Elijo una estación descocida para partir en este improvisado Viajeros al Tren!: entro en la web de Bolaño, por dármelo a conocer, puesto que no nos habían presentado y me encuentro un página casi en blanco: un fondo gris y cinco pequeños enlaces: fea y funcional: muy de gran escritor. Justo lo que buscaba yo para mí.
Se me ocurren terribles maldades y abuso de este silencio salvaje para fantasear con alguna: es primavera (aprovecho lo opcional de la escenografía) y me doy de alta otra vez en el facebook pero esta vez como Roberto Bolaño, no el muerto, claro, sino otro, haciendo coincidir el nombre. Altero una foto con algún morphing para darnos parecido, porque lamentablemente –qué delgado estaba, qué envidia!- no coincidimos ni en las gafas. Ya dentro del facebook me hago un perfil literario; me publico libros con ligeras variaciones: “Las detectives Salvajes”, por ejemplo, o "Putas Homicidas" o "2999": cosas similares. Y entonces le doy a Tongoy prioridad absoluta y me ensalzo en comentarios y en todo lo que encuentro y procuro que la gente vea que “A Roberto Bolaño y 6 personas más les gusta esto”. Después de eso: camino de rosas: entro en foros y digo: “A Bolaño le gusta Tongoy”: miradas de asombro; estupefacción: qué alto ha llegado y en qué poco tiempo. Quién va a fijarse en la fecha. Y aún haciéndolo: con las dudas se entra y bueno, digo yo que alguno se quedará, no para siempre, seguramente no, pero un par de meses, porqué no: algunas entradas. Si ven el error, que lo verán, puede hacerles gracia: “Qué gracioso, mira, de tanto mentir no sabe hacer otra cosa”, dirán y yo tan feliz, entusiasmado, aceptando las críticas mordaces y demoledoras a cambio de un poco de fama. Llega entonces lo mejor: su familia, sus amigos, su fundación: me denuncian: bloquean mi cuenta del facebook y un juzgado de guardia determina "prácticas indecorosas de carácter literario en la red"; me libro de prisión "por vacío legal" y me ofrecen escribir un guión para contar mi historia en una película dirigida por Bigas Luna que me pondrá a follar sin parar con los mejores actores. Y así, cubierto de gloria, la muerte: paseando por un campo nevado caigo con mis setenta años, cual Robert Walser, a plomo; y allí me quedo, infartado, dejando un legado de fotos aéreas y un blog lleno de mentiras.
Este tren no lo quiero, prefiero la estación, tan ocurrente. Me doy cuenta enseguida de la enorme influencia que han ejercido en mi prosa los dos únicos capítulos que he leído del ultimo libro de Daniel Sada y me propongo hacer pronto las américas: buscar referentes mejores, amigos suyos. Se me hace tarde sin haber partido el tren. Bajo y me voy. Ya viajaré otro día.