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miércoles, 17 de julio de 2013

“Batman desde la periferia” VVAA (Alpha Decay)

“Batman desde la periferia”, editado por Laura Fernández, Enric Cucurella y Ana S. Pareja lleva el siguiente subtítulo: “Un libro para fanáticos o neófitos”. Cuando dicen fanáticos y cuando dicen neófitos debemos entender que se refieren tanto los expertos como a los que acaban de llegar. Esto está muy bien; mismas condiciones para todos. Además ayuda a vender libros. Ahora bien, de verdad tiene lo justo tirando a poco. Tirando a NADA, más bien. Esto lo digo desde mi posición de no-fanático no-neófito, o lo que es lo mismo, como ex lector de las aventuras del murciélago y como desconfiador no oficial de los productos de la marca Alpha Decay.

El libro de escasas doscientas páginas contiene diez, digamos, ensayos que tratan diversos temas con un denominador común. No me detendré el mismo tiempo en todos porque no todos merecen la misma atención. De hecho algunos no merecen ninguna. En cualquier caso no estará de más prevenir, no vayamos luego a lamentar. 

Slavoj Zizek cierra el recopilatorio con un interesante ensayo en el que echa mano de la última película de Batman para hacer un análisis de la problemática social actual que incluye a los llamados OWS (Occupy Wall Street). Como broche final está francamente bien. La pena es que el resto, todo lo anterior, salvo excepciones, no esté ni remotamente a la altura.

En el primer ensayo, Juan Francisco Ferré trata de demostrar que “Batman y todos esos otros patrióticos y disfrazados luchadores contra el crimen son realmente sociópatas violentos con inclinaciones fascistas además de mesiánicas y una perversa fetichización de los calzones”, que como descubrimiento va un poco pillado. Se hace un repaso ligero de su vida, obra y milagros a través de una serie de archiconocidos comics y las películas que cualquiera con más de veinte años habrá visto un par de veces así como del famoso relato de Barthelme que lamento confesar no he releído para la ocasión. 

Blake Butler (autor de “Nada”, publicado por Alpha Decay), firma un artículo en el que habla de su relación con Batman: “Compré dos ejemplares del cómic simplemente porque sabía que su valor sería en el futuro muy superior al de salida; ni siquiera los leí, muchísimos de los cómics que compré en aquella época no los leí jamás y no los compraba por ningún otro motivo que por una cierta idea de inversión. […] lo único que deseaba era poseer algo de valor creciente, objetos únicos de producción limitada creados para venderse en comercios específicos donde los niños como yo entraban y se gastaban todo su dinero en lugar de hacerlo en mierda deportiva o comida o cualquier otra cosa que les guste comprar a los preadolescentes.” Cuenta más cosas, claro: que tuvo un pijama/disfraz, que le gustan los superhéroes sin superpoderes y otras consideraciones personales que como diario de algo de algo están bien pero como ensayo vuelven a ser un tema más que discutible.

Greg Baldino, crítico de comics conocido en su casa a la hora de comer, defiende la teoría de que lo que realmente hace de Batman un gran personaje son sus villanos. Este asunto es tan poco discutible y da tan poco juego que me niego a perder ni un minuto más con él.

Eloy Fernández Porta, su artículo, al menos, es directamente insoportable. No se me ocurre ni una sola razón para leer esta suerte de análisis del arte que rodea a la figura de Batman, y mucho menos desde la pedante perspectiva del filósofo que confunde verborrea con algo que tiene que ver con el sincero interés de un lector neófito: “El biomorfismo cobra una nueva dimensión cuando se despliega en el tiempo de la secuencia: en esa nueva serialidad que Andrei Molotiu denomina abstract comics, y en la que ve, en una concepción más formalista que la de Fahlstrom, la prolongación, por otros medios, del legado greenbergiano.” Pues esto así durante 6.707 palabras que se acompañan de fotos de figuritas de Batman tras una vitrina de mariposas, reproducciones de Mark Chamberlain o un fotograma de Batman chupándosela a Robin que parece ser poco más o menos lo que obsesiona a casi todos.

