Mostrando entradas con la etiqueta Oscar Esquivias. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Oscar Esquivias. Mostrar todas las entradas

lunes, 25 de abril de 2016

‘Andarás perdido por el mundo’ de Oscar Esquivias

Nos enfrentamos, una vez más, a la eterna cuestión: ¿por qué leemos lo que leemos [y no lo que deberíamos leer]? 

No es mi caso pero este libro podría llegar a ser leído por las siguientes razones: 

Porque dice un tal Ignacio Sanz (crítico de la tormenta en un vaso) que cuando lee a Oscar Esquivias siente, por la razón que sea, hormigueos, pero no dice dónde y yo tampoco soy mucho de preguntar. En un principio creí que la portada tenía algo que ver (a mí me ocurrió que me desangré en cuanto la vi) pero quedó descartado cuando, inmediatamente después, da medio a entender no está del todo mal, que, de hecho, va muy bien con una idea que se le pasó por la cabeza en no sé qué momento, algo que no tiene la menor importancia, al fin y al cabo no todo el mundo puede tener mi buen gusto. Lo realmente interesante viene cuando dice, porque lo dice, que en este colección de relatos pueden ustedes encontrar (ahí vamos) personajes inolvidables. Lo voy a repetir: inolvidables. Vale. Personajes inolvidables en la literatura hay dieciocho, de los cuales seis deben estar aquí.

Más cosas que invitan a la lectura: Ignacio habla de, atentos, “dominio absoluto de la escritura” o del “estilo poderoso” o del “fluir torrencial sin desbordamientos” del gran Esquivias, contra el que (ya se lo adelanto) no siento el menor rencor por haberme hecho perder el tiempo.

Para los incrédulos, he aquí una demostración (elegida al azar, I promise) de dominio absoluto, estilo poderoso y fluir torrencial en la prosa de Esquivias: «Aprendí a nadar el verano que mis padres se separaron. Aquel año no fuimos de vacaciones a San Vincenzo (donde vivían mis cuatro abuelos) y permanecimos en Florencia. Mamá nos apuntó a mi hermana Stefania y a mí a un curso de natación en la piscina Le Pavoniere, que está en una suntuosa villa del Parco delle Cascine, escondida entre enormes árboles, en el lugar más umbroso y frío de la ciudad. Nuestro monitor se llamaba Davide y trabajaba de socorrista. Mi hermana decidió ya el primer día que era el hombre más guapo del mundo y que debíamos casarle con mamá». Yo creo que el entusiasmo de Nacho debe tener algo que ver con la utilización de la palabra “umbroso”, pero no las tengo todas conmigo.

Pero se dicen más cosas, por ahí; cosas que podrían perfectamente invitar a la lectura.

Mi estimado David Perez Vega nos habla desde su ciudad sin cines de cuentos magistrales. Magistrales, eh. Pues eso. Alguno le gusta menos (los más cortos, de hecho) pero esto, dice, es posiblemente (posiblemente) una cuestión de apetencia personal. Entiendo que el resto de la crítica tiene un carácter mucho menos caprichoso. Bromas aparte, me gustan mucho dos cosas en la reseña de David: una, que muchos comentarios (hace uno por relato) los termine, en un ejercicio de honestidad que le honra, con un comentario que roza la negativo o lo no-demasiado-positivo o, en cualquier caso, no-lo-suficiente; y dos, que cierre la reseña dejando claro que, pese a ello, Andarás perdido… le parece el mejor libro de Esquivias y él uno de los mejores escritores de cuentos españoles. Que ya tienes que escribir bien, para que te digan algo así.

Esto último me gusta, sobre todo, porque yo hago mucho caso a David y si David dice que este es su mejor libro yo ya no vuelvo a leer a Esquivias en mi puta vida.

* * * * *

Tengo que decirlo: David fue uno de los culpables (a Ignacio lo descubrí después, minutos antes de sentarme a escribir esto de hoy) no de que yo leyese a Esquivias sino de que eligiese leer a Esquivias, que es muy diferente. 

Me explico.

Por lo general, ustedes lo saben, no soy mucho de relatos. Y precisamente por ello. 

