Mostrando entradas con la etiqueta Thomas Bernhard. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Thomas Bernhard. Mostrar todas las entradas

lunes, 8 de agosto de 2016

Fe de lectura: “Una fiesta para Boris / En la meta / El teatrero” de Thomas Bernhard


Una fiesta para Boris

Decía Bernhard, en alguna parte, que él se imaginaba esta obra protagonizada por trozos de carne (solomillos o mollejas, por ejemplo) sobre sillas de ruedas. Tal vez le estoy poniendo imaginación de más, pero la cosa era más o menos así de grotesca. 

La fiesta de Boris es una interesante obra de teatro protagonizada por una mujer en silla de ruedas y otra, también mujer, que no. La una con muy mala hostia (se entiende, en cierto modo) y la otra con santa paciencia. Hay también un pobre infeliz, tullido, como su esposa, la del mal carácter, que ha venido a la obra para sufrir. De ahí que le regalen el título. 

El caso es que Boris está de cumpleaños y le van a organizar, adivinen, una fiesta a la que asistirán sus viejos compañeros de asilo, una banda de trece tullidos a cual más cojo que se quejarán amargamente (¿cómo si no?) de su lamentable situación: en el asilo las camas no son camas, sino cajones —cajones, sí— y a todos les van pequeños, que ya tiene que ser pequeño el cajón para que no quepa un tipo sin piernas. De ahí que tengan todos prácticamente que dormir de pie.

El caso es que la gente, en esta novela, se queja continuamente y se queja con razón y se vengan, también, los que pueden, por tan lamentable situación. 



En la meta

Una madre, una hija y un escritor frente a su primer gran éxito. Unas vacaciones, una invitación apresurada, una aceptación. Una playa. Una reflexión. Una crítica —como siempre- en Bernhard, contra todo y contra todos. 

La mejor obra de las tres, sin lugar a dudas. 

«Pero mi pasión ha cedido un tanto
Me he vuelto un poco escéptica
Hacia lo que nos llega del escenario
Antes no lo era
Ahora me pregunto
Si todavía sirve de algo
Si no debiera cancelar mi abono
Todo se repite
Lo hemos visto ya todo
Visto todo y oído todo
Lo que viene de la escena.
[…]
Quién dice
Que quiero ver lo nuevo
Quizá no quiera ya lo nuevo
Porque he tenido bastante»

Si no debiera cancelar mi abono, dice. Si no debiéramos todos, ya, de una vez, cancelar nuestros abonos.

Esa lucidez. Ese desprecio. Ese Bernhard. Ese deseo, tan moderno, tan de siempre, de prenderle a todo fuego, de arrancarlo de raíz o arrasarlo. También una crítica al conformismo, en la sociedad, en la cultura; una apuesta por el grito y el desgarro. Una oda a la revolución política, social y cultural y sobre el peso, enorme, de saber que nunca la literatura ha cambiado nada. Un lamento, en definitiva; un grito al aire, a ver si cuela.

«No doy crédito a mis ojos cuando veo a esos jóvenes
en lugar de despertar y destruir todo
lo que se interpone en su camino
y la historia entera se interpone en su camino
siempre se interpuesto la Historia entera en el camino de la juventud
y siempre ha tenido la juventud fuerzas
para apartar esa Historia totalmente podrida y corrompida
con todas sus fuerzas y con la mayor voluntad de aniquilación
cada juventud ha puesto orden con sus medios pero esta
nunca ha habido una juventud con menos fuerzas.


El teatrero

Pequeña decepción. Y mira que me gusta, el chaval, pero en esta obra no pude entrar, tal vez por esos largos monólogos sobre el teatro, continuamente interrumpidos por lo que ocurre en la escena, que revientan el ritmo cada dos líneas y uno se cansa, ya, de imaginarse a un actor moviendo un mano o quitándose un sombrero o acercándose al posadero. Pero claro, es teatro; quién me manda a mí leer teatro. Retoma, como En la meta, la cuestión del arte, en este caso en los escenarios, donde todo, también, es repugnante y una continua estupidificación y un sinvivir (o eso parecía en la duermevela de la lectura) y que viene a demostrar, una vez más, que la mejor literatura es aquella que nace del odio. 

«Este horroroso Utzbach
en el que ya al segundo día
me moriría de depresión católica
fue su salvación
Es torpeza constructora
ese espanto de paredes
ese horror de techo
Esa repulsividad de puertas y ventanas
esa absoluta falta de gusto
le permitió seguir existiendo».


miércoles, 10 de febrero de 2016

Una reflexión en torno a ‘El origen’ de Thomas Bernhard

Leer un clásico o, como en este caso, aquello que puede llegar a ser un clásico (que lo será, que nadie lo dude, si no lo es ya) siempre es un problema a la hora de simplemente comentarlo, no digamos ya reseñarlo. Por un lado la certeza de que ya se ha dicho todo lo que se tenía que decir; de que se ha dicho más, incluso; que se ha dicho lo que se debía y lo que no se debía, se ha analizado hasta lo enfermizo. Una llega a estos libros ya un poco harto y medio de vuelta de todo. Sabes que te va a gustar. Lo sabes, claro que lo sabes, todos lo sabemos y por eso precisamente tardamos tanto el leerlo: porque nunca es el momento perfecto; porque nunca estamos preparados para leer un libro que sabemos de antemano perfecto, pues pesa como una losa el temor a no entenderlo, de tan bueno, o de no saber apreciarlo, de tan hartos que estamos de leer tanto el Ulises total para nada. Aceptémoslo: nunca será el momento perfecto. Tampoco es que importe, realmente, porque, entrando ya en materia -esto es, en El origen− lo cierto es que no eliges o no has elegido este libro para descubrir al autor o para conocer su infancia o para comprobar si realmente es tan bueno como dicen o como tú mismo recordabas de bibliografía anterior. Eliges este libro para ser feliz el tiempo que dure. Y de hecho ya llevamos el lápiz y los marcadores en el estuche de las opiniones preconcebidas por algo. Me juego un huevo y parte del otro a que dentro de la escala del uno al diez podríamos incluso acertar hasta la centésima cuánto nos va a gustar. Esto, con perdón de El malogrado que rompe esta regla de oro; de todos aquellos libros de Bernhard que todavía no he leído, siempre y cuando hayamos leído algo suyo, porque de todo hay en la viña del señor y yo les puedo hablar de gente, la he visto con mis propios ojos, que ha llegado a cierta avanzada edad sin leer una triste coma del puto Thomas Bernhard, que ya es triste también.