Laura Fernández, antologadora del presente volumen, habla de las chicas murciélago. Es la aportación feminista o feminoide del recopilatorio y como tal hay que tratarla. Esto es un poco como lo de meter un negro haciendo de Kingpin en Daredevil: se hace porque se tiene que hacer, para cumplir con los mínimos, r no porque tenga razón de ser. Por aquello de darle continuidad al chiste quisiera poder decir lo mismo de la aportación de Elisa G. McCausland, pero maldito si me acuerdo de qué hablaba más allá de darle otra (o la misma) vuelta de tuerca a las Batgirls y Batwomans. Así de interesante debía ser.

Igual o parecida basura es el ensayo del fallecido Aaron Swartz llamado “Lo que sucede en El Caballero Oscuro”. Y digo basura y digo bien porque eso es exactamente lo que es: un resumen del argumento, diálogos escogidos incluidos. Esto ayuda a dar una idea de lo mal que se puede editar un libro. Es una pena que el muchacho haya muerto tan joven, pero eso no quita para que sólo por eso vayamos ahora a leernos todas sus chorradas. Es importante recordar una cosilla insignificante: uno no siempre se revaloriza cuando se muere. Para que quede claro: Porta, Laura Fernández y este completo desconocido se cargan solitos ellos la antología. Si yo fuese Ferré o Zizek les retiraba la palabra a los editores por juntarme con semejante banda. 

También puedes ser Calvo o Claro (como el anuncio de atún), y que te dé todo igual. Ir a tu puta bola. Javier Calvo, por ejemplo, escribe sobre la etapa de Grant Morrison en Batman que es precisamente la etapa que yo interrumpí cuando dejé de leer comics (una decisión que entonces creía yo temporal). Digamos que como artículo no está mal, resulta interesante sobre todo para quienes, insisto, fuimos lectores de la saga, pero no deja de ser un artículo que no tiene nada que ver con la periferia desde la que se observa a Batman. De hecho, es todo lo contrario: es un artículo que únicamente leerán y disfrutaran aquellos que estén de vuelta y media. 

Claro (Christophe Claro) con quien ya me crucé durante la no-reseña de Nada de Blake Butler que publicó en su momento Diario Kafka, escribe algo que parece un guión para un comic de Batman. Es un texto muy divertido, tanto, que lleva a desear que Claro sea publicado de una puta vez por estos lares. En mi opinión este relato es, junto con el ensayo de Zizek, lo único que vale medianamente la pena.

En resumen: una mierda pinchada en un palo. Para qué vamos a darle más vueltas si yo lo que quiero es irme de vacaciones.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Una de arena (Catálogo de buenas lecturas)

En los comentarios de un post anterior me hicieron la siguiente pregunta: "¿Serías capaz de nombrar tres BUENAS novelas de tres escritores españoles menores de cincuenta años?" A quién me lo planteó le di una respuesta que por falta de tiempo quedó a medias, algo que trataré de enmendar en un minuto. Antes de empezar quisiera aclarar no leo tanta narrativa española ni desde hace tanto tiempo como para dar con semejante lotería. En los dos últimos años han sido unos cien [libros] muchos de los cuales parecen haber sido elegidos directamente con el culo y de ahí la media tan baja: Mora, Bonilla, Barba, (Miki) Otero, (Pablo) Muñoz, Sabadú, (Javier) Moreno, (Marc) Pastor, Piña, Albero, Vilas… Bueno, en fin, que me lo he buscado. Tampoco quiero hablar de BUENAS novelas sino de buenas lecturas, esto es, aquello que me siento a leer y leo si esfuerzo o sin cagarme en el escritor cada cinco putos minutos o que simplemente cumple las expectativas que me he creado yo solito. De ahí a que algo sea bueno media, en algunos casos, un abismo. Pero ese es un detalle en el que me niego a entrar.

