Mostrando entradas con la etiqueta Aristas Martínez. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Aristas Martínez. Mostrar todas las entradas

lunes, 4 de julio de 2016

‘La polilla en la casa de humo’ de Guillem López

Lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo con este libro es algo que me tiene absolutamente fascinado. (Bueno, es decir, “absolutamente”) Y mira que no soy yo de fascinaciones gratuitas pero es que esto es tremendísimo. Me refiero a la gente, a los críticos, a la opinión que, en general, se tiene de este libro. No he encontrado ni una mala reseña. Es más, no he encontrado ni un solo reseñista al que no se le haya hecho el pis cocacola con la polilla de marras. Un tal biblionauta, por ejemplo, decía lo siguiente:

«He valorado el libro con cinco estrellas, pero podrían haber sido cuatro. O cincuenta. La verdad es que sigo dándole vueltas en la cabeza a esta novela. No sé si La polilla en la casa del humo será o no una piedra de toque de la ciencia ficción española, pero lo que puedo decir es que no se trata de un libro que deje indiferente. Te estruja, te maltrata y te pone del revés. La historia es potente, y tiene múltiples y ricas lecturas, y la lengua de Guillem López es tremendamente atractiva, dúctil. Un libro diferente, sin duda, que vale la pena leer».

Al margen del habitual exceso (¡múltiples y ricas lecturas!, ¡te pone del revés!), de esa permanente búsqueda del Elogio Definitivo que ha de acabar con todos los demás, está la coletilla de LIBRO DIFERENTE, que a mí es realmente lo que me trae por la calle de la amargura. ¿Diferente de qué? ¿Diferente en qué sentido? No lo sé. Nadie lo aclara. Cuando consigues librarte de esa capa, de esa costra de chorradas sesudocríticas, lo único que queda es el discurso habitual, el ya clásico, “me ha encantado”, “guau cómo he flipado”, “jolines, me ha volado la cabeza”, que al final es, las cosas como son, lo que mejor funciona entre quienes se conocen. En cualquier caso creo que ya vamos por cuarenta culos torcidos y catorce relamidos, lo cual no es ni medio normal.

En mi opinión, hay demasiada tontería. O bien no sabemos leer, o bien leemos lo que no debemos (esto, seguro), o bien lo que se publica es tan rematadamente malo que cualquier insignificancia puede parecer una obra maestra. No soy lector de género y por lo tanto no tengo herramientas para sacar conclusiones válidas pero voy a pensar que, tal como parece, se trata de una cuestión de agravio comparativo, así también evitamos dejar a esos reseñistas como auténticos gilipollas, con perdón.

La polilla en la casa de humo tiene muchísimo de convencional. Es la clásica fusión de géneros que, en ocasiones, funciona y que bien pudiera ser el caso. Aquí tenemos una novela negra de toda la vida de dios, esto es, barrio pobre industrial, alto índice de criminalidad, corrupción, hampones y un mequetrefe que quiere medrar a costa de los demás. Ahora mismo no me sale el nombre de la película pero creo que hay doscientas exactamente iguales. 

Pues bien, lo único que Guillen López hace es traerse los recursos propios de ese tipo de novela a reino de ciencia ficción, de la distopía o cualquier topía que ustedes prefieran. El mundo se ha ido a la mierda; la población, una parte, al menos, se recluye bajo tierra. Viven en cuevas y perforan y perforan y perforan, igualitos que los Curris. Es un reino triste y oscuro, hijo directo de la revolución industrial, con una mecanización llevada al extremo de sustituir miembros por maquinaria, dando como resultado ciborgs o mutantes, lo que nos lleva a pensar en una variante pobre del steampunk.

Y eso es todo. 

Yo no sé si el problema es que los lectores de fantástico o ciencia ficción no son mucho de leer novela negra, igual es eso, pero de verdad verdadera que la cosa no es ni remotamente para tantos desvelos y masturbaciones. Es más, no es ni remotamente para la mitad de tanto.

Personajes de laxa moral hay en la literatura para aburrir, por lo tanto que me venga ahora a decir Ismael Biurrum que hacía mucho tiempo que no se encontraba con un personaje como 21 (el protagonista) lo único que demuestra es que o bien Biurrum no está escogiendo bien sus lecturas o yo tengo propensión a la risa fácil. En cualquier novela de James Ellroy hay no menos de 412 personajes como ese o infinitamente peores. Si acaso algo más aseados, pero desde luego no mejores.

Pero déjenme que les ponga en contexto:

Bajo tierra, un menda lerenda que ni para tunelar vale se lía la manta a la cabeza y, por bocas, la lía parda: acusa indiscriminadamente a unos y otros de robarle amatistas al capo máximo, al papichulo de la topera, un camellísimo de armas tomar y cohorte de maldades y mutontos con problemas de riego. Va de soplón queriendo medrar y nadie lo ve venir pese a lucir palmito sin dar palo al agua y hacer más preguntas que el pasapalabra. 

