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martes, 11 de junio de 2013

El microrrelato y Jesús Esnaola (“Los años de lluvia”)

Ahora mismo debe haber en este país, tirando por lo bajo, algo así como 14.358 seres humanos escribiendo algo. Una novela, unas memorias, una biografía no autorizada, un poema, un ensayo, un apéndice, un prólogo, un post. De ese total deber haber (seguimos tirando por lo bajo) 8.976 escribiendo un cuento. Se pregunta uno, inevitablemente, si realmente hay tanto que decir; si no se darán cuenta, todos estos, que esas cosas a las que dedican tanto tiempo no interesan a casi nadie que no sean ellos, sus amigos y familiares. Si no sería mejor buscarse otro hobby y escapar del ridículo permanente de ser escritor para cuatro.

De los 8.578 escritores de cuentos que están en activo en este mismo instante (algunos se han levantado a tomar un yogourt, un bífidus inspirador, seguramente) la mitad han asistido o asisten a talleres de escritura (así, en minúscula). En esos talleres, nuevos antros de perdición, se hablará del microrrelato, porque de todo hay que hablar, y probablemente se le dirá, a los incautos estudiantes (a su vez futuros Maestros Talleristas), que el del microrrelato es un género literario tan noble como cualquier otro, que lejos de ser una variante del chascarrillo, es una herramienta compleja que exige lo mejor de uno o que no te puedes leer quince seguidos sin perder la razón. 

Pues bien, es más que probable que de alguno de esos talleres fuese alumno Jesús Esnaola. Tiene toda la pinta, Jesús, de haber sido tal cosa. Podría, aventuro, ser uno de esos escritores que sólo hace unos minutos se han levantado a tomar el bífidus de las cinco. Ese será su mejor momento del día. A partir de aquí, todo cuesta abajo. Durante ese breve descanso habrá dejado un relatito por la mitad (algo difícil de imaginar si no se sabe trabajar con decimales). Ese relatito interrumpido podría perfectamente ser un primo hermano del llamado osicraN, incluido en Los años de lluvia: “Cuando quieras, Narciso; cae al río y entra en mi mundo. Te estoy esperando.” O de Ironía: “El fantasma del inventor del GPS vaga por la Tierra, sin descanso, incapaz de encontrar el camino hacia la Luz.” Ese tipo de ingenio.

Estos dos microcuentos o microrrelatos o como quieran llamarlos son sólo un ejemplo —no demasiado malvado— de lo que viene siendo el libro. Los tiene más largos. Los cuentos, se entiende. A continuación les dejo el relato considerado por un crítico de Revista de Letras como uno de los mejores. Calculen ustedes la media.

Ellas
Tal vez, si te hubiera preguntado dónde las habías visto habría podido comprobarlo. Pero preferí pensar que estabas loca, que la cordura te había abandonado y firmé los papeles, dejé que te encerraran en aquel lugar lleno de blancos, de vacíos, de rumores y gritos. En aquel momento me convencí de que era lo mejor para ti, que allí te ayudarían a curarte, a volver a ser la que eras, a olvidar los días en que todo ocurrió.

Hace una semana que no me atrevo a salir de casa. Pronto me llevarán a tu lado. Yo también he empezado a verlas.

Pues bien, la cuestión de Esnaola, es decir, su librito, es más de lo mismo durante poco más de cien páginas que contienen un total aproximado de 90 relatos minúsculos no se imaginan cuánto. Los argumentos son variados, evidentemente, pero tienen en común la intención de sorprender y quizá ofrecer un giro final que coja por sorpresa al lector, que le obligue a asentir, a sonreír, arquear una ceja, acaso a pensar que Esnaola es una inteligencia superior de puro clarividente. Esto se traduce en cuentos en los que los narradores están, en ocasiones, muertos o a punto de morirse lo que, como sorpresa, es harto decepcionante. Algunos finales son ingeniosos (no he encontrado ningún ejemplo), otros, de juzgado de guardia (“Hoy, en el súper, he sentido un escalofrío cuando lo he visto coger los yogures de delante, sin comparar con los de más al fondo la fecha de caducidad.”) pero la mayoría se demuestran más que lamentables en una segunda lectura. 

Yo no sé si el microrrelato es un género literario o una excusa para no quedar en ridículo tratando de juntar demasiadas palabras pero espero, por el bien de la literatura, que Esnaola no sea un referente. Quizá en la barra de un bar, al salir de clase de nanonarrativa o twitilites, saque pecho junto a sus compañeros de pupitre por haber logrado publicar, algo que ellos (panda de fracasados) no, pero en el mundo real, en el mundo donde la gente lee algo más que la lista de la compra o las instrucciones del mp5, en ese mundo, lo que hace Esnaola y lo que sospecho que hacen otros cuentistas del mismo palo, no pasa de memez. Y esto incluye a Hipólito G. Navarro reescribiendo el cuento de Monterroso: “El dinosaurio estaba ya hasta las narices” (Los últimos percances, Seix Barral, Pág 319).

Selfservice
Introduzco dos monedas por la ranura. La pantalla, táctil, me ofrece varias opciones y me decido por «Castillo», «Noche» y «Tormenta». Pulso siguiente y de nuevo he de elegir, esta vez «Ama de llaves» y «Niño autista». Tras avanzar otra página «Cuchillo», «Llanto», «Oso de peluche» y «Pozo» me parecen oportunas. Por último, prefiero «Final Abierto». OK.

La máquina ronronea, carraspea y dispara su impresora. Expulsa un papel.

«Su microrrelato, gracias.»

Resulta ridículo y un tanto patético, ver a hombres hechos y derechos dedicar tanto tiempo a tamañas nimiedades total para ser ignorados un microcuento tras otro. Desde luego hay que tener muy poco amor propio para dedicarse a esto, tanto, que uno no puede evitar preguntarse si no hay que ser también un poco retrasado o, como poco, infantil, para no caer en la cuenta de tanta tontería acumulada. Propongo acabar con el género acabando con ellos, con Los Microrrelatistas. Aíslenlos, por favor, no les compren sus libritos miserables de gracietas varias. Acabemos de una vez con sus prosas de pitufos.