Y esto es así porque es así, no porque yo lo diga yo, de modo que no se me echen encima.

Mi experiencia personal es también algo tardía, de ahí el nivel experto, y sin tirar de listado estoy bastante seguro de no haber leído ni la mitad sus libros. Tal afirmación, una vez vomitada la parrafada anterior, me convierte en el gilipollas número uno de semana, pero esa es una etiqueta que luzco con una sonrisa que no nace tanto del orgullo como de la imagen que tengo de mí mismo en un sillón de orejas disfrutando de todo aquello que todavía me queda por descubrir. Saber que tienes todavía por leer los mejores libros de Thomas Bernhard es una paja que está dos niveles por encima del orgasmo habitual y de hecho yo acompaño siempre sus lecturas con un paquete de clínex a estrenar, porque nunca se sabe.

El origen es exactamente eso. La primera vez lo leí lo hice con escaso o nulo interés, creo que fue animado por una conversación con un viejo conocido. La segunda vez nació de una necesidad. No la necesidad de leer a Bernhard que es por sí misma una necesidad deliciosa, sino por la de hacer hueco en la estantería, ocupar el espacio con alguna otra cosa; por la necesidad, en definitiva, que quitarme de una vez esta espina odiosa del campo de visión.

El caso es que El origen representa, en mi humilde opinión y quedándome todavía tanto por leer del amigo B., uno de mayores acontecimientos literarios de, no sé, mi vida, por ejemplo. 

* * * * *

Vaya por delante que estas memorias no pretenden (que palabra tan fea, pretender) ser realmente una interpretación de lo que fue sino una recreación de aquello por lo pasé; esto es, no se trata del habitual ataque de nostalgia de hogares encendidos y fiestas de pueblo tan propio de jubilados y gentes de poco contar; no se trata de la enternecedora y soporífera exaltación de la infancia sino todo lo contrario: de una búsqueda implacable y enfermiza de la razones que han hecho de nosotros lo que ahora somos, una demostración de lo demoledora que puede llegar a ser ese fugaz instante de nuestras vidas:

«En este lugar tengo que decir otra vez que anoto o incluso sólo esbozo o indico sólo cómo sentía entonces, no como pienso hoy, porque el sentimiento de entonces fue distinto de mi pensamiento de hoy, y la dificultad es, en estas notas e indicaciones, convertir el sentimiento de entonces y el pensamiento de ahora en notas e indicaciones que correspondan a los hechos de entonces, a mi experiencia como alumno, aunque, probablemente, no les hagan justicia, en cualquier caso quiero intentarlo».

Como decía, esta obra es la infancia de Bernhard, infancia en tiempos de guerra, dicho sea de paso, con todos los horrores que eso supone; infancia en la que se desarrollaba, así de feliz, el niño Bernhard:

«La época de aprender y estudiar es, principalmente, una época de pensar en el suicidio, y quien lo niega, lo ha olvidado todo. Con cuánta frecuencia, y de hecho cientos de veces, anduve por la ciudad pensando sólo en el suicidio, sólo en la extinción de mi existencia y en dónde y cómo (solo o acompañado) cometeré ese suicidio, pero esos pensamientos e intentos suscitados por todo lo que hay en esa ciudad me volvieron a llevar, una y otra vez, al internado, al calabozo del internado».

Era, Bernhard, para más inri, un amado hijo de padres responsables

«[…] nuestros progenitores, como padres, cometieron el crimen de la procreación en tanto que crimen de causar premeditadamente la desgracia de nuestra naturaleza y, en común con todos los demás, el crimen de causar la desgracia del mundo entero, cada vez más desgraciado, exactamente igual que sus mayores, y así sucesivamente».

…que recibió una educación típicamente salzburguesa (de esa forma salzburguesa de ser que tienen tantas educaciones hoy en día):

«Los profesores eran sólo los ejecutores de una sociedad corrompida y, en el fondo, siempre sólo enemiga del espíritu y, por ello, eran igualmente corrompidos y enemigos del espíritu, y sus alumnos eran estimulados por ellos a convertirse en seres tan corrompidos y enemigos del espíritu como los adultos».

Si a esto le sumamos el idílico entorno en el que fue criado…

«Esa ciudad fue siempre para mí sólo una ciudad que me atormentó, y que, sencillamente, no permitió al niño y al adolescente que entonces fui la alegría y la felicidad y la seguridad, jamás fue lo que siempre se afirma de ella, por razones comerciales o simplemente por falta de responsabilidad, un lugar en el que un joven se encuentra bien y se desarrolla bien, incluso tiene que ser alegre y feliz, los instantes de alegría y felicidad que he vivido en esa ciudad pueden contarse con los dedos, y los he pagado muy caros».

…ya nos podemos hacer una idea aproximada de hacia dónde irán los tiros. Exacto: a la nuca. 

