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martes, 17 de diciembre de 2019

2019. Resumen de lecturas

1. La caída de la casa Usher de Edgar Allan Poe
2. Daisy Miller de Henry James
3. Los demonios de Fiodor Dostoievski
4. La llave de Junichiro Tanizaki
5. El elogio de la sombra de Junichiro Tanizaki
6. La casa de las bellas durmientes de Yasunari Kawabata
7. El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez
8. Arenas movedizas de Junichiro Tanizaki
9. Anna Karenina de Leon Tolstoi
10. Serotonina de Michel Houellebecq
11. Cándido de Voltaire
12. El quinto en discorida de Roberton Davies
13. Hijos de la medianoche de Salman Rushdie
14. La edad del desconsuelo de Jane Smiley
15. Cara de pan de Sara Mesa
16. El pasajero de Ulrich
17. Las hijas de otros hombres de Richard Stern
18. Cambiar de idea de Aixa de la Cruz
19. Absalon, Absalon de William Faulkner
20. La ira de los ángeles de John Connolly
21. Variaciones enigma de André Aciman
22. Sangre vagabunda de James Ellroy
23. Cosas que no quiero saber de Deborah Levy
24. Mujeres de Charles Bukowski
25. El instituto de Stephen King
26. El cártel de Don Winslow
27. Quién mató a mi padre de Edouard Louis
28. La chica salvaje de Delia Owens
29. La caja de botones de Gwendy de Stephen King
30. Doctor sueño de Stephen King
31. Hormigón de Thomas Bernhard
32. Elevación de Stephen King
33. Amor libre de Ali Smith


En breve, las conclusiones.


miércoles, 27 de diciembre de 2017

LO MEJOR (y peor) de 2017 [incluye resumen de lecturas]

A veces, cuando tengo un día bueno, pienso que no hay peor novela que aquella no se termina. Pero lo cierto es que mucho peor que una novela que no se termina es una novela que no suscita el menor interés, situación en la que se encuentran el 99,98% de las que se publican actualmente, nacionales y extranjeras. Sé que esto no quiere decir nada; que probablemente siempre ha sido así; que se publica demasiado: demasiado malo y demasiado mal; que los libros ya no respiran; que una novedad sólo lo es veinte días y que con semejante plazo no hay obra que prospere, etcétera, pero en el fondo no puedo evitar pensar que una suerte de justicia divina se ocupa de poner cada cosa en su sitio dándole a los libros la importancia que, en el fondo, merecen, toda vez que las buenas novelas, las grandes novelas, son hoy, también, como ayer, algo verdaderamente excepcional.

Esto se traduce en, a estas alturas de la película, los que quieran estar al día, esto es, los que quieran leer novedades —ya sea por placer, ya por estupidez, ya porque tienen un ego, perdón, un blog que alimentar—, han de conformarse con novelas que jamás superarán la categoría de mero entretenimiento y con listados que no pasarán de ser simples vehículos publicitarios; en ocasiones un último y desesperado intento de visibilizar aquello que, por lo general, no merecería, en circunstancias normales, otra cosa que tierra o un panteón bien chiquito debajo de una piedra enorme.

Esto viene a cuento de algo, claro. 

Verán, mi primera intención, cuando escribía este post, fue la de hacer una relación de las mejores y peores novelas publicadas y leídas en este 2017. De hecho la hice. Pero la borré. Porque el resultado fueron dos buenas novelas, muchos abandonos y cuatro o cinco obras fácilmente olvidables de puro prescindibles. No tenía sentido. La lista, quiero decir. Y no tenía sentido porque, novedades al margen, ha sido un año, si no magnífico, sí al menos lo bastante bueno como para hablar de él en otros términos que los puramente mercantilistas (un año, aprovecho para disculparme, en el que esta medicina se ha mantenido en un discreto a la par que elegante segundo plano por razones varias, entre ellas la falta de tiempo). 