La cosa, pues, va de traiciones sobre fondo de suburbio de principios de siglo XX; el nene, de una amoralidad superviviente y pese a saberse más judas que el original monta él solito una trama que ni Hammet en estado de gracia y la llena de casualidades que lo mismo hacen diana que no. La sucesión de carambolas (de uno que va exactamente a donde tiene que ir y otro muere exactamente como tiene que morir y un tercero que traga exactamente con lo que tiene que tragar) pueden llevar a engaño y hacernos creer que estamos frente a una inteligentísima novela que funciona como una pieza de relojería, que es un elogio que tampoco se escucha casi nunca; un artefacto (ya estamos…) en el que se suceden las trampas, empezando por un entorno tan hostil y mal iluminado que cuesta imaginar semejante conciencia de uno mismo en unas circunstancias que debieran ser poco o nada excepcionales.

Hay demasiada gente a la que le gusta el final pero eso puede tener que ver con que hay demasiada gente en el mundo y no todos pueden presumir de ser tan listos como nosotros.



martes, 7 de julio de 2015

‘Los últimos días de Roger Lobus’ de Oscar Gual

Antes de enfangarnos con la reseña me van a permitir un paréntesis que nace de la lectura de la siguiente afirmación, en referencia a este libro, leída en eldiario.es y escrita por Bel Carrasco: «En suma una lectura exigente de la deben abstenerse los que únicamente se acercan a los libros como evasión». 

Qué puta manía, de verdad, tienen algunos de alejar a potenciales lectores de un libro (este, por ejemplo) nada más que para poder acariciarle el lomito a un escritor a golpe de pátina de, no sé, prestigio, calidad o memez semejante como si la literatura de evasión (sin saber exactamente qué literatura no lo es o quién decide tamaño despropósito) fuese la última mierda. A ver si no va uno a poder evadirse con diagramas de flujo, si le presta. Y, ¿lectura exigente? ¿En serio? ¿Exigente, exactamente, por qué? Pues no se sabe. Igual es por haber «creado un artefacto literario que desborda los límites del relato convencional para constituir un tratado filosófico, un manifiesto o declaración de intenciones». Ahí es nada. Tratado filosófico. Con dos cojones. 

Lo de “artefacto literario” también me pone muchísimo. Es casi lo que más.

Bel Carrasco, señores. 

En fin. Periodistas culturales que acaban escribiendo un libro y esperan, tal vez, caricias en su lindo lomito. Esa gente.

Ahora cerremos paréntesis y entremos en materia de tratado filosófico.

Bien, la cosa va de esto:

Junior es hijo de Roger Lobus. Roger Lobus es el alcade de Sierpe, espacio de ficción recurrente en la obra de Oscar Gual —hecho que yo ignoraba pero que tampoco parece tener especial importancia—. Lobus se muere. Es decir, se está muriendo, de ahí el título. Está muy fatal de lo suyo (cáncer terminal, nada menos) y colocado hasta las cejas como lo tienen, ya ni siente ni padece. Pues bien, Junior vuelve a casa. Se estuvo dando unos años: a la bebida, las drogas, el rock and roll…. Ahora pasa el mono a los pies de la cama de hospital de su padre, tiempo que aprovecha para hacer balance de una desastrosa vida. El típico nene que sale rana por no llevar dos hostias cuando debía. Junior se sienta, padece y recuerda, recuerda, recuerda. Ahí estamos: 300 páginas de recuerdos a cual menos interesante.

Los últimos días de Roger Lobus (escrita con una corrección que no invita a quitarse la camisa y agitarla al viento y por lo tanto y suponiendo que un escritor ha de saber escribir, no robará más espacio a este párrafo) es digresión pura y dura. Se supone que entretenimiento también pero yo no he acabado de verlo por ninguna parte. Quería reírme y no lo he hecho. Esperaba llorar (ya que muere un padre, qué menos)  y nada, ni modo. No hay forma humana ni divina de conectar con los personajes, ni hay acontecimientos destacables, si acaso una mueca graciosa, la nuestra, al notar, en ciertos momentos en los que Gual se adentra en algo parecido a la ciencia ficción, algo así como una especie de sentido y sincero homenaje al siempre estupendísimo Kurt Vonnegut aunque creo haber leído en alguna parte que lo suyo, lo de Gual, es más de venerar a Philiph K. Dick. Nos vale, también.

«Mirando las estrellas, miramos hacia atrás en el tiempo. Observamos su espectro, la transmisión de un emisor que pereció antes de que nadie recibiera el mensaje. Quizá veamos naves espaciales explotando o civilizaciones sofocándose. Planetas lejanos habitados por robots. Unos robots que constan de una caja de cartón cuadrada por cabeza y otra caja de cartón rectangular por tronco, cuatro tubos de plástico por extremidades, dos planchas plásticas por pies y dos tenazas por manos. Pero, a pesar de su rudimentario aspecto, pertenecen a una generación de robots inteligentísimos, ya que el salto nos ha trasladado a una era donde estos robots de cartón se han convertido en la base de la civilización que en un tiempo y un planeta distintos iniciase el Homo sapiens».