Tirando de listado, por aquello de certificar que efectivamente, tal como sospechaba, no podía ofrecer tres de tres (de menos de cincuenta tacos, recuerden) me encuentro con que no es así por los pelos. Hay un escritor que lo ha logrado: Antonio Orejudo. De Orejudo me ha gustado todo, lo que menos lo primero (“La nave”) y lo último ("Un momento de descanso"), pero aún así aprueba con nota. Digamos que le da la media. Celso Castro le anda cerca gracias a las geniales "el afinador de habitaciones" y su segunda parte "astillas". (Cuando escribo estas palabras acabo de sacar dos libros más de la biblioteca.) (Cuando escribo estas otras otras los he devuelto sin leer.) El bronce está por ver. Sospecho que no será para Marta Sanz por culpa de que “Animales domésticos” ni fu ni fa aunque con “Black black black”, con todo lo light que es, me reí bastante. A Sanz le pasa lo que a Castro: tengo por leer un tercero que será determinante pero que en su caso, al ser más de lo mismo, supongo que se quedará en simple mención. Me refiero a “Un buen detective no se casa jamás”, recién publicada y que ya tengo metidita en el Kindle para cuando me regale diez o quince días de novela negra. No soy mucho más fan de Marta Sanz de lo que pueda serlo de Alberto Olmos, de quien he disfrutado, con reservas, tres de las cuatro novelas que le he leído ("El estatus", "Trenes hacia Tokio" y "Ejercito Enemigo").  

Viajando al pasado, entre lo mejor de los últimos dos años estaría “Providence” de Juan Francisco Ferré del que me hubiese gustado leer algo más. Lamentablemente su producción anterior está descatalogada y yo ya me he cansado de buscarla. Otra de la novelas que recuerdo con más cariño, por razones que no vienen al caso, fue “Los bosques de Upsala” de Alvaro Colomer, que no sé a qué cojones está esperando para sacar algo más. Nunca le hice reseña y lo merecía; hoy ya es tarde, tendría que volver a leerlo y no estoy por la labor. También quiero incluir aquí a Ernesto Pérez Zúñiga por “El juego del mono” y a Isaac Rosa por la estupenda “El vano ayer”. 

Otros escritores que me parecieron INTERESANTES por diferentes motivos fueron: Pablo Gutiérrez, con la historia de “Nada es crucial” que aun pareciéndome floja, me enganchó (después volvería a intentarlo con “Rosas, restos de alas” pero ya no); Jon Bilbao -un escritor al que siempre digo que volveré y nunca lo hago- por la ya reseñada “Padres, hijos y primates”; Cristina Fallarás por esas novelas tan viscerales, tan cristinafallarás ("Las niñas perdidas", "Últimos días en el puesto del Este") y Javier Calvo (El jardín colgante”). Y puestos a incluir, aunque con la boca pequeña, gracias, seguramente, a que hace demasiado tiempo que los leí: Germán Sierra (“Inténtelo con otras palabras”) o Mercedes Cebrián (por “La nueva taxidermia” y eso a pesar de que la segunda nouvelle de las dos que incluye tiene demasiada pinta de ser un plagio descarado de Residuos de Tom McCarthy). No quiero dejar de mencionar a Victor Balcells Matas, Marina Perezagua, quizá Pilar Adón (a quienes castigo por ser escritores de relatos) y, si me apuran, Fernando San Basilio

Mención especial fuera de concurso para dos de las novelas más divertidas que he leído este año: la segunda (atendiendo al orden de lectura) es "Una comedia canalla" de Iván Repila y tendrá su propia reseña en unos días. La primera la leí hace unos meses. Está escrita por un completo desconocido para todos aquellos que no acostumbren a pasarse por los comentarios de este blog. Su nombre: Quique; el de su novela: "El empujoncito". Se la recomendaría pero está inédita y no serviría de mucho. 

