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jueves, 14 de junio de 2012

“El señor Projarchin” de Fiódor Dostoievski

Contexto histórico-literario: Belinski, reputado crítico literario y algo así como amigo de Dostoievski, abandona Anales de la patria, la revista en la que hasta entonces había trabajado para colaborar con otra llamada El contemporáneo fundada por Pushkin (y editada por dos miembros de su pléyade) que por entonces rozaba la quiebra (y de ahí el fichaje). Algo así como dejar Quimera por un nuevo proyecto literario, cultural o similar, probablemente digital en los tiempos que corren. O mejor: dejar Qué Leer para irse a Quimera. El motivo lo ignoro; el dinero, supongo. El caso es que con su marcha Belinski provoca una pequeña crisis al obligar a colegas y amigos, Dostoievski incluido, a tomar partido: o están con él o contra él. Así de sencillo para unos y así de jodido para otros porque una cosa es ser articulista liberado y otra muy diferente haber recibido del editor de la mencionada revista una serie de anticipos a cuenta de futuros libros que habían de ser devueltos con el sudor de su frente que era exactamente lo que le ocurría al eterno deudor que fue Dostoievski durante toda su vida. 

Esta falsa traición se la tomó Belinski como muy poco sentido del humor. Le faltó tiempo al muy cabrón para poner a parir la última obra del escritor calificándola como “una desagradable sorpresa para todos los admiradores del talento de Dostoievski” llegando a afirmar que era “artificiosa, amanerada e incomprensible” y que “este extraño relato” parecía haber sido “engendrado” por “algo por el estilo de la ostentación y la presunción”. No debió faltarle mucho a Dostoievski para morir del disgusto después de leer semejante crítica de un hombre cuya autoridad moral seguía siendo para él y para media Rusia de un valor incuestionable. 

La pregunta que me hago sabiendo esto es: ¿realmente es tan malo el relato o acaso Belinski se dejó llevar -como todo buen crítico que se precie, por otro lado- por la envidia, el desprecio al escritor y la lectura diagonal? Es para dar respuesta a esta pregunta y porque no hay mejor juez que uno mismo, que leo “El señor Projarchin” hace hoy algunos meses. 

EL SEÑOR PROJARCHIN (1)

Para Joseph Frank este relato nace como una respuesta de Dostoievski a un reto planteado por Maikov, el nuevo editor de Anales de la Patria tras la marcha de Belinski, cuando aseguró que Butkov (un escritor) no había podido hacer frente a su autoimpuesta tarea de humanizar (presentar una descripción artística de) un truhan. También Pleshcheev por aquel entonces planteó en un folletín la problemática a la hora de describir personajes en los “cuales todo germen de bondad hubiese sido triturado por el peso terrible de las circunstancias, de las cuales fueron víctimas desde la infancia”. Según Frank hay, detrás de todo esto, una prolongación lógica de los objetivos artísticos y filantrópicos postulados por la escuela naturalista, pero ya en estas honduras no me quiero volver a meter. 

El caso es que Dostoievski tiende a la concisión cuando escribe El señor Projarchin quizá para evitar las críticas negativas que recibió por El Doble cuando fue acusado de haber escrito un relato demasiado extenso. Eso, sumado a los recortes propios de la censura, deja su cuento tan hecho unos zorros que llega a confesarle a su hermano Mijaíl que “toda vida en [este cuento] ha desaparecido. Lo que queda es tan sólo el esqueleto de lo que te leí. Reniego de mi cuento”. Difícil lo tenemos los lectores cuando el propio escritor reniega de su cuento y el crítico más importante de la época lo tacha de basura probablemente por cuestiones personales. Así aún tiene su mérito ser escritor. Hoy se publica toda cuanta mierda escriben los de siempre, que cuentan además con una legión de amigos y conocidos prestos a regalar sus complacientes reseñas, no vayan los pobrecitos escritores a caer en el olvido.

Pero volvamos a Dostoievski. Me pregunto si tiene algún sentido defenderlo o si lo tiene simplemente reseñar un texto que carece de valor para su autor. No, seguramente NO, y por eso voy a dejar esta reseña aquí. Borraré los dos siguientes párrafos en los que hablaba del propio cuento (con sus virtudes y sus defectos, su influencia balzaquiana y otras cosas del querer) en señal de protesta por tanta mutilación y tanta injusta agresión. Que nadie pueda juzgarme como crítico por esta reseña del mismo modo que yo no he querido (podido) juzgar a Dostoievsky como escritor precisamente por ese cuento (2). 




