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miércoles, 14 de diciembre de 2016

De la inconveniente legitimidad: Una introducción

Me van a permitir el rescate de un artículo que un servidor publicó hace la friolera de cuatro años en aquel experimento fallido que fue Diario Kafka, concretamente el 10/12/2012 (ténganlo en cuenta cuando lo lean). El artículo nos servirá para hablar (cuestión de días) de las tan populares listas de “lo mejor del 2016” y muy especialmente sobre la que uno de los aquí mentados se ha marcado esta Navidad.


UNO

30 de noviembre. Llueve. Ignacio Echevarría: “Basta de monsergas sobre la corruptibilidad de los reseñistas, sobre su ignorancia, sobre su mansedumbre y sus anteojeras”. A ver, un momentito, orden en la sala: las monsergas sobre la corruptibilidad de los reseñistas son la sal de vida. Como ex-reseñista Ignacio debería saber que no podemos renunciar a ellas, porque si renunciamos a ellas corremos el riesgo de dormirnos en los laureles y entonces puede llegar el lobo y comernos todito todito lo que no nos tiene que comer. Que los reseñistas son unos vendidos hay que decirlo siempre y dudar de ellos o directamente no creerse ni una palabra, también, siempre. Hemos llegado a un punto en que es una obviedad decir que los malos críticos son los culpables del bajísimo nivel de la crítica de los suplementos culturales de este país y que ya todos sabemos poco menos que, en el mejor de los casos y salvo honrosas excepciones, la crítica es decepcionante.

Pero no nos equivoquemos, esa crítica vaga, perezosa, poco o nada profesional; esa crítica que se prostituye por cuatro euros o que sólo atiende a intereses comerciales, esa crítica, digo, no es la peor crítica ni su perpetrador el peor de los críticos ya que, al fin y al cabo, es consciente de las “limitaciones” (entre comillas esto) de un público que sólo busca orientación y estar un poco al corriente de las novedades. Somos corderitos asustados. Pero hay otra crítica (otras, en realidad) que resulta mucho más despreciable que esa que, al fin y al cabo, hace lo que hace porque tiene una familia que mantener. Estoy hablando de la crítica que hacen los AMIGOS, esa banda de impresentables mentirosos y oportunistas, vagos y maleantes la mitad de las veces. Hoy hablaremos de un grupo de amigos muy concreto, porque en la concreción está el gusto. Pónganse cómodos; nos llevará un rato. 


DOS

Miguel Espigado es escritor y, hasta donde yo sé (que tampoco es que sea mucho) ejerce de crítico literario en revistas como Quimera. Pues bien, Miguel Espigado publicó hace unos meses un artículo en su blog llamado ‘10 Consejos para ser un buen crítico literario’ en el que se incluía el siguiente punto: “No te hagas amigo de los escritores. Acabarás apoyando sus carreras con las laudatio más bochornosas, pelotas y cursis. Luego, cuando tu amistad no sea justamente correspondida, pondrás sus libros a caer de un burro en justo desagravio”.

Exacto. Aunque Miguel Espigado tenga algunos días malos, de vez en cuando también tiene momentos de extrema sensatez, es capaz de ver más allá de sí mismo y entender que la amistad está bien para según qué cosas pero fatal para según qué otras.

Además de estos arrebatos de sentido común, Espigado tiene un blog o dos o tres. El actual se llama “elespigado”. Antes de eso, mucho antes, abrió uno al que llamó Generación Nocilla cuya primera entrada, escrita en julio de 2007, servía para definir qué es y quién integraba La Generación Nocilla. [1] Sin querer hacer demasiada historia de un hecho sobradamente conocido, la generación Nocilla surge a raíz de la repercusión que tiene la novela de Agustín Fernandez Mallo [2], Nocilla Dream, de la que no hablaré si no es en presencia de mi abogado. Vicente Luis Mora [3] prefería llamar a esta generación “La luz nueva”, porque Vicente tiene estas cosas de buscarle nombres raros a todo. En cambio a Eloy Fernández Porta [4], socio de Spoken Words con Agustín Fernández Mallo, le gustaba mucho más la etiqueta de “Afterpop”, que por algo escribió un libro con ese nombre. Los Fernández siempre en la vanguardia.

Nota de interés: el tercer blog de Espigado al que hacía referencia más arriba se llamaba “Afterpost” y prestaba especial atención a la obra de los integrantes de la Generación Nocilla. Qué cosas, ¿eh? Esto no ayuda a entender a qué viene incluir en el segundo punto de los ‘10 consejos para ser buen crítico literario’ lo inconveniente o sospechoso de criticar libros de tus amigos si luego vas y casi no haces otra cosa en tu vida. 


TRES

Por otro lado, hace unos días, el jueves 29 de noviembre, Antonio J. Gil daba la réplica a mi artículo de Autopsia Crítica de hace un par de semanas que versaba sobre el trato que recibe Agustín Fernández Mallo de parte de cierto sector de la crítica. Venía a ser algo así como la crítica al crítico que critica la crítica y ciertamente era una crítica ejemplar, al menos en términos absolutos, es decir, obviando el contenido que realmente escondía y que no era otro que meterse conmigo. Pero, ¿por qué iba este señor, a quien no tenía hasta entonces el placer, a hacer semejante cosa? Entonces no tenía yo la más remota idea. En cambio Jordi Carrión, sí. Solo dos horas después de publicarse el artículo, Carrión [5] sube a su muro de Facebook un comentario en el que me etiqueta y que viene a decir algo así como que Antonio Gil disecciona brillantemente mi post. A Daniel Arjona, joven periodista de El Cultural (el mismo suplemento que en su momento, de la mano de Nuria Azancot, dio el pistoletazo de salida a la Generación Nocilla) también le parece excelente. A mucha gente le parece excelente. ¡A mí me parece excelente! Tanto le había gustado a Jordi, tanto tantísimo, que dijo muchas más cosas, todas ellas muy interesantes: decía que el artículo de Gil era útil para demostrar para qué servía estudiar literatura, retórica y semiótica y destacaba un tema de fondo que le parecía muy interesante: la LEGITIMIDAD. Legitimidad que, en el caso de los críticos y del propio Agustín Fernández Mallo, se sustentaba en libros en tanto que el del autor del post original (esto es, yo) lo hacía en posts. Tanto Antonio J. Gil como Túa Blesa eran catedráticos de literatura comparada y, atención, decía que sus currículums, sus publicaciones y sus libros tenían un sentido sobre el que merecía la pena reflexionar. También hacía una llamada a la reflexión sobre las formas de autoridad actuales. No puedo estar más de acuerdo con él y por eso, para reflexionar, es por lo que hoy escribo esto. Terminaba, Carrión, pidiendo serenidad y argumentos para hablar de estos temas que estaban afectando significativamente al sistema literario español. Todo un discurso, ya ven. 


CUATRO

La cosa quedó con todos más contentos que unas castañuelas de saberse tan listos y tan fuertes y tan preeminentes y tan influyentes y tan llenos de razón que era cada poro de su piel una verdad incontestable. Hasta que al día siguiente las chicas de La Patrulla de Salvación, el conocido blog de denuncia del mundo editorial, llamaron la atención sobre un curso que en otoño impartió Vicente Luis Mora en la Universidad de Brown (EEUU) –la misma en la que imparte clases Juan Francisco Ferré [6]—. El nombre del curso era “Postmodern Spain: New narratives and New Technologies” y trabajaba sobre los siguientes libros: Los muertos [7], de Jordi Carrión, Intente usar otras palabras, de Germán Sierra [8] y Nocilla Experience, de Agustín Fernández Mallo. Entre las Lecturas Críticas Obligatorias se encontraba el texto ‘Facebook y la circulación de la literatura’, también de Jordi Carrión y ‘Hacia una postnovela postnacional’, de Antonio J. Gil González [9]. Por otro lado entre las Lecturas Críticas Recomendadas estaban: El lectoespectador, el último ensayo del propio Vicente Luis Mora y La Luz Nueva, también del mismo autor. Por último Afterpop, de Eloy Fernández Porta y, supongo que por nivelar, ‘E Unibus Pluram ’ de David Foster Wallace. [10]

Uno o dos días después de la publicación de este post en el blog de La patrulla de salvación, la conversación que Jordi Carrión había tenido en su muro sobre lo absolutamente maravillosa que había sido la contracrítica de Antonio J. Gil desapareció. Se esfumó. Se volatilizó. Literalmente: Jordi Carrión hizo algo así como tragarse sus palabras (y por extensión las de todos los demás). En la teoría y en la práctica: donde dije digo, mejor no digo nada. 


CINCO
LEGITIMIDAD

Convendría ahora recordar uno de los comentarios borrados de Carrión, concretamente en el que decía que habría que reflexionar en torno a la LEGITIMIDAD (supongo que entendida como la “capacidad y derecho para ejercer una labor o una función”). Legitimidad de autores, que se sustentan en libros, y legitimidad de los no-autores que lo hacen blogs. Convendría recordar, también, la recomendación nada gratuita de Espigado acerca de lo conveniente de no tener amigos escritores que puedan hacernos sentir obligados a corresponder a esa amistad con recomendaciones bochornosas y laudatorias.

