Una de las razones para leer este libro está en el interés que pueda despertar la temática. No es mi caso. Odio la guerra; lo mismo participar que leer sobre ella, especialmente lo segundo. Por aquello de contemplar nada más que dos razones, diría que la otra es la insistencia de otros en leer la dichosa. Esta fue la mía. Pasó que primero lo recomendó un señor, luego otro y luego todo dios por aquí y por allá diciendo “ah, qué bien” y así todo santo mes tras santo mes. Al final hasta por privado me dijeron: tú, que está genial, ¿lo has leído? Y yo: no, claro, qué coño voy a leer. ¿Soldaditos? ¡No me jodas! Total, que acabé por leerlo para ver si me dejaban en paz. Y bueno, pues sí, parece que sí. Que se callaron, quiero decir. Y hasta hoy.
About la novela:
Advertencia: está como desestructurada, la bicha. Esto es: March escribe la supuesta redactando y sucediendo chorrocientos relatos cortos cortísimos sobre los quehaceres diarios de un puñado de soldados, sargentos, capitanes y demás mandanga militar que conforma la Compañía K. Hay una continuidad evidente desde el principio que es muy de agradecer. No es que March se limite a pegar fotos en un muro sin ton ni son. Para nada. Hay ton y son, cronológico además. Esto es: soldados que se alistan, que se forman, que se van a la guerra, que sufren lo indecible, que mueren, que matan, que matan y después mueren, que vuelven a casa con los postraumas propios de la guerra y sin saber qué hacer con su muñones ni cómo engrasar las prótesis para que no hagan ruido en la cola del paro. Este tipo de cosas.
Que no digo yo que la novela de March no fuese en su momento la repanocha pero hace de aquella pelea como 100 años (lustro va, lustro viene) y desde entonces han pasado muchas cosas, muchas guerras, ha pasado Vietnam, por ejemplo, la gran reina de shock postraumático. Hemos visto películas hasta aburrirnos: a Stallone disparando flechas, a Tom Cruise con bigote, a Tom Hanks sudando a mares… hasta un caballo pacifista, hemos visto. Sorpresas, por lo tanto, que nadie se espere. Con todo esto no quiero decir absolutamente nada, era sólo por hacer el chiste y meter un párrafo a modo de intermedio.
Lo que menos me ha gustado de “Compañía K” es que me cuente lo que ya sabía, pero de eso somos yo y mi vasto conocimiento cinematográfico militar los únicos culpables. Lo que más es lo bien montaditos que están los cuentitos. Es decir, descubrir cómo a base de pinceladas se construye el relato veraz de lo que es una guerra, como esa moda de hacer cuadros a base de fotografías de carnet. Pues lo mismo pero con palabras siendo el conjunto de la obra la idea de lo inútil y cruel que es una guerra, mundial en este caso. También es verdad que estas guerras tenían la gran ventaja de ver venir al enemigo y estar en disposición de echarte a un lado, clavarle la bayoneta o meterle una bala entre los ojos. Hoy es todo más complicado. Ya la segunda lo fue, con tanto cañón de largo alcance y tanto átomo encapsulado, pero desde luego nada que ver con esta tercera de ahora tan de no verla si no tienes título universitario, con unos países invadiendo y conquistando otros desde despachos belgas. Bienvenidos al Holocausto de la Clase Media. Cuenten las bajas según vayan muriendo de hambre.
Pero estoy divagando.
Que muy bien la novela de March, vaya, aún hablando de la soldadesca, con toda la pereza que da saber de esta gente. Seguramente de todas las formas de contar una guerra sea la más acertada, sin tener que recurrir a tramas y subtramas y personajes que por azares del destino acaben metidos en todo cuanto fregado importante se organice. Y breve, además, porque es otro, Ken Folleteo, por ejemplo, y hace de esto diecisiete macrosagas. O más. Pues ahí hay merito, también.