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viernes, 13 de junio de 2014

“El coleccionista” de John Fowles

En El coleccionista (1) a un inadaptado le toca la lotería y no se le ocurre mayor tontería que secuestrar a una mujer de la que está secretamente enamorado para encerrarla en el sótano hasta que sea ella la que se enamore perdidamente de él, algo que en su imaginación parece tener bastante sentido. 

En la primera parte de la novela (de un total de tres) el narrador (el villano, un hombre sagaz de ideas claras y endeble justificación), dibuja una mujer fuerte e inteligente, posiblemente apasionada, en absoluto temerosa. En la segunda pasa a ser ella la narradora (el texto tiene forma de diario personal, secreto e intransferible) ocasión que aprovecha el autor para poner las cosas en su sitio: él es un puto enfermo, ella sólo una joven débil e insegura (a la vez que niñata altiva y arrogante) que no merece ni remotamente pasar por ese infierno. En la tercera, el secuestrador vuelve a ser el narrador, pero esto mejor nos lo vamos a saltar.

¿A que parece una novela de terror psicológico?

Bueno, pues no.

O sí, pero no exclusivamente. Ni siquiera principalmente aunque entre sus virtudes destaque su facilidad para la alegoría y, al mismo tiempo, la intriga, las dos con idéntico acierto, las dos con idéntica intensidad. Porque las cosas como son: la novela se lee en una patada de pura ansiedad. Lo digo por todos aquellos amantes del sufrir que quieran pasar una o dos tardes felices.

Pero volviendo a la novela: ella, la víctima, se llama Miranda. El joven verdugo asegura llamarse Ferdinand pero Miranda, la bella Miranda, le llama Calibán. Como verán hay algo de La tempestad (2) en esta novela. Lo cierto es que hay mucho de La tempestad en este momento de la vida de Fowles en el que ya está escribiendo la que será considerada su gran obra (El mago, por mucho que él no sea de la misma opinión).

Lo de El coleccionista tiene tela. En el momento de su publicación ya dio problemas. Fowles, en el prólogo del peculiar Áristos (un libro pseudofilosófico que recoge las claves de su pensamiento) dice lo siguiente: 

«Al emplear el mismo método que Nelson para no ver siquiera las señales que no deseaba ver en el horizonte, algunos críticos han encontrado en este libro y en mis dos novelas, El coleccionista y El mago, pruebas de que soy un criptofascista».

¿Ya tengo su atención? Bien. 

Simplificando mucho parece que a la crítica le molestó que el villano estuviese representado por un personaje de clase baja mientras que la víctima era de alta, como si con esto se estuviese dando a entender que ser ignorante equivalía a ser peligroso. Pero Fowles consideraba que el tema de El coleccionista no había sido interpretado debidamente. 


El tema

El tema viene de lejos. De Heráclito, nada menos, un señor del que Fowles se ha declarado fan total. Parece ser que Heráclito tenía una teoría según la cual la humanidad se dividía entre la élite moral e intelectual (los pocos) y una masa conformista (los muchos). Claro, esto te lo coge un reaccionario cualquiera y ya te puedes dar por gaseado si no llegas al salario mínimo. Para Fowles el ideario de Heráclito era altamente inflamable, pero eso no quitaba para que lo considerase biológicamente irrefutable. Es el azar (y ya voy saliendo de este patatal) el que a la postre decide la posición social y con ella el acceso a la educación. Y de ahí al cielo. 

Pues bien, en El Coleccionista tenemos, por un lado, a Clegg (el secuestrador), un joven que es resultado de una mala educación y un ambiente mezquino, mientras que, al otro lado del ring, Miranda (la víctima) ha tenido la suerte de gozar de buenas oportunidades gracias a la desahogada posición económica de los padres, lo que no quita para que sea una mojigata, una snob liberal y, en cierto modo, también un poco ignorante. 

Lo que Fowles asegura querer dar a entender con este enfrentamiento novelado es que, a menos que hagamos frente a este conflicto de clases, a menos que admitamos que, por nacimiento, no somos iguales, a menos permitamos a la masa huir de su destino y a menos que recordemos a esos pocos que tienen una responsabilidad, «nunca llegaremos a gozar de un mundo más justo y más feliz».

Para que nos entendamos: que la madre de todos los problemas es la desigualdad y que en tanto ésta exista, no habrá nada que hacer.

En resumen: a pesar de algunos pequeños defectos (como pueden ser puntuales caídas de tensión en la segunda parte o el paralelismo un tanto forzado que establece con la obra de Shakespeare, algo que corregiría en la estupenda El mago), El coleccionista es una más que interesante y más que recomendable novela.