Hoy toca recomendación. Que no se diga que en Tongoy no tenemos corazón. Lo que no tenemos es paciencia para aguantar mucho tiempo leyendo memeces y por eso de cuando en vez nos regalamos un mes de buenas lecturas como otros se regalan un fin de semana en la sierra.
Así como julio fue una mierda, agosto empezó bien, bastante bien. De las lecturas de julio ya hablaremos en septiembre, que me gusta a mí sangriento ese mes, pero las de agosto haremos lo posible por reseñarlas el mismo día que sean finiquitadas, así, sin pensarlas ni nada, total para qué.
[Por si sienten curiosidad, agosto debería ser el mes de Buzzati, Bufalino, Donoso, Pablo d’Ors, Lydia Davis, quizá Paasilinna, quizá Coetzee, quizá Florian Illes y, seguramente, Chejov. Y poco más, que treinta días pasan volando y cuando escribo estas líneas ya estamos a cinco y apenas un par de libros leídos.]
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Christopher Isherwood es un viejo conocido. “El cóndor y las vacas, diario de un viaje por Sudamérica”, ya fue superficialmente reseñado por este blog en noviembre del año pasado en una entrada que pueden leer haciendo clic AQUÍ.
Esta novela guarda con aquella crónica una relación cero. Lo digo para que no cunda el pánico ni se dejen llevar por el desánimo.
“Un hombre soltero” (*) cuenta un día en la vida de un hombre, soltero para más señas, al que medio se le acaba de morir el novio. Vive en una casita muy bonita al lado un viejo puente y tiene los típicos vecinos un poco memos con hijos insoportables. La novela comienza con George, que así se llama el protagonista, despertándose una mañana cualquiera y empezando, poco a poco, a ser él mismo:
El despertar se inicia con el soy y el ahora. Después, lo que ha despertado permanece algún tiempo echado, fijando la mirada en el techo y escudriñando su interior hasta que capta el yo y deduce yo soy, yo soy ahora. Sólo más tarde surge el aquí como una apaciguante negatividad; pues es aquí, esta mañana, donde esperaba encontrarse; en eso que se llama en casa.Pero ahora no es simplemente ahora. Ahora es además una helada admonición; un día más allá de ayer, un año más tarde que el año pasado. Cada ahora lleva el sello de su fecha, y convierte a los previos ahoras en caducos, hasta que (más tarde o más temprano) quizás (no, no quizás) con toda certeza: llegue.El miedo retuerce el nervio vago. Un enfermizo eludir eso que espera, ahí fuera, en alguna parte, abominablemente cercano.
Abominablemente cercano y apaciguante negatividad no son expresiones que inviten precisamente a la lectura pero había un algo en ese ir despertándose que hacía albergar esperanzas. Total, que el tipo se levanta, hace sus cosillas matutinas y se marcha al trabajo (es profesor universitario) mientras acompaña cada acto de su correspondiente reflexión, que en su caso, además, va acompañado del temor a ser descubierto, como si sólo pudiera ser él mismo (no me refiero a su condición sexual) en la más estricta intimidad. También sale una mujer, una amiga, una noche de alcohol y pocas confesiones y otra amiga y un rencor que se apaga y un largo etcétera de lo que viene siendo la vida un día cualquiera que acaba con un hombre queriendo salir un ratito a la luz.
El siguiente párrafo tiene lugar durante el largo clímax final de la novela, con George en su casa frente a un alumno y demasiadas copas encima de cualquiera de los dos y sin ser un ejemplo de nada, ni un buen resumen, es interesante porque para George (el eternamente contendido George) es un momento liberador de confesión oculta en una recriminación.
— Sé exactamente lo que quieres. Quieres que te diga lo que yo sé... »¡Oh, Kenneth, Kenneth, créeme... no hay nada que hiciera más gustoso! Deseo terriblemente decírtelo. Pero no puedo. Literalmente no puedo. Porque, ¿no lo entiendes?, lo que yo sé es lo que yo soy. Y eso no te lo puedo decir. Tendrás que averiguarlo por ti mismo. Soy como un libro que has de leer. Él no se puede leer a sí mismo para ti. Ni siquiera sabe de qué trata.—Yo no sé cómo soy...—Tú sí puedes saber cómo soy. Podrías. Pero no quieres molestarte. ¿Sabes?, creo que eres el único muchacho que he conocido en el campus que podría. Esto es lo que hace todo tan trágicamente inútil. En lugar de intentar saber, cometes la inexcusable trivialidad de decir es un viejo sucio, y conviertes esta tarde, que podría ser la más preciada e inolvidable de tu juventud, en un flirteo. ¿No te agrada esa palabra, verdad? Pero es la que conviene. Es la eterna tragedia de hoy en día. El flirteo. Flirtear en lugar de fornicar, si me perdonas la grosería. Todo lo que hacéis es flirtear, y dejar que la manta destape un hombro, y quejaros de los moteles. Y dejáis pasar lo que podría de verdad (y no lo digo por decir, Kenneth) transformar vuestra vida entera.
En definitiva, la típica novela que habla de todo sin hablar de nada, correcta, elegante, formal como un traje de domingo a pesar de los puntuales horrores de traducción (no hay nada que hiciera más gustoso) que al igual que el Stoner de Williams (novela que considero superior) no quiere ser nada más que ese botón que sirva de muestra para las conclusiones que saquemos nosotros (y que bien pudieran ser una reflexión el torno al tiempo que dedicamos a dejarnos el pellejo en fingir que somos lo que no somos total para acabar siendo una chapita cromada en un nicho).
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(Cuenta con una reciente adaptación cinematográfica que tiene una pinta horrible y que, por lo que se ve en el tráiler, incluye un montón de secuencias que se ha sacado el guionista de la manga.)
(*) Título de la edición original: «A SINGLE MAN»
Traducción: José Martínez de Aragón
Primera edición: mayo de 1982 Copyright © 1964 by Christopher Isherwood
Edición en lengua castellana, propiedad de Editorial Argos Vergara, S.A. Aragón, 390, Barcelona-13 (España)