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martes, 5 de marzo de 2013

“Correspondencia” de Bernhard y Unseld

Para los que no sepan de qué va la película: este libro es una cuidada selección de la correspondencia entre Thomas Bernhard y Siegfried Unseld, su editor. Es un libro que habla de editores y escritores, de cómo trabajan juntos y qué hacen en su tiempo libre. Habla de la creación. Del genio, habla. Es un libro que demuestra muchas cosas. Es un libro que desenmascara, también. Pienso, por ejemplo, en casi cualquier escritor actual, nacional o no, especialmente

Este libro es de lectura imprescindible para todos aquellos escritores que crean realmente ser alguien, que crean ser algo o simplemente que crean ser. A ellos, y a sus madres y a sus padres y sus hermanos y a sus hijos y a sus amigos y a sus editores, a todos aquellos, en definitiva, que les han hecho creer lo que no son, que no contentos con darles esperanzas también les han puesto alas, a todos ellos les dedico esta reseña.


* * * * * * * 

Sigo mi propio camino” es una gran frase. Se la dice Bernhard a Unseld al final de la primera carta que le envía, aquella en que le dice que quiere trabajar con él. Es una frase que, a medida que avanzamos en la lectura de esta correspondencia, va ganando en importancia pasando de ser una declaración de intenciones un tanto chulesca a una actitud frente al mundo y sus pobladores. “Sigo mi propio camino” no es una frase que pueda decir cualquiera. De hecho es una frase que no puede decir casi nadie. “Sigo mi propio camino” es el acto de valor que muy pocos escritores tienen, merecen o del que pueden presumir, porque para que uno siga su propio camino -y alcance el reconocimiento que alcanzó Bernhard- tiene que ser muy bueno. Tiene que ser jodidamente bueno. Tan bueno como para ser capaz de decir algo como esto y tener razón: “La gente no debe sentirse impresionada por mi obra, sino que esta, de forma totalmente injustificada, debe ser reconocida como obra de arte.” Y así hasta la muerte. 


ESTUPIDIFICACIÓN 

En este libro, además de aburridos pormenores económicos del tipo tú me prometiste, tú nada me diste, todo eran palabras, dejo de quererte, devuelveme la pasta, etc, además de todo esto, decía, hay una lucha constante de Bernhard contra todo, básicamente. El mundo es su enemigo y todo su objetivo se centra en conseguir el reconocimiento y es prestigio que merece (o cree merecer) y el dinero que debe acompañar tamaña virtud. Para que quede cristalino repite hasta la saciedad dos cosas: primero, lo bueno que es él; segundo, lo malos que son los demás (y a ver a santo de qué viene hacerle tanto caso a tanto inútil). 

Estoy ahora en una montaña, no en Ohlsdorf, porque la concentración es para mí importante y el cartero me ataca los nervios, ya que no me trae a casa más que ridiculeces que me indigna, un montón de papel estúpidamente impreso como si el destinatario fuera idiota. ¿Podría responderme la pregunta de por qué los editores publican rápidamente lo que gente muy joven escribe en muy poco tiempo, sin ningún esfuerzo, sin ningún genio y de forma muy estúpida? (Thomas Bernhard, pág.117) 

Ridiculeces. Juventud. Estupidez. La vida misma. Cierto es que Bernhard nunca ha pecado de morderse la lengua pero en la intimidad (una intimidad relativa, como veremos ahora) tiene arrebatos absolutamente geniales de puro crueles. Algunos de sus peores momentos (o mejores, según se mire) los pasa durante la escritura de Corrección, un libro que por haches o por bes tarda una eternidad en ser editado, que si no es que no le gusta la luz de septiembre es porque no le gusta la de marzo y todo es estar disconforme y reclamar sus derechos y exigir lo mejor a cambio de lo mejor y entre tanto Corrección se dilata, se genializa y según avanza soporta cada vez peor las imposibles comparaciones a las que lo somete Bernhard. 

“Por lo que se refiere a Corrección, es un trabajo de cuatro años y habría que acometerlo realmente con cabeza, pero me temo que usted deje pasar este libro como cualquier otro, ¡y todos esos libros que se hacen ahora no son más que un montón de basura de estupideces! ¡Contra eso me rebelo y no quiero tener nada que ver con ese proceso actualmente evidente de estupidificación!” 

Se mantiene durante la lectura la sensación de que las cosas no acaban de cambiar. Que siempre más de lo mismo. Que hace cuarenta años, como hace diez, como ayer y está entre su lucha diaria recordarle una y otra vez a su editor, que como él, como Bernhard, no hay otro. 

“Esa broma me permite también decir que la producción literaria de hoy, en conjunto, ha llegado a su punto más bajo y alcanzado su peor gusto desde hace años. Confío en que usted lo considere también así. No se publican más que cursiladas y basura sin pies ni cabeza, lo que después de tantos años resulta deprimente. Los escritores son estúpidos sin arte y los críticos charlatanes sentimentales. Yo mismo me mantengo vivo en un ambiente de envidia y odio mediante un trabajo ininterrumpido. Esta vida me resulta realmente el mayor de los placeres.” 

Voy terminando. La intimidad de la que hablaba antes la califiqué de relativa porque hay, durante la redacción de esta correspondencia, una intención clara de llevarla a ser algo más que un conversación privada entre un escritor y su editor. Está esa creencia en la grandeza de uno (Bernhard) y otro (Unseld) lo que permite al primero fantasear con la idea de llegar a ser algún día objeto de estudio: “Me imagino lo que los futuros adeptos del estudio de la historia de la literatura y de la edición dirán al leer nuestra correspondencia.” Me quedo con las ganas de saber si hoy en día, en este momento, habrá algún escritor de la talla de Bernhard y algún editor con la paciencia cuasinfinita de Unseld, cruzando correos de este tipo. Sospecho que no (por eso me compré el libro). Si ya cuesta creer que haya por ahí sueltos un Unseld y un Bernhard, cualquiera aspira además a tener un rastro escrito.




P.D. Selección y traducción de Miguel Saenz. No podía ser de otra manera.