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miércoles, 28 de mayo de 2014

Moby Dick y la insoportable levedad del ser

Esto no es una reseña. Reseñar Moby Dick está por encima de mis posibilidades. Esto, si ha de ser algo, debería ser una reacción inmediata de una lectura recién terminada, o algo así, pero como título para el post es demasiado largo.

Tengo que decirlo: han de saber que me he enamorado perdidamente de este LIBRO. Por méritos propios y ajenos. Quiero decir que además de la historia, he disfrutado lo indecible la excelente edición de Valdemar, que «reproduce las cerca de 300 ilustraciones que realizó Rockwell Kent –uno de los grandes maestros de la ilustración en EEUU– para la histórica edición de 1930 de The Lakeside Press de Chicago». La traducción (hoy me he acordado) corre a cargo de José Rafael Hernández Arias.

¿Saben cuando algo es PERFECTO? Pues igual.

* * * * * *

“Por eso creo que hay que leer La montaña mágica y saltarse sin complejo de culpa todas las páginas que te parezcan muertas. O ignorar las tediosas novelitas pastoriles de la primera parte del Quijote. O pasar a toda prisa las aburridas y meticulosas descripciones de ballenas que incluye Moby Dick. Todos estos libros son maravillosos porque crecen y cambian y están vivos: uno no puede acercarse a ellos como si fueran textos sagrados esculpidos en piedra, dogmas temibles e intocables. Sáltate páginas, en fin, sumérgete y disfruta.” 

Esto lo dijo Rosa Montero el uno de mayo de 2010, cuanto la escritora tenía, no trece, sino 59 años. 59. Que, oye, ya es una edad para andar diciendo chorradas.


Yo puedo entender que a uno no le gusten las ballenas. A mí no me llamaban especialmente la atención. Lo puedo entender, decía. Lo que no puedo entender, de verdad que no, es que uno diga que, si quiere, se puede saltar alegremente las aburridas y meticulosas descripciones de ballenas que incluye Moby Dick y acto seguido, con la misma alegre fingida ingenuidad, que es (ese y todos los demás) un libro “maravilloso”.

Maravilloso. Ni aburrido ni meticuloso. Ma-ra-vi-llo-so.

¿Maravilloso por qué, exactamente, si le hemos quitado, cuánto, veinte, cien, doscientas páginas? ¿Qué lo hace maravilloso? ¿Su condición de mutilado? ¿La caza de Moby Dick? ¿Esas… cuarenta o cincuenta páginas finales, algo del comienzo, fragmentos del interior? ¿Qué?

No. Supongo que lo que lo hace maravilloso es la atrevida ignorancia.

En Goodreads, esa red social para frikinabos de la cosa impresa, alguien, siguiendo la estela dejada por la cola de la amiga Montero, decía que Moby Dick hubiera podido llegar a ser genial si no le sobrasen algo así como 400 páginas.

Es decir, medio libro. O más.

A ver, no jodamos: un libro al que le SOBRAN 400 páginas es una puta mierda de libro. O qué.

Pero no, Moby Dick es genial aún sin esas 400 páginas. Porque claro, sale un tío obsesionado con una ballena, fundiendo hierro para hacer un arpón, como un Steven Seagal de la vida jurando vengar la muerte de su mujer, que es lo que le da calidad a la película, como dice el otro. O tal vez sea por el comienzo, “Llamadme Ismael”, que pone mucho. 

Yo… bueno, a ver, no sé, quiero decir, no entiendo. ¿En serio hay gente así? 

Evidentemente no han entendido un carajo. 

La gente es muy libre de saltarse páginas, yo mismo cabeceo en ocasiones durante algunos párrafos de si me pilla a la hora del café, pero, coño, saltarte las descripciones de Moby Dick equivale a saltarte mucho más de media novela (equivale a no entrar en la historia, a no entender la historia, a no sumergirte en ella, que es lo que pide el cuerpo): equivale a no leer Moby Dick. Y desde luego es imposible que te guste, ¡es imposible que te parezca maravillosa!

Si es que no puede ser.

Yo creo que el problema reside en que las más de las veces (y esta es una opinión sin ningún fundamento) uno no lee Moby Dick porque le apetezca leer Moby Dick sino porque hay que leerla, por las recomendaciones, ese tipo de cosas, y por lo tanto se afronta, generalmente, desde el interés ajeno y como una novela de aventuras con querencia a la digresión. Y claro, así no hay modo. 

En mi humilde opinión a Moby Dick hay que llegar sin prejuicios y dispuesto a lo que se presente porque Moby Dick más que una novela es una experiencia y sería (es) imperdonable no disfrutar de ella.

Saltarse las descripciones. Jesús bendito. ¿Y no sería mejor, para eso, buscar una versión infantil de troquelados o ventanitas? O un cuento. Seguro que hay miles de cuentos con dibujitos preciosos de capitanes regordetes de hermosas barbas papanoélicas y trajes de primera comunión. O un comic. O la película. Hora y media y a la cama. Mejor, imposible. Si una imagen vale más que mil palabras, en cinco fotogramas liquidamos dos o tres capítulos, fácil. 

“Sáltate páginas, en fin, sumérgete y disfruta.”

No sé en qué charco acostumbra a sumergirse Rosa Montero, pero mi experiencia en la inmersión fue algo más “profunda”. Durante diez o doce días, los que fuesen, no pensé en otra cosa que ballenas. Malditas ballenas. La obsesión de Ahab fue mi obsesión, también, y no había libro en el mundo que me apeteciese leer más que ese.

Y yo no sé a los demás, pero a mí esto no me pasa todos los días.