La novela que hoy nos ocupa y a la que, prometo, no dedicaré mucho tiempo (ya sabemos lo poco que nos gusta leer reseñas de más de 500 palabras), es otro ejemplo perfecto del quiero y no puedo pero he estado a punto o así lo he dado a entender desde la marginalidad más absoluta. Me explico: Goodreads, al margen de su mayor o menor credibilidad (cada uno según su credulidad), es un recurso tan bueno como cualquier otro al que recurrir para hacerse una idea de qué o cómo se corta el bacalao, y en este caso sirve para certificar lo que ahora ya es evidencia: a Marina Sanmartín Pla no la lee ni el Tato. Casi ni yo. Y no es normal, esto. La muchacha escribe, edita, tiene un blog, por lo que se le supone un cierto "reconocimiento". Entonces, ¿qué clase de gente la sigue? ¿Cómo se puede ser tan cabrón para conocerla y no leerla y recomendarla viva, apasionadamente? ¿Qué ha sido de la amistad? No tienen que hacerle un altar, pero léanla, por el amor de Dios, LÉANLA.
Dicho lo cual, expondré a continuación las razones para no hacerlo y ya lidian ustedes con la contradicción.
La historia:
La historia es un lío del demonio. A ver cómo se lo explico: estamos en el futuro, en un futuro que está ahí al lado, un futuro fácilmente reconocible o imaginable en el que lo mismo te encuentras inhibidores de fama, que biodiscos, que moderneces similares. Todo muy serie B, pero bien, tampoco es el tema. En ese futuro unos estudiantes llevan a cabo una suerte de investigación o tesis que indaga en los sucesos de un pasado que es nuestro presente. La novela es: uno, el trabajo de esos chicos que incluye entrevista con el único superviviente del hecho y por lo tanto recreación de aquello; dos, transcripción de las supuesta conversaciones privadas entre dos psicópatas y venerables ancianos autores del horror y tres, transcripción del Informe sobre la víctima, que es un texto que dejó escrito una de las protagonistas de la novela, hermana del entrevistado, pareja de una de las víctimas, etcétera, y sobre que el cae todito el peso de la narración en tanto en cuanto tal informe se vende como lo que NO ES o, si lo prefieren, NO ACABA SIENDO:
«[…] si bien es cierto que la redacción del Informe sobre la víctima nada tuvo que ver con la comisión de los asesinatos, hay que formular la cuestión siguiente: ¿Hubieran alcanzado los crímenes de la calle de los Tres Dientes la condición de mito de no haber existido el informe? ¿Es el acontecimiento por sí solo importante o banal, o depende de las facultades del narrador para perpetuarse?»
Insisto: toda la novela se construye sobre falsas expectativas. La importancia del informe, la importancia de los crímenes, la importancia, la importancia. Y uno avanza por esa razón, para saber; uno avanza porque espera un hecho insólito, una revelación, algo que justifique tanto misterio, tanto drama. Un acontecimiento que realmente marque un antes y después en la práctica de la criminología, la patología forense o el genocidio selectivo.
Y lamento estropearles el libro, PERO NO. Al final, lo de siempre: NADA.
Y además se ve venir, que es lo que más jode.
Y yo llevo muy mal estos engaños. Soy la inocencia personificada. Me dices ven y voy. Me dices que este crimen será memorable y ME LO CREO.
Ahora bien, no me lo dices dos veces.
La novela es, al final, otro caso en el que unos matan y otros mueren y unos terceros le sacan punta a la cuestión. El truco está en no decir prácticamente hasta el final cómo los unos ni de qué los otros, mantener el misterio de lo que se sabe inevitable y salpimentarlo con catastrofismos varios, estructura irregular, saltos en el tiempo, efectismo, historias que no llevan a ninguna parte y una ciudad a la que se le supone importancia sólo porque sí.
El resultado es mero entretenimiento sin clímax. Tal vez eso era lo que pretendía la escritora pero desde luego no era lo que yo esperaba encontrar.