No todo está perdido. Tal vez para Salzburgo no quepa la esperanza, pero sí para el conjunto de la sociedad si se atiende a una serie de normas básica muy sencillas tipo esta:

«La sociedad tiene que cambiar su sistema de enseñanza si quiere cambiarse, porque si no cambia y se limita y, en gran parte, se suprime, pronto llegará a su ineludible final. Pero el sistema de enseñanza debe cambiarse básicamente, no basta con cambiar algo una y otra vez, aquí y allá, todo debe cambiarse en nuestro sistema de enseñanza si no queremos que la Tierra esté poblada nada más que por seres antinaturales y destruidos y aniquilados por su antinaturaleza».

Francamente, no se me ocurre modo alguno de disculpar (me, también) la no lectura (en condiciones) de esta obra, de verdad que no. No acabo de entender, de hecho, qué hago yo aquí escribiendo ni que hacen ustedes ahí prestándome atención cuando podríamos ambos estar haciendo cosas mucho más interesantes tipo leer compulsivamente a este señor. 



«Porque realmente todo lo que hay en mí se refiere y se remonta a esa ciudad y a ese paisaje, ya puedo hacer y pensar lo que quiera, y cada vez tengo conciencia más viva de ese hecho, un día tendré una conciencia tan viva de él que, por ese hecho como conciencia, pereceré. Porque todo lo que hay en mí está a la merced de esa ciudad que es mi origen».



lunes, 3 de noviembre de 2014

Resumen de Lecturas OCTUBRE 2014 [Versión extendida] [4ª parte] [Incluye Bonus Track]

Esto se acaba; ya pueden dejar de odiarme. Última entrega. 


La fiesta de Boris / En la meta / El teatrero de Thomas Bernhard

Empecé esta pequeña reseña, esta píldora crítica, con la mejor de las intenciones. Pues tan buena era, la intención, que se me fue la mano hasta las ochocientas palabras pero tampoco era plan de meter, como resumen, ochocientas palabras, que tiene la gente mejores cosas que hacer que pasar la tarde leyendo esto. 

Este recopilatorio incluye tres obras de teatro de Thomas Benrhard. Lejos están, en conjunto, de contar entre lo mejor del escritor, pero de ley es reconocer que En la meta me ha parecido una obra estupenda.

Lo mejor, siempre, los personajes y ese odio, tan visceral, tan bernhardiano y esa maldad, tan natural e inevitable, tan de sentido común y justificada. Leyendo a Bernhard y escuchando los motivos de sus gritos se pregunta uno cómo es posible que no grite más. 

Yo no sé qué hacemos que no leemos todo el día a Bernhard. De verdad que no lo sé.


* * * * * * 


Butcher´s Crossing de John Williams

Sitúense: John Williams, ¿vale? John Williams es el autor de Stoner, la novela revelación del año en que se estrenó y del siguiente y del inmediato posterior, y así ad infinitum, dependiendo de cuándo sea leída. Habrá, claro, a quien no le guste (hay gente para todo), pero aquí hablamos de lectores con criterio.

Déjenme refrescarles la memoria, porque es importante: Stoner era una novela sobre un aburrido profesor universitario: sus miedos; sus aspiraciones; su matrimonio, fracasado todo él. La novela no iba de nada en particular pero sí de todo en general y lo que hacía que la tuviésemos en cuenta, era, entre otras cosas, la capacidad de Williams para hacer adictivo la anodino y vulgar. Williams se demostraba un narrador excepcional y Stoner una novela apasionante que se comía con patatas todos los prejuicios que uno pudiese sentir hacia las novelas que hablan de la vida de quienes no han hecho y ni harán nunca nada especial.

Bueno, pues ahora, atentos: Butcher´s Crossing trata sobre un joven que, a finales del siglo XIX, abandona Harvard para echarse a la pradera a matar bisontes justito en el momento en el que menos bisontes hay en la pradera. Apasionante, no me digan.

Pues mira, sí.


* * * * * * * 


El largo invierno chino de Carlos Palacios

A estas alturas ya deberíamos estar escarmentados del catálogo de Eutelequia pero se ve que a gilipollas no nos gana nadie en este blog. 

Esta novela trata de los chinos, que son esos señores con los ojos rasgados que quedan siempre con las mejores esquinas y venden paraguas de un único uso. La cosa no tiene mucha ciencia: los chinos toman el poder en Milán, ciudad a la que acaba de llegar un español a para dar clases. El otro protagonista es un chinito esclavizado que medrará a base de chupar pollas. Y no figuradamente.

Bueno, la novela se puede leer si uno tiene tiempo y ganas pero también se evitar, en la medida de lo posible, ya que aparte de recordarnos cómo funciona la micropolítica china de expansión internacional y de fantasear un poco con los detalles no es mucho más que una gamberrada con la que se supone que deberíamos reírnos. No ha sido el caso.


* * * * * * * 


El sí de los perros de Juan Vilá

Hablábamos de los chinos, ¿verdad? Pues ahora hablemos de los Pijos. Los pijos ya sabemos todos lo que son: clase media venida a más o clase alta ejerciendo de sí misma. Gente con pasta o gente que cree que tiene pasta o gente que finge que tiene pasta. Hay muchos matices y porque hay muchos matices es por lo que la novela de Juan Vilá tiene tantas páginas como 190. Tal vez no les parezcan tantas pero eso porque no se han leído ustedes la novela.

Esto es uno que va a una boda de alto copete y nos cuenta su vida y la de su vecina de mesa, también la de su primo y la de su cuñado y el primo del cuñado y la vecina del quinto. Nos cuenta sus impresiones, pareceres, fantasea un poco, se imagina lo que no sabe y supone todo lo más. Y probablemente no falle ni una. Él lo sabe. Nosotros lo sabemos. Y es por eso, porque todos sabemos todo, por lo que nos va quedando, a media que avanzamos, la sensación que a Javier Marías le ha crecido un brote en algún lado. 