Fuera de aquí, nada. Una inmensa broma, una novela a la medida de no sé quién, que pretende no sé quém, compuesto por un demasiado numeroso conjunto de variadas (e inconexas, la mayoría de las veces) historias que una vez terminado este tratado filosófico no dan la impresión de formar un todo indisoluble: Terroristas terminales («Enfermos Terminales & Anarquistas» (o ETA)); grupos de Rock alternativos; Kurt Cobain («un gilipollas que se pegó un escopetazo en la cara tras decir os jodo el invento y después me suicido, ahí os quedáis»); esa historia de robots de cartón; Bruce Lee (sí, Bruce Lee, se habla de Bruce Lee, así, porque sí, de su trayectoria y su filmografía); uno llamado Mondongo («La historia de José Francisco Mondongo es una historia de represalias, una historia acerca de la vida y la muerte, una historia de miedo y una historia de suerte y también una historia de mala suerte y, en cualquier caso, una historia increíble») o el mismísimo Roger Lobus («Conocemos a Roger Lobus, conocemos a Víbora, pero quizá sea el momento de conocer al anónimo Lubos Eldritch, a aquel Lubos Eldritch previo a Sierpe, antes de convertirse en criminal y en vendedor de seguros y en alcalde»), por poner sólo algunos ejemplos.

Y todo para hablar de la MUERTE, gran protagonista y presencia constante en la novela, como una vieja y recurrente obsesión del protagonista (qué no gira en torno a la muerte, al fin y al cabo) y a la que ha de enfrentarse, cuerpo a cuerpo incluso, desde su posición de sufrido testigo del final -doloroso y anestesiado final- de su padre:

«Júnior entiende que cuando el doctor Le Dog dice que así Roger Lobus estará más tranquilo en realidad quiere decir que así las personas alrededor de Roger Lobus estarán más tranquilas. […] Y después entiende que la perspectiva de la muerte es soportable, no así la del dolor».

Esta permanente, obsesiva y silenciosa presencia de la muerte, es el motor de la novela y la excusa que utiliza Oscar Gual para desarrollar todas y cada una de las historias que acabamos de mencionar y alguna otra de obligada inclusión: 

«La forma más obvia de aproximarse a la cuestión de la muerte es mediante las religiones y la parte de una religión que trata el fin de la vida se llama escatología. Júnior ha estado en contacto directo con varias religiones, además de sus lisérgicas experiencias con la propia muerte, y las clasifica en religiones arcade o religiones de rol, como los videojuegos».

Y así hasta el hartazgo. Mucho chiste fácil, mucho relleno y de regalo un capítulo final que prefiero olvidar. Sinceramente lo digo. Lamentable e innecesario cuerpo a cuerpo; dolor de final.

Oscar Gual parece tener muchas historias que contar. Eso está muy bien pero tal vez debería ir pensando en limitar su actividad al relato y dejar la novela para tiempos mejores o tiempos menos dispersos. A la Nocilla, como al padre, habría que ir pensando en matarla ya de una puta vez. 



lunes, 15 de junio de 2015

‘New mYnd’ de Colectivo Juan de Madre

Ya les he hablado de Colectivo Juan de madre. En su momento les expuse un teoría la mar de plausible que no quisieron ustedes escuchar (o, si escucharon, no quisieron ustedes creer), acerca de los órganos no sexuales que lo constituían y sus aviesas intenciones. Pese a esto, hay quien se empeña en creer que tras Colectivo JdM se oculta un único ser humano. Es falso, pero allá ustedes y su ingenuidad.

El caso es que esta gente, este colectivo, esta masa informe, ha escrito otro libro. Este libro. New mYnd.

Se supone (normativa del Perfecto Crítico Imperfecto, artículo 22, parrafada segunda) que ahora tengo que explicarles de qué trata, es decir, lo que viene siendo el argumento. No es fácil pero ahí vamos.

La cosa tiene algo que ver con unos diamantes que la gente se injerta cual bulbo de tulipán en la base del cráneo, o cerca o por los alrededores y que les, ¿cómo decirlo?, duplica la mente: son ellos y además son otros. Viven su propia vida y, de puertas para dentro, otra que también es suya pero no es suya pero en la que, cuando te pillas los dedos en una puerta, no duele o, por poner un ejemplo que todos entendamos, un universo alternativo en el que si cuentas un chiste un poco cargado de humor negro no tienes que dejar tu puesto de trabajo en manos del destino ni meterte en una cueva a flagelarte hasta que te mueras.

Pero este no es el tema. O sí. Más que un tema es un temazo. Quiero decir… esto es el fondo de pantalla sobre el que tiene lugar la trama.

La parte más visible de la historia es la de una mujer: mujer con pareja y trauma de muerte infantil. La narración corre paralela a la historia de otra, también mujer, que bien pudiera ser la misma o su hermana o incluso la mascota de mi dentista. Tampoco aquí la cosa llega a estar nunca clara (Colectivo pone especial interés en ello) motivo por el cual la novela, digamos, funciona al nivel qué demonios está pasando, que como gancho es casi lo mejor que te puedes encontrar. Por eso y por una cita de Manuel Vilas, que realmente es lo que sube la media del conjunto.

