Campos invernales
Campos sembrados
con cabezas de visires y bajaes,
condes y coroneles:
silba el viento sobre ellos.
Una hoja que vuela,
una crin de caballo
y las plumas de un ave
se convierten de repente
en símbolos, enseñas y grados.
El llano desolado invoca viejos fantasmas
(cuántas veces en verano
dictaron que aquí era invierno).
Pero el trigo brotará dentro de poco,
se esfumarán esos espectros por ahora,
hasta que, tras la cosecha y las primeras lluvias,
otra vez se presenten.
Exorcismo
¿Qué era ese vago resplandor como de la otra vida?
¿Por qué un fuego pareció engendrar otro fuego,
aunque helado, y dentro del gemido,
qué fue esa especie de queja?
Aéreas máscaras se proyectaban aquí y allá
como llamas en busca de un rostro en que posarse.
¿Por qué una mujer se incorporó gritando en sueños:
“me estoy quedando estéril”?
Y ¿qué risa era aquella
que se rasgó por dentro
y desplomó como ruina?
Otra vez vagan en busca cada cual de su cabeza,
angustiados por no hallarla. ¿Dónde, dónde? ¿Cuál?
En la llanura invernal quedará flotando su congoja.
Troya resucitaba.
Y Grecia se estremeció de angustia.
Los hombres de Estado se reunieron.
Por todas partes cundió la alarma.
El ejército estaba alerta. La policía. Los filósofos.
Las cárceles y los diplomáticos.
Todo estaba a la espera.
Se debatió largo tiempo qué partido tomar.
Se abrieron los archivos,
las crónicas antiguas fueron consultadas.
Hasta que al fin se halló la solución:
llamar a lo aedos
para calmar los ánimos, amputar Troya.
Separar Troya de Grecia
como se extirpa un tumor,
para salvar a Grecia.
Y así se hizo.
Ismaíl Kadaré (Gjirokastra, Albania, 1936), Antología poética, Pre-Textos, Valencia, 2014
Traducción de Ramón Sánchez Lizarralde
Envío de Jonio González
Campos sembrados
con cabezas de visires y bajaes,
condes y coroneles:
silba el viento sobre ellos.
Una hoja que vuela,
una crin de caballo
y las plumas de un ave
se convierten de repente
en símbolos, enseñas y grados.
El llano desolado invoca viejos fantasmas
(cuántas veces en verano
dictaron que aquí era invierno).
Pero el trigo brotará dentro de poco,
se esfumarán esos espectros por ahora,
hasta que, tras la cosecha y las primeras lluvias,
otra vez se presenten.
Exorcismo
¿Qué era ese vago resplandor como de la otra vida?
¿Por qué un fuego pareció engendrar otro fuego,
aunque helado, y dentro del gemido,
qué fue esa especie de queja?
Aéreas máscaras se proyectaban aquí y allá
como llamas en busca de un rostro en que posarse.
¿Por qué una mujer se incorporó gritando en sueños:
“me estoy quedando estéril”?
Y ¿qué risa era aquella
que se rasgó por dentro
y desplomó como ruina?
Otra vez vagan en busca cada cual de su cabeza,
angustiados por no hallarla. ¿Dónde, dónde? ¿Cuál?
En la llanura invernal quedará flotando su congoja.
Troya resucitaba.
Y Grecia se estremeció de angustia.
Los hombres de Estado se reunieron.
Por todas partes cundió la alarma.
El ejército estaba alerta. La policía. Los filósofos.
Las cárceles y los diplomáticos.
Todo estaba a la espera.
Se debatió largo tiempo qué partido tomar.
Se abrieron los archivos,
las crónicas antiguas fueron consultadas.
Hasta que al fin se halló la solución:
llamar a lo aedos
para calmar los ánimos, amputar Troya.
Separar Troya de Grecia
como se extirpa un tumor,
para salvar a Grecia.
Y así se hizo.
Ismaíl Kadaré (Gjirokastra, Albania, 1936), Antología poética, Pre-Textos, Valencia, 2014
Traducción de Ramón Sánchez Lizarralde
Envío de Jonio González
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Foto: Sobre Relatos