No seré yo quien cuestione la valía de gente como Vicente Luis Mora o Antonio J. Gil a la hora de emitir juicios críticos sobre literatura. Ni seré yo quien diga NO a la crítica académica. Lo que sí cuestiono es la capacidad de todos los críticos y escritores antes mencionados (y otros de los que ya hablaremos en otra ocasión) a la hora de emitir juicios sobre la obra de los diferentes miembros de esa Generación Nocilla a la que muchos se adscribieron fingiendo incomodidad pero que tan buenos resultados les ha dado y, en algunos casos, sigue dando. Que una novela de la categoría de Los muertos de Carrión o Intente usar otras palabras de Germán Sierra —que cuando las leí me parecieron de una mediocridad palpable— sean de lectura obligatoria en la universidad de Brown, es cuando menos preocupante —por no decir vergonzoso, que también— pero sobre todo sospechoso. Altamente sospechoso.

La crítica y por extensión el crítico, además de contar con un aparato teórico, estudios de literatura, conocimientos de retórica y dominio de la semiótica (Carrión dixit) necesitaría, en mi opinión, de un poco —un poco solamente— de independencia. La independencia suficiente, al menos, para dotarle de un mínimo de credibilidad a su argumentación porque de otro modo todo ese discurso y esa verborrea pueden parecer una forma un tanto rastrera de mantener un estatus que de otro modo estaría permanentemente amenazado por la duda razonable. Existe otra posibilidad que me lleva a terminar como empecé, con una cita de Ignacio Echevarría: “Lo que justifica no solo la incompetencia manifiesta y el estilo pésimo de tantos reseñistas, sino también, mucho más frecuentemente, su desconcertante mal gusto, sería la incesante rebaja de su listón que entraña el trato constante con textos de escasa calidad. […] la lectura continuada de libros mediocres […] tiene en no pocos casos efectos narcóticos sobre el gusto e incluso sobre la inteligencia […]”. ( El Cultural 30/11/2012). 









NOTAS

1. [Cita textual:] La lista total (y provisional) de la (provisionalmente) llamada Generación Nocilla es la siguiente: Vicente Luis Mora, Jorge Carrión, Eloy Fernández Porta, Javier Fernández, Milo Krmpotic, Mario Cuenca Sandoval, Lolita Bosch, Javier Calvo, Domenico Chiappe, Gabi Martínez, Álvaro Colomer, Harkaitz Cano, Juan Francisco Ferré, Germán Sierra, Fernández Mallo, Diego Doncel, Mercedes Cebrián, Salvador Gutiérrez Solís, Manuel Vilas, Robert Juan-Cantavella y Vicente Muñoz Álvarez. [Confeccionada con los datos ofrecidos por Nuria Azancot en su artículo de 2007 para El Cultural y otros incorporados por Vicente Luis Mora y Eloy Fernández Porta].

2. V. supra. n. 1

3. V. supra. n. 1

4. V. supra. n. 1

5. V. supra. n. 1

6. V. supra. n. 1

7. Los muertos (Mondadori, 2010) es la primera parte de una trilogía cuya continuación parece haber caído en el olvido.

8. V. supra. n. 1

9. También autor de ‘Microrrelatos para una exposición... Analogías para pensar Nocilla Dream’.

10. Observaciones: Eloy Fernández Porta es un viejo conocido de la universidad Brown: la visitó en primavera en una gira del Dúo Afterpop Fernández & Fernández (con la perfomance ‘Personificación’) y que les llevó también al Instituto Cervantes de Chicago. Cabría señalar, a modo de anécdota y aunque seguramente no tenga nada que ver una cosa con la otra, que Vicente Luis Mora compagina su labor como crítico con un trabajo en el Instituto Cervantes.

martes, 23 de abril de 2013

Epitafio a Diario Kafka (breve nota de urgencia)

¿Qué ese silencio que pesa sobre Diario Kafka?, me preguntas mientras clavas en mi pupula tu pupila azul. ¿Qué secreto inconfesable -y a todas luces evidente- es ese del que nadie habla y por qué demonios parece anticipar un desastre de proporciones líricas? Yo te lo digo, amor: Diario Kafka echa el cierre. O eso creo. 

El 20 de noviembre de 2012 escribí, en este blog, lo siguiente: El 19 de noviembre [2012] nace Diario Kafka, el único suplemento cultural que depende de sí mismo y de sus circunstancias y en el que, para variar, no están los de siempre (no todos, al menos). Sé que cuesta imaginar un proyecto digital con esperanzas de futuro que no haya sido planeado tomando unos chupitos a la puerta de un colegio, pero aquí está. (Bueno, quizá esta frase no sea muy acertada en su totalidad.)” 

5 meses, nada más, hace de aquello. Era prometedor, ciertamente. Un suplemento cultural independiente, organizado por profesionales del medio y con capacidad para reírse de sí mismo. Lo tenía todo. O casi todo. Les falló, supongo, un plan de viabilidad algo más realista o quizá les sobró el habitual exceso de confianza. 

Hoy entro en DK y sólo veo el desierto de los centros comerciales abandonados. Los blogs ya no se actualizan, a excepción de Lector Mal-herido y quizá alguno más de todos los que no consulto (ni, confieso, he consultado); las grandes firmas brillan por su ausencia: ya ni Reig, ni Orejudo, ni Máximo Pradera. Ya ni El Tato. Las semanas temáticas son cosa del pasado. Ahora se lleva fingir, disimular, preparar la carta de ajuste; hacer mutis en el foro hasta que llegue el momento de hacer pública la noticia. 

Sí, o mucho me equivoco o Diario Kafka ha muerto. Lo de ahora son, pues, nada más que estertores. Ojalá no; ojalá sean imaginaciones mías, pero lo dudo, sinceramente. Hay señales en el cielo y cotilleos, sobre todo, cotilleos. 

Hablando en serio: se dice se cuenta se rumorea (se hace mucho más que esto, en realidad) que el día 29 será el último que Diario Kafka publique algo, lo que sea. Después de eso, nada; después de eso sólo quedará el recuerdo de un proyecto fracasado de un suplemento cultural que prometía cambiar el aburrido panorama actual. Lamento profundamente (todo lo profundamente que se puede lamentar este tipo de cosas, que tampoco es que me vaya la vida en ello) que esto tenga que acabar y sobre todo lamento que el esfuerzo y la ilusión –notables, qué duda cabe- y la valiente iniciativa de este pequeño grupo de escritores, acabe de este modo. Porque otra cosa puede que no, pero ganas y valor le echaron a paladas. Y buen gusto, eso por descontado.


Por lo demás, feliz Día del Libro. Y que siga la fiesta.


martes, 19 de febrero de 2013

Ponerse el mundo por Montero (DK y12)


UNO: La pelea de gallos
Cuando la semana pasada hablé de Luis García Martín lo hice con la doble y malsana intención de, por un lado, hablar de Martín y su sentido acrítico, y por otro de Martín respecto a Montero, esto es, “El evangelio según San Martín”, toda vez que es harto evidente la veneración del uno hacia el otro. Hoy es mi último día en Diario Kafka. Hoy voy a hacer de chico malo.
Déjenme hacer un poco de historia reciente de la literatura salvaje. Algunos recordarán aquel duelo en el OK Corral Granadino que fue el enfrentamiento entre los profesores Don Luis García Montero y Don José Antonio Fortes Fernández, como tal los dio en llamar el Juzgado de lo Penal nº 5 de Granada donde acabó (es un decir) todo. La cosa tenía que ver con unas risitas de Fortes a las que Montero no respondió demasiado bien, supongo que porque no eran las primeras ni tenían visos de ser las últimas. Es este un hacha de guerra que no quiero desenterrar pero baste decir que el juez consideró que “el hecho de insultar con palabras sumamente groseras al profesor Fortes no encuentra justificación alguna y menos aún procediendo de quien proceden, un reputado escritor y profesor de literatura, y el lugar en que se producen, en pleno Consejo del Departamento de Literatura”, etcétera, etcétera, etcétera (ya saben cómo son estos jueces cuando pillan un procesador de texto). Pero la cosa no quedó ahí. Montero aprovechó en su momento la plataforma facilitada por El País para seguir adelante con su cruzada particular. Desde su columna llamó a Fortes pertubado, tonto indecente o qué sé yo, porque, decía Montero, Fortes predicaba que Lorca era un fascista (ríos de tinta sobre esto, también) y el pobrecito Montero tenía que aguantar que los alumnos de Lucifer fuesen a preguntarle (a él, angelito, que de mayor quería ser Federico García Montero) “compungidos”, si era verdad que Lorca había sido tal cosa. Confieso que imaginar a los poetas cabizbajos, llorosos, inquisitivos, compungidos por el honor perdido de Lorca me produce una hilaridad incontenible y me obliga a preguntarme si lo que yo tomaba por un problema educativo de carácter general lo es en realidad de inteligencia local. Volviendo a nuestro caso, Montero acaba pidiendo disculpas pero ya es demasiado tarde y la cosa termina en los mencionados tribunales con la victoria final de Fortes frente a un Montero que se exilia, con su cartilla de liberado sindical bajo el brazo, de la universidad granadina a pastos más verdes. O más azules. No sé, menos rojos, en cualquier caso.

