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lunes, 20 de abril de 2015

“Técnicas de iluminación” de Eloy Tizón [o esa espinita]

Dejen que les hable de una espinita. Pero no ahora. Tengan paciencia; denme unos minutos. Lo primero es lo primero.

De todos los relatos incluidos en este recopilatorio hay uno que me gusta especialmente. Entiéndanme: lo que quiero decir cuando digo que me gusta especialmente es que “me gusta” especialmente. Me gusta, ¿lo pillán?: me gusta. Es un matiz sutil.

Las cartas sobre la mesa: les habla un lector lleno de prejuicios. Pero también un lector que está, por lo general, más que dispuesto a enfrentarse a un libro que no las tiene todas consigo o que no las quiere todas conmigo. Y esto pese a que se supone que uno se pone los calzoncillos que le gustan, los calcetines que le gustan y el jersey que le regaló su madre en Navidad. Es de cajón que uno tiende a elegir, también, los libros que cree que le van a gustar. Se supone, digo. El objetivo no otro que leerlos, disfrutarlos, terminarlos; decir: gran libro. Decirlo así, sí: gran libro. O CALLAR. Marcharse a casa, hacer la cena a los niños y dormir como un lirón mientras la crítica salvaje (¡gran libro!) se hace sedimento en la red (o, si hemos optado por el silencio administrativo, cae al suelo alfombrado del salón). 

Hablo de esa crítica. La de decir ¡bien! y orgasmar en público inmediatamente después. O decir pichí-pichí con gran respeto y solemnidad. Reconocer que, bueno, tal vez, tal vez, TAAAL VEEEZ, el autor no esté pasando por su mejor momento. O nosotros, que no tenemos el día, que es una disculpa que también se da mucho.

Asquísimo.

Yo no sé a qué imbécil se le ha ocurrido que de algo así no se puede hacer mofa. 

Aquí no nos importa decir NO. Esm ás, lo confesamos sin asomo de rubor: nos pone un poquito bastante decir NO toda vez que no buscamos prosperar: no queremos escribir, publicar, conocer agentes, recoger firmas, interactuar con letrados, robar lápices en el ikea, asistir a presentaciones literarias. Aquí solo queremos pasarlo bien y de vez en cuando buscar alguna excusa para sacar la mala hostia.

Y Eloy Tizón es, para esto, simplemente PERFECTO.

Vayamos al libro. Decía más arriba que de todos los relatos hay uno que me llama especialmente la atención. Se trata de Alrededor de la boda. Voy a centrar la reseña en ese cuento por motivos harto evidentes: porque sí y porque también (lo de la mala hostia y tal) y para compensar tanta crítica vaga, entusiasta o directamente complaciente. Les voy a contar, con cierto lujo de detalle, a qué he dedicado diez miserables minutos de mi vida, minutos que nunca podré recuperar, dicho sea de paso. 

No pierdan de vista la bolita.

En Alrededor de una boda, una joven invita a su boda a tres sorprendidos amigos con los que apenas sí ha cruzado media palabra en tantos y tantos años de estudios universitarios. Ellos dicen sí. Total qué más da. «¿Asistir a la boda de una desconocida?, pensó Rodrigo. ¿Y por qué no?, pensó Mario. Aquel fin de semana quedaba todavía lejos y no teníamos nada mejor que hacer, pensó Samuel».

Con tanto pensamiento, el relato promete. No me digan, menudas cargas de profundidad. De hecho es lo único que hace: prometer. Todo el relato es uno esperando que ocurra algo. Me refiero a algo que no sea lo que todos sabemos de las bodas, porque otra cosa no, pero tópicos… todos y más. Ahora, ideas: cero.

«Como no conocemos a nadie y nadie nos conoce a nosotros, nos colocan en la mesa de los solteros, rodeados de solteros y solteras.»
«Y los dos estaban enamorados y se alejaban flotando hacia el futuro y la vida en común envueltos en el aroma desfalleciente de las flores, los centros de mesa, las botellas de champán, el humo de las velas y la marihuana fumada y toda la música tristísima de los altavoces, esa música de boda, ni buena ni mala, pero con algo hueco y horrible, capaz de arañarte el corazón y hacerte sangrar al menor descuido».
«Un niño en forma de pera, muerto de sueño, se quedó dormido en su silla, desmadejado contra el respaldo, y una anciana leñosa, como hecha toda ella de arpillera y varillas de paraguas, lo señaló con el índice y exclamó: Inocente».
«El champán seguía corriendo alegremente, los músicos continuaban tocando igual que si peleasen» 

Podría poner doscientas citas más, una por párrafo y serían toditas igual de interesantes. Las citas de Eloy Tizón tienen algo especial, algo que las hace inconfundibles: demuestran un extraordinario conocimiento del alma humana y tienen un maravilloso efecto narcótico.