Esto es todo. Seguro que me dejo alguno o estoy siendo injusto con muchos o me he pasado de buenismo con algún otro, pero me he jurado un post corto, que no llegue a las mil palabras y bueno, no sé... por ahí andará. Seguramente la lista fuese muy diferente si hubiese podido elegir entre escritores no españoles que escriban en castellano o nacionales de cualquier edad pero la pregunta que da origen al post no la formulé yo y esto es lo que ha salido, que bastante me parece ya.


miércoles, 4 de abril de 2012

“El jardín colgante” de Javier Calvo

Con esta novela Javier Calvo entra en selecto grupo de los “Ganadores del Premio Biblioteca Breve” de Seix Barral, un podio que comparte con escritores de la talla de Juan Manuel de Prada, por elegir un ejemplo más o menos al azar. No sé si esto quiere decir que pronto veremos a Calvo presentando algún programa literario en Intereconomía. Quiera Dios que no, por muy sugerente que sea la idea de repetir los grandes momentos que Arrabal regaló a la televisión en aquel mítico programa de Sánchez Dragó. (Me doy cuenta tarde de que estoy llenando el párrafo de nombres ilustres. Si continuo por esta línea esto acabará pareciendo una reseña de Harold Bloom y como ninguno queremos eso, paro.) 

Dejando a un lado chistes fascist…, perdón, fáciles y al otro la imagen que se tiene de los premios y los premiados y subsiguiente aburguesamiento y dando por hecho que ya nunca más veremos a Calvo mezclándose ni relacionándose con la masa proletaria que lo vio nacer…, pues decía que dejando todo eso a un margen nos queda una novela premiada a la que hay que suponer “buena” o de otro modo no se entiende. (El chiste acaba aquí; prefiero desarrollar el tema de los premios amañados cuando reseñe “El temblor del héroe” de Alvaro Pombo, por ejemplo). Pero dejen ahora que les cuente de qué va y qué me ha parecido y si el resultado les suena a crítica literaria, háganselo mirar porque ya verán que no hay rigor

Arístides Lao, uno de los protagonistas, es un tipo feo como pocos y de enorme intelecto que la España postfranquista desperdicia en alguna oficina miserable de último nivel. Los detalles no son importantes. El caso es que a este hombre le encomiendan, por razones que tampoco viene a cuento desvelar, la tarea de colaborar con el que es el verdadero leitmotiv de la novela: la “exterminación” de la célula terrorista TOD. La novela, narrada en tercera personal, se desarrolla en dos escenarios, alternándose en breves capítulos la versión de “los malos” (desde la perspectiva de un infiltrado) y la de “los buenos” (desde el punto de vista de Arístides y su colaborador). El escenario, ya lo he dicho, es la nueva España que sale de la dictadura y sobre la que ha caído un meteorito. No, no es un thriller de ciencia ficción. 

Esta es la primera novela que leo de Javier Calvo y si he de ser sincero esperaba otra cosa aunque tampoco sabría decir exactamente qué. Y no lo digo porque el argumento no me haya interesado especialmente sino simplemente porque no me parece tan rematadamente buena como se ha pregonado por ahí. Lo cierto es que no es el tipo de historias que (gratuitamente) le suponía al escritor. También es verdad que me falta la perspectiva del tiempo y que probablemente lo mejor sería dejar la reseña para dentro de dos meses, pero temo que para entonces: a) se me haya olvidado de qué iba, b) la idealice en el recuerdo, c) todo lo contrario. Venga, ahora en serio, que nos jugamos la pasta: es una novela interesante (esto -estoy casi seguro- es un cumplido); divertida unas veces, salvaje otras (divertidamente salvaje también) y con un ritmo ágil que no decae hasta pasado el ecuador (ups!). Lo que sí me parece digno de elogio es que el autor no se recree en secuencias que pueden resumirse en un párrafo o inferirse en capítulos posteriores, algo que me ha parecido, con diferencia, lo más destacable ya que nos evita el montón de páginas inútiles a las que nos tiene acostumbrados la narrativa actual que a falta de historia recurre a la verborrea. Me ahorré los ejemplos. Respecto a los personajes, bueno, así de entrada pueden parecer interesantes (alguno un tanto forzadamente) pero a medida que avanza la narración se van mostrando como unos seres bastante planos cuando no directamente más lisos que una tabla. 