DOS: Fortes unchained
Tiempo después, en 2010, José Antonio Fortes publica un libro llamado Intelectuales de consumo donde cuenta, con todo lujo de detalles, que “el control sobre las prebendas, cargos políticos, premios, circuito de actos y conmemoraciones culturales, diversas formas de consagración publicitaria, se plantea como un juego entre el poder político y los agentes del mercado para crear un producto de consumo intelectual”. En definitiva y resumiendo hasta la náusea, un estado cultural amañado.
Pues bien, en ese libro hay un ser humano que sale especialmente mal parado: Luis García Montero (un hombre sospechoso de algo, se mire por donde se mire, viendo la pasión que despierta en según quiénes). En el libro de Fortes el nombre de Luis García Montero se repite hasta 76 veces en su forma completa y 95 en la abreviada (LGM). Las he contado. Toda una obsesión la de Fortes. O no. Es decir, quizá el libro tenga a Montero como el epicentro de algo (“intelectual hegemónico en jefe”, le dice) porque Montero ES el epicentro de algo. Viendo lo tupido del entramado literario de este país supongo que nunca llegaremos a descubrirlo. Pero, ¿y a sospechar? ¿Tenemos o no tenemos razones para sospechar de algo? ¿Y de todo, ya puestos?
Juzguen ustedes mismos:
Fortes insiste en que “no son cuestiones personales las cuestiones literarias, son personificaciones los poetas, cantantes, filósofos, etc, cuya obra pública ha de criticarse y situarse en sus posiciones intelectuales de clase”. Habla de mafia roja y personificaciones hegemónicas (a veces a Fortes cuesta quitarle determinadas palabras de la boca) que dan lugar a círculos paralelos y concéntricos respecto al núcleo duro. Es decir, pequeños reinos culturales o tumoraciones paraliterarias varias de las que da ejemplo al final finalísimo del libro, al nombrar una serie de premios de los que conforman el jurado, año tras año, siempre los mismos. A saber: Felipe Benítez Reyes, Luis García Montero, Almudena Grandes, Cabellero Bonald, Benjamín Prado y un, se mire por donde se mire, larguísimo etcétera.
Sé lo que están pensando. ¿Y esto que demuestra? Nada, ¿qué va a demostrar? ¿Cuándo he demostrado yo algo? Hoy he venido -además de a despedirme- a levantar sospechas o, mejor dicho, a recordarles que no se olviden de apagar las luces, cerrar bien los grifos, la llave del agua y dejar las sospechas siempre levantadas antes de irse a dormir cada noche. Por muchas razones, entre ellas las siguientes:




TRES: Martín pescador da con un besugo
Luis García Martín, de quien ya hablé la semana pasada, publica en su blog el 27 de abril de 2010 una crítica del libro de Fortes y seguro que no lo hace porque él también salga en libro tantas veces como siete, cuatro de ellas para destacar su participación como miembro del jurado del Premio Alarcos, el mismo por el que fue acusado de corrupto por el Grupo Addison de Witt (ver artículo anterior); un premio que no ha vuelto a celebrarse, vayan ustedes a saber por qué.
A Martín no le gusta el tono de Fortes y mucho menos su sintaxis, con la que aprovecha para meterse así como de pasada. Tampoco le gusta que salgan a colación en su ensayo los nombres de Bécquer, Lorca, Alberti y Ángel González, entre otras cosas porque ve, en ello, la mala intención de Fortes: todos esos poetas son admirados al punto de haber sido objeto de estudio por… tachán… Luis García Montero. A esto me refería cuando decía, al comienzo del artículo, que da igual hacia dónde miremos, siempre hay un resto de LGM, el hombre sin atributos reconocibles de puro inasible. El resto de la crítica es citar a Fortes y un intento algo desesperado de contextualizar un resentimiento y evidenciar una falta de razonamiento por parte de Fortes: “Un libro como el de José Antonio Fortes da más bien risa (aparte de dolor de cabeza), si se quiere encontrar alguna lógica en sus presuntos razonamientos. Ejemplifica hasta dónde puede llegar el resentimiento aliado a la demagogia y a la falta de sindéresis”. Con la sindéresis hemos topado, amigo Sancho.
Termina con la enésima defensa y exculpación del pobrecito Montero, que tuvo que aguantar las arremetidas constantes por parte de Fortes en la universidad. Montero, dice Martín, prefirió irse con la música a otra parte. Etcétera, etcétera, etcétera. También que si Lorca era genial desde el parto, cuando ya sus desconsolados llantos apuntaban maneras. El sinvivir habitual del bardo.
Ya termino, ya termino. Quizá recuerden (no hace tanto que lo conté) lo que Martín decía al grupo Addison de Witt sobre su sentido crítico y sus continuas denuncias; aquello de que para hacerlo (para criticar) hacían falta algo más que desinformadas buenas intenciones: “Hace falta además de algún indicio, cierto conocimiento del medio literario y, sobre todo, alguna inteligencia”. Todos tontos, otra vez, menos los de siempre. Pues ahora, con Fortes, ídem de lienzo: “La crítica radical y razonada a la sociedad contemporánea ha de hacerse con un pincel algo más fino que la brocha gorda que encontramos en este panfleto y con una documentación que no se limite a un montón de recortes periodísticos y unos pocos libros […] de los que no se conoce más que el título”.
Parece que nada es suficiente para Luis García Martín. Él sabe que la cosa está fatal, que la corrupción campa a sus anchas en el mundillo literario, que los premios están amañados (a excepción del Premio Alarcos, que es un dechado de virtudes) pero también sabe que nadie es lo bastante inteligente, ni está lo suficientemente documentado como para luchar contra ello, o simplemente para llamar la atención sobre ello; para despertar o mantener viva la sospecha.

CUARTO: Ponerse el mundo por Montero
Para ilustrar todo esto, podemos hablar del Premio Ciudad de Burgos 2012. Verán qué divertido.
En Burgos premian a los poetas con 7200 euros, que no los gano yo todos los días. Este país tiene esas cosas. El ganador fue un individuo llamado Daniel Rodríguez Moya, a quien no tengo el placer, por una cosa (dícese también poemario) llamada Las cosas que se dicen en voz baja, como los secretos, las mentiras o las conspiraciones. Sigan el rastro de lágrimas.
El día 27 de octubre dos preseleccionadores (Ricardo Ruíz y Pedro Olaya) denuncian públicamente que el poemario premiado no estaba entre los once finalistas; que se presentó a última hora o que estaba fuera de plazo. Y que ganó.
Y ahora cojan una calculadora y sumen: 1) el ganador es de Granada, 2) de Granada es también LGM, amigo de 3) Chus Visor, también miembro del jurado y 4) editor del poemario ganador que, mira tú qué casualidad, 5) es editado habitualmente por Visor (el Chus, el amigo de Montero, el de Granada). Seguro que Luis García Martín cree que esto es otro argumento sin fundamento propio de imbéciles desinformados de brocha gorda como yo. Pues no le diría yo que no, pero así, de entrada, no lo parece. De hecho, esto, así de entrada, APESTA.
Montero no ve nada raro en esto y así lo explica: “Cuando al responsable de la editorial o a un miembro del jurado le llega la noticia de que alguien se ha presentado al premio, tiene derecho a pedir que su libro se añada a la deliberación. Esa es la costumbre establecida en la inmensa mayoría de los concursos literarios y eso es lo que ocurrió en el Premio Ciudad de Burgos.” (La cursiva es mía). Que traducido del monterítico quiere decir lo siguiente: “Es costumbre entre los premios en los que yo participo como jurado pasarse por el forro las normas y colocar los libros que nos plazca, porque nada como un amigo para valorarte en tu justa medida”. O algo así.
Y, ojito calamar: que igual está bien. Con la misma el libro es la octava maravilla y merecía, no 7200 euros, sino 7200 veces 7200 euros. O más. Pero el caso es que huele y huele mal y huele a chapuza y a amiguismo y a que hay un montón de poetas que se dejan la piel en unos versos para que luego no se tenga en cuanta nada más que lo fraterno, y es injusto, caramba, que luego señores como Luis García Martín -de quien me declaro fan desde YA, porque sí- quieran hacernos creer que si suena como un pato y camina como un pato puede perfectamente ser un gamusino.