«Si me pienso abogado, preferiría ser médico. Si médico, sacerdote. Si sacerdote, hombre casado y con siete hijos. Si casado, soltero. Si soltero, viudo muy apenado. Si viudo, monje. Si monje, matador de toros. Estés donde estés, no has acertado por completo. Siempre hay algo más barato y mejor por ahí. Siempre hay vistas desconocidas en el acantilado de la vida. Me está matando esto de vivir una sola vida. La gran muerte de vivir en una sola forma».

Es muy importante tener en cuenta que todo lo que ocurre puede ser fruto de su imaginación o de la imaginación del escritor, que todo puede estar sucediendo a uno u otro nivel. Es todo un poco Lynch y un bastante Cronenberg y un algo David Foster Wallace, escritor este que protagoniza otra de las citas que se incluyen en la novela y que junto con la de Vilas (que he pegado sólo parcialmente para evitar sufrimientos innecesarios) recogen la idea sobre la que Colectivo ha querido construir este pequeño e inquietante artefacto.

«Tengo treinta y tres años y la impresión de que ha pasado mucho tiempo y cada vez pasa más deprisa. Cada día tengo que llevar a cabo más elecciones acerca de qué es bueno, importante o divertido, y luego tengo que vivir con la pérdida de todas las demás opciones que esas elecciones descartan. Y empiezo a entender cómo, a medida que el tiempo se acelera, mis opciones disminuyen y las descartadas se multiplican exponencialmente hasta que llego a un punto en la enorme complejidad de ramificaciones de la vida en que me veo finalmente encerrado y atrapado en un camino y el tiempo me empuja a toda velocidad por fases de pasividad, atrofia y decadencia hasta que me hundo por tercera vez, sin que la lucha haya servido de nada, ahogado por el tiempo. Es terrorífico. Pero como son mis propias elecciones las que me encierran, me parece inevitable; si quiero ser adulto, tengo que elegir, lamentar los descartes e intentar vivir con ello».

New Mynd está diseñado para resolver este problema y para ello nada mejor que hacerlo generando confusión. Confusión sobre confusión, erección asegurada. Se acompaña la cosa con imágenes en riguroso blanco y negro, falsas entradas de falsos blogs, poemitas y otras cosas del querer, para que se note que la cosa tiene miga, que las referencias son múltiples, que esto es un señor rompecabezas y no una novelita de Albert Espinosa. Algunos han querido ver en esto una nueva narrativa otra nueva narrativa. Hay gente para todo; unos cuantos parecen estar realmente muy necesitados de narrativas nuevas y a otros les gusta simplemente que les vapuleen un poquito la enquistada imaginación.

En cualquier caso y poniendo los pies en el suelo, New Mynd es una interesante (por entretenida más que novedosa) propuesta y una novela inquietante que sabe mantener la atención del lector el tiempo suficiente para terminarla. A mí, con esto, y sin tener que reinventar narrativas ni hostias, no me orgasma pero me vale. Conformista que es uno.



jueves, 20 de noviembre de 2014

[Reseña] “Presencia humana nº 2” de Aristas Martínez

En cien páginas y a todo color (no como otras), Presencia Humana vende relatos, vende artículos, vende dibujitos. Y lo vende bien. De hecho yo compré dos.

En el apartado gráfico, Ana Galvañ, (más ibérica no se puede) ofrece dos minicomics que a mí personalmente me han servido para saber que no me puede interesar menos el trabajo de Ana Galvañ. Que mira, por lo que en proporción cuestan, está muy bien. Si algún día esta chica ilustra un libro, ya sabré en qué no me tengo que gastar el dinero. 

También hay un par de artículos. Uno de Layla Martínez, que es una joven poeta que hace algo en Culturamas, que directamente echa mano de un fragmento de La insólita historia de los nueve Ricardo Zacarías del Colectivo Juan de Madre (editado también por Presencia Humana, para que así quede todo en casa) para montar un artículo sobre el tiempo, el espacio y la teoría de cuerdas con una fotografía de True Detective, para que se vea modernete (este número salió hace ya unos meses). Bueno, tiene su gracia si, tal como me ocurrió a mí, inmediatamente después te lees el librito de marras y, al llegar a esa parte, se te levanta una ceja. Es un hermoso momento autopromoción.