Otra puta novela sobre la crisis, en realidad, (esta crisis, cualquier crisis) que demuestra lo que ya hace tanto que sabemos por la televisión: que los ricos también lloran.

Juan Vilá es mucho sarcasmo, pero ningún orgasmo. Como casi toda nuestra literatura. Qué bien que nos pilla confesados.


* * * * * * * * 


“Aniversario de un lamento” de Tongoy

Y ahora me van a permitir un offtopic. Por favor, déjenme celebrar el aniversario de un lamento.

Ayer me acordé de algo. Casi, casi, casi se me pasa. Casi.

El 12 de octubre hizo exactamente un año de esto (siendo esto algo que el escritor Alberto Olmos publicó en su blog, justito antes de hacerlo de cobro):

«Parásito, me dice el editor [de Lengua de Trapo], en relación al, en efecto, sujeto que vive a costa de otro de distinta especie, alimentándose de él y depauperándolo sin llegar a matarlo, quizá antes -o quizá justamente después- de responder a mi pregunta -sobre qué publicará el sello el año que viene- con otra pregunta: ¿estaremos aquí el año que viene?, […] y será tan simpático, tan miserable, leer, el año que viene, las condolencias del sujeto que vive a costa de y del autor o de la autora que hace con el libro de todos lo que no haría con su propio libro, plañidos y quebrantos como ay-dios-mío-qué-pena otra editorial pequeña que cierra, ay-virgen-santa-qué-contrariedad otro sello independiente que desaparece, ay-ay cada vez se estrecha más el abanico de posibilidades para que publiquen los autores jóvenes y las voces experimentales y los escritores minoritarios, ay qué pena tan auténtica nos dan los caídos por la crisis económica; sí, amigos, qué simpático va a ser oírles, qué miserable».

Pues sí, ya ha pasado un año. Ya es “el año que viene”, el año en el que se esperaban los plañidos, los quebrantos, los ay-dios-mío-qué-pena-y-qué-contrariedad. Y míranos, aquí, otra vez, un año después, menos jóvenes pero tan guapos como siempre. Y Lengua de Trapo que sigue sin cerrar. Y yo que sigo sin llorar. Y que esto no puede ser. Que vaya mierda de pronóstico, que qué asco, otra editorial que sigue publicando autores jóvenes y voces experimentales y escritores minoritarios de los que no interesan a nadie; de los que no publican nada que tenga el mínimo de calidad exigible. Seguimos alimentando la máquina y la máquina que no se quiere morir, que no ve razón para ello cuando en realidad le sobran algo así como setenta razones. Y media.

Si es que no damos una.

A ver si hay más suerte con la Primitiva.


* * * * * * *


Y en noviembre…

…esto:



…y lo que se tercie. O no. O simplemente esto o simplemente NO. ¿No sería bonito? Simplemente NO.



lunes, 27 de octubre de 2014

Resumen de Lecturas OCTUBRE 2014 [Versión extendida] [1ª parte]

Por razones que no vienen al caso pero que tienen que ver con las prioridades, de los últimos 25 libros leídos apenas he reseñado cuatro. Cuatro. Que ya hay que ser vago. Porque me conozco y sé que, salvo puntuales excepciones, lo más probable es que no llegue a escriba nunca, voy a dejarme la piel en una suerte de reseñas tan breves que por sí solas no justificarían una entrada en el blog pero que agrupadas le darán cierto contenido en estas horas bajas. Calculo que serán cuatro, los posts; tres, en el mejor de los casos. De modo que casi mejor voy empezando, a ver si nos da tiempo a terminar de aquí al domingo.



Noches blancas de Dostoievski

Dostoievski. Como para que no te guste. Como para decir que no te gusta. Que no es lo mismo, eh. Bueno pues gustar, lo que se dice gustar, mucho no me ha gustado, la verdad, para qué nos vamos a engañar. Pero esto ya lo sabía o lo suponía o lo intuía o algo. Creo, estoy bastante seguro, que Noches Blancas fue lo primero que leí de Dostoievski, hace tantos años que me da bajón pensar en ello. 

Hay una reseña empezada que me da mucha pereza terminar (porque yo para leer saco tiempo pero para escribir ya no tanto) y que empieza tal que así:

«Que dice Frank, Joseph Frank, biógrafo de Dostoievski, que este encantador relato es, junto con El doble, la segunda obra de arte menor que escribió el ruso después de Pobres gentes, su alabado debut.

Bueno, yo puedo entender que uno le vaya cogiendo cariño al biografiado, especialmente si se trata de un alma gentil, pero de ahí a hablar de obra maestra, media un abismo.

Con todo, juzguen ustedes mismos:

La cosa va de un soñadorEl soñador, si es necesario definirlo con más precisión, no es un hombre, sino, si quiere saberlo, un ser de género neutro. Se ubica generalmente en algún rincón inaccesible, como si se escondiera del mundo, y se introduce en él apegándose a su rincón como un caracol, o al menos pareciéndose mucho a ese curioso animal que es casa y animal a la vez, como la tortuga»] que un día se echa a la calle para admirar una noche blanca petersburguesa. Ya saben, la clásica noche blanca petersburguesa. El caso es que este personaje, un tanto melifluo, un tanto infantil, un bastante atormentado, tiene problemillaas serios para relacionarse con el resto de la raza humana y en no sé qué momento de su vida ha decidido que lo suyo es más de frenopático que de taberna irlandesa:

«También conozco las casas. Cuando voy andando, parece que cada una de ellas sale corriendo delante de mí por la calle, me mira con todas sus ventanas faltándole poco para decirme: «¡Hola! ¿Cómo está? ¡Yo también, gracias a Dios estoy bien de salud, y en el mes de mayo me van a añadir una planta más!». O bien: «¿Cómo está? ¡A mí mañana me empiezan a hacer obras!». O incluso: «¡Casi me quemo! ¡Qué susto!», etc. De todas ellas, hay algunas casas por las que tengo predilección y con las que también tengo algo de amistad. Una de ellas está dispuesta a curarse este verano bajo la dirección de un arquitecto. ¡Pasaré por allí a propósito todos los días para ver si le hacen alguna chapuza! ¡Que Dios la ampare».