Verán, este ERA el plan: leer (intentarlo), cada día, uno, ni necesariamente novedad ni necesariamente nada. Un relato de un autor diferente, de diferentes libros o del mismo libro o del mismo autor o, yo qué sé, lo que pidiese el cuerpo, como siempre, y después, no sabía cuándo, el viernes, por ejemplo, o el sábado, publicar comentarios, sacar conclusiones precipitadas, emitir reseñas parciales, sesgadas y cargadas de prejuicios, un poco como son las mejores reseñas.

Esto incluiría relecturas, reinterpretaciones y declaraciones de intenciones varias. Sería un juego. Cada semana, una antología de andar por casa, un agravio comparativo tras otro y un permanente prejuzgar lo que quedase por leer.

Y así un mes. O dos. O tres. Yo qué sé. O quince días. Dudo que más. Ya se vería. 

Y ver qué salía.

No pudo ser. Sí han caído relatos diarios, pero no ha habido tiempo para comentarlos. 

Lástima.

* * * * *

Retomando.

Yo quería hacer una reseña en condiciones pero lo cierto es que Esquivias me ha dejado un poco literalmente sin palabras, para qué voy a engañarles. De hecho, no pensaba escribir nada pero tampoco me parece justo dejar que se gasten ustedes el dinero en tonterías pudiendo comprar revistas del corazón. Esta es mi opinión (sincera, honesta, ejemplar… ya saben): no puedo con él. Con Esquivias, digo. Me supera. Y mira lo he intentado, eh. Es más, leyendo el primer relato creía sinceramente estar frente a un escritor con algo que decir. Me duró diez minutos, eso también es cierto. Menudo susto. 

Esquivias es convencional. Donde unos ven dominio absoluto no hay más que corrección; donde estilo poderoso, convención; donde fluir torrencial, paja mental.

Los relatos de Esquivias, que se sitúan en Rusia o Estados Unidos como podrían situarse en Burgos, no pasan de narrar vulgares anécdotas que, por buscarles algo en común, están protagonizadas por seres vulgares, anodinos y bastante cobardes. Podría hablarles de ellos. De los relatos, digo. Podría hablar, si no de todos, de algunos. Podría hablar de los mejores. Elegir dos que salvar de la quema, ponerlos en buen lugar y dejar, después, que viniese el de turno a decir que si Tongoy dice esto de, es que deben ser la hostia o parecido. O también puedo hacer aquello que me pide el cuerpo, que no es otra cosa que putear a la más fea.

Hagamos eso.

Hay un relato muy tonto llamado Mambo del que quisiera hablarles. En él, un hombre anodino y vulgar y un poco cobarde trabaja en un banco al que, cada mes, llega una mujer insoportable (he aquí otro ejemplo de estilo poderoso de Esquivias: «Aparenta unos cuarenta años, muy mal llevados, erosionadísimos (uno se imagina su vida sentimental como un páramo recorrido por vientos helados), pero bajo estos escombros se puede descubrir un rostro más o menos agradable, con unos ojos muy expresivos, casi de actriz de cine mudo») por culpa de ese juego tan de jubilada consistente en mover dinero entre cartillas y pagar recibos y demás zarandajas de primeros de mes. Para más inri, son vecinos. Coinciden en el ascensor; nunca saben qué decirse. Ella es como es y él un poco imbécil. Una noche de cita doble ella se sube al piso un maromo. Él también. Ella, la tonta del bote, pobre infeliz, se lo pasa entre fenomenal y descacharrantemente en tanto que él, en el piso de abajo, sufre incómodos silencios entre plato y plato hasta que su churri de esa noche lo saca a bailar el mambo un poco demostrando que ellos no son menos que los vivalavirgen del piso de arriba. 

No sé, claro, yo veo buena intención y uno siempre hace lo que puede con los medios de que dispone pero me llena de asombro y estupor y temblores; me duele el alma pensar que hay por ahí un hombre que cree que algo como esto es digno de escribir y otro que cree que es digno de publicar. Es un relato que, no contento con rozar el microrrelato, se mete de lleno en el ridículo más absoluto. 

Esquivias o, si lo prefieren, su libro, puede ser muchas cosas y de hecho lo es (mediocre sería una de ellas) pero lamentablemente es también la única que no podrá ser jamás perdonada por quien esto escribe: el libro de Esquivias es aburrido a dolor. Y desde luego de magistral no tiene ni la i.