CINCO: Cierre y despedida
Y por aquello de repartir las culpas y extender esta red clientelar de Montero y cía., no estaría de más comentar un más que cuestionable ejercicio de periodismo. El 23 de noviembre de 2012, sólo veinticinco días después de saberse que el mencionado queso de Burgos no era comestible, publicaron en esta santa casa (eldiario.es) una entrevista que era a su vez todo un ejercicio de sexo oral a Montero con la excusa de la publicación de su última novela: No me cuentes tu vida(ed. Planeta). En la entrevista no se habla ni medio minuto de la novela ('no me cuentes tu novela') pero sí de política, que es lo que a Montero realmente parece interesarle ahora mismo, mucho más que los versos y que los besos y que todo, quizá porque la corrupción llama a la corrupción. La supuesta periodista le formula 38 preguntas (¡38!) pero ni una que trate sobre el espinoso asunto de Burgos. No digo que haya que ir a por el muchacho con un punzón en la mano, pero no estaría de más acompañar esa imagen de hombre comprometido con la justicia social con esa otra de hombre comprometido con la injusticia editorial. Digo, por equilibrar la balanza y no hacernos a todos más tontos de lo que ya parecemos.
Toda esta paliza de sospechas indemostrables para llegar a la siguiente conclusión: no se fíen de nadie, de nada; no se fíen ni de su padre y desde luego no se fíen, jamás, de un poeta. Tampoco de sus amigos y de sus enemigos, menos todavía. No se fíen de sus críticos, ni de los cantantes que lo adoran ni de los políticos que lo veneran. A los prosistas, lo mismo. Puestos a no fiarse, no se fíen ni de ustedes mismos.


P.D. Esto ha sido todo por mi parte. Dejo esta sección, supongo que en manos de alguien que pueda sacarle más partido. La verdad es que yo soy más de hacer el salvaje en campo abierto y muy poco de atender a plazos. (Tampoco tengo la paciencia necesaria para leer tanta tontería como hay en la crítica suplementosa). Me vuelvo, pues, a mi villanía particular, La medicina de Tongoy, a perpetrar algo, lo que sea. Les dejo en buenas manos.
Nada más (y nada menos). Sean felices pero, sobre todo, sean malos.


(Publicado originalmente AQUÍ)


lunes, 18 de febrero de 2013

Diario Kafka: autodespido procedente y fulminante


Antes de pegar un fragmento del artículo de mañana en Diario Kafka y el subsiguiente enlace a su totalidad, déjenme hacerles una advertencia: será el último. Me refiero al último que publicaré en DK, no aquí, en la medicina. Lo digo por si quieren leerlo más despacio, no porque vaya a ser nada especial. De hecho es tan poco especial que repite esquema y temática, pero eso es porque no siempre alcanza uno el grado de concisión que quisiera. En el de la semana pasada, el dedicado a ciertos poetas de nuestra tierra, quedaron muchas cosas por decir. Siguen quedado, les diré, pero tampoco busco especializarme en chorradas. 

Decía que será el último y así es. Me he autodespedido procedentemente y sin indemnización y del mismo modo que en su momento (noviembre, creo) vine a explicarles mi nacimiento en el medio, hoy quiero hacer lo propio con el deceso. 

Atiende fundamentalmente a dos razones. La primera, de carácter fiscal, valdría para justificarlo sobradamente pero no estaría siendo del todo sincero. Más allá de la cuestión económica (nótese cómo paso de puntillas sobre este asunto) estaría la cuestión del interés. 

Verán, antes de entrar en DK yo era la clase de ser humano que leía libros, y entre libros, prospectos farmaceúticos y entre lo uno y lo otro, reseñas culturales. Leía Babelia, leía El Cultural, Qué Leer, Quimera (las partes legibles, al menos). Tiempo total estimado al mes: cuarenta y tres minutos. Digo leía, pero lo cierto es que ojeaba y gracias. Entrado en DK sí lo hacía, eso y más. Añadí a la bolsa el ABC, Vanguardia, Letras libres, Leer…, amén de blogs varios, no muchos, pero más, en cualquier caso, que antes de. La intención es harto evidente: estar al día, conocer y reconocer a los protagonistas, hacer identificables sus manías, sus dejes o los tópicos en que caen (o se tiran). El resultado del exceso fue el esperado: el mortal aburrimiento. 

Leyendo tanta mierda cabe esperar morir, lo digo en serio. A buscar un tema (esa tarea ingrata) se fue sumando la documentación y a esa, la redacción, que, quieras que no, también lleva lo suyo. Dedicar tanto tiempo a un tema tan aburrido como la crítica literaria es algo a lo que sólo pueden hacer bien auténticos expertos en aburrición y por eso propuse a mi interlocutor, Miguel Roig, a otro Miguel para el puesto: elespigado. Un acto de pura maldad, ya se imaginarán. Estoy convencido en que él sabría bien como llevar a buen puerto la tarea. Antonio Gil no lo haría del todo mal tampoco, aunque no sé yo, viendo lo abandonado que tiene su blog. 

Ahora hablando en serio y volviendo a lo que importa: el menda se baja aquí. Creo que Criticar al Crítico (así es como se iba a llamar originalmente la columna) es, en el fondo, una gran idea para la que, por mi naturaleza anárquica, no creo ser la mejor elección. Así (más o menos) se lo he dicho a ellos y así lo comparto con ustedes. 

Vuelvo pues a mi rutina de leer libros, y entre libro y libro, prospectos farmacéuticos, y entre lo uno y lo otro, alguna reseña supuestamente cultureta. Y lo que tenga que ser, sea, pero que sea divertido.


martes, 12 de febrero de 2013

El sentido acrítico de Luis García Martín (DK-11)

UNO 

No sabría decir cuándo fue maldita la hora que empezó todo esto. Debió ser hace meses. Vivía yo entonces en la bendita ignorancia de creer que la corrupción de los premios de narrativa era insuperable. Insalvable, incluso. Vivía yo así, ya digo, ignorante, cuando un amigo llamó mi atención al decirme, un poco de pasada y otro poco no, que si creía que los premios de narrativa estaban corruptos tendría que ver los de poesía. No le creí. Es decir, sí, le creí, pero haciendo algún esfuerzo (tampoco mucho). Además creo que por entonces acababa de enterarme de que a “Los enamoramientos” de Javier Marías le habían dado no sé qué premio europeo o de la crítica o algo muy importante por lo que mi fe el sistema (la poca que me quedaba) estaba lo hundida que pueda imaginarse. Parecía imposible caer más bajo. Me equivocaba. 

No volví a pensar en los dichosos premios hasta que en noviembre o diciembre leí en una esquina de la revista Qué leer no sé qué polémica con el premio Ciudad de Burgos. Sí, yo creo que se puede decir que fue entonces cuando empezó todo, cuando a raíz de aquello, -tirando de un hilo que más tarde supe infinito- descubrí que mi amigo estaba equivocado: los premios de poesía no están corruptos; los premios de poesía eran la corrupción versificada. 

Sé lo que están pensando: ¿qué tiene esto que ver con Luis García Martín? ¿Qué tiene que ver él con la corrupción, los premios, los amiguismos, la crítica y/o la poesía? Veámoslo. Pero déjenme ir poco a poco; este es un hilo con mucho cabos de los que cuelgan otros hilos de los cuelgan otros cabos y es fácil enredarse, asustarse y salir corriendo. El futuro soy yo deshaciendo un tafetán. En cualquier caso vaya por delante que utilizo a Luis García Martín sólo como la excusa para presentar la punta de un iceberg de proporciones épicas. Líricas, más bien. Reconozco también que, al menos para mí, representa nada más que uno de los de uno de los tantos hilos de los que he ido tirando y de los que sigo tirando y de los que creo que podría seguir tirando el resto de mi vida sin dejar nunca de tirar. Moriré de viejo y aún quedará hilo, urdimbre, trama. Sobre todo, trama.



DOS
Les pongo en antecedentes (parte de ellos, al menos): Luis García Martín dirige la revista Clarín, que es una revista que me libro de leer gracias a que no tiene una distribución que se pueda calificar de ejemplar. Quizá me equivoque pero no creo estar perdiéndome gran cosa. Esto lo digo porque Luis García Martín también tiene un blog llamado Crisis de Papel desde el que ejerce ese mal incurable que es la crítica literaria. Pues bien, después de leer algunas de sus críticas tenía yo a Luis por un tipo serio, formal, educado, con una marcada tendencia a las fotos horteras y al aburrimiento, pero también con cierta disposición a ejercer la crítica no-complaciente.
Pues bien, estaba yo un día sentado en una hamaca tomándome una cerveza y tirando del dichoso hilo (que a estas alturas se había traducido en bufanda gris plomo fea de morirte) cuando di con un artículo bastante interesante, escrito por Luis, llamado “Justicieros” en el que criticaba (¡y cómo!) al Colectivo Addison de Witt (fue publicado el 9 de julio de 2011 en el suplemento cultural del Abc y el 21 de ese mismo mes en su blog personal).

