazionale di Studi Leopardiani, Recanati

De Leopardi en este blog:
El infinito

martes, febrero 10, 2009

Giacomo Leoparadi / El infinito




XII. El infinito

Siempre me fue querida esta colina yerma,
y este seto, que de tanta parte
del último horizonte la mirada excluye.
Pero sentándome y mirando los interminables
espacios más allá de él, sobrehumanos
silencios y profundísima calma
en el pensamiento represento, y por poco
el corazón no se amedrenta. Y como el viento
oigo susurrar entre las plantas, aquel
infinito silencio a esta voz
voy comparando, y me recuerda lo eterno
y las estaciones muertas, y la presente
y viva, y su sonido. Así en esta
inmensidad se ahoga el pensamiento mío:
y me es dulce el naufragar en este mar.

Giacomo Leopardi (Recanati, 1798-Nápoles, 1837), Canti, Asociación Dante Alighieri, Buenos Aires, 1987
Versión de J. Aulicino

XII. L'infinito
Sempre caro mi fu quest'ermo colle,/ e questa siepe, che da tanta parte /dell'ultimo orizzonte il guardo esclude. /Ma sedendo e mirando, interminati /spazi de là da quella, e sovrumani /silenzi, e profondissima quiete /io nel pensier mi fingo; ove per poco/ il cor no si spaura. E come il vento /odo stormir tra queste piante, io quello /infinito silenzio a questa voce / vo comparando: e mi sovvien l'eterno, /e le morte stagioni, e la presente /e viva, e il suon di lei. Così tra questa/ inmensità s'annega il pensier mio: /e il naufragar m'è dolce in questo mare.


Ilustración: Giacomo Leopardi, óleo de F. Ferrazzi, Palazzo Comunale, Recanati leopardi.it