Hace unos días hablábamos de una novela que fue miserablemente abandonada, sin asomo de duda, a las pocas páginas de ser empezada (David Vann). El viernes, si nada lo remedia, hablaremos de una novela que tiene todos los ingredientes para no ser leída, que de hecho ha sido abandonada, pero que sé con seguridad que retomaré más pronto que tarde (James Salter). Entremedias, hoy toca un post tan especial como inútil: ese momento en el que uno tiene que decir si sí o si no. Justo ese momento de duda. Ni antes, ni después. Exactamente ESE.
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Llego a “Tokio Año Cero” de David Peace por un comentario que el traductor hace en Facebook, donde habla maravillas de la ella. Conviene aclarar que el traductor, Javier Calvo, no acostumbra a recomendar sus propios trabajos. Siempre que lo hace y la cosa pinta bien yo me compro el libro. Ya tengo dos.
La acción de la novela comienza el mismo día que Japón hace pública su rendición incondicional, al final de la Segunda Guerra Mundial. El país es un desastre. Háganse cargo. No puede estar más patas arriba ni puede importar menos (ni valer más) una vida humana. En ese escenario aparecen los cuerpos sin vida (en algún caso en avanzado estado de descomposición) de unas mujeres jóvenes que parecen haber sido “brutalmente” asesinadas (las comillas son mías y obedecen a un problema de memoria, que de esto ya hace c0mo treinta días y lo mismo las mataron a besos).
Como toda buena novela negra que se precie, ha sido definida, por su estilo, como una mezcla de James Ellroy y Murakami. Porque claro, Japón, novela negra… Con este panorama, si tienes que parecerte a alguien será a uno de estos dos. Bueno, en fin, todo sea por dar nombres. Personalmente nunca he sentido el menor interés por leer a Murakami pero sí he leído mucho a Ellroy y me quedo con él antes que con Peace. Vamos, de cabeza. Hay en Peace un estilo demasiado forzado que hace que a ratos la narración resulte, como poco, cansina, claro que, por otro lado, si le quitas esto, la matas. Aquí un botón de muestra:
«[…] El día es la noche. Los árboles blanco que han visto tantas cosas. Abro los ojos pero no puedo pensar. La noche es el día. Las ramas blancas que tanto has soportado. Cierro los ojos, no puedo dormir. El día es la noche. Las hojas blancas que han brotado otra vez. Abro los ojos, no puedo pensar. La noche es el día. Crecer y caer y volver a crecer. Cierro los ojos, no puedo dormir. El día es la noche. Doy media vuelta. Abro los ojos, no puedo pensar. La noche es el día. Me alejo de la escena del crimen. Los cierro, no puedo dormir. El día es la noche. Bajo la Puerta Negra. Los abro, no puedo pensar. La noche es el día. El perro sigue esperando. No puedo dormir. El día es la noche. El perro sigue esperando. La noche es el día. El perro sigue esperando. No puedo. El día es la noche. El perro sigue esperando. No puedo. La noche es el día. El perro sigue esperando. No puedo. El día. El perro sigue esperando. No puedo. La noche…»
Aquí otro.
«Vomito. Bilis amarilla. Vuelvo a vomitar. Bilis gris. Ya he vomitado cuatro veces. Bilis negra. Bilis marrón, bilis amarilla y gris. Ya he mirado cuatro veces a ese espejo. Ya he gritado cuatro veces: ¡Nadie es quien dice ser!»
Y no, no he elegido los párrafos. Bueno, sí, pero da igual; esto es así página sí, página también. Las hay mejores; aquí un ejemplo:
«En el pasillo hay una chica. En el pasillo hay una chica desnuda. En el pasillo hay una chica desnuda a cuatro patas. En el pasillo hay una chica desnuda a cuatro patas que no parece tener más de catorce años. En el pasillo hay una chica desnuda a cuatro patas que no parece tener más de catorce años y a quien está penetrando por detrás un Vencedor, mientras ella mira por el pasillo interminable en dirección a Nishi y a mí, con las lágrimas cayéndole por las mejillas y dentro de la boca, diciendo: Oh, qué bueno, Joe. Gracias, Joe. Oh qué bueno, Joe. Gracias, Joe. Oh, oh, Joe….»
Y es que, en el fondo, si le quitas el estilo tan “peculiar” lo que queda es exactamente lo mismo de siempre: un cadáver o dos o tres, un posible asesino en serie, un policía que cuya situación personal es un desastre (líos de faldas, líos de drogas…), envidias, corrupción, rivalidad en el entorno laboral, etc. Cierto: tiene todos los ingredientes para gustar y se desarrolla además sobre un escenario lo bastante poco habitual como para llamar la atención de quien esto escribe pero… Para qué nos vamos a engañar; sólo por eso la estoy leyendo. O estaba, no sé. Como les decía, llevo algo más de doscientas páginas y todavía no he tomado una decisión. Ahora bien, de hoy no pasa.