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martes, 20 de mayo de 2014

“La cámara sangrienta” de Angela Carter

Hablábamos, no hace mucho, de Perrault. Bueno, en realidad apenas llegamos a mentarlo pero sí lo hicimos de una de sus obras más famosas (Barba azul) y lo hacíamos con la excusa de la reciente publicación de una suerte de infame homenaje que le hacía Amélie Nothomb.

Bueno, pues dando por superado el trauma de leer a Nothomb destrozando una historia tan buena recuperamos nuestras vidas, nuestra dinámica habitual y aprovechamos para aclarar, antes de seguir, que una de la razones de más peso a la hora de “condenar” la novelucha de Anagrama (me quedo solo en los desprecios, ya ven) fue la de haber leído, inmediatamente después, la colección de relatos que hoy cuenta con toda mi atención: “La cámara sangrienta” de Angela Carter, un libro al que resulta imperdonable no llegar.

Una vez más, vengo a descubrir la pólvora: cuentazos. No cuentos, cuentazos. Y lo digo con la boca grande, con boca de lobo a puntito de comerse a Caperucita Valiente.

No me gusta reseñar relatos. Me aburre. Me aburre entrar en detalle, resumirlos, buscar relaciones, me aburre incluso leerlos, la mitad de las veces. Pero no los de Angela Carter. Estos no. Estos son geniales. ¿Lo digo? Lo digo: imprescindibles, sobre todo para aquellos que algún día han sido niños. Las de este recopilatorio son revisiones de los cuentos de Caperucita Roja (una de ella maravillosa revisión donde las haya, con esa Caperucita, con ese qué boca gran grande tienes tan fantástico y terrorífico), elfos, lobos, La bella durmiente, El gato con botas o La bella y la bestia, cuento que, a falta de una, se versiona dos veces.

« - Qué brazos más grandes tienes.
- Son para abrazarte mejor
Todos los lobos del mundo aullaron una canción nupcial mientras ella le daba libremente el beso que le debía.
- ¡Qué dientes más grandes tienes!
Ella vio que sus fauces babeaban y oyó que la habitación se llenaba con el clamor del “Liebestod” del bosque, pero la prudente jovencita no se inmutó ni siquiera cuando él dijo:
- Son para comerte mejor.
La muchacha rompió a reír; sabía que ella no era la carne de nadie. Se rio de él en su cara, le arrancó la camisa y la tiró al fuego, sobre la estela voraz de su propia ropa desechada».

Tantas mujeres. Y qué mujeres. Mujeres unas veces hermosas, violentas, salvajes; otras veces también crueles, sensibles, curiosas (mortalmente, incluso) pero siempre seductoras, consentidoras y eternamente ganadoras, que tienen entre sus amantes a lobos, leones, a monstruos asesinos, a trasgos. 

«Ahora, cuando salgo a pasear, a veces por la mañana cuando la helada ha dejado su brillante huella en la maleza o, a veces, aunque cada vez menos y con más ganas, por la tarde, cuando desciende la fría oscuridad, siempre voy en compañía del rey trasgo. Y él me tumba en su cama de paja crujiente, donde descanso a merced de sus enormes manos.
Es el carnicero que me enseñó hasta qué punto es el amor el precio de la carne.
- ¡A despellejar el conejo! — dice. Y yo me quedo sin ropa». 

El relato que da título al libro —probablemente de los mejores de la colección— es el que versiona el mencionado relato de Perrault, Barba Azul. Magnífico cuento de opresiva ambientación, con olor a cuero especiado, con una noche de bodas de las que tardan en olvidarse. Empiecen por él (lo tienen fácil, es el primero) y prueben a dejarlo. Sólo prueben.

«Tras el clamor sincopado del tren, yo podía oír su respiración tranquila y regular. La puerta que comunicaba los compartimentos era lo único que me separaba de mi marido, y estaba abierta. Si me incorporaba un poco, mis ojos podían ver la oscura y leonina forma de su cabeza y mi nariz captar una ráfaga del opulento olor masculino a cuero y especias que siempre lo acompañaba y que, a veces, durante el noviazgo, había sido la única pista de su paso por el salón de mi madre; porque, a pesar de ser un hombre grande, caminaba con tanta suavidad como si sus zapatos tuvieran la suela de terciopelo, como si sus pisadas convirtieran la alfombra en nieve».

Y termino quitándome el sombrero.

El recopilatorio ha sido editado por Sexto Piso en su colección de ilustrados. Tengo varios de estos ilustrados por casa pero sin lugar a dudas este es, junto con "El libro de la selva" (fragmento) y sin querer desmerecer el resto, uno de mis favoritos. Alejandra Acosta, a la que en su momento descubrimos por aquella pequeña gozada que era “Del enebro” de los Hermanos Grimm, editado por Jekyll & Jill (aquí algo así como una reseña) pone sus lápices al servicio de la historia y el resultado es poco menos que digno de elogio. Aquí un fan.