No les entretengo más. Aquí les dejo la relación de los 20 mejores libros (sobre un total de 75) que he tenido EL PLACER de leer en lo que va de año. Lo he separado en dos bloques de diez para los amantes de la poesía o las listas cortas. Lo encabeza Suttree, una de las mayores y más agradables sorpresas de los últimos años, uno de esos libros que ha pasado a formar parte de mi personal e inexistente canon.

Suttree de Cormac McCarthy (Mondadori, 2004)
El villorrio de William Faulkner (Debolsillo, 2016)
Luz de agosto de William Faulkner (Debolsillo, 2010)
El largo adiós de Raymond Chandler (RBA, 2009)
Los miserables de Victor Hugo (Alianza, 2016)
La ópera flotante de John Barth (Sexto Piso, 2017)
El final del camino de John Barth (Sexto Piso, 2017)
El camino del tabaco de Erskine Caldwell (Navona, 2011)
Pastoral americana de Philip Roth (Debolsillo, 1998)
Bajo cielos inmensos de A.B.Guthrie Jr. (Valdemar, 2014)

Meridiano de sangre de Cormac McCarthy (Debolsillo, 2005)
El ángel que nos mira de Thomas Wolfe (Valemar, 2009)
Ada o el ardor de Vladimir Nabokov (Anagrama, 1999)
El libro más peligroso de Kevin Birmingham (Pop Ed., 2016)
La hermana pequeña de Raymond Chandler (RBA, 2009)
El sueño eterno de Raymond Chandler (RBA, 2009)
Adiós, muñeca de Raymond Chandler (RBA, 2009)
Manifiesto Redneck de Jim Goad (Dirty Works, 2017)
Centauros del desierto de Alan Le May (Valdemar, 2013)
Hombre & Que viene Valdez de Elmore Leonard (Valdemar, 2015)


Y para terminar, y como simple curiosidad, al final del post les dejaré la relación completa de los libros leídos a lo largo y ancho del año, un año que ha destacado por una ausencia casi total de literatura española (tendencia que, sospecho, se repetirá en 2018), a excepción de los correctos (unos más que otros) Celso Castro y Emilio Bueso (debilidades personales de quien esto escribe) y unos decepcionantes Sergi Puertas, Sabina Urraca y Díez Carpintero, a su vez, se ve, debilidades profesionales de editores varios. 

Por el camino muchos libros caídos cuando no directamente tirados al suelo, pisoteados y rabuñados. A saber: Kanada, de Juan Gómez Bárcena; Resort, de Juan Carlos Márquez; Los cinco y yo de Antonio Orejudo; Prólogo para una guerra, de Iván Repila, Años felices, de Gonzalo Torné; Clavícula, de Marta Sanz; Arden las redes, de Juan Soto Ivars y Cornneland, de Laura Fernández.

Y ya. El año que viene más y seguramente mejor.

Que ustedes lo pasen bien.