El segundo artículo es una patada en toda boca a (entre otros) los protagonistas de la primera parte de este post, por ejemplo. No se dan nombres, claro, o de lo contrario habría que declarar una guerra, pero se entiende. En ese artículo, Ana Ramos (escritora de libros infantiles, traductora y cosas varias que tienen que ver con la edición), nos cuenta que, un buen día, recomendó a su médica de cabecera un libro traducido por ella misma (hablando de autopromoción…): El jardín secreto, de Frances Hodgson Burnet, ocasión que aprovecha para contarnos su historia: La señora Hodgson fue mayúsculamente pobre y miserable durante su más tierna infancia y adolescencia, pero tenía orgullo —alimento habitual de ciertos articulistas—. La buena de la mujer creía, como le decía a su hermanita cada noche antes de irse a la cama, que las historias dignas de ser escritas, impresas y leídas, merecían también ser pagadas. Y lo mismo a la inversa: lo que no merece ser pagado, no merece ser leído o impreso no digamos ya escrito. La señora Hodgson murió con un cheque en la mano. El artículo vienen en realidad a cuento de la piratería, que es esa cosa que todos conocemos y ninguno practicamos, pero ¿acaso hay mayor pirata que aquel que te roba mirándote a los ojos? 

Pues eso. 

* * * * *

Me gusta la idea, lo confieso, de un panorama con revistas literarias de tendencias diferentes enfrentadas, como en los felices sesenta de la era Dostoievski (y miren luego qué libros salían, qué maravilla, qué bien sienta el odio a la literatura). ¿Qué mierda es esa de la amistad por encima de todo, del objetivo común y demás zarandajas? 

Queremos sangre. Es lo que más alimenta.

Pero allá ellos, que se lo pierden.

El resto de la revista son relatos que ya no recuerdo, a excepción de alguno que leí dos veces para tener algo que decir hoy: el de Sara Mesa, por ejemplo, que es un ser humano que también escribe novelas. En su relato hay una misteriosa organización de seres extraños y niños (los niños siempre tan resultones) engordados con mantequilla. Todo esto lo cogen ustedes con pinzas, que mi fuerte no es resumir. Se desarrolla en un ambiente malsano y desagradable en la que los personajes han de soportar con cierta resignación situaciones que carecen de explicación. Muy triste y futurista, todo.

En la página 32 (y ya me voy dando prisa o no terminaré nunca) Aixa de la Cruz, joven promesa desde que tiene uso de razón (no vean qué de elogios cuando aquello de Bajo treinta o Última temporada —si no saben de qué hablo, mejor no pregunten—), escribe un relato en el que una mujer encuentra un brazo. Profundizaría más en el asunto si el asunto tuviese profundidad. No es el caso. De todos modos queremos pensar que lo de joven promesa no caduca ni hacía referencia a un futuro cercano. Seguiremos esperando y poniendo, como es costumbre, todas nuestras esperanzas en ella.

Siguiente: María Womack. Escritora, traductora, co-editora de Nevsky Prospects. Mujer de letras, en definitiva. Su relato está ambientado en un futuro apocalíptico, como todos los futuros posibles imaginados, en el que un hombre hace mermelada y caza mariposas. Bueno, pues… eso. Seguro que pasan más cosas, que el relato es genial, pero es pasan los días y te olvidas completamente de los detalles. Es lo que tienen los grandes relatos.

Esther García Llovet, escritora de la que inexplicablemente habla todo el mundo maravillas y que desmonta mi teoría de que este número 2 de Presencia Humana recoge trabajos de “jóvenes promesas”, se lleva el premio al peor relato de todos. Es incluso peor que el del brazo de Aixa de la Cruz. Que ya es difícil. Por fin es viernes es, utilizando términos más propios de la crítica comparada que de un blog de ensayo-error como este, una chorrada como un piano. Donde hay un como, hay una comparación y donde hay un relato de Esther García Llovet hay una razón para no leer. Puedo estar equivocado, pero sería la primera vez.

Laura Fernández (relatista habitual en toda antología que se precie) escribe un relato llamado El redactor estrella de Rocketbok Amazing Times, que es un título muy davidfosterwallaciano. Trata sobre un periodista o presentador que vuelve de la muerte o que está muerto y quiere seguir escribiendo. Lo siento, hace ya tanto… Sé que esto no es serio, pero precisamente por eso estamos aquí. Gracioso, la primera vez. Recuerdo que volví a intentarlo semanas después y ya no lo fue tanto. Lo dejé y nunca más. Total para qué.

El último relato —y, todo hay que decirlo, el mejor— es Las dos cárceles de Isidro Guzmán de Colectivo Juan de Madre, escritor del que hablé no hace mucho. Busquen, si sienten curiosidad. La historia es la de un preso, condenado a cadena perpetua, que no se acaba de morir y va a ser entrevistado. Argumento sencillo, argumento efectivo. El relato de la vida de ese hombre en apariencia no es gran cosa pero se lee con interés creciente. Y ya basta de elogios, que nos salen granos.

Acabo.

Los números de Presencia Humana terminan con una entrevista. En esta ocasión: Fata Libelli, joven editorial digital de ciencia ficción, terror, fantástico (y tal) de la que dijimos lo poco que había que decir cuando reseñamos, no hace tanto, Ominosus, un breve recopilatorio de relatos homenaje a Lovecraft. Hay poco que añadir. Nada, en realidad. Que nada, que les deseamos suerte.

Y esto es to… to… todo. 