Esa clase de “soñador”.

El caso es que un día da con una buena mujer y claro, se enamora perdidamente. Cómo no se va a enamorar, si recién sale del cascarón. También es verdad que ella se lo pone fácil:

«He perdido la costumbre de tratar con las mujeres; quiero decir que nunca he tratado con ellas, soy un solitario... Si ni siquiera sé cómo hablarles. He aquí que no sé cómo dirigirme a ellas. Tampoco sé ahora mismo si le habré dicho alguna tontería. Dígamelo directamente; se lo aseguro, no soy de los que se ofenden...
–No, nada, nada, al contrario. Y si usted exige que yo sea sincera, entonces le diré que a las mujeres les gusta este tipo de timidez; y si desea saber algo más, le diré que también a mí me gusta, y no le echaré de mi lado hasta llegar a casa».

Y hasta aquí.



¿Le gusta ser malvado? de Peter Hamm y Thomas Bernhard

De esto hay una reseña. No sé si la han visto. Igual no. La gente no lee las reseñas sobre buenas novelas o sobre cosas que tienen que ver con buenos escritores que no tienen la culpa de un desaguisado equis. Lo sé. Ejemplo, aquí. La gente lee sobre monos con lápiz o sobre lo que hacen los monos cuando encuentran un lápiz o sobre los lápices que tienen la mala suerte de caer en manos de un mono, que para el caso es lo mismo. Podríamos pasar el día haciendo combinaciones. En fin, a quién quiero engañar: yo disfruto con esto más que nadie. Decía que haciendo clic aquí, pueden leer la reseña pero porque ya supongo que lo de hacer clic da pereza, les hago un resumen: Peter Hamm admira a Bernhard. Mucho. Es superfan. El caso es que lo conoce. Ignoro los detalles de su relación. Un día quedan para que Hamm haga preguntas y Bernhard las responda. El resultado es un completo desastre (como ya sabrían, vagos, si hubiesen leído la reseña) que el mismísimo Bernhand (especialmente él) despreciaba tan bernhardianamente: 

«Querido Peter H.: En pocas palabras: todo el texto (¡horriblemente mecanografiado!) de nuestro único (¿y singular?) experimento resulta totalmente inservible y no se debe aprovechar ni una línea de él. Me pongo casi malo al pensar en un libro sobre mi obra; sólo puede resultar otra monstruosidad más… Desde hace años leo únicamente estupideces nauseabundas y no puedo evitar vomitar ante esas fantasías (¿?)».


Todo un personaje.



Washington Square de Henry James

Washington Square es una película maravillosa. También es una novela, cierto, pero ante todo es una gran película. Estoy hablando, para que quede claro, de la versión de William Wyler. Inmediatamente después de verla (estamos hablando de hace media vida, de modo que lo de inmediatamente después tiene algo de relativo) leí el libro que resultó ser asombrosamente fiel a la película. Qué buena, de verdad. 

La historia es absolutamente genial, y, si no genial, estupendísima. La edición de Sexto Piso, que es la que utilicé para esta relectura, no está nada mal. Tiene dibujitos, que es una cosa que siempre se agradece si tienes que hacer un regalo.

La historia, por si les interesa, es una historia de amor en la que el amor brilla por ausencia: chica fea y buen partido no pilla cacho (que ya tienes que ser fea para que no te quieran ni por tu dinero) hasta que un joven guapo inteligente y oportunista ve que esta es la suya y se tira de cabeza total para darse de bruces con el padre de la criatura que, consciente de la fealdad de su insulsa y poco amada hija, trata por todos los medios posibles (incluyendo viaje por Europa a todo tren, que ya quisiera yo ser así de feo) de evitar que la incauta incaute no tanto por ella como por el destino que pueda tener su capital. No hay modo. Ella está tonta perdida, que son muchos años sin mojar, y el chaval plata no pero planta la tiene buena. No les cuento el final para no hacerles llorar y porque seguro que ya la conocen (y si no la conocen, deberían) pero déjenme que les digan que es un final tan de cine, tan de mujer cerrando una puerta y apoyándose en ella… Ya no hay finales como los de antes. Y novelas ni te cuento.


(Continuará)


lunes, 6 de octubre de 2014

“¿Le gusta ser malvado?” de Peter Hamm (que NO Thomas Bernhard)

Ohlsdorf, 1977. Llueve. 

Ring, ring. Quién es. Peter Hamm. ¿Qué Peter Hamm? Ya sabes, hombre: tu amigo, tu admirador número uno, tu primer crítico. Ah sí, tú; cuánto tiempo, y qué quieres, tú. Entrevistarte. Anda, no me jodas, Peter H. En serio. A ver, suplica. Por favor, por favor, Thomas B., te lo suplico. Venga va, no te humilles más y sube, pero trae pastelitos, que estoy sin desayunar. 

Esto pudo haber empezado así o no. Seguramente no, pero en cualquier caso el resultado fue el mismo: Thomas Bernhard y Peter Hamm (y una que pasaba por allí) pasaron una noche sentados frente a frente: el uno preguntando, el otro respondiendo; el uno creyendo que lo sabía todo, el otro quitándole continuamente la razón; el uno haciendo el ridículo más absoluto, el otro perdiendo una noche que podía haber dedicado a escribir o a la cópula salvaje. 