TRES
Hagamos una pausa para hablar de Addison de Witt.
A este colectivo, formado por cinco poetas y/o críticos, lo descubro, como casi siempre, demasiado tarde, esto es, después de su despedida. Una despedida que tiene lugar en un artículo que publican el 10 de julio de 2012 en el que dicen lo siguiente: “ El objetivo inicial del blog fue denunciar tanto la corrupción existente en los premios de poesía como la forma en la que el amiguismo se ha apoderado de toda la crítica hasta el punto de que ya no se lee una sola reseña negativa de un libro (con alguna honrosa excepción)”. (La cursiva es mía). Cuesta no darles la razón. Dicen más cosas en esa despedida; dicen, por ejemplo, que “A nivel de premios los casos de corrupción, de amiguismos y endogamias no se han reducido ni un ápice desde que comenzamos este blog”. Resumiendo, que han acabado hasta las narices de denunciar el calamitoso estado de las cosas sin obtener ningún resultado satisfactorio (entendiendo esto como acabar con la corrupción) y se van a su casa a leer o a dar de comer al gato.
Por aquello de no quedarme con el regusto amargo de su despedida hago un poco de historia. Echando un vistazo a sus aviesas intenciones recuerdo que en su primera entrada, fechada el 4 de mayo de 2007, se hacían eco de aquello que Anson había denunciado desde su tribuna en El Cultural unos meses antes: “El Cervantes es un premio absolutamente politizado que debería otorgarse directamente en Consejo de Ministros”. En los siguientes artículos hilaron más fino, pero seguir ese camino es tirar de otro hilo y aunque la tentación es grande (porque es un hilo mucho más jugoso que este de hoy) la voluntad es fuerte y yo soy un hombre con una misión.

CUATRO
Vuelvo a Luis García Martín y a su artículo “Justicieros”.
En este artículo, fechado el 21 de julio de 2011, Luis pone de vuelta y media a los Addison de Witt. Critica su sistema de crítica porque le parece demasiado matemático y ya se sabe que la poesía, al operar desde el sentimiento, no es precisamente una ciencia exacta. No quería hoy a entrar a juzgar si la forma de Addison es correcta o no o si Luis tiene más razón que un santo porque, al igual que hace un momento, he visto que ese hilo conduce a un lío de mil demonios (es casi una colcha de cama). El fondo del asunto es lo mucho que me llama la atención que a Luis le moleste especialmente que los Addison tengan en cuenta la relación existente entre los miembros del jurado, o el hecho de haber publicado en la editorial que otorga el premio. Entiendo que si a Luis le molesta esto, a Luis le molesta todo. Como no tiene pelos en la lengua (o de tal cosa parece presumir) dice lo siguiente de la valoración de esos impresentables: “No importa que el jurado esté compuesto por cinco, seis o más miembros. Si uno de ellos es profesor y el poeta ganador también lo es, la objetividad queda fuertemente mermada. Y desaparece por completo si se puede establecer algún vínculo con Luis García Montero o la editorial Visor”. ¡Zas!, ya salió. Lo retrasé lo posible, pero ha sido inevitable: ya lo tenemos aquí. Me refiero, cómo no, a Luis García Montero. El hombre. El sospechoso habitual número uno. Así, en general.
El artículo no es tanto un análisis detallado de la mecánica crítica como el desquite de Luis ante la acusación de los Addison de Witt de que uno de los premios en los que Luis García Martín ejercía de jurado (junto con Luis García Montero, Josefina Martínez, Aurora Luque, Chus Visor y Carlos Marzal) estaba poco menos que amañado. Se trataba del premio Emilio Alarcos y el ganador fue Eduardo Jordá, a quién Martín aseguró haber reconocido de inmediato cuando lo leyó, algo que suena bastante a disculpa por parte de Martín (a quien llamaré así a partir de ahora para distinguirlo del otro Luis García [Montero]). Tampoco voy a tirar de este hilo, porque he mirado y lleva directamente a un calcetín.
A cambio sí voy a llegar a donde quería, al fin, después de tanta palabrería. Presten atención, por favor, al final del artículo de Luis García Martín:
“Pero no se trata de defender la ‘ecuanimidad’ del premio Emilio Alarcos ni de ningún otro premio concreto, que no puede ser cuestionado por quien lo ignora todo sobre su desarrollo, sino de poner en cuestión la credibilidad de quienes van de anónimos justicieros por la vida y denuncian, no ya sin pruebas, sino con caprichosos argumentos.
Que hay premios amañados, de acuerdo. Que conviene denunciarlos, por supuesto. Pero para eso hace falta algo más que desinformadas buenas intenciones (damos, por supuesto, que al menos las intenciones son buenas). Hace falta —además de algún indicio, aunque sea mínimo— cierto conocimiento del medio literario y, sobre todo, alguna inteligencia”.
¡Y se queda tan ancho! El tipo, perdón, el crítico, es capaz de decir, con la boca grande, que le consta que hay premios amañados que conviene denunciar pero sin embargo no sólo no hace el menor esfuerzo desde su tribuna personal para llevar a cabo tal denuncia sino que tiene las santas narices de tachar de tontos e ignorantes desinformados a unos anónimos que sí lo hacen por el simple hecho de que al bueno del señor no le gusta que hayan cuestionado su honradez como jurado en un momento determinado y eso aun dando por supuesto que las intenciones de los Addison son buenas. Si las intenciones son buenas, Luisito, y, como tú bien dices, los premios se amañan y hay que denunciarlos y Luis García Montero, de profesión sospechoso, está metido en el ajo, a lo mejor, Luisito, lo que hay que hacer es ayudar a despejar dudas y no, como haces tú, echar balones fuera, que pareces de la escuela de Rajoy, tú, con tanto mirar para otro lado y decir que no a todo con la cabeza y con la boca pequeña que, bueno, que sí, que alguna cosa sí.
Sorprende que Luis García Martín, que no duda en ironizar sobre el hecho de que el libro de Pere Gimferrer (Alma Venus) pueda ser “uno de los grandes libros del año, sin duda alguna, para los suplementos culturales más prestigiosos y para la crítica acrítica habitual en ellos”, (anticipándose cinco días a un Luis García Jambrina que considera que en ese mismorevolucionario libro hay un “ Gimferer pletórico”), sorprende, digo, que así como reclama justicia sobre los premios amañados no dude en tachar al crítico (en general) de perfecto inútil o de hablar de crítica acrítica cuando ésta no atiende a sus intereses particulares (prestigio personal, amistad…). Sorprende, y mucho, este ejercicio suyo tan de estar por encima de todo, y porque me sorprende es por lo que empiezo a tirar de ese hilo del que les vengo hablando desde hace demasiado rato; un hilo tras el que me he encontrado más de lo que se puede contar en un solo artículo.
Si les parece bien (y si no también) otro día hablamos de tantos y tantos poetas y escritores y críticos anexos a Martín y más concretamente de Montero, ese personaje que parece salido de una película americana de gánsteres enamorados de la luna. Me quedo también con ganas de hablar del Premio Ciudad de Burgos; de descubrir cómo se silencia una acusación; de entender cómo se defiende lo indefendible. No sabe uno a veces si está hablando de política o de poesía o de ambas cosas a la vez, o si acaso en el fondo lo que ocurre es que todo es la misma mierda, que se camufla entre tanto hedor.





martes, 5 de febrero de 2013

Intemperie: la quincuagésima Gran Novela del Año

Guardo un recuerdo lejano de Bebe, la cantante, admitiendo —durante una entrevista que Gemma Nierga le hizo en La Ventana con motivo de la promoción de su segundo disco— que había vuelto para cumplir el contrato con la productora. La chica era toda desilusión y falta de entusiasmo. Se sobreentendía que el culpable había sido el exceso promocional del trabajo anterior. Se le habían resecado las ganas. Ignoro si se puede componer sin inspiración o si basta con sentarse y darle a la tecla, ya sea de la Olivetti o de la pianola, o quizá sea la de las musas, una cuestión mucho más compleja. Quizá hagan la calle y cobren por horas.

Retomando. Aquello fue un poco morirse de éxito (obviando la resurrección posterior). Echándole imaginación, aquello podría ser también un poco lo de Monteagudo, sólo que en este caso el chico lo supo aprovechar mejor seguramente porque, como él decía, tenía el cajón lleno de material y no tuvo que recurrir a las musas en el azaroso momento de ser la estrella del lugar, la luminaria en el firmamento literario, las esperanza del escritor eternamente inédito. Eso y que es de suponer que no quema lo mismo ir de gira que conceder entrevistas a Babelia.

Pues bien, tengo algo más que la sospecha de que está volviendo a ocurrir. Estamos haciéndolo de nuevo. Hemos pillado in fraganti a un tipo que puede llegar a ser la bomba de este trimestre tan triste de novedades editoriales. Lo tiene Seix Barral, cogidito por los huevos, y ya verán, ya, cómo no se les escapa. Buenos son los de Seix para estas cosas.

Una semana después de que un pajarito me dijese que Seix Barral no aceptaba escritores que no viniesen acompañados de un certificado de Ventas Seguras, descubro que un tipo llamado Jesús Carrasco va a publicar con ellos su primera novela. Cuando, curioseando, descubro que en la feria de Fráncfort hubo peleas en el barro por hacerse con los derechos de la imaginación de un perfecto desconocido, se me disparan todas las alarmas y me obligo a leer dos veces. Y, bueno, parece que sí, que así es. Leo en una web cualquiera que Carrasco, durante la feria, se convirtió “en un autor muy demandado […] y su obra ha sido vendida a 13 idiomas extranjeros.” ¡13 idiomas extranjeros, nada menos! Esto claramente promete mucho más que Monteagudo en su mejor momento.

