Mostrando entradas con la etiqueta Raymond Chandler. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Raymond Chandler. Mostrar todas las entradas

miércoles, 31 de mayo de 2017

“La hermana pequeña” de Raymond Chandler (Trad. Juan Manuel Ibeas)

En lo que va de año mis socios capitalistas y yo hemos hecho muchas cosas. Para empezar, hemos dejado atrás viejos vicios y más viejos aún malos hábitos tipo leer literatura española, a excepción de la decepcionante colección de relatos de Sergi Puertas, de la que ya hemos hablado; de la también más que floja antología de Daniel Díez Carpintero editada por Sloper y de la correcta —esta vez simplemente correcta pero que igualmente se sitúa por encima de la media— novela de celso castro. Y la hemos dejado, a nuestra amada literatura patria, por puro hartazgo. Hartos hemos acabado de búsquedas infructuosas de buenas novelas; hartos de clamorosos éxitos de novelas mediocres (léase Aramburu, si les place) pero hartos, sobre todo, de las mentiras de unos y las mentiras de otros y de soplapolleces varias tipo recomendar entusiastamente, —perjurar , incluso, que se ha gozado— la novela de un manifiestamente mal escritor por la única y despreciable razón de que ese manifiestamente mal escritor va a sacar al nuevo y ahora manifiestamente mal crítico literario de la red (clientelar, parece) en un documental que rinde «homenaje a todas aquellas personas que han puesto en marcha actividades fuera de los circuitos más tradicionales». Me estoy refiriendo, por si no se habían enterado, a Sergio del Molino y su gozo indescriptible a la hora de leer a su nuevo mejor amigo el documentalista David Trueba aprovechando que también él será, en breve, [in]digno de elogio. Queda inaugurado el hashtag #chupchupchup.

Pero dejemos a un lado estas maldades que desmerecen mi nueva y mejorada imagen de estar por encima de todo.

Decía al comienzo del post que hemos hecho, mis socios capitalistas y yo, muchas y muy buenas cosas. La primera, ya lo he dicho, ha sido dejarnos de mierdas, lo que nos lleva directamente a la segunda, que no ha sido otra que volver. Volver, sí, tan sencillo como eso: hemos vuelto a Faulkner, hemos vuelto a McCarthy, hemos vuelto Conrad, hemos vuelto a Twain, hemos vuelto a Atwood, hemos vuelto a Connolly y ahora, superando lo insuperable, hemos vuelto (muchos, tanto años después) a Chandler, Raymond Chandler, y más concretamente a Marlowe, Philip Marlowe, «terminado en e, para que quede más fino».

Y somos muy felices, sobre todo por esto último. No, no es verdad: sobre todo no, pero casi.

La elegida fue La hermana pequeña. Las razones por las que uno decide leer un libro y no otro son siempre muy aburridas de modo que las voy a ahorrar. Baste decir que, además de habérmelo recomendado vivamente, era, de las siete u ocho novelas dedicadas al personaje, la única que sabía con absoluta certeza que no había caído nunca en mis manos.

El resto del post, esto es, lo que debería ser la reseña y no este eterno divagar, podría ahorrármelo perfectamente. Si han leído ustedes a Chandler sabrán a qué me refiero. Si no ha sido así, tal vez deberían dejar de perder el tiempo con este post y con la chorrada en la que estén inmersos ahora (a excepción, claro, de David Trueba), irse a la librería, a la biblioteca o, en el mejor de los casos, a la estantería del fondo, y sumergirse en la lectura de cualquier otra novela de Chandler, preferiblemente un Marlowe y preferiblemente este, qué coño, ya que estamos.

En La hermana pequeña está todo lo mejor que uno puede esperar de Chandler. Y cuando digo todo, quiero decir TODO, incluyendo los mil y un tópicos del género negro, especialmente los mil y un tópicos del género negro: desde la mujer fatal número uno a la mujer fatal número dos, a la tres, pasando por tiroteos, desaparecidos, reaparecidos, un rastro de cadáveres, de pistas, de policías sin sentido del humor, de toneladas de diálogos rápidos, chispeantes, ingeniosos, hilarantes. De misoginia.

«—Ah, señor Marlowe. Llevo horas intentando localizarle. Estoy tan nerviosa. Yo…
—Mañana por la mañana —contesté—. La oficina está cerrada.
—Por favor, señor Marlowe… sólo porque perdí los papeles un momento…
—Mañana por la mañana.
—Pero es que tengo que verle. —La voz no llegaba a ser un chillido, pero por poco—. Es importantísimo.
—Ajá.
La voz hizo un pucherito.
—Usted… me besó.
—Desde entonces he dado besos mejores —dije.
A la mierda con ella. A la mierda con todas ellas».
Me pillan de subidón por lo que ahora mismo pienso, estoy convencido, de que en toda la historia de la literatura (llamémosle) negra no hay mejor escritor que Chandler; ni mejores historias ni mejores personajes que las suyos. No hay mujeres más duras, ni más dulces, ni más hermosas ni más fatales. No hay enredos mayores, ni detectives mejores, ni más duros, ni más feos que Marlowe; a ninguno como él al que le sienten mejor los besos, las bofetadas, los primeros planos o los terceros grados; a ninguno, como a él, se le desmaya una mujer entre los brazos. Ninguno enciende mejor un cigarrillo.