Pero eso no es lo peor (se lo juro); lo peor es aquello que el propio Peter Hamm, en un arrebato de sinceridad, cuenta en el prólogo: resulta que cuando terminó la entrevista —y después de haberse duchado, arreglado, después de haber ido a su casa y dar de comer al gato— llevó la grabación a la editorial con la que había negociado el asunto para que la transcribieran. Una vez transcrita (se tomaron su tiempo) se la mandó a Bernhard para que la corrigiese (Hamm, por lo que se ve, en este asunto se limitó a frecuentar a Bernhard, apretar un botoncito y pagar un sello en el sobre). 

Bernhard contestó… pues como le gustaba contestar a Bernhard. 

«Querido Peter H.: Sin duda sentirá nostalgia de Sintra al ver este papel… En pocas palabras: todo el texto (¡horriblemente mecanografiado!) de nuestro único (¿y singular?) experimento resulta totalmente inservible y no se debe aprovechar ni una línea de él. Me pongo casi malo al pensar en un libro sobre mi obra; sólo puede resultar otra monstruosidad más… Desde hace años leo únicamente estupideces nauseabundas y no puedo evitar vomitar ante esas fantasías (¿?). Por favor, piénselo todo a fondo otra vez… Estoy en buena forma y debería usted aparecer por aquí de nuevo —¡espontáneamente! — … quizá entre dos… Me despido de mi primer crítico (1957), que tan joven era y al que tomé por tan viejo. Suyo, Thomas Bernhard». 

Y ahora viene la parte en la que les invito a no comprar (ni tan siquiera leer) este libro abyecto y miserable y dónde me niego a reseñarlo, toda vez, además, que está lleno de preguntas torpes, tontas, carentes de interés, equivocadas y de respuestas correctoras y donde no se aporta absolutamente nada que no se pueda encontrar en cualquiera de los libros del bueno de Bernhardo: que si el problema del teatro son los actores, que si sólo se publica basura, que si los editores son unos ladrones, que si mi abuelo era guay, que sí, que claro que me gusta ser malvado: 

«Puedo ser sin duda muy malvado, sí, cruelmente malvado. Pero no puedo expresarlo, darle rienda suelta, ¿no? Eso produce entonces cierto agarrotamientos y a veces, durante largos períodos, cierta infelicidad. […] Pero en mi pensamiento soy muy malvado. Malvado, sí». 

¿Le gusta ser malvado? es Peter Hamm buscando una pepita de oro en el culo de una gallina muerta y vendiéndolo después por cuatro euros en el Todo a cien de la periferia. No les quepa duda de que si a Bernhard este entrevista no le gustaba, era por algo. 


«[…] se me ocurre una cosa: el amor apenas aparece en sus libros
Al contrario. Todo lo que hay en ellos está hecho de amor. Porque el mundo se compone al fin y al cabo de muchos espejos. Quien escribe sobre odio o vileza escribe al mismo tiempo sobre el amor, lógicamente. Sólo hay que leer bien y saber lo que quiere decir. O ver bien. Es al fin y al cabo una cuestión de punto de vista. De algún modo, mirar en un espejo quiere decir verlo todo, ¿no?, y sobre todo ver lo que se refleja, es decir, no sólo lo que hay allí sino también lo reflejado. Sin embargo, ¿quién lo hace? La gente que le no sabe mirar al espejo. Sólo ve un cristal pulido, ¿no?, y eso, naturalmente, no devuelve nada». 

martes, 5 de marzo de 2013

“Correspondencia” de Bernhard y Unseld

Para los que no sepan de qué va la película: este libro es una cuidada selección de la correspondencia entre Thomas Bernhard y Siegfried Unseld, su editor. Es un libro que habla de editores y escritores, de cómo trabajan juntos y qué hacen en su tiempo libre. Habla de la creación. Del genio, habla. Es un libro que demuestra muchas cosas. Es un libro que desenmascara, también. Pienso, por ejemplo, en casi cualquier escritor actual, nacional o no, especialmente

Este libro es de lectura imprescindible para todos aquellos escritores que crean realmente ser alguien, que crean ser algo o simplemente que crean ser. A ellos, y a sus madres y a sus padres y sus hermanos y a sus hijos y a sus amigos y a sus editores, a todos aquellos, en definitiva, que les han hecho creer lo que no son, que no contentos con darles esperanzas también les han puesto alas, a todos ellos les dedico esta reseña.


* * * * * * * 

Sigo mi propio camino” es una gran frase. Se la dice Bernhard a Unseld al final de la primera carta que le envía, aquella en que le dice que quiere trabajar con él. Es una frase que, a medida que avanzamos en la lectura de esta correspondencia, va ganando en importancia pasando de ser una declaración de intenciones un tanto chulesca a una actitud frente al mundo y sus pobladores. “Sigo mi propio camino” no es una frase que pueda decir cualquiera. De hecho es una frase que no puede decir casi nadie. “Sigo mi propio camino” es el acto de valor que muy pocos escritores tienen, merecen o del que pueden presumir, porque para que uno siga su propio camino -y alcance el reconocimiento que alcanzó Bernhard- tiene que ser muy bueno. Tiene que ser jodidamente bueno. Tan bueno como para ser capaz de decir algo como esto y tener razón: “La gente no debe sentirse impresionada por mi obra, sino que esta, de forma totalmente injustificada, debe ser reconocida como obra de arte.” Y así hasta la muerte. 