Pienso en Jesús Carrasco y lo imagino iluminado por una luz cegadora o apagando un zarzal ardiendo a escupitajos. No sería de extrañar, al fin y al cabo la propia directora de Seix Barral, Elena Ramírez, explica a EFE que lo que ocurre con Carrasco “es uno de esos milagros que sólo puede ocurrir en Fráncfort”. No sé yo. Esto lo llevas a Lourdes y según las velas que le pongas a la buena de la mujer lo mismo sales de allí con la novela traducida a setenta idiomas y la promesa de un tuit del santo padre proponiendo un hurra por el autor.


miércoles, 30 de enero de 2013

Palabrita de Eduardo Mendoza (DK10)


Todo empezó con la siguiente frase de Eduardo Mendoza: “Una intriga bien contada que acaba envolviendo a la sociedad bilbaína y, lo que es más importante, al lector. ¡Un hurra por el autor!” De acuerdo: ¡Hurra! (Por mí que no quede). Volviendo a la realidad: la cita forma parte de un correo electrónico que supuestamente Mendoza envió al editor de Alrevés tras haber leído, anoten, las galeradas de la novela de Gonzalo Garrido, Las flores de Baudelaire. (Nota mental: recordar en el futuro que Mendoza lee y comenta galeradas de perfectos desconocidos y confiar en que no se entere nadie más). En cualquier caso, ¿desde cuándo esta celebración de lo fundamental? Quiero decir: ¿desde cuándo lo que debería ser el mínimo exigible en cualquier novela, es decir, envolver al lector, es suficiente aval? Y hablando de avales, ¿desde cuándo Mendoza puede ser tal cosa? ¿No habíamos quedado en que lo último de lo que debemos fiarnos es de la crítica complaciente de un escritor hacia otro? Espero que no sea consciente, Mendoza, del daño que pueden hacer comentarios tan absolutamente gratuitos como el suyo.
Y conste que no tengo nada que objetar al respecto. Parece que sí, pero no. Primera gran verdad de este párrafo: “A cada uno le gusta lo que le gusta” y Mendoza no es una excepción por muy Mendoza que sea por lo que, si dice que la novela de Garrido le ha gustado, yo me lo creo, faltaría más. Ahora bien, una vez leída la novela, también juro que no vuelvo a fiarme del gusto de Mendoza. Segunda (gran verdad): a todo cerdo le llega su san Martín. Pero no adelantemos acontecimientos. Decía que no tengo nada que objetar al hecho tanto de elogiar una novela como de hacerlo de un modo tan cutre (que sí, que es super-cutre lo del hurra, no me digan). Yo he sido muy crítico con Gonzalo por ese ejercicio, absolutamente legítimo, quiero dejarlo claro, de promocionarse de un modo absolutamente salvaje (esto también). Lo hice porque me parecía —y me sigue pareciendo— que aquel congreso de blogs (repito, blogs) literarios que organizó a comienzos del año pasado era un ejercicio de peloteo como no se ha visto antes en la red pero le reconozco el mérito de haber sido capaz de llenarlo de gente más o menos “relevante” (vamos a dejarlo así).
Lo de los blogs fue una buena jugada. Me refiero a la concentración de blogs literarios, claro. Para algunos, entre los que me incluyo, tuvo su aquel ver en carne y hueso a quienes hasta entonces habían sido poco más que perfiles en la red. El encuentro se suponía que debía aclarar algo, pero no fue exactamente así. Lo que ocurrió fue que en determinado medio hizo mucho, mucho ruido (aunque siempre he tenido la impresión de que menos de los esperado) pero conclusiones, las justas (si acaso alguna). Hay unos vídeos en youtube y poco más. Y-nada-más. En realidad aquel congreso ya se sabía que no serviría para nada que tuviese realmente que ver con los blogs y su configuración o sus tendencias o su deriva suicida sino que el objetivo, pienso, estaba más en el después, en ese momento dame tu dirección, te invito a una copa, ¿has probado los panchitos?, pero sobre todo en algo que obedecía a una estrategia de Garrido como futuro autor de una novela.

Han leído bien: he dicho estrategia. Verán, el seis de diciembre, desde la revista digital El nuevo cojo ilustrado, Xavier B. Fernández entrevista a Garrido y le pregunta qué hace exactamente un consultor de comunicación (la profesión de Garrido). En la respuesta de Garrido está el quid de la cuestión: “Los consultores de comunicación asesoramos a nuestros clientes en estrategias para que sean más conocidos y mejor valorados. Cuidamos su imagen y procuramos abrir canales de comunicación con los públicos que rodean a la empresa”. La negrita es mía. El resto, suyo.
El resto es fácil de suponer. Relativamente, vaya. Van llegando los libros y con ellos las reseñas. Muchas reseñas. Los blogs se vuelcan en ello, pero no son los únicos. Hay, por parte de la prensa, una inclinación a convertir a Garrido en algo así como una necesidad perentoria. El 28 de julio se publica en Babelia un artículo firmado por Lola Galán en el que se cita a uno de los entrevistados con motivo del típico artículo de relleno de cada verano: “La propia editorial que dirige [se refiere a Gregori Dolz, de Editorial Alrevés] propone para esta etapa Las flores de Baudelaire, de Gonzalo Garrido. Primera novela de este autor, calificada de ‘intriga bien contada’ por un consagrado de la narrativa como Eduardo Mendoza”. Tal cual. Los ecos de Mendoza resuenan por los miles de resultados de poner en google “las flores de baudelaire”+“Gonzalo Garrido”. Nunca a un comentario se le sacó tanto partido. Y respecto a la etiqueta de “intriga bien contada” no es ninguna broma; de hecho, un porcentaje elevadísimo de reseñas se aferran a esto como a clavos ardiendo. Es de vital importancia destacar el apadrinamiento (que es en lo que acaba por convertirse) de Mendoza, porque de otro modo este artículo no se entiende. He aquí algunos ejemplos de crítica constructiva.
Desde La manía de leer, Bernardo Munuera, uno de los más entusiastas animadores desdetwitter del congreso de los Blogs Literarios, sigue la senda del elefante Mendoza: “Un libro que entretiene. Una narración suelta, documentada, modelada con historia investigada, tanto por el protagonista como por el autor. Compilar de esta manera el ayer de una estirpe debe producir mucho placer y mucha autoestima. Enhorabuena, Gonzalo”. ¿Enhorabuena, por qué? ¿Por el placer, por la autoestima, por la narración suelta y documentada o simplemente por hacer un libro entretenido que después de “bien contado” es lo que más? Maldita sea, nunca me aclaro con estas cosas. Pero, bien, de acuerdo, por mí que tampoco quede esta vez: ¡Enhorabuena, Gonzalo!
El estilo del resto de las reseñas, lamento insistir, no es muy diferente. Se suceden los tópicos. En el blog Novela Negra y Criminal la recomiendan por dos razones fundamentales: “Si os gusta el género negro y os apetece retroceder en el tiempo para ver cómo era la situación política y económica del país durante los primeros años del siglo pasado, no dudéis en adentraros en “una novela donde crimen y poder van de la mano”. Segunda constante: ir de la mano. Aquí la reseña publicada en el blog Leemisterio.com: “Es una buena opción para estos meses de verano. Escrita de manera ágil y con personajes bien construidos, Gonzalo Garrido narra un misterio donde nada es lo que parece y en el que crimen y poder van de la mano”. (Aceptando que tenga algo de novedoso que Crimen y Poder vayan de la mano.)
Para Juan José Castillo ( Crónicas Literarias desde Nueva York) la cosa no está nada clara: “Gusta a este reseñista la composición de la novela, realizada en capítulos muy breves y que ayudan a una fácil lectura, dotándola de mucha agilidad. […] La apuesta es interesante, con una potente ambientación y que rezuma literatura por todas partes. La recomiendo como lectura interesante”. Digo que no está tan clara por lo de “interesante” ¿Una potente ambientación en una novela que rezuma literatura —¡por todas partes!— solo recibe la calificación de interesante? Es ese moverse entre lo contenido y desatado lo que no me acaba de convencer y no sé si es un problema mío, que no sé aceptar que ambas cosas son posibles, o de los demás, que no se atreven a llamar a las cosas por su nombre.
Hay quién va todavía más lejos, como es el caso de la crítica que escribe Juan Laborda Barceló para Culturamas (nada menos): “Si buscan un entretenimiento, bien construido, estético y de prosa fina, lo hallarán. Pero si desean reflexionar sobre el individuo encerrado en sus particularidades, las fuerzas que lo motivan y lo condicionan, encontrarán otro plano de lectura aún más rico”. Lo que sea que busquen lo encontrarán en la novela de Garrido, ¡y en cantidades ingentes! Otro ejemplo de lo mismo, firmado por Letras hispanas: “Lo que pretende es provocar, hacernos pensar en nuestras propias vidas, en si somos lo suficientemente valientes y honrados con nosotros mismos, con los demás. Eso sí, de forma entretenida. En este sentido, tiene varios niveles de lectura, desde el sencillo al más sofisticado, dependiendo de la hondura que se le quiera dar”. Un poco manual de autoayuda pero a tiro limpio.
Todo esto tiene un pase, al fin y al cabo la mayoría de los críticos mencionados son especialistas en novela negra, que, sin querer insultar a nadie, no tienen precisamente fama ni de duros ni de exigentes. Lo cierto es que para ser lectores de novela negra resultan ser unas personas de lo másblanditas. Tampoco me sorprende que la escritora Susana Hernández destaque en su recién estrenado blog de novela negra (y van…) llamado Black Club que ha “disfrutado leyendo una historia ágil, amena, excelentemente escrita y con un dibujo de personajes que me ha parecidomuy notable” (las cursivas son mías); al fin y al cabo Susana publica también en la misma editorial (Alrevés) y si es de ley cubrirse las espaldas entre los del gremio no digamos ya si forman parte del mismo proyecto común. Cuesta algo más tragar con tamaña soplapollez: “En conclusión una brillante primera novela que hace concebir grandes esperanzas sobre el futuro literario de Gonzalo Garrido. Si lo bendice Eduardo Mendoza, será por algo”. En eso estamos de acuerdo: por algo será. Quisiera yo saber qué.
A esto es a lo que me refería cuando decía más arriba que ciertos comentarios hacen más mal que bien a la crítica literaria (ver final del primer párrafo). Parece que llevarle la contraria a Mendoza sea un acto subversivo. Lo de Garrido promocionando su novela me parece fantástico, lo digo completamente en serio; me quito el sombrero. Lo que no acabo de entender es este bailarle el agua a un escritor novel que únicamente ha demostrado que es capaz de escribir una novela ágil, de fácil lectura y personajes en apariencia bien dibujados, que retrata la sociedad bilbaína de principios de siglo (que parece que el Bilbao de 1900 haya sido el gran descubrimiento de todos estos críticos).
Las pocas críticas negativas que yo he encontrado se ocultaban entre los comentarios de algunos blogs y hablaban, curiosamente, de personajes mal dibujados y una trama aburrida. Sorprende la unanimidad, el ir y venir entre la emoción y la contención y sobre todo ese silenciar las voces de quienes ejercen la crítica negativa. Me explico y ya termino:
Hace un par de meses un periodista de El Correo de Bilbao, Pablo Martínez Zarracina, me hizo una serie de preguntas para un especial que querían publicar en el suplemento culturalTerritorios sobre crítica literaria (y que finalmente se publicó el 29 de diciembre). Una de las preguntas era la siguiente: “Por su experiencia, ¿están los autores atentos a lo que se escribe de ellos en internet? ¿Intentan influir al crítico? ¿Autopromocionarse?” Mi respuesta, al menos la parte de mi respuesta que se publicó, fue: “[…] la autopromoción es legítima y, en los tiempos que corren más necesaria que nunca. No tengo nada que objetar, la verdad. Yo mismo ejerzo de promotor espontáneo cuando descubro algún autor que vale la pena, como puede ser el caso de Celso Castro, por poner un ejemplo actual de un magnífico escritor injustamente menospreciado”. Pero había más. Sí, había otra parte de mi respuesta que no llegó a publicarse, no sé si por falta de espacio o porque el periódico era de Bilbao, como Garrido, o porque de lo malo no se habla nunca y así nos va. Este era el resto de la respuesta: “Al otro lado del ringestaría alguien como Gonzalo Garrido, la clase de escritor mediocre tirando a horrible que utiliza internet como un medio para hacer autopromoción gratuita —en la medida de lo posible— a través del envío masivo de libros a blogs para obtener una reseña elogiosa o que organiza (o participa en) un evento tras otro para poder estar siempre en el candelero. Insisto en que me parece legítimo, pero la autopromoción salvaje siempre me dispara las alarmas. Me inspira más confianza el escritor que se oculta en una cueva, sinceramente”. No deja de tener su gracia que esta pequeña “censura” se llevase a cabo en un artículo que trataba la cuestión acerca de quiénes y cómo se ejerce la crítica literaria actualmente.



