De esta novela poco bueno tengo que decir. Nada, seguramente. Ni que hubiera sido escrita por un veinteañero español.
La cosa va de la Primera Guerra Mundial, como se puede deducir por el título. Un chaval y sus cuatro amigos van a la guerra. Antes, claro, estalla. La guerra, digo. Se alistan (los alistan) y van. Es contexto socioeconómico es este: el muchacho, el protagonista, Anthime, está enamorado de una mujer, pero la mujer está enamorada de otro. Cuando se van a la guerra (éste, el otro, el de más allá) ella está en estado de buena esperanza por culpa de un tal Charles y como todo el mundo parece creer que la guerra va a durar quince días, pues decide tenerlo. Es una mujer enamorada. Se aman. Ya se casarán. Será por tiempo.
El frente es lo que viene siendo el frente normal de toda la vida de Dios. Unos matan y otros mueren, a veces incluso las dos cosas. A veces incluso a la vez. Les voy a destripar la trama, total qué más da: el padre de la criatura muere, Anthime pierde un brazo y los amigos… bueno, lo que viene siendo un desastre. Lo que viene siendo una guerra.
Pero más allá de su argumento, que también, está lo que Echenoz parece pretender: dibujar un boceto, muy superficial, de lo que fue la Gran Guerra. Hacerle, no sé, una especie de homenaje.
Vender el libro con la excusa del aniversario.
Cómo será de superficial que la cosa no pasa del centenar de páginas. Echen cuentas: cien páginas, seis personajes, cuatro años dentro y fuera del campo de batalla. Ya hay que saber resumir para que te salga, no me digan. Ya tiene que ser fino el trazo, certera la pluma. Ya tiene que ser preciso el texto. Pues no.
“El domingo por la mañana Blanche se despertó en su cuarto, […]: armario de sombreros con espejo de nogal, escritorio de roble, cómoda de caoba y chapados de madera de árboles frutales, la cama es de cerezo y el armario de pino de Virginia.”
Destacar esos momentos, esos acontecimientos que de puro vitales se antojan imprescindibles en toda novela que se precie, por más breve que esta sea, es un ejercicio al que Echenoz dedica demasiado tiempo y demasiado esfuerzo:
“[…] a Anthime lo destinaron a la 11ª escuadra de la 10ª compañía, perteneciente en orden decreciente al 93º regimiento de infantería, 42º brigada, 21º división de infantería y 11º cuerpo del 5º ejército. Número de registro 4221.”
Está muy bien eso de querer contar lo de siempre de otro modo, pero uno se pregunta si ese modo ha de ser necesariamente tan aburrido, tan soporífero, tan tedioso, tan irregular; si tiene sentido resumir un combate de meses en dos párrafos para poder dedicarle a un paseo por el parque con carrito de coche a cuestas otro tanto. Cree uno que no.
“Todo esto [lo que ocurre en el campo de batalla] se ha descrito mil veces, quizá no merece la pena detenerse de nuevo en esta sórdida y apestosa ópera. Además, quizá tampoco sea útil ni pertinente comparar la guerra con una ópera, y aunque la guerra, como ella, sea grandiosa, enfática, excesiva, llena de ingratas morosidades, como ella arme mucho ruido y con frecuencia, a la larga resulte bastante fastidiosa”.
Que vale, que no, que de acuerdo: que no tiene que ser una ópera, pero tampoco (y perdón por el chiste) una película sueca. Tanta gente en tan poco espacio, tantos años en tan pocas páginas… se echa de menos un personaje atractivo, que no sea de cartón piedra; se echa de menos algo que no hayamos visto mil veces, leído mil veces, imaginado un millón. Se echa de menos el silencio de quien no dice nada que no haya sido dicho tantas veces antes. Por muy hermosa que sea su prosa y muy elegantes sus maneras y muy lírico su estilo y muy flaubertiana la intención, por muy bello que sea el conjunto, personalmente no he podido evitar torcer el gesto cuando me he encontrado, una página ahora y en otra después, la prosa afectada y efectista de un Echenoz con ganas de rellenar de naderías un texto tan espantosamente adormecedor.
“En su deambular, Blanche pasó delante de la residencia de Charles y la de Anthime, vacías ya tanto una como otra de su respectivo ocupante”.