Repasando el párrafo anterior me doy cuenta de que me ha quedado una reseña un poco bastante negativa, pero no es para tanto, créanme: en mi opinión “El jardín colgante” es perfectamente disfrutable si se rebaja el nivel de expectativas propio de los grandes estrenos y los tiempos de promoción. Lamento ser tan escueto (es un decir) pero la novela, al adscribirse al género de intriga política (etiquetemos, qué coño), no se presta a mucho comentario y cualquier cosa que yo les dijese incluiría por fuerza algo que no deberían saber. De hecho, y aunque no lo parezca, ya he dicho más de la cuenta. Bueno, en realidad yo siempre digo más de la cuenta pero confío que con la lectura diagonal les hayan pasado desapercibidos los detalles.



lunes, 28 de febrero de 2011

What if… Clark Kent no fuese Superman

ACTO I 

Esta historia en cuatro actos arranca hace unos días durante la lectura de "Padres Ausentes", novela/ensayo escrita por Pablo Muñoz y publicada por Alpha Decay en edición Mini. La edición "mini" son esos libritos pequeños como entradas de blog impopulares que ocultan tesoros unas veces y otras no. Les voy a dejar con las ganas de saber si ésta tiene miga o no tiene miga porque lo que yo quiero es hablar de otro libro y no me parece justo hacerle compartir espacio con éste, independientemente de lo bueno o malo que me pareciese. El caso es que este libro Pablo Muñoz (aka Alvy Singer) trata de algo que conozco bien: los comics. Más concretamente del comic pijamero, que es ese trata de superhéroes y supervillanos y de las cosas que pasan cuando interactúan. Muñoz nos habla de su adolescencia (no muy lejana) y de cómo fue descubriendo un mundo nuevo; un mundo plagado de viñetas. Pero a mí los traumas infantiles de Muñoz o lo preparado que esté para el ensayo es algo que me trae bastante sin cuidado en este momento. A mí lo que me importa es lo que me hizo sentir al devolverme los recuerdos que me robó: la lectura de las aventuras de Spiderman y de libros de escritores que hablan de comics. Pero sobre todo me recordó la pasión que no hace tanto yo también sentía. Y me dio pena. Y me puso un poco triste de nostalgia. Luego me enfadé con Alpha Decay por consentir libros tan pequeños y tan demoledores. 



ACTO II 

Al día siguiente, ya sobrepuesto a los males de la memoria, volví a pasearme en tela de araña por la red. Había de todo desde mi ventana del igoogle (otro día hablaré de eso) pero lo que más me llamó la atención fue la entrada de Javier Calvo que ofrecía una novedad que incluía una foto espantosa de una chica que parecía vestida de superhéroe. La chica es Laura Fernández de la que ya he hablado más que suficiente en alguna entrada anterior. Lo que más me gustó de Laura, a falta de conocerla personalmente y leer sus libros, fue su blog. Tiene un blog fantástico. Parece hecho con los restos del día, sin mucho criterio, improvisado. Un blog muy atractivo, en definitiva. Parecerá que me he enamorado de Laura, pero no: me he enamorado de su blog. Su blog habla de libros escritos por señores que no conozco de nada; tiene fotografías y tiene también portadas de comics y salen superhéroes cada dos por tres; algo que se suma a su encanto natural. Y como el día anterior, volví a ponerme muy triste, otra vez de nostalgia. Y cabizbajo como estaba di con una entrada en el blog de Laura que me llevo en volandas hasta otro llamado “Elegí un mal día para empezar a fumar” en el que un tipo llamado Alberto Ramos afirmaba haber escrito un libro con un título de lo más sugerente: “Los últimos días de Clark K.” 