martes, 22 de enero de 2013

De planetas, planetoides y marcianadas

“Ahora, pasado el tiempo, no espero nada de las novelas que publico, salvo haberme divertido escribiéndolas”.  Care Santos 
Habitaciones cerradas es mi novela más ambiciosa. Para mí, hay un antes y un después de esta historia. Sólo espero que a mis lectores les ocurra lo mismo”.  Care Santos 


Cuando la noche del premio Planeta vi subir a Mara Torres (Madrid, 1974) al escenario y recoger su premio finalista, pensé que iban a vapulearla sin siquiera abrir el libro. Me equivoqué. Algunos la vapulean también después de leer el libro”. Así empieza Santa Care Santos la reseña (publicada el 21 de diciembre en El Cultural) de La vida imaginaria, la novela finalista del premio Planeta de este año. Es una reseña que, no podía ser de otro modo, trata de salvarle el pellejo a la escritora, que a primera vista parece que le hace buena falta. No es difícil suponer que al decir “algunos la vapulean” Care se refiere a la crítica que Ana “Maléfica” Rodríguez Fischer hace del mismo libro (Babelia 17/11/12) y en el que destroza, literalmente, la cosa esa que parece que escribió Mara Torres. 

Y cuando digo destroza, quiero decir destroza. Quiero decir esto: “una novela zafia y sosa, de una complacencia tan elemental como sonrojante”. Y más: “Sin el menor sentido de la oralidad y el coloquialismo […], la confidencia queda drásticamente rebajada a intercambio cansino de banalidades y lugares comunes que en conjunto hacen que esta novela tenga el estilo y el ambiente de peluquería (rancia)”. 

Pero vayamos por partes. 

Si es harto complicado hablar de un premio planeta sin caer en el sadismo no digamos ya de un finalista. Quedar finalista no supone sólo aceptar (sea o no verdad) que escribes peor que tu contrincante sino que además eres menos comercial. Extraña que no haya un volumen considerable de suicidios entre los finalistas del Planeta. Será que se gastan la pasta en psicoanalistas. 

En esta pelea en el barro del mundillo literario tan desigual entre Care y Ana (me van a disculpar el tuteo) lleva todas las de perder la que está más a la derecha y esto así porque una cosa es defender lo indefendible (a pesar de ese algo heroico que tiene el suicidio) y otra pegarle al masoquismo como otros le dan a la botella. Es el caso. 

Cómo salvar una novela. 

Lo primero que hay que hacer para salvar una novela es dar a entender que se la ha leído mucha gente. Muchísima gente. Del tipo que sea, da igual (no vamos a pedir, como hace Senabre, lectores expertos en algo); la única condición es que sean muchos. Que sean legión. Pues bien, según esta crítica “ya hay miles de lectores rendidos a los encantos de la novela”. Miles de lectores. Miles, repito. Rendidos. A los encantos de la novela. Los imagino, a todos, terminada la lectura, orgasmando una y otra vez, una y otra vez, de puro fascinados. Los más románticos lo harán en el silencio de un suspiro, pero serán los menos; en general hay, en estas cosas del querer, una tendencia al grito y al exhibicionismo más propio de las bestias salvajes que de blogueras contenidas. 




martes, 15 de enero de 2013

Editoras oportunistas, homenajes navideños


2011 

En octubre de 2011, y [es de suponer que] aprovechando que el año Ruso llega a su fin, se publicó en la editorial Nevsky Prospects, especializada en la cosa rusa, un recopilatorio de relatos llamado “Rusia Imaginada” que venía a ser algo así como una colección de relatos de más o menos grandes escritores tipo Care Santos, Oscar Esquivias, Pilar Adón (escritora y editora de Impedimenta) y Marian Womack (editora de Nevsky Prospects) entre otros. Lo editaba Care Santos. 

Pues bien, de este recopilatorio me interesa sobre todo como ejemplo del oportunismo de publicar algo tan ruso en un año tan ruso en una editorial tan rusa. Mención aparte el interés que suscitan unos relatos que plantean un acercamiento a la realidad rusa sin ideas preconcebidas, o lo que es lo mismo, escribir sobre Rusia aunque no se tenga ni pajolera idea. Cualquier excusa para hacerse el ruso es buena. Si total sólo es por aparentar y la verosimilitud, si acaso importa, visitando el Google Maps y leyendo un cuento de Tolstoi se arregla en cinco minutos. 

2012 

En noviembre de 2012, y [es de suponer que] aprovechando que el año Dickens llega a su fin, se publicó en la editorial Nevsky Prospects, especializada en la cosa rusa, un recopilatorio de relatos llamado Bleak house Inn que venía a ser algo así como una colección de relatos de más o menos grandes escritores tipo Care Santos, Oscar Esquivias, Pilar Adón (escritora y editora de Impedimenta) y Marian Womack (editora de Nevsky Prospects) entre otros. Lo editaba Care Santos. 