El relato sigue. Eloy se demuestra incansable. El lector, inconsolable, se retuerce (alguno incluso de placer, que hay gente para todo). Los chicos, la boda, los bailes, las lágrimas de despedida, los aplausos, los borrachos. TODO. Las chicas, etiquetadas solteras de boda y sus atardeceres, también:

«Y las chicas protestaron y tenían tanto frío debajo de sus vestidos escasos sujetos con tirantes que sin ponemos de acuerdo los tres amigos nos quitamos las chaquetas al unísono y se las pusimos como galanes anticuados sobre los hombros desnudos, así las arropamos».
«Así termina la boda de nuestra amiga Sofía en Múdela, cuando los seis permanecemos un rato inmóviles saboreando el instante, la respiración del mundo, el silencio sin fisuras, tan solo un grillo a lo lejos». 

Y ya está. Eso es todo. No me dejo nada. No he descubierto nada. No hay NADA.


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Desde el martes y hasta finales de junio Eloy Tizón impartirá un curso de relato breve en Hotel Kafka. 30 horas, 450 euros. Vayan ustedes. Aprendan del maestro. Escriban su propio relato sobre el bautizo de su sobrino o el cumpleaños de tu hermanito en el parque de bolas de la esquina. Revienten la taquilla. 

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El recopilatorio se compone de diez relatos. Este es casi el mejor. El menos forzado, seguro (el resto es Tizón haciendo posturitas y sobre él cabría hacer otra reseña pero malditas las ganas). Es un relato que les costará olvidar. Ustedes terminarán el libro y el cuento sobre la boda de Sofía seguirá ahí, imperturbable, cual monolito. Ustedes cenarán y dormirán doce mil veces, conocerán a su futura pareja, se casarán, tendrán hijos, nietos, serán testigos de huracanes, tifones, crisis económicas, hambrunas, seis cambios de papa, conocerán y olvidarán el nombre de ochocientos cuarenta y tres ministros, comerán bizcochitos a escondidas, enterrarán cuatro gatos y dos perros… harán, en definitiva, todo lo que hay que hacer (alguno incluso sin perder la compostura) pero todos sus esfuerzos serán en vano porque el cuento de la boda de Sofía seguirá ahí, recordándoles que, a día de hoy y probablemente mañana también, Eloy Tizón es y seguirá siendo considerado por la crítica, por sus colegas, por sus lectores por completos desconocidos y por su prima de Teruel, que lo ha visto crecer, como uno de los mejores escritores de su generación. 

Y ustedes no.

Esa espinita.


martes, 24 de marzo de 2015

Una aproximación a ‘Técnicas de iluminación’ de Eloy Tizón

Me van a perdonar dos cosillas: la demencial rima del título y el pequeño rodeo que me dispongo a dar. También que afronte esta aproximación habiendo leído nada más que dos relatos (y pico) de este recopilatorio, pero así es más divertido.

A ello.

Recordarán Twin Peaks. Sabrán que vuelve a estar de moda, que el próximo año habremus continuación. Pero este, por mucho que nos entusiasme la idea, no es el tema. Este otro sí: si vieron la serie seguro que recuerdan aquella famosa escena en la que una estimulante Sherilyn Fenn hacía, únicamente con su lengua, un nudo al rabo de una cereza. Se contaron por millares, las erecciones. Total por un simple nudo. Total por un vulgar truco. Quién sabe, quién sabía, si tal vez la buena de Audrey, como tal se daba en llamar su personaje en la serie, no sabía hacer otra cosa que nudos en los rabitos de las cerezas; si hasta ahí llegaba todo su virtuosismo. Que todo puede ser.

Pues así Eloy Tizón, en mi opinión.

Tizón coge una frase, coge una idea, coge, no sé, lo que se encuentra, lo que sea, que bueno es Tizón para estas cosas de coger, lo vacía de contenido (si acaso lo tenía) y lo desfigura, lo retuerce un poco, le da una vuelta, otra vuelta y otra vuelta más. Le hace un nudito. Lo deja bonito, listo para regalo. Saca la lengüita y te lo enseña, el paquetito, con el nudito. Mira que nudito, mira qué bonito. Mira qué paquetito. Mira qué cositas hago, con mi lengüita. 

También aquí se cuentan por miles, las erecciones. Que todo son elogios y cuatro ediciones y qué grande qué grande, torero, nuestro insigne escritor. Y anda la crítica que no da con adjetivos suficientes y anda el lector meando pepsicola: que si el mejor (EL MEJOR) cuentista español de todos (TODOS) los tiempos (Malherido dixit); que si aunque no cuente nada, da gusto cómo lo cuenta (unlibroaldía); que si así Sinestésico Senabre para El Cultural (el subrayado es mío):

«Los cuentos -o sueños, o fragmentos, o discursos a medias- de Técnicas de iluminación no se ajustan a los cánones habituales del relato, como la linealidad cronológica o el encadenamiento diáfano de los hechos. Son difícilmente contables -a lo sumo darían para un esqueleto de tres o cuatro líneas-, porque las acciones se presentan a menudo de manera desvaída e incompleta, y su lugar es ocupado por las sensaciones; unas sensaciones que se traducen de un modo plástico, con inesperadas percepciones sinestésicas (“doy unos pocos pasos conmovido, bailando el claqué del dolor en la acera [...], mis piernas van volviéndose de mimbre, tengo un cesto de ropa sucia en la cabeza, respiro serrín, me ahogo”, p. 59) o calificaciones sorprendentes ( “casas [...] pintadas de amarillo úrico”, p. 61; “vecinos de mirada agropecuaria y pelo rústico”, p. 91)».