ACTO III 

Los últimos días de Clark K.” es verdadero motivo de estén ahora ustedes perdiendo el tiempo de esta manera tan tonta. Quiero decir que es el motivo de esta entrada. El libro estaba gratuita y legalmente disponible en la red. Por lo general ya no soy mucho de pagar las cosas que puedo obtener gratuitamente pero esto me llamó mucho la atención: era el propio autor quien lo ponía a disposición del público. También podían pagar por él quienes quisieran hacerlo: sus padres, hermanos o amigos, supongo. Estoy tan poco acostumbrado a que me regalen literatura que la generosidad de Alberto Ramos me predispuso inmediatamente contra él y contra su libro. Si es bueno, pensé, no puede ser gratis. Debe ser una mierda, sí o sí. Pero no me daban las cuentas: ¿por qué entonces lo recomendaba Laura Fernández desde su maravilloso blog? ¿Serían novios? ¿Amigos? ¿Hermanos? ¿Familia política? ¿Tendría intereses económicos? ¿Sería “Alberto Ramos” un seudónimo? Entonces lo comprendí: era una trampa. Mis antiguos socios del Club de los Pijameros Muertos se habían confabulado con Javier Calvo y Laura Fernández en la creación de un libro cuya autoría imputaban a un tal Alberto Ramos, de profesión "desconocido". El libro debía ser lo suficientemente interesante para desengancharme de la literatura de drama social en la que llevaba anclado los seis últimos meses. La idea es redonda, lo confieso: una obra de teatro, tres actos, sólo 115 páginas que permitiesen leerlo de una sentada y un argumento tan delirante y divertido como es la presunción de que Clark Kent no hubiese sido Superman, de que todo fuese un acuerdo entre ambos para ser felices cada cual a su manera. Un plan sin fisuras el de mis amigos. Un plan que funcionó a la perfección porque al acabar la novela, me había divertido tanto, estaba de tan buen humor que quise demorar un rato la caída libre hacia otro drama humano que parecía ser el "Celacanto" de Jimina Sabadú. 

(Esta es también la historia de cómo acabé sumergido en la lectura de las nuevas aventuras de Daredevil, el Hombre sin Miedo, que ahora pretendía dirigir la malvada organización de ninjas llamada La mano con la noble intención de retomar el control de la cocina del infierno que había vuelto a caer en manos del malévolo Kingpin. El sinvivir habitual.)

No me fui a la cama con Jimina (más quisiera ella) sino con Javier Pérez Andújar y Los príncipes valientes. Todos juntos, más contentos que unas castañuelas, en mi cama de 1.50: Javier, los príncipes valientes y yo. Y Jimina nada. No la dejamos ni mirar. 



ACTO IV 

El acto IV es el acto final. El último vértice de esta cuadratura literaria. El acto cuarto es la representación de la obra de Alberto Ramos. 

El 24 de febrero se estrenó “Els últims dies de Clar K” en la sala Flyhard. Yo no podré asistir porque me pilla un poco a desmano (como 1.100 kilómetros de desmano). A pesar de todo me he tomado la molestia de buscar el enlace con los horarios, para que no tengáis que perder el tiempo con estas minucias. Haced clic donde pone clic y llegaréis a la información sin sudar la camiseta. Ver no la podréis ver. No desde aquí, al menos. Pero sí desde allí, si vais. Y si lo hacéis, por favor, venid y me lo contáis.




miércoles, 23 de febrero de 2011

Javier Calvo es un pedazo de cabrón

El título no es gratuito; se lo ha ganado a pulso. Yo espero que no se enfade, sinceramente, Javier Calvo, porque parece buena gente. Y además traduce a David Foster Wallace. No se puede ser malo y traducir a Wallace. El oficio de malvado es incompatible con ciertas traducciones siempre que no estén hechas con el babylon. Pero un cabrón sí que lo es; eso me lo tiene que conceder. ¿Y por qué? Por esto: 