Conclusión: Presencia humana es una revista literaria mejor editada de lo que viene siendo habitual, que no encontraran en los quioscos junto a la Qué leer (aunque sí debería estar, sobre todo para mi comodidad) y que cuesta más que otras tipo Quimera porque la gente que colabora ella no es insultada no cobrando por su trabajo. Pero yo creo que este punto ha quedado suficientemente claro.

Admito que no me vuelven (no me han vuelto) loco ni los artículos ni los relatos incluidos en este número, pero la revista me interesa lo suficiente para matar el cerdito cada dos o tres meses (o cuando sea que se publiquen), probablemente por esa mirada a la actualidad nacional y esa apuesta por ofrecer un producto a un público menos genérico de lo habitual.

Ahora les dejo; debo comprar el quinto número, un Especial Valdemar que recién sale del horno. Seguiremos informando.


martes, 18 de noviembre de 2014

[Prólogo a la reseña de] “Presencia humana nº 2” de Aristas Martínez

1

Tengo un amigo pintor. Este amigo dibuja, entre otras muchas cosas, unos pequeños peces de colores realmente fantásticos. Hará cosa de un mes me invitó a su taller para enseñarme la última hornada. No lo digo porque sea mi amigo, pero cada vez son mejores. Volví a preguntarle por qué razón no exponía (hace tiempo que no lo hace) y me contestó que no era tan fácil. Me ofrecí a ayudarle. Verás, le dije, conozco a un tipo, un amigo de un amigo de un cuñado de un socio, que a su vez es socio de un pequeño pub en… que suele colaborar con artistas de la zona; le puedo pedir que te haga un hueco. Nada perdemos con intentarlo. Contando con su bendición conseguí colocarle un par de dibujos que acabaron colgados, no en un hueco, sino directamente en una de las columnas centrales del local. Antes de acabar el día ya se habían vendido. En cuanto me enteré se lo dije personalmente a mi amigo, el pintor. Se pueden imaginar qué alegría. Parecíamos tontas colegialas. ¿Y el dinero?, me preguntó. ¿Qué dinero?, respondí. El de la venta. ¿La vent…?, ¡ah, la venta!,.. bueno…, verás…, te explico: quitando la comisión del expositor, el resto me lo quedo yo, ya sabes, por las molestias y eso. 

En la vida real mi amigo me partiría la cara (merecidamente) por cabrón y por ladrón y por mal amigo. Pero esto no es la vida real, esto es un cuento de hadas y ahora mismo voy a agitar mi varita mágica para modificar el rumbo de la conversación y evitar malentendidos.

¿Y cuánto te llevas por las molestias, si se puede saber? Más o menos un x%. Fenómeno, me alegro por ti; por esa oportunidad que me brindas merecías mucho, pero muchísimo más. ¡Yo sí que me alegro por ti, coño!, pronto serás un pintor famoso o cuando menos, (re)conocido y, además, ¡te vendrá de fábula para el currículum! Después de estos cumplidos nos abrazamos, nos palmeamos la espalda como muchachotes que somos y esa misma noche fuimos a celebrar nuestra buena suerte y prometedor futuro. Pagó él, por supuesto. Por las molestias.

Yo sé que esta fabulita no resulta creíble con semejante final pero lo es. Mucho. De hecho, así funciona, por ejemplo (ahí vamos), Quimera, la revista de literatura famosa por no pagar a sus colaboradores por un producto que después, en el mercado, cobra a precio de oro: siete euros el ejemplar veraniego, cinco el resto del año. Siete euros, por si no lo recuerdan, son unas mil doscientas de las antiguas pesetas.

No es ya una cuestión de dinero, es una cuestión de respeto. El respeto que uno demuestra hacía los demás y el respeto que uno que merece. Parece haber muy poco, en Quimera o cualquier otra revista que viva de la generosidad ajena, de todo esto. Una cosa es ayudar a un amigo y otra muy diferente aprovecharte de él con promesas de prosperidad. Robarle, para que nos entendamos, por más que el infeliz crea ver en ello la oportunidad de su vida, como parece ser el caso, en vista de la ingente cantidad de almas cándidas que colaboran con este tipo de publicaciones. Y eso es, lo que en mi opinión, está llevando a cabo, desde hace años, esta revista que, a diferencia de otras como Granite & Rainbow (ese catálogo de buenos sentimientos que se alimenta del aire que respira y que hace tiempo ya que ha superado la barrera del despropósito), se hace valer a golpe de monedero. 

Si un proyecto no es viable, por la razón que sea, por ejemplo si el problema es que no dan las cuentas, a lo mejor lo que hay que hacer es cerrarlo y después llorar amargamente o llorar amargamente y después cerrarlo o directamente irse de putas. Lo que no me parece decente, por decirlo suavemente, es que la recompensa del esfuerzo de escribir un artículo (porque una cosa no quita la otra y es de ley reconocer que los artículos requieren cierto esfuerzo para ser escritos) sea colocarte en los créditos con otros veinte tíos más.

Es una vergüenza para unos y un insulto para los demás. Para todos, una cuestión de respeto. Para Quimera, ese refugio para la falta de talento, una costumbre. Para los que observamos, sin embargo, puro divertimento.