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(1) “El señor Projarchin” está incluida en el recopilatorio CUENTOS de Fiodor Dostoievski editado por  Siruela en 2009 y lanzado para el Kindle (a mitad de precio y aún así bastante caro) en 2012. Edición y traducción a cargo de Bela Martinova. 
(2) Me reservo, claro, el publicar esos dos párrafos en otra ocasión.

lunes, 20 de febrero de 2012

La importancia del contexto histórico en “El doble” de Dostoievski

Hoy no me interesa tanto escribir una reseña como plantear la siguiente pregunta: ¿cómo es posible que El Doble llegase a ser el fracaso estrepitoso que fue en su momento si reputados personajes como Nabokov -por lo general tan críticos con Dostoievski- han llegado a considerarlo poco menos que su mejor obra? (1) Para tratar de dar con la respuesta voy a tener que retroceder un montón de años en el tiempo, obviamente, y rescatar la historia que se oculta tras la escritura y publicación de El doble, una historia, en mi opinión, mucho más interesante que cualquier reseña que yo pudiese hacer de esta novela, puesto que incluye críticos envilecidos, escritores vanidosos, competencia desleal, puñaladas traperas y todas esas miserias que van siempre tan unidas a la literatura y los monstruos que la habitan. 

* * * * * * * * * * 

Lo cierto es que el fracaso de El doble (2) tiene varios protagonistas. El primero de ellos es Belinski. Quienes hayan leído la reseña de “Pobres Gentes” (partes una y dos) quizá recuerden que Belinski era crítico literario en una revista llamada “Anales de la patria” (o “Noticias de la patria”) dirigida por un director implacable (Kraevski) (esto de implacable es cosa de Belinski, que aseguraba que éste se había enriquecido a su costa). Pues bien, había un grupito de escritores denominado “La pléyade de Belinski”, que podría perfectamente ser el equivalente actual de cierto grupúsculo cutresalchichero de jóvenes que quieren ser el centro de un microuniverso que arranca en su ombligo. Citando a Joseph Frank eran un círculo de escritores jóvenes y otros que no lo eran tanto, y que competían por atraer la atención del público, cada uno de ellos tratando de mimar excesivamente su propia vanidad. El caso es que esta pléyade de Belinski estaba compuesta por menos gente de la que la compone hoy; casi todos eran colaboradores de “Anales de la patria”, algunos bastante conocidos: Panaev, Kavelin, Nekrásov, Turgueniev, Goncharov, Saltykov-Schedrin y ocasionamente Ogarev y Herzen amén del propio Dostoievski. 

Pues bien, la primera parte de nuestra historia tiene lugar en el momento en que está a punto de ser publicada la ópera prima de Dostoieveski, Pobres gentes. Dicen las malas lenguas que tanto elogio desmedido se le había subido un poco bastante a la cabeza y que más que reconocimiento lo que merecía era una patada en la boca por gilipollas. Me lo creo. El propio Grigórovich, su amigo y compañero de piso en los primeros años en San Petersburgo, dedica a este asunto todo un capítulo de sus Memorias Literarias. También a este asunto dedica Joseph Frank una considerable cantidad de espacio, por lo que es de suponer que al que más al que menos le gustan estas mierdas tanto o más que un buen jamón. Hay una anécdota, probablemente exagerada, que cuenta que Dostoievski había exigido un tratamiento especial en la edición de su primera novela para distinguirse del resto de los autores publicados. No me extrañaría que mas que “exigencia” fuese un “deseo” que la envidia, la historia y el “boca a boca” se hubiesen ocupado de tergiversar. Lo que sí es cierto es lo que ocurre unos meses después, en el momento exacto en que Dostoievski lee ante la Pléyade de Belinski algunas páginas de “El doble”: estas son recibidas con un falso entusiasmo. Por alguna razón (3) Dostoievski pierde en aquel momento el favor del crítico, que empieza a considerar su obra un pastiche de Hoffmann, Marlinski y Gogol. 

Poco después se publica EL DOBLE y no tardará en aparecer la crítica  de Belinski en “Anales de la patria” en la que menos bonito le decía de todo. Empezaba bien, afirmando que Dostoievski conocía los secretos del arte y destacando que en El doble había aún más talento creador y hondura de pensamiento que en Pobres Gentes. Llegado este punto me imagino perfectamente a Dostoievski con una sonrisa de imbécil que no le cabe en la cara. Lamentablemente la crítica no terminaba ahí. “Es evidente –continuaba- que el autor de El Doble no ha adquirido todavía el tacto de la mesura y la armonía y, en consecuencia, muchos le critican aun a Pobres Gentes, y no sin razón, su exceso de nimiedades, si bien este juicio es menos aplicable en este caso que el El Doble.” ¡Qué hijo de puta! Pero ya se sabe: sólo los amigos te pueden traicionar. El milagro fue que no hubiesen perdido la amistad (no este día, al menos), tal como ocurrió con La Pléyade -a quienes no me cuesta imaginar (sin querer abundar en el paralelismo) como un perfecto grupo de gilipollas engreídos- que a estas altura de la película ya estaba completamente desatada y que no necesitó esforzarse mucho para conseguir que fruto de las burlas constantes -y estamos hablando de poemas satíricos dedicados y lindezas por el estilo- Dostoievki estallase. La ruptura final con ellos tuvo lugar tras un enfrentamiento con Turgueniev por algo que, dice Grigorovich, tenía que ver con Gogol y el siempre espinoso asunto del plagio, algo que merecerá su propia entrada en un futuro (quisiera) cercano. 