LECTURAS 2017

El nadador en el mar secreto de William Kotzwinkle (Navona, 2014)
Tardía fama de Arthur Schnitzler (Acantilado, 2016)
Carpe Diem de Saul Bellow (Seix Barral, 1968)
El gran Gatsby de Scott Fitzgerald (Sexto Piso, 1922)
Meridiano de sangre de Cormac McCarthy (Debolsillo, 2005)
El ángel que nos mira de Thomas Wolfe (Valemar, 2009)
Pastoral americana de Philip Roth (Debolsillo, 1998)
La muerte en Venecia de Thomas Mann (Navona, 2016)
Proust de Edmund White (Mondadori, 2001)
Días entre estaciones de Steve Erickson (Pálido Fuego, 2016)
El Maestro de Go de Yasunari Kawabata (Emecé, 2004)
Veinticuatro horas en la vida de una mujer de Stefan Zweig (Acantilado, 2001)
Momentos estelares de la humanidad de Stefan Zweig (Acantilado, 2002)
Los vivos y los muertos de Joy Williams (Alpha Decay, 2014)
La felicidad de los pececillos de Simon Leys (Acantilado, 2016)
Los náufragos del Batavia de Simon Leys (Acantilado, 2012)
El mar, el mar de Iris Murdoch (Debolsillo, 2009)
Luz de agosto de William Faulkner (Debolsillo, 2010)
Suttree de Cormac McCarthy (Mondadori, 2004)
Gaspar Ruiz de Joseph Conrad (Yacaré, 2017)
La oscuridad exterior de Cormac McCarthy (Debolsillo, 2006)
El hielo en el fin del mundo de Mark Richard (Dirty Works, 2016)
En la frontera de Cormac McCarthy (Debolsillo, 2009)
Ada o el ardor de Vladimir Nabokov (Anagrama, 1999)
Golowin de Jacob Wassermann (Navona, 2015)
Estabulario de Sergi Puertas (Impedimenta, 2017)
El mosquito de Nueva York de Daniel Díez Carpintero (Sloper, 2016)
Schalken, el pintor de Joseph Sheridan Le Fanu (Yacaré, 2017)
Meaulnes el Grande, de Alain-Fournier (Alianza, 2012)
No, no soy en absoluto un excéntrico de Glenn Gould (Acantilado, 2017)
El camino del tabaco de Erskine Caldwell (Navona, 2011)
La parcela de Dios de Erskine Caldwell (Navona, 2008)
Las aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain (Bambú, 2010)
El villorrio de William Faulkner (Debolsillo, 2016)
La familia Carter de Frank Young (Impedimenta, 2017)
Padre e hijo de Larry Brown (Dirty Works, 2017)
El libro más peligroso de Kevin Birmingham (Pop Ediciones, 2016)
El cuento de la criada de Margaret Atwood (Salamandra, 2017)
Huracán en Jamaica de Richard Hughes (Alba, 2017)
sylvia de celso castro (Destino, 2017)
Voces que susurran de John Connolly (Tusquets, 2011)
Cuervos de John Connolly (Tusquets, 2012)
No hay bestia tan feroz de Edward Bunker (Sajalin, 2009)
La hermana pequeña de Raymond Chandler (RBA, 2009)
El sueño eterno de Raymond Chandler (RBA, 2009)
Adiós, muñeca de Raymond Chandler (RBA, 2009)
La ventana alta de Raymond Chandler (RBA, 2009)
La dama del lago de Raymond Chandler (RBA, 2009)
El largo adiós de Raymond Chandler (RBA, 2009)
Playback de Raymond Chandler (RBA, 2009)
Zebulon de Rudolph Wurlitzer (Tropo, 2017)
Cuna de gato de Kurt Vonnegut (La bestia equilatera, 2015)
Un hombre sin patria de Kurt Vonnegut (Bronce, 2006)
Bajo cielos inmensos de A.B.Guthrie Jr. (Valdemar, 2014)
Indian Country de Dorothy M. Johnson (Valdemar, 2013)
Manifiesto Redneck de Jim Goad (Dirty Works, 2017)
Los cautivos y otros relatos de Elmore Leonard (Valdemar, 2017)
Centauros del desierto de Alan Le May (Valdemar, 2013)
Hombre & Que viene Valdez de Elmore Leonard (Valdemar, 2015)
Transcrepuscular de Emilio Bueso (Gigamesh, 2017)
El archivo de atrocidades de Charles Stross (Insólita, 2017)
Los miserables de Victor Hugo (Alianza, 2016)
Las niñas prodigio de Sabina Urraca (Fulgencio Pimentel, 2017)
Kes de Barry Hines (Impedimenta, 2017)
El regalo de los reyes magos / El poli y el himno de O. Henry (Yacaré, 2017)
Mil millones de años hasta el fin del mundo de Boris y Arkady Strugatsky (Sexto Piso, 2017)
La pequeña Roque de Guy de Maupassant (Yacaré, 2017)
Grimscribe: Vida y obras de Thomas Ligotti (Valdemar, 2015)
Colegiala de Osamu Dazai (Impedimenta, 2013)
La ópera flotante de John Barth (Sexto Piso, 2017)
Historia de dos ciudades de Charles Dickens (Alba, 2012)
Usos y abusos de la historia de Margaret MacMillan (Ariel, 2010)
El final del camino de John Barth (Sexto Piso, 2017)
Carter de Ted Lewis (Sajalin, 2017)
El último encuentro de Sandor Marai (Salamandra, 2004)