ESTUPIDIFICACIÓN 

En este libro, además de aburridos pormenores económicos del tipo tú me prometiste, tú nada me diste, todo eran palabras, dejo de quererte, devuelveme la pasta, etc, además de todo esto, decía, hay una lucha constante de Bernhard contra todo, básicamente. El mundo es su enemigo y todo su objetivo se centra en conseguir el reconocimiento y es prestigio que merece (o cree merecer) y el dinero que debe acompañar tamaña virtud. Para que quede cristalino repite hasta la saciedad dos cosas: primero, lo bueno que es él; segundo, lo malos que son los demás (y a ver a santo de qué viene hacerle tanto caso a tanto inútil). 

Estoy ahora en una montaña, no en Ohlsdorf, porque la concentración es para mí importante y el cartero me ataca los nervios, ya que no me trae a casa más que ridiculeces que me indigna, un montón de papel estúpidamente impreso como si el destinatario fuera idiota. ¿Podría responderme la pregunta de por qué los editores publican rápidamente lo que gente muy joven escribe en muy poco tiempo, sin ningún esfuerzo, sin ningún genio y de forma muy estúpida? (Thomas Bernhard, pág.117) 

Ridiculeces. Juventud. Estupidez. La vida misma. Cierto es que Bernhard nunca ha pecado de morderse la lengua pero en la intimidad (una intimidad relativa, como veremos ahora) tiene arrebatos absolutamente geniales de puro crueles. Algunos de sus peores momentos (o mejores, según se mire) los pasa durante la escritura de Corrección, un libro que por haches o por bes tarda una eternidad en ser editado, que si no es que no le gusta la luz de septiembre es porque no le gusta la de marzo y todo es estar disconforme y reclamar sus derechos y exigir lo mejor a cambio de lo mejor y entre tanto Corrección se dilata, se genializa y según avanza soporta cada vez peor las imposibles comparaciones a las que lo somete Bernhard. 

“Por lo que se refiere a Corrección, es un trabajo de cuatro años y habría que acometerlo realmente con cabeza, pero me temo que usted deje pasar este libro como cualquier otro, ¡y todos esos libros que se hacen ahora no son más que un montón de basura de estupideces! ¡Contra eso me rebelo y no quiero tener nada que ver con ese proceso actualmente evidente de estupidificación!” 

Se mantiene durante la lectura la sensación de que las cosas no acaban de cambiar. Que siempre más de lo mismo. Que hace cuarenta años, como hace diez, como ayer y está entre su lucha diaria recordarle una y otra vez a su editor, que como él, como Bernhard, no hay otro. 

“Esa broma me permite también decir que la producción literaria de hoy, en conjunto, ha llegado a su punto más bajo y alcanzado su peor gusto desde hace años. Confío en que usted lo considere también así. No se publican más que cursiladas y basura sin pies ni cabeza, lo que después de tantos años resulta deprimente. Los escritores son estúpidos sin arte y los críticos charlatanes sentimentales. Yo mismo me mantengo vivo en un ambiente de envidia y odio mediante un trabajo ininterrumpido. Esta vida me resulta realmente el mayor de los placeres.” 

Voy terminando. La intimidad de la que hablaba antes la califiqué de relativa porque hay, durante la redacción de esta correspondencia, una intención clara de llevarla a ser algo más que un conversación privada entre un escritor y su editor. Está esa creencia en la grandeza de uno (Bernhard) y otro (Unseld) lo que permite al primero fantasear con la idea de llegar a ser algún día objeto de estudio: “Me imagino lo que los futuros adeptos del estudio de la historia de la literatura y de la edición dirán al leer nuestra correspondencia.” Me quedo con las ganas de saber si hoy en día, en este momento, habrá algún escritor de la talla de Bernhard y algún editor con la paciencia cuasinfinita de Unseld, cruzando correos de este tipo. Sospecho que no (por eso me compré el libro). Si ya cuesta creer que haya por ahí sueltos un Unseld y un Bernhard, cualquiera aspira además a tener un rastro escrito.




P.D. Selección y traducción de Miguel Saenz. No podía ser de otra manera.

martes, 22 de noviembre de 2011

“Heldenplatz” de Thomas Bernhard (o “Hitler también tenía la solución al desempleo")




Thomas Bernhard murió en 1989, un año después de haber escrito esta obra de teatro. Fue lo último que escribió. Conocer lo que ocurría por entonces en Austria es de vital importancia para entender que Bernhard no escribió una obra de ciencia ficción. No soy ni remotamente un experto en la materia pero todo está en la red. Dejen que les cuente un relato de terror basado en hechos reales:

Jörg Haider (en la foto) era la clase de hijo de puta que creía que las SS habían sido una parte del ejército alemán merecedora de los más altos honores; que el holocausto había sido un atentado equivalente a la expulsión de los alemanes de Checoslovaquia durante la segunda guerra mundial o que… bueno, en fin, el tipo de cosas que a uno le hacen retroceder lo mismo 75 años que… dos días, por ejemplo. El caso es que se ve que Haider tenía carisma y el discurso adecuado ya que en 1986 alcanzó el liderazgo del Partido de la Libertad de Austria con el apoyo del 57% de los militantes de un partido que, para que nos entendamos, era fiel reflejo del  popularmente conocido como Partido Nazi de la era Hitler. De ahí al cielo. En 1989, el año de la muerte de Bernhard, el partido de Haider logró más o menos el 30% de los votos en las elecciones parciales austríacas, arrebatando a los democristianos la provincia de Carintia (uno de los nueve estados federales de Austria). Tras las elecciones Haider se convirtió en gobernador de esa provincia.

Supongo que no hará falta entrar en detalles. Si les interesa saber cómo acaba la película se van a quedar con las ganas porque todavía la están filmando pero para no dejarles con la intriga les diré que en las elecciones de 2005 el porcentaje del partido de Haider rozaba el 43%. (En 2008 Haider murió  en un accidente de tráfico pero eso, y lo que ocurrió después, es otra historia.) Esto da mucho miedo. Al protagonista de la obra también y por eso se suicida. No les estropeo nada: empieza así y de hecho la acción tiene lugar el día del entierro. Diversos personajes (sirvientes, familia y amigos) recuerdan al fallecido -reconocido enemigo del nacionalismo liberal- lo que le sirve a Bernhard para atacar, como sólo sabe atacar Bernhard, a su Austria del alma querida, ese pozo infecto, ese nido de ratas antisemitas.