Dostoievski le escribe una carta a su hermano en la que le resume lo ocurrido: “Pero esto es lo que me enferma y tortura: nuestro propio círculo, Belinski y todos ellos, están disconformes conmigo a causa de El doble. La primera reacción fue incuestionablemente de entusiasmo, creó conversaciones, ruido, palabrerías. La segunda..., de críticas: a saber, todo el mundo, como una sola voz, la de nosotros y de todo el público, considera que El Doble es tan aburrido y soso y tan extenso que resulta imposible de leer.” Llega al despropósito de darles a todos ellos la razón, pero es de suponer que esto tiene que ver con cierta debilidad de carácter de la que hasta entonces había hecho gala: "Gran parte de él fue escrito de una manera apresurada y en un estado de gran fatiga... Junto con páginas brillantes, muy logradas, hay otras que son pura basura, que revuelven el estómago; es imposible leerlas." 

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Me preguntaba al comienzo del post cuáles podrían haber sido las razones para que El Doble hubiese acabado siendo el fracaso que fue. Evidentemente tuvo mucho que ver la propia calidad de la novela pero también que, quizá, hubiese sido en parte incompresible para la época, tal como puede extraerse de un comentario que tiempo después haría nuevamente Belinski: “[El doble] adolece de otro defecto importante: su ambiente fantástico. En nuestros días lo fantástico puede tener cabida sólo en los manicomios, pero no en la literatura, pues es de incumbencia de los médicos, no de los poetas”. Añádanle unas gotas de envidia y una lección de humildad y tendrán seguramente la fórmula perfecta del fracaso estrepitoso. Pero la de Belinski era sólo una opinión. Había otros críticos, más afines a Dostoievki y menos cabrones, que opinaban de otro modo. Era el caso de Maikov, al que rescataré para hablar, dentro de unos días, de “El señor Projarchin”: “En El doble, el estilo de Dostoievski y su afición por el análisis psicológico alcanzan plena expresión y originalidad. En esta obra cala tan hondo en el alma humana, observa tan temeraria y apasionadamente las secretas artimañas del sentimiento humano, el pensamiento y la acción, que la impresión que produce la lectura de El doble sólo puede compararse a la de un investigador que penetrara en la composición química de la materia.” Tampoco ve el misticismo del que se la acusa por ninguna parte. Más bien lo contario; considera que “la descripción de la realidad no podría ser más precisa o auténtica.”  Y concluye (este Maikov que acabará siendo la última línea de defensa de esta pequeña, pero notable novela): 

“El doble despliega ante nuestra vista la anatomía de un alma que agoniza por ser consciente de la disparidad que existe en cuanto a los intereses particulares dentro de una sociedad bien ordenada. Recordad a ese pobre, enfermo, egoísta Golyadkin, permanentemente temeroso de lo que pueda sucederle, eternamente torturado por el esfuerzo de no ceder ante ninguna circunstancia y ante ninguna persona y, al mismo tiempo, siendo continuamente aplastado y abrumado incluso por la personalidad de su vil sirviente Petrushka, aceptando permanentemente limitar su pretensión de ser una persona con tal de poder retener sus derechos... Recordad todo esto y preguntaos a vosotros mismos: ¿no tenéis acaso en vosotros algo que se parece a Golyadkin, algo que nadie quiere reconocer, pero que explica perfectamente la asombrosa armonía que reina en la sociedad humana?” 




(1) “La segunda novela de Dostoievski, o más bien el relato largo, El doble (1846), que es lo mejor que escribió y sin duda muy superior a Pobre Gente, pasó sin pena ni gloria.” (“Curso de literatura rusa”, Vladimir Nabokov) 

(2) "El doble" (1846) es la historia de un funcionario disciplinado y arribista que de pronto se siente enfrentado a un individuo igual a él. (Leída en la traducción de Lidia Kúper de Velasco, 2009. Editado por Galaxia Gutenberg. Obras  completas Tomo 1.)

(3) No me resisto a contarlo: “Al parecer Belinski no podía acostumbrarse al estilo narrativo del autor, que en ese entonces era todavía demasiado profuso con constantes retornos a lo que ya había sido dicho, repeticiones y reconstrucciones de las frases ad infinitum, defectos que atribuía a la inexperiencia del joven escritor, a su incapacidad para superar los obstáculos del lenguaje y la forma”. (Joseph Frank citando a Annenkov, amigo de Belinski))