2

Todo esto viene a cuento de algo, claro.

Viene a cuento de que, por lo que me han dicho los propios afectados, Aristas Martínez —los editores de esta revista de la que hoy he venido a hablar— SÍ paga a sus colaboradores/invitados. Cuándo, cómo y dónde me da igual, honestamente; no es de mi incumbencia (tampoco lo anterior, si me apuran). Ya sólo por esto tienen, de entrada, todo mi RESPETO. Otra cantar es que me guste el contenido, que ya veremos, pero así, de entrada, yo vengo con el sombrero en una mano y en la otra una cañita. Y ahora vayamos a lo que veníamos. O casi mejor vamos mañana, que se me ha hecho tarde.


viernes, 10 de octubre de 2014

“La insólita reunión de los nueve Ricardo Zacarías” de Colectivo Juan de Madre [o la reinvención de la Nocilla]

1

Todavía no sé por dónde empezar pero ya sospecho que esto se me va a ir de las manos. Sean pacientes.

Lo primero supongo que debería ser preguntarse qué clase de padre pone a su hijo el nombre de Colectivo Juan de Madre. Menudo cabrón. Bromas aparte, esta entidad u organismo se define como un colectivo artístico multidisciplinar, igualito que un aula de plástica de niños con déficit de atención.

El caso es que han escrito un libro. Sería lo que tocaba ese mes. El libro es este que hoy nos ocupa. Va de lo siguiente:

Premisa: Parece ser que el 15 de febrero de 1916 un eminente físico llamado Ricardo Zacarías desapareció misteriosamente sin dejar otro rastro que el de sus estudios (algo sobre la mecánica cuántica, dicen). Cinco años después, en un hotel de Manhattan un hombre apareció asesinado en una habitación completamente cerrada. El misterio, también en esa ocasión, quedaría sin resolver, al menos hasta hoy, que llegó el Colectivo y puso las cartas, marcadas, sobre la mesa.

La insólita reunión… es una ficción que trata de dar respuesta a estos dos sucesos o bien de dar respuesta a uno de ellos utilizando el otro como palanca, que para el caso es lo mismo. Una explicación, dicen, tan buena como cualquier otra, sobre todo si crees en máquinas del tiempo, los cuentos de Iker Jiménez, la teoría de cuerdas y la relatividad. 

Ricardo Zacarías —a ver si me centro— es un señor que tiene una máquina del espacio/tiempo (los detalles no son importantes). La mecánica es la siguiente: el sujeto tiene dos chismes, uno la coloca en el punto de origen (A) y otro en el destino (B). Si hace lo que tiene que hacer puede ir desde su casa a la panadería todos los días a la misma hora para ver salir a la dependienta. Pues algo así: decide viajar a la misma habitación de un hotel a un momento muy concreto del futuro. Y lo hará todos los quince de febrero en nueve ocasiones entre 1905 y 19016. El resultado no es complicado: se trata de meter a nueve Ricardo Zacarías en una misma habitación a ver qué cara ponen.

«El problema me acecha cuando en nueve ocasiones, a lo largo de mi vida, decido viajar a un mismo instante, donde se encuentran nueve Ricardo Zacarías, llegados de nueve años distintos. Y el lenguaje se convierte en una trampa para explicar sin trabas lo sucedido. Por eso, supongo, decidí escribir nueve veces lo que allí ocurra, una por cada oportunidad en que yo lo viva. La reunión sólo sucederá una vez; seré yo, que la viviré en tantas ocasiones».

Muy interesante. Lo digo completamente en serio. Piensen en ello un minuto: viajan al futuro y ven a sus otros yo, cada vez algo mayores, haciendo algo, porque algo hacen, no van a estar todo el rato sentados mirándose como gilipollas. Observen a su yo del año que viene y ahora pregúntense: ¿es posible cambiar el destino? ¿Puedo obligarme, el año que viene, a hacer algo completamente diferente lo que me he visto hacer? ¿Me interesa hacerlo?

Pues, básicamente, de eso trata.

Al Sr. Colectivo Juan de madre le gustan un poco bastante las notas auxiliadoras y es por ello que ha plagado de ellas todito el libro. Durante la lectura uno se encontrará letras o números que deberá seguir si quiere ampliar información respecto a lo leído o simplemente no faltarle el respeto al escritor. Siguiendo el hilo, dará con breves ensayos, comentarios o anécdotas varias que se supone que tienen relación con el asunto de referencia («[…] se intercalan otro tipo de textos con la trama. Son breves ensayos y artículos que deben ampliar o desarrollar temas apuntados en las páginas del diario personal de Ricardo Zacarías»). 