Me juré no incluir ninguna cita en esta reseña, pero yo soy mucho de engañarme a mí mismo.

hay más nazis ahora en Viena
que en el treinta y ocho
ya verás
todo acabará mal
para eso no hace falta siquiera
una inteligencia aguda
ahora vuelven a salir
de todos los agujeros
que han estado tapados durante cuarenta años
sólo hace falta que hables con cualquiera
al cabo de poco tiempo resulta ya
que es un nazi
da igual que vayas al panadero
o a la tintorería a la farmacia
o al mercado
en la Biblioteca Nacional creo
estar entre puros nazis
sólo esperan la señal
para poder actuar abiertamente contra
nosotros
En Austria debes ser católico
o nacionalsocialista
todo lo demás no se tolera
todo lo demás se aniquila

Leo con cierto asombro que esta obra no está entre las mejores de Bernhard. Ya sé que no lo he leído todo (sigo trabajando en ello, como pueden ver) pero no deja de sorprenderme porque –y esto no es una exageración ni yo estoy bajo el efecto de las drogas- no pude evitar durante la lectura tener la certeza de estar frente a una -sí- OBRA MAESTRA. Esto lo digo con la boca grande, nada de medias tintas. Otras veces dudo cuando debo calificar o puntuar una lectura pero hoy no y ayer tampoco, por lo que entiendo que de esta ya no me apeo. 

No voy a contarles ahora lo de la prosa hipnótica de Bernhard o la demencial y peculiar manera de tratar los temas que más que le preocupaban o lo irrisorio de la premisa con que arrancaban sus novelas. Y no voy a hacerlo porque se ha hecho mucho y no quiero aburrirme escribiendo esto. Si tienen la necesidad pongan ustedes “Thomas Bernhard estilo” en google y déjense llevar por la marea. Tampoco voy a a hablarles de los motivos que originan la relación amor/odio de Bernhard con Austria o que su casa es ahora un museo lleno de zapatos italianos. Todo eso da igual porque lo que importa de Heldenplatz es algo completamente diferente y tan de actualidad que duele sólo pensarlo. 

Heldenplatz nace a petición del director teatral Claus Peymann para conmemorar el centenario del gran teatro vienés Burgtheater pero también para recordar que había transcurrido medio siglo desde la anexión de Austria a la Alemania de Hitler, una anexión que se oficializó en la Heldenplatz (o Plaza de los Héroes) con un discurso del líder germano. Esto sólo hay una forma de interpretarlo: fue la aceptación, por parte de los austríacos, de la ideología nazi. Para que nos entendamos: supongan que un país europeo cualquiera entrega, con sus votos, el control absoluto (absoluto, insisto) de su gobierno a un partido de ideología conservadora, que incluye a moderados pero también a la extrema derecha, fascistas incluidos. Supónganlo. Supongan después la evolución de cosas tan tontas como puedan ser la educación, la sanidad, la información, las prestaciones sociales o la inmigración. Pues bien, esta obra de teatro es la última de una vida dedicada a luchar contra este nacionalismo tan repugnante. Es lo que ocurre cuando un hombre de la talla y el genio de Thomas Bernhard decide que no se va a llevar nada a la tumba. Se pueden imaginar el resultado: Bernhard considerado un traidor a la patria y el texto una ofensa imperdonable al pueblo austríaco. Yo me puedo imaginar perfectamente la carcajada amarga de Bernhard oyéndolos gritar y recordando los que fueron también los gritos de sus padres y sus abuelos en la Plaza de los Héroes en el 38; la arenga de Hitler, prometiendo, quien sabe, un oportuno giro, un enderezamiento, un próspero futuro tras la adversidad. Me lo imagino perfectamente (a Hitler) prometiendo acabar con el desempleo, por ejemplo. Y no son los únicos; los austríacos y los alemanes, no son los únicos. Nos rodean; son tantos, tantos y tan, tan nazis.





lunes, 21 de noviembre de 2011

Un fragmento de "Heldenplatz" de Thomas Bernhard


lo sé
no se me escapa
que lo destruyen todo
hacéis como si yo no supiera nada de eso
sé también que derribarán la vieja escuela
pero ya no protesto
para eso estáis ahí
la generación siguiente
el mundo es hoy sólo un mundo destruido
en definitiva insoportablemente feo
se puede ir a donde se quiera
el mundo es hoy sólo un mundo feo
y un mundo estúpido de un extremo a otro
todo degenerado en donde se mire
todo abandonado en donde se mire
lo mejor sería no despertarse ya
en los últimos cincuenta años los gobernantes
lo han destruido todo
y no tiene ya remedio
los arquitectos lo han destruido todo
con su estupidez
los intelectuales lo han destruido todo
con su estupidez
el pueblo la ha destruido todo
con su estupidez
los partidos y la iglesia
lo han destruido todo con su estupidez
que ha sido siempre una estupidez abyecta
y la estupidez austríaca es absolutamente repulsiva
La industria y la iglesia
son culpables de la desgracia austríaca


la iglesia y la industria han sido siempre culpables
de la desgracia austríaca
los gobiernos dependen totalmente
de la industria y la iglesia
siempre ha sido así
y en Austria todo ha sido siempre de lo peor
todos han corrido tras la estupidez
siempre se ha pisoteado la inteligencia
La industria y el clero mueven los hilos
de la miseria austríaca