viernes, 16 de junio de 2017

Balance semestral [anticipado] de lecturas (2017.1)

Lo peor de pasarte a la reseña elogiosa (con esto no quiero dar a entender que eso es lo que le ha ocurrido en este santo blog pero tampoco puedo dejar de reconocer que es exactamente lo que parece) es que uno se queda pronto sin argumentos novedosos, no te digo ya chistes. Cierto: el “todo es una mierda” tampoco daba mucho margen a la innovación pero al menos se contaba con el respaldo de saber que, como decía no recuerdo quién, todo deporte es mucho más divertido si se practica con crueldad. 

Lo que quiero decir con esto es que lamento (es un decir) no pasar por aquí a dejar más perlas de sabiduría, pero las buenas lecturas, esto es, las buenas novelas, me tienen secuestrado y ya sólo quiero leer y leer y que me dejen en paz y ya volveré si vuelvo y si no que reviente todo.

Pero yo quería hacer balance.

Cuando empezó el año o cuando terminaba el anterior preparé, como siempre, una lista con todo aquello que quería leer sí o sí en 2017 pese a saber, sí o sí, que no sería una promesa fácil de cumplir. Era una lista relativamente pequeña, de 35 libros sobre un total anual estimado de 50, pero la intención era dejar espacio para todas las novedades que pudiesen ir saliendo, novedades de las que entonces no tenía constancia y que temía no poder, querer o saber evitar. En la lista figuraban muchos nombres ilustres tipo Thomas Mann, Thomas Wolfe, James, Nabokov, Atwood, Faulker, Tolstoi, Flaubert, Joseph y Philip Roth, Bernhard, Conrad, Dostoievski, Stendhal, Stevenson o Angela Carter.


Pero las cosas casi nunca salen como una las planea. Así como las promesas se hacen para no cumplirlas, las listas están para no hacerles ni puto caso. Es por ello que llegados a junio sólo he leído cuatro de los planeados (Luz de agosto, El ángel que nos mira, El cuento de la criada y días entre estaciones) a los que sumaría dos que serían relectura (los cursos de literatura rusa y europea de Nabokov). Lo peor no es eso, lo peor es que la lista, a día de hoy, ha variado ligeramente y ya incluye despropósitos tipo Los Miserables; Ulises; Contraluz de Pynchon (que me tiene, desde años, obsesionado); la Familia Real o la recién reeditada Europa Central de Vollmann; media colección Frontera de Valdemar amén de Henry James a cascoporro o, celebrando el aniversario de la revolución rusa, las más de dos mil páginas de El don apacible de Sholokhov.

Un feliz despropósito, como habrán visto, que tiene como origen el señor año que me estoy regalando pese al incumplimiento de contrato antes mencionado y gracias al cual he disfrutado lo indecible con casi todas las novelas (las cincuenta) que llevo leídas a día de hoy, entre ellas Meridiano de sangre, El ángel que nos mira, Pastoral americana, Luz de agosto, Suttree, En la frontera, Ada o el ardor, El camino del tabaco, La parcela de Dios, El villorrio, El libro más peligroso, varias de John Connolly o todas las de Raymond Chandler, de quien me acabo de leer, del tirón, las siete que tienen como protagonista a Philip Marlowe, una experiencia que debería prescribir la seguridad social de puro bien que le hace al cuerpo.