Va un ejemplo: 

En un momento equis se habla de “concebir el universo como un instante eterno” y se nos invita a seguir la llamada 18 que está al final del capítulo (y no al final del libro, como hubiera más práctico, claro que se trata no de ser práctico) y que recoge citas de Warhol, Borges, Philip K Dick o Arthur Nersesian, citas que hacen referencia a la incompatibilidad entre el sentir y el contar, entre el observar y el narrar y la maldita limitación del lenguaje. De hecho esta es una fantasía erótica del amigo Colectivo que, ya en las primeras páginas, nos hace partícipes de la (su) particular frustración de verse sometido a las limitaciones de las leyes universales como si la dinámica posmodernista consistiese únicamente en llevar la contraria a todo el mundo:

«Este volumen, lejos de ser una cuerda, aspira a ser una red. Su lectura ideal consistiría en una lectura totalizadora, leyendo todas sus páginas a la vez, sin jerarquías, ni pirámides; comprendemos que es una aspiración imposible, ya que leer es un acto secuencial. Por lo que finalmente, cada lector deberá decidir el recorrido por dicha red: trazar una trayectoria según sus deseos, priorizar unos nodos, saltar sobre otros o regresar a los que dejó atrás, y de tal manera ensamblar su propio libro: su propia máquina del tiempo».

Falso, en mi opinión (es decir, falso sin más). No es cierto que la novela esté pensada para una lectura totalizadora. La novela está estructurada como una novela de toda la vida de Dios y pensada para un lector con forma y maneras de ser humano: los capítulos se desarrollan a lo largo del tiempo y el lector asiste, con el protagonista, a los descubrimientos que tiene lugar día a día y de hecho hay un misterio que consiste en saber qué ocurrirá al final, lo que directamente desmonta la idea de novela cuartodimensional. Ahora, ¿que suena bien? Sí, claro, mucho. Y moderno, ni te cuento lo moderno que suena.

Y conste que estoy a favor de la masturbación mental pero al pan, pan.

* * * * * *


2

Y ahora vamos a complicarlo un poco más.

Volviendo a la idea de las citas y dejando a un lado esa reseña oculta en una digresión, la putada de todo esto es que aunque algunas de esas citas, ensayos y/o comentarios sí tienen una razón de ser (o simplemente un interés compatible con nuestra santa paciencia) hay muchas otras —descubrirán, terminado y reposado el libro, que son la mayoría— que no sirven absolutamente para nada o que directamente parecen una tomadura de pelo, como puede ser el caso de colar, a modo de chiste privado, un par de veces a Eloy Fernández Pinchadiscos Porta, artista afterpop-up del ensayo-error español de penúltima generación:

«(27) Por último, el escritor Eloy Fernández Porta24 tomó el escenario para recitar sus canciones elegidas [se refiere al evento El pop també es llegueix que pueden ustedes buscar en google si les place], torció el cuerpo y emuló el gesto adolescente de aquel Jonhy Rotten de los primeros Sex Pistols, forzando la voz hasta alcanzar un falsete infantil e insoportable. El público asistente se debatió entre aplaudirle o golpearle».


Se habrán fijado, y si no lo han hecho ya se lo digo yo, que junto a su nombre, así como quien no quiere la cosa, figura otra llamada (la 24) que nos lleva a un artículo que trata sobre la artista multidisciplinar (la etiqueta no es mía) Violeta Gómez. Pues bien, la cita que he puesto es, a su vez, una nota que viene de, adivinen, otra nota. Esta: “(ñ) […] ¿Recuerdas cuando nos conocimos? Fue bajo la estatua de la Libertad 27…”. Bueno, da igual. El caso es que la mencionada llamada 24 hace referencia a un evento que, como se nos recuerda en el libro (faltaría más), organizó Fernández Porta entre el 9 y 11 de octubre de 2008 (el mismo año que el escritor publicó el famoso Homo Sampler, que ya es casualidad también) y al que asistieron –a excepción de Vicente Luis Mora, que no pudo ir— todos estos señores: Jordi Carrión, Javier Moreno, Alberto Santamaría, Francisco Ferré, Gabriele Wiener, Robert Juan-Cantavella, Manuel Vilas, Agustín Fernandez Mallo… y un largo etcétera.

¿Me siguen? Bien. Pues no me pierdan de vista; ya termino.

El plan de ese congreso era el siguiente (sigo robando citas del libro que hoy nos ocupa): «empezar a redefinir el espacio literario del nuevo siglo» que traducido del chino quiere decir: «hágannos sitio que queremos volver». 

Nos ha jodido. 

X años después nace el colectivo artístico multidisciplinar Colectivo Juan de madre. No quiero de dar a entender que este grupo (si acaso es tal cosa) esté formado por los arriba mencionados, pero dado el secretismo y viendo como florecen las casualidades en esta primavera de nuestra incertidumbre creo que tampoco deberíamos descartarlo toda vez que, para más inri, Aristas Martinez edita trabajos de, entre otros, Javier Calvo, Jordi Carrión y Laura Fernández o antologías en las que colaboran Francisco Ferré, Vicente Luis Mora, Antonio J. Rodríguez, Julio Fuertes Tarín, Oscar Gual o Robert Juan-Cantavella (otra vez, entre otros).

Señores, la Nocilla ha vuelto. Y lo ha hecho para quedarse. O eso creen.

Me puedo equivocar, pero sería la primera vez.