(no, no ha vuelto a las cavernas; hay que pinchar en la foto)

Como ya sé que el blog de Javier no le gusta a mucha gente porque tiene pocos puntos y aparte y pocas fotos y no coloca negritas ni cursivas suficientes para relajar la vista voy a haceros yo un resumen muy poco resumido de lo que viene a decir él en la entrada que se oculta tras la foto anterior: 

El año pasado a Javier, el protagonista de nuestra historia, una chica le planta en sus traductoras manos un libro como la copa de un pino, con sus páginas y sus portadas, todas de papel. La chica no sabemos si le gustó pero el libro le encantó. Mucho. Es eso o que Javier es un tipo muy agradecido cuando le regalan libros. Por si sirve de algo quiero dejar claro en este mismo instante que yo soy mucho más agradecido que Javier con ese tipo de regalos: hago entradas, pongo fotos, portadas, recorridos históricos por el pasado bibliográfico y hago promesas de futuro que casi siempre cumplo; y además pongo cursivas y saltos de columna y así deslizarse por mi prosa es como hacerlo en tobogán. No me importa además que no me quieran: ahí está Pablo Gutiérrez que después de tanto elogio no me dijo ni hola y aún así lo seguiré leyendo y en la medida de lo posible elogiando. Pero esto quería ser un resumen. Les voy a poner un punto y aparte y una foto para que no se estresen. 


El libro que la chica puso en las manos de Javier es este de aquí arriba. Se llamaba “Bienvenidos a Welcome” y lo publicó Elipsis en 2008. Quizá porque la editorial estaba dirigida por un canalla el libro se perdió en la zona negativa y ahora, dice Javier, no hay dios que lo encuentre. Doy fe. Lo he buscado. También está descatalogado, sumando así dos de las peores desgracias que le pueden pasar a un libro. Tres, si incluimos la portada.

(Me falta la propuesta de crear un grupo en facebook que sirva para abrir una red clandestina de correo  postal (Welcome Mail) que pondrían en marcha quienes tuviesen el libro. Lo enviarían gratuitamente a todos aquellos que se diesen de alta en una lista de distribución creada ex profeso, siempre con el compromiso -la buena intención la doy por obvia: hablamos de difusión de la cultura- del reenvío permanente hasta que, una vez agotada esa lista, volviese, inevitablemente deslucido ya de tantas manos, a su legítimo dueño. En un año 200 lectores. 175 entradas en blogs. Si entonces no la reeditan no la reeditarán jamás.)

A todo esto la chica tienen nombre. Se llama Laura Fernández y a primera vista parece encantadora (y no una cabrona como Javier). Tiene un blog muy cachondo que ahora mismo estoy estudiando, con tantas fotos de comics que casi me hace llorar de pura nostalgia. -Sin ella saberlo ha llegado a devolverme parte del entusiasmo perdido por el género en cuestión-, Laura ha escrito cuentos y esas cosas y  puede que incluso un poemario que no quiera enseñar pero Javier le está buscando la fama por aquella pequeña novela que nadie consigue encontrar aprovechándose de otra que acaba de publicar en Seix Barral (para que le cueste más morirse que a la anterior) que se llama “Wendolin Krame”. La portada, que mola un montón, es esta. 


¿A que es genial? A mí me gustó tanto y ha sido tal mi entusiasmo por lo prometedor de la autoría que tras el  elogioso post de Javier, y sin preocuparme de leer el argumento, me ha faltado tiempo para hacer el pertinente encargo. En cuanto la tenga, le leo y en cuanto la lea, la comento y mientras tanto a ver si no pierdo la vida buscando “Bienvenidos a Welcome”, novela motivo de mis desvelos desde que el pedazo de cabrón que es Javier Calvo tuvo la genial idea de darla a conocer.