Pero yo no sería yo si no hiciese un poco de sangre.

Hablaba, al principio, de novedades. Decía que dejaba un espacio en el calendario, algo así como un treinta por ciento del total, para todo aquello susceptible de interés (la palabra clave es interés) que se fuese publicando. Si se fijan bien, verán, en la relación completa de lecturas de lo que llevamos de año, nada menos que diez libros publicados en 2017, ocho de los cuales son reediciones o novelas escritas en pasados más o menos remotos. Esto, definitivamente, no habla nada bien lo que se está perpetrando ahora mismo, y eso pese al esfuerzo que tantos y tantos críticos o blogeros o directamente autores, han hecho, en la feria de Madrid, para promocionar lo patrio por encima de todo, como si ahora una firma del escritor o una charla de cinco minutos con él fuese un valor que añadir un libro que la mitad de las veces no vale una décima parte del tiempo invertido en él.

Corren (desde hace tiempo, me temo) malos tiempos (todavía no imposibles, eh, no hagamos drama) para la literatura que se escribe actualmente, no ya en este país sino en general, y esto lo digo le pese a quien le pese y con toda la mala leche de la que soy capaz pero también con cierto (no todo, obviamente) conocimiento de causa. Se escriben novelas o relatos como quien escribe la lista de la compra y se eleva a la categoría de magisterio la primera soplapollez que nos viene a la cabeza y transcribimos tipo guiños privados ocultos entre las páginas de nuestra última obra maestra como que el nombre el gato es el acrónimo de mi plato favorito. Y eso, que no puede ser, está siendo y, no contento con eso, va camino de convertirse en marca. Nos gusta todo y nos vale todo pero nos gusta y nos vale por las razones equivocadas: no puede ser que una pupila imitadora, por más que lo sea por osmosis, de Eloy Tizón llegue a a no sé qué edición (que por qué lo llaman reedición cuando quieren decir reimpresión, pregunto) por más que tengan tiradas absolutamente miserables.

Dicho lo cual y aprovechando este delicioso anno fortunatus quiero romper en la cabeza de la industria editorial una lanza en favor de todo aquello que ya demostró ser y clama por un rescate en condiciones. Déjenseme de vainas y vuelvan a traducir, si quieren, y vuelvan a reeditar aquello que vale realmente la pena y vuelvan con ello a reeducar a quienes parecen haber perdido el norte, esa caterva de lectores conformistas que ya sólo merecen la total aniquilación. 





2017 en títulos

El nadador en el mar secreto de William Kotzwinkle (Navona, 2014)

Tardía fama de Arthur Schnitzler (Acantilado, 2016)

Carpe Diem de Saul Bellow (Seix Barral, 1968)

El gran Gatsby de Scott Fitzgerald (Sexto Piso, 1922)

Meridiano de sangre de Cormac McCarthy (Debolsillo, 2005)

El ángel que nos mira de Thomas Wolfe (Valemar, 2009)

Pastoral americana de Philip Roth (Debolsillo, 1998)

La muerte en Venecia de Thomas Mann (Navona, 2016)

Proust de Edmund White (Mondadori, 2001)

Días entre estaciones de Steve Erickson (Pálido Fuego, 2016)

El Maestro de Go de Yasunari Kawabata (Emecé, 2004)

Veinticuatro horas en la vida de una mujer de Stefan Zweig (Acantilado, 2001)

Momentos estelares de la humanidad de Stefan Zweig (Acantilado, 2002)

Los vivos y los muertos de Joy Williams (Alpha Decay, 2014)

La felicidad de los pececillos de Simon Leys (Acantilado, 2016)

Los náufragos del Batavia de Simon Leys (Acantilado, 2012)

El mar, el mar de Iris Murdoch (Debolsillo, 2009)

Luz de agosto de William Faulkner (Debolsillo, 2010)

Suttree de Cormac McCarthy (Mondadori, 2004)

