Este es mi pueblo.
Su nombre quiere decir: “Estrella que cae”.
Hasta aquí llegan pocas noticias del mundo.
Recibo cartas de mis amigos; me dicen que todo marcha bien,
que en algunos países se vive una vida verdadera
y que en otros la esperanza crece.
Yo no sé nada. Me alegro por momentos
y me encierro otra vez en mi pueblo.
Todo me habla de soledad.
El viento sacude las noches como árboles.
Los mismos pájaros despiertan las mismas mañanas.
El tiempo golpea las casas
y las casas golpean contra el tiempo.
Aquí he vivido mi infancia.
Era feliz. Ignoraba hermosamente la vida.
La infancia...
Los recuerdos más viejos vagan por la memoria,
como doña Melchora por el pueblo.
Tiene ciento cuatro años. Habla sola, como los recuerdos.
Cuando me ve, me dice: “Buenas tardes, maestro...”
Aquí estoy,
buscado y dejado y encontrado por el amor.
Pero no creo que puede hablar de soledad.
Todos tenemos mucho que hacer en el mundo
y no hay tiempo para estar solos.
Es que el futuro está subiendo desde el fondo de la tierra,
Lo veo crecer en mi hijo. Me mira con los ojos de mi hijo.
Sí, ya lo sé. Son hermosos los carnavales
y la fastuosa inocencia de los pájaros...
Pero sé también que el canto y la alegría y el coraje
de muchos amigos del pueblo
están durmiendo en una botella de vino
¡y nosotros tenemos mucho que hacer!
Yo por lo menos,
trataré de luchar con mis palabras.
Tengo que decir a mis amigos que no estamos solos
y que debemos trabajar para que el mundo sea mejor.
Este pueblo es muy chico.
Un carnavalito puede envolverlo.
El galope de un caballo es demasiado para él.
¡Qué hermoso sería levantar su estrella
y poder llamarnos, con verdad, “hermanos”
en un mundo sin injusticia!
Mi pueblito es muy chico.
Así deben ser todos los pueblos chicos del mundo.
Por la calle de mi casa veo pasar la vida:
la desgracia, el amor, la humildad, los borrachos...
Pero creo que nadie piensa en nadie.
Nadie sale de sí mismo.
Todos, casi todos, están ahogados en ellos mismos
y es necesario cambiar.
Aquí todo sigue siempre igual...
Si subiera a las cumbres, estoy seguro,
vería pasar los años
como esos perros que acezando y husmeando el miedo pasan
interminablemente ocupados en sus sensaciones...
¡Y eso no puede ser, no puede ser!
Jorge Calvetti (San Salvador de Jujuy, 1916 - Buenos Aires, 2002), Los mejores poemas de la poesía argentina, selección, prólogo y notas de Juan Carlos Martini Real, Corregidor, Buenos Aires, 1974
Su nombre quiere decir: “Estrella que cae”.
Hasta aquí llegan pocas noticias del mundo.
Recibo cartas de mis amigos; me dicen que todo marcha bien,
que en algunos países se vive una vida verdadera
y que en otros la esperanza crece.
Yo no sé nada. Me alegro por momentos
y me encierro otra vez en mi pueblo.
Todo me habla de soledad.
El viento sacude las noches como árboles.
Los mismos pájaros despiertan las mismas mañanas.
El tiempo golpea las casas
y las casas golpean contra el tiempo.
Aquí he vivido mi infancia.
Era feliz. Ignoraba hermosamente la vida.
La infancia...
Los recuerdos más viejos vagan por la memoria,
como doña Melchora por el pueblo.
Tiene ciento cuatro años. Habla sola, como los recuerdos.
Cuando me ve, me dice: “Buenas tardes, maestro...”
Aquí estoy,
buscado y dejado y encontrado por el amor.
Pero no creo que puede hablar de soledad.
Todos tenemos mucho que hacer en el mundo
y no hay tiempo para estar solos.
Es que el futuro está subiendo desde el fondo de la tierra,
Lo veo crecer en mi hijo. Me mira con los ojos de mi hijo.
Sí, ya lo sé. Son hermosos los carnavales
y la fastuosa inocencia de los pájaros...
Pero sé también que el canto y la alegría y el coraje
de muchos amigos del pueblo
están durmiendo en una botella de vino
¡y nosotros tenemos mucho que hacer!
Yo por lo menos,
trataré de luchar con mis palabras.
Tengo que decir a mis amigos que no estamos solos
y que debemos trabajar para que el mundo sea mejor.
Este pueblo es muy chico.
Un carnavalito puede envolverlo.
El galope de un caballo es demasiado para él.
¡Qué hermoso sería levantar su estrella
y poder llamarnos, con verdad, “hermanos”
en un mundo sin injusticia!
Mi pueblito es muy chico.
Así deben ser todos los pueblos chicos del mundo.
Por la calle de mi casa veo pasar la vida:
la desgracia, el amor, la humildad, los borrachos...
Pero creo que nadie piensa en nadie.
Nadie sale de sí mismo.
Todos, casi todos, están ahogados en ellos mismos
y es necesario cambiar.
Aquí todo sigue siempre igual...
Si subiera a las cumbres, estoy seguro,
vería pasar los años
como esos perros que acezando y husmeando el miedo pasan
interminablemente ocupados en sus sensaciones...
¡Y eso no puede ser, no puede ser!
Jorge Calvetti (San Salvador de Jujuy, 1916 - Buenos Aires, 2002), Los mejores poemas de la poesía argentina, selección, prólogo y notas de Juan Carlos Martini Real, Corregidor, Buenos Aires, 1974
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