¿Les suena el párrafo anterior? Bien, esa es la idea. 

Al igual que antes, tampoco en esta ocasión me interesan tanto hablar sobre esa costumbre de unos pocos de juntar a cuatro conocidos y aprovechar su supuesto prestigio para fingirse editor como destacar el oportunismo de hablar de algo tan Dickens como son unos relatos-homenaje a Bleak House (“Casa Desolada”) aunque sea en una editorial tan rusa como Nevsky Prospects. Demuestra cierta gente una querencia por el homenaje digna de admiración. Admiración y suspicacia. 

El blog latormentaenunvaso.blogspot.com.es, gestionado con brazo de gelatina por (adivinen) la siempre estupenda Care Santos (a la sazón también editora de los mencionados libros), hace gala de un buenismo en sus críticas literarias que roza lo vomitivo. Se tiende a lo goloso, digamos, y al exceso de azúcar en sangre. Pues bien, el 24 de diciembre, apenas un mes después de la publicación de Bleak House Inn, el mismo blog (su blog) recoge una crítica escrita por un tal Arcardio García que no tiene desperdicio. De la labor crítica de Care Santos hablaremos pronto. Prontísimo. Arcadio García no tendrá tanta suerte. Le toca hoy. A él y a Pepe. Pepe Rodriguez, quiero decir. Sí, a mí tampoco me suena. Sonaba.






martes, 8 de enero de 2013

Autopsia Crítica: Karnaval contado a los niños

Para combatir el tedio de un viernes por la tarde releo algunas reseñas de Ricardo Senabre, crítico de El Cultural, y compruebo lo que venía sospechando desde hace tiempo: que a Senabre le gusta más que a un tonto un caramelo la prosa límpida, precisa, impecable, flexible, rítmica, digna, correcta. La lectura, por otro lado, le gusta placentera, expectante y profunda. Experimentos, los justos; riesgo cero. Senabre como receta para combatir el insomnio. Hoy me ha dado por hacer de abogado del diablo. 

El siete de diciembre Ricardo Senabre publica la reseña de “Karnaval” de Juan Francisco Ferré, premio Herralde (Anagrama) 2012. Karnaval es un mamotreto de 530 páginas que arranca con el escándalo protagonizado por Strauss-Kahn (el presidente del Fondo Monetario Internacional), hecho que, simplificando hasta la náusea, utiliza Ferré para «transmitir, desde múltiples perspectivas, una visión acre y negativa del mundo –convertido, en efecto, en un grotesco carnaval- y de la esencia del ser humano». Un tema muy de estas fechas tan señaladas. Hasta aquí todo normal. Todo lo normal, al menos, que pueda ser una novela de Ferré y todo lo normal que pueda ser una crítica de Senabre siempre tan tendentes al histrionismo unas y tan rayanas en la complacencia otras. Que son estos dos como el agua y el aceite es algo que se ve desde la cara oculta de la luna. 

El tema es el siguiente: Senabre echa en cara el exceso de Ferré: «La densidad intelectual de Karnaval, oscilante entre el ensayo y el ocasional esperpento, convierte el adentramiento en esta obra en una tarea apasionante, aunque sólo apta para lectores expertos». Temazo. A la pregunta ¿expertos en qué?, la respuesta es una incógnita. Porque, exactamente, ¿qué título es necesario tener para leer a Ferré? ¿Hay máster en literatura ferrética? ¿Es inútil un título en ciencias o acaso, tal como ocurre leyendo a otros, esto supone una ventaja añadida? ¿Qué clase de cargas de profundidad ideológicas son esas que tanto espantan al crí(p)tico Senabre? ¿Qué fuma, Senabre, mientras lee este tipo de novelas? En mi opinión, y ya que no me lo preguntan, uno se puede aburrir (o no) a ratos (o no) mortalmente con Ferré, pero de ahí a no entenderlo hay como seis pasos intermedios. Descartado esto vuelvo a preguntar, ¿a qué se refiere exactamente Senabre cuando habla de lectores expertos? Y lo que es más importante: ¿ponen pinchos en la ceremonia de graduación?

En el mismo párrafo, el crítico amplia esta información: «Aún conservando esos componentes reflexivos que dominan sobre los más convencionalmente novelescos y que constituyen una especie de marca de la casa, haría bien el autor, que se muestra extraordinariamente dotado para la escritura, en podar la frondosidad de su discurso, a menudo innecesariamente prolijo, con la seguridad de que los resultados no sería menos eficaces; y encontraría, sin duda, más lectores dispuestos a dejarse arrebatar por el vendaval de ideas y figuraciones que invade sus páginas, a disfrutar, pues, de su buena literatura, que no debe ser un paraíso cerrado para muchos». Es decir, que si Ferré escribiese pensando en los niños sin duda vendería más porque en la falta de esfuerzo (del lector) está la recompensa (del escritor y, por extensión, del propio editor). 

Sobre este asunto de la frondosidad (y patatín y patatán) Ferré tiene algo que decir, siendo algo una forma delicada de darle una patada en boca al crítico. En una entrevista que se publica el día 19 en El Confidencial, Ferré responde a un pregunta bastante directa del entrevistador, Herto Barnés, acerca de los reproches que se hacen a lo desmesurado de su estilo: «[…] reprochar el exceso es sorprendente cuando habría que criticar el defecto, que es lo que se ha establecido como norma de escritura y que detesto: la frase corta, simplona, una frase que podría aparecer en un telediario sin que sorprendiese a nadie. […] Si hay algo que me gusta de la novela es el modo en que expreso cosas que la gente piensa que alguien debería decir, tanto en cuestiones políticas como sexuales o reflexiones sobre la edad. Pero que hay que decirlas con un cierto lenguaje, no tendiendo a la banalidad, sino a lo complejo». Que, bueno… está por ver si despreciar lo breve por breve es muy diferente a hacer lo propio con la desmesura. Resumiendo: que a uno le gustan largas y desarrolladas y el otro las prefiere cortas, flexibles, rítmicas y profundas. Céntrense: hablamos de la prosa. 

Voy a hacer como que no estoy leyendo Karnaval y me voy a preguntar, así a lo tonto, hasta qué punto la recomendación de Senabre de pedirle a Ferré que recorte aquí y allí para hacer de su novela un páramo menos… árido, digamos, no atenta contra todo lo que tiene la literatura de artístico por no hablar de aquello que cabe esperar de un crítico. Entiendo que desde El Cultural la visión del mundo es más comercial que profesional y todo ha de pasar por el filtro del amor, la bondad, las frases cortas y las ideas globales pero de ahí a minusvalorar la inteligencia del lector no experto en no sabemos qué -y a menospreciar al escritor porque escribe frondoso- media un abismo que algunos saltan con la ligereza asombrosa. 


UNA HUMILDE PROPUESTA 

Del mismo modo que Swift recomendó en su momento comerse a los niños irlandeses como una solución eficaz al problema de la mendicidad, tal vez convendría aplicar algún sistema radical de corte similar al ámbito literario para evitar disgustos del tipo que acabamos de ver. Mi propuesta, pues, consiste en lo siguiente: incluir en la contraportada de los libros mensajes de advertencia similares a los que figuran en las cajetillas de tabaco pero que prevengan, no de los daños que el libro pueda ocasionar a la salud mental, sino de los requisitos mínimos que se deben cumplir para afrontar la lectura de según qué libros. Se acompañaría, por supuesto, de imágenes de cerebros tumefactos, ojos ensangrentados y muñones gangrenados, que serían el resultado de no hacer caso de la advertencia. Esto haría algo más que garantizar buenas críticas (más buenas críticas, quiero decir) puesto que también serviría que dar al escritor la seguridad de llegar a sus lectores ideales, sean estos de ideología fascista, por ejemplo, o titulados en Historia del Arte o a los devotos amantes de la contabilidad analítica, que también los hay. 

Imaginen el abanico de infinitas posibilidades que se abriría con esto. Se me ponen los pelos como escarpias sólo de pensarlo. Ejemplos: podrían concederse premios según múltiples categorías (mejor 10.000 que 500) gracias a esa puerta abierta a la adaptación de novelas duras, extensas, profundas, intensas, barrocas, impopulares pero en cualquier caso susceptibles de despertar interés. Algo parecido a aquello que se hacía con aquellos tomos de Novelas Ejemplares que incluían a todo color las mejores novelas de todos los tiempos en apenas cincuenta páginas y dos bocadillos por viñeta. 

Al gremio de los traductores habría que sumar el de los adaptadores. De este modo, Karnaval, previa adaptación, podría ser llevada a diferentes secciones de las librerías en el formato más adecuado. El resultado sería algo parecido a esos libros que adaptan la Biblia a los niños. Así tendríamos Karnaval para prepubescentes, Karnaval para hipsters, Disney Karnaval, Karnaval para amas de casa, Karnaval para tiernos infantes, Karnaval para marxistas, Karnaval para intereconomistas, Karnaval para críticos haraganes y un largo etcétera, merchansdising incluido.