Considerar sorprendente lo de amarillo úrico o lo de vecinos de mirada agropecuaria da una idea bastante aproximada de las razones por las estamos como estamos, que no levantemos cabeza ni a patadas y del gratuito prestigio del autor, que a poco que mueva una ceja ya tiene a veinte alfombrándole el camino con pétalos de rosas amarillo úrico.

Me gustaría pensar que lo que ocurre con Tizón es que ha dado con el truco para escribir poesía sin matar de sueño al lector pero la experiencia me dice que no, que no es eso, que ha que ser, por fuerza, otra cosa. El caso es que tiene, Tizón, defensores como otros tienes espinillas y para esto no hay más que dos opciones: o alguien se está follando a demasiada gente o hay demasiado amigo del verso libre en libertad.

Para muestra, otro botón: aquí otro ejemplo perfecto,  firmado por Alberto Olmos, de esa tontería supina de ver nada más que lo que se quiere ver y justificarlo con esa pobreza de no tener a qué aferrarse, que no se sabe si se defiende porque sí o porque también o porque está de moda o porque, puestos a crear imágenes imposibles, la genitalidad corporativa no conoce más límites que los del diccionario panhispánico de dudas:

«Las enumeraciones son constantes, pero no rutinarias; no se enumera para informar, sino para voltear el idioma; una lista de objetos, en Tizón, es una lista de palabras, palabras que casualmente nombran objetos, pero eso es lo de menos. La lógica de la enumeración, por ello, no es la lógica de inventario del gran almacén, sino la lógica de la seducción literaria. Esta seducción está siempre coqueteándote desde lo imprevisible, desviando tu lectura del camino trillado: si dice “aloe vera” uno aguarda “gel” o “champú” o “perfumes”, y no: “diccionarios de sinónimos”. Ahí el autor nos sorprende, nos pone en vilo; y luego viene “botines”, “desayunos”: la frase tiene ya la fuerza de lo imprevisto; momento en el que entra la sintaxis, un nuevo regate a las expectativas: “un rizador de pestañas”, artículo indefinido. Con una frase, hemos dado la vuelta entera al lenguaje». (Albertiño enamorado)

Ahora les subo yo mi lista de la compra, verán que maravillosa combinación de palabras (y no una lista cualquiera, sino de las que nombran objetos, por más que esto sea lo de menos): empanada, croissants… [y cuando esperan pan tostado]… chocolate, azúcar.. [y cuando esperan galletas]… sandalias, toallas… [y cuando esperan crema solar]… lápices, lápices del número 2… [y cuando esperen post-its]… ¡sexo oral con la cajera número 12!, y así también nosotros le damos la vuelta a lenguaje y dejamos que nos explote la cabeza de puro placer, que ya no distingue uno entre un orgasmo y una nota a pie de página. Ya pueden darse ustedes por seducidos.

Lo que hay que leer, de verdad. La crítica como justificación y el éxtasis gratuito. Y después que si los binomios, que si las superposiciones, que si las metáforas, que si los tropos. Que si esto: «Desde entonces esperé durante años, con una paciencia luminosa» o «un comité de árboles» o «Manotazos de lluvia». Ja. Superoriginal; lo nunca visto, oiga.

En fin. Que si Tizón y la escritura. Que si el ejercicio de lo inútil. Que si la práctica del embellecimiento de los conjuntos vacios. Que si Tizón y el efectismo. Que si la petulancia desatada; la vacuidad; el asentimiento; el consentimiento; las ganas de agradar; de aplaudir; la necesidad de abrir una puerta a ese ejercicio de ser únicamente palabra escrita. Ser todo, pura y únicamente Sentimiento. 



Les dejo ya (no hace falta que me den las gracias) con un fragmento ligera, ligerísimamente, alterado del primer relato (todo el primer párrafo, para ser exactos) que creo que ejemplifica a la perfección lo que he venido a dar a entender con este post cargado de prejuicios y razón a partes iguales. Juzguen ustedes mismos y después aplaudan, claro, a Eloy Tizón, la nueva luminaria en nuestro úrico firmamento literario y a su cohorte de complacientes críticos agropecuarios.


«UNO ESCRIBE Y ESCRIBE. Escribe a la sombra. Escribe al sol. No deja de escribir nunca, despacio o rápido dependiendo de los días. Da vueltas en círculo. Se empapa con la lluvia y se seca con la luz. ¿Por qué escribir tanto? No hay respuesta. No hay tiempo para analizarlo. Se trata de escribir, sin más. Y se escribe. Adelante, siempre adelante. Por gusto, por hartazgo, por necesidad. A través de puentes y espesuras y concavidades y encrucijadas y lunes. Se atraviesan bosques, conventos. Se empujan masas de aire con las piernas. Se desplazan bolas de humo. Se cruzan ríos parecidos a locomotoras. Se tarda un mar o dos en terminar». (1)