Contexto histórico-literario: Belinski, reputado crítico literario y algo así como amigo de Dostoievski, abandona Anales de la patria, la revista en la que hasta entonces había trabajado para colaborar con otra llamada El contemporáneo fundada por Pushkin (y editada por dos miembros de su pléyade) que por entonces rozaba la quiebra (y de ahí el fichaje). Algo así como dejar Quimera por un nuevo proyecto literario, cultural o similar, probablemente digital en los tiempos que corren. O mejor: dejar Qué Leer para irse a Quimera. El motivo lo ignoro; el dinero, supongo. El caso es que con su marcha Belinski provoca una pequeña crisis al obligar a colegas y amigos, Dostoievski incluido, a tomar partido: o están con él o contra él. Así de sencillo para unos y así de jodido para otros porque una cosa es ser articulista liberado y otra muy diferente haber recibido del editor de la mencionada revista una serie de anticipos a cuenta de futuros libros que habían de ser devueltos con el sudor de su frente que era exactamente lo que le ocurría al eterno deudor que fue Dostoievski durante toda su vida.
Esta falsa traición se la tomó Belinski como muy poco sentido del humor. Le faltó tiempo al muy cabrón para poner a parir la última obra del escritor calificándola como “una desagradable sorpresa para todos los admiradores del talento de Dostoievski” llegando a afirmar que era “artificiosa, amanerada e incomprensible” y que “este extraño relato” parecía haber sido “engendrado” por “algo por el estilo de la ostentación y la presunción”. No debió faltarle mucho a Dostoievski para morir del disgusto después de leer semejante crítica de un hombre cuya autoridad moral seguía siendo para él y para media Rusia de un valor incuestionable.
La pregunta que me hago sabiendo esto es: ¿realmente es tan malo el relato o acaso Belinski se dejó llevar -como todo buen crítico que se precie, por otro lado- por la envidia, el desprecio al escritor y la lectura diagonal? Es para dar respuesta a esta pregunta y porque no hay mejor juez que uno mismo, que leo “El señor Projarchin” hace hoy algunos meses.
EL SEÑOR PROJARCHIN (1)
Para Joseph Frank este relato nace como una respuesta de Dostoievski a un reto planteado por Maikov, el nuevo editor de Anales de la Patria tras la marcha de Belinski, cuando aseguró que Butkov (un escritor) no había podido hacer frente a su autoimpuesta tarea de humanizar (presentar una descripción artística de) un truhan. También Pleshcheev por aquel entonces planteó en un folletín la problemática a la hora de describir personajes en los “cuales todo germen de bondad hubiese sido triturado por el peso terrible de las circunstancias, de las cuales fueron víctimas desde la infancia”. Según Frank hay, detrás de todo esto, una prolongación lógica de los objetivos artísticos y filantrópicos postulados por la escuela naturalista, pero ya en estas honduras no me quiero volver a meter.
El caso es que Dostoievski tiende a la concisión cuando escribe El señor Projarchin quizá para evitar las críticas negativas que recibió por El Doble cuando fue acusado de haber escrito un relato demasiado extenso. Eso, sumado a los recortes propios de la censura, deja su cuento tan hecho unos zorros que llega a confesarle a su hermano Mijaíl que “toda vida en [este cuento] ha desaparecido. Lo que queda es tan sólo el esqueleto de lo que te leí. Reniego de mi cuento”. Difícil lo tenemos los lectores cuando el propio escritor reniega de su cuento y el crítico más importante de la época lo tacha de basura probablemente por cuestiones personales. Así aún tiene su mérito ser escritor. Hoy se publica toda cuanta mierda escriben los de siempre, que cuentan además con una legión de amigos y conocidos prestos a regalar sus complacientes reseñas, no vayan los pobrecitos escritores a caer en el olvido.
Pero volvamos a Dostoievski. Me pregunto si tiene algún sentido defenderlo o si lo tiene simplemente reseñar un texto que carece de valor para su autor. No, seguramente NO, y por eso voy a dejar esta reseña aquí. Borraré los dos siguientes párrafos en los que hablaba del propio cuento (con sus virtudes y sus defectos, su influencia balzaquiana y otras cosas del querer) en señal de protesta por tanta mutilación y tanta injusta agresión. Que nadie pueda juzgarme como crítico por esta reseña del mismo modo que yo no he querido (podido) juzgar a Dostoievsky como escritor precisamente por ese cuento (2).
Pero volvamos a Dostoievski. Me pregunto si tiene algún sentido defenderlo o si lo tiene simplemente reseñar un texto que carece de valor para su autor. No, seguramente NO, y por eso voy a dejar esta reseña aquí. Borraré los dos siguientes párrafos en los que hablaba del propio cuento (con sus virtudes y sus defectos, su influencia balzaquiana y otras cosas del querer) en señal de protesta por tanta mutilación y tanta injusta agresión. Que nadie pueda juzgarme como crítico por esta reseña del mismo modo que yo no he querido (podido) juzgar a Dostoievsky como escritor precisamente por ese cuento (2).
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(1) “El señor Projarchin” está incluida en el recopilatorio CUENTOS de Fiodor Dostoievski editado por Siruela en 2009 y lanzado para el Kindle (a mitad de precio y aún así bastante caro) en 2012. Edición y traducción a cargo de Bela Martinova.
(2) Me reservo, claro, el publicar esos dos párrafos en otra ocasión.