O bien pueden leer a Trueba o ver su documental y alcanzar, como le ha ocurrido al de la España hueca, una especie de gozo que, al menos en su caso, parece nacer más del interés que de las entrañas. Pueden ustedes probar, si quieren, o bien pueden fiarse de su instinto y gozar de verdad, con literatura de verdad y no con subproductos típicos de la zona.

Porque, reconozcámoslo: la literatura, la buena literatura, la mejor literatura, ha muerto y ya sólo nos queda, si no queremos renunciar a ella, mirar al pasado. A Raymond Chandler, por ejemplo. A Philip Marlowe. A La hermana pequeña.

Me puedo equivocar, pero sería la primera vez.


viernes, 15 de abril de 2011

"Rapsodia in Black": un proyecto


Les voy a contar pequeño proyecto que se me ocurrió el fin de semana pasado. Fue mientras leía la novela de Cristina Fallarás, "Las niñas perdidas" y lo más probable es que acabe llevándolo a cabo en unas condiciones completamente diferentes a las planteadas inicialmente. La idea consistía en demorar unos días (unas semanas, en realidad) la reseña de la novela de Cristina con la (sana) intención de que sirviese de colofón de una sucesión de artículos dedicados al género Noir, ya saben, el de lasmujeres fatales y las pistolas humeantes. Algo así como un especial donde la "estrella" (por llamarlo de alguna manera) sería “Las niñas perdidas”, no tanto por su calidad –de la que no me ocuparé ahora, ni para bien ni para mal- como por haber sido la precursora del proyecto. Un proyecto, que dicho sea de paso, no deja de crecer día a día. 

La primera de un total de tres entradas empezaría comentando de El simple arte de escribir” de Raymond Chandler con el único objetivo de poder sentar las bases de lo que se considera Novela Negra desde más o menos el principio de los tiempos; a saber: que la resolución del misterio no sea el objetivo principal, que las divisiones entre el bien y el mal estén bastante difuminadas y que la mayor parte de sus protagonistas sean individuos derrotados, en decadencia, que busquen encontrar la verdad por encima de todo y siempre –o en la medida de lo posible- a través de la violencia. Después de éste, en la misma entrada, comentaría varias novelas, tres, seguramente, dos de las cuales estarían inscritas en dicho género por ser fieles a las mencionadas normas. La primera podría ser “El largo adiós, también de Chandler y la segunda Cosecha Roja” de Dashiel Hammett. La tercera en discordia, 1280 almas” de Jim Thompson, serviría de ejemplo para mostrar cómo los parámetros del género noir fueron ampliados en su momento (no éste) para dar cabida a muchas otras novelas, que sin serlo, pudiesen ser consideradas como tales. Resultaría difícil, por no decir imposible, ubicarlas en cualquier otro sin arriesgarse a que antes o después los márgenes se difuminasen. 

La segunda entrada de este pequeño festival hablaría de dos novelas relativamente actuales que también se consideran inscritas en el género –sin estarlo; no al menos completamente. Por un lado estaría “Sólo el silencio” de R. J. Ellory, editada el año pasado por RBA y que he elegido por varias razones entre las que destaca que el escritor, al contrario que la editorial, no se considera un especialista en el género y porque al igual que las otras dos que iban (y van) a ser incluidas (“Todo lo que muere” de John Connolly y más adelante el libro de Cristina Fallarás) utiliza la infancia como motor argumental. En un principio tenía la intención de concluir con una revisitación (ver entrada anterior) a “Vicio Propio” de Thomas Pynchon, pero a estas alturas creo sinceramente que no viene mucho a cuento. La segunda, ya lo han visto, era “Todo lo que muere” de John Connolly, una novela por la que siento una especial debilidad y que no solo me sirvió para conocer al escritor sino que me hizo pasar uno de los mejores momentos del año pasado. Uno, que es poco sádico.

La tercera entrada -la última- hablaría de la novela de Cristina Fallarás, "Las niñas perdidas", que sin ser novela negra al uso (en su sentido más puro) sí podría entenderse como una versión moderna de la misma, tal como ocurre con las de Pynchon, Ellory o Connolly. 

El motivo por el que este pequeño proyecto aún no se ha materializado es que todavía está en marcha y me tengo que leer casi todo lo mencionado. Aunque llevo buen ritmo: he terminado “1280 almas”, tengo a medias “Cosecha Roja” y sería más que probable que en dos semanas pudiese dar cuenta de todo lo previsto, pero lamentablemente, tal como dije al principio, el proyecto no deja de crecer día a día alterando las condiciones planteadas inicialmente. Es pronto para saberlo pero en cualquier caso lo que venía a decir con todo esto es que el motivo por el que mi siguiente entrada será, en contra de lo previsto, la novela de Cristina es porque me parece injusto que habiendo sido la novela detonante de este giro radical en mis hábitos de lectura (esto no es necesariamente un cumplido) sea la que más tenga que esperar para ser reseñada. Tampoco quiero que, a la vista de la calidad de algunas de las novelas elegidas, el tiempo juegue en su contra y pueda ser vapuleada donde iba a ser simplemente comentada.