Gaspar Ruiz de Joseph Conrad (Yacaré, 2017)

La oscuridad exterior de Cormac McCarthy (Debolsillo, 2006)

El hielo en el fin del mundo de Mark Richard (Dirty Works, 2016)

En la frontera de Cormac McCarthy (Debolsillo, 2009)

Ada o el ardor de Vladimir Nabokov (Anagrama, 1999)

Golowin de Jacob Wassermann (Navona, 2015)

Estabulario de Sergi Puertas (Impedimenta, 2017)

El mosquito de Nueva York de Daniel Díez Carpintero (Sloper, 2016)

Schalken, el pintor de Joseph Sheridan Le Fanu (Yacaré, 2017)

Meaulnes el Grande, de Alain-Fournier (Alianza, 2012)

No, no soy en absoluto un excéntrico de Glenn Gould (Acantilado, 2017)

El camino del tabaco de Erskine Caldwell (Navona, 2011)

La parcela de Dios de Erskine Caldwell (Navona, 2008)

Las aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain (Bambú, 2010)

El villorrio de William Faulkner (Debolsillo, 2016)

La familia Carter de Frank Young (Impedimenta, 2017)

Padre e hijo de Larry Brown (Dirty Works, 2017)

El libro más peligroso de Kevin Birmingham (Pop Ediciones, 2016)

El cuento de la criada de Margaret Atwood (Salamandra, 2017)

Huracán en Jamaica de Richard Hughes (Alba, 2017)

sylvia de celso castro (Destino, 2017)

Voces que susurran de John Connolly (Tusquets, 2011)

Cuervos de John Connolly (Tusquets, 2012)

No hay bestia tan feroz de Edward Bunker (Sajalin, 2009)

La hermana pequeña de Raymond Chandler (RBA, 2009)

El sueño eterno de Raymond Chandler (RBA, 2009)

Adiós, muñeca de Raymond Chandler (RBA, 2009)

La ventana alta de Raymond Chandler (RBA, 2009)

La dama del lago de Raymond Chandler (RBA, 2009)

El largo adiós de Raymond Chandler (RBA, 2009)

Playback de Raymond Chandler (RBA, 2009)


jueves, 2 de marzo de 2017

Resumen de lecturas FEBRERO 2017


Lo peor de leer… tanto, digamos (al menos en comparación con meses anteriores), es que llegado este momento las primeras lecturas del mes parecen de pronto un algo a las que el tiempo, de puro lejano, prácticamente les otorga categoría de clásico intemporal. El otro inconveniente es que muchos de los argumentos, los detalles, aquello que durante la lectura planeamos comentar en una hipotética reseña (esos subrayados, dobleces en el esquinas, citas subidas a las redes sociales), cae pronto en el olvido, pierde la importancia que parecía tener en su momento y deja incluso de ser susceptible de ser comentado en una reseña. La ventaja es que las buenas novelas, aquellas que realmente han valido la pena o han significado algo, caso de haberlas, es que brillan sobre las demás y no contentas con eso ponen al resto en su sitio. Es el caso de Pastoral Americana, de Philip Roth, novela que no he podido disfruta más y que, durante su lectura, me hacía pensar (idea que prevalece aún hoy) que estaba frente a la tan esperada o buscada o cacareada Gran Novela Americana. Magnífica historia, magnífico escritor, magníficos personajes: una novela redonda, impecable. Si hubiese novelas imprescindibles (no las hay) esta sería sin lugar a duda una de ellas.

No así La muerte en Venecia, de Thomas Mann, que me dejó ligeramente frío un poco porque yo soy así y otro porque no acabé de entrar en la historia, llámenlo falta de empatía, llámenlo falta de interés, llámenlo como quieran pero el caso es que se me escapan las razones que hacen tan buena o popular esta pequeña novela que no pretendo demonizar pero tampoco etiquetar de genial porque sí.

Mismo caso para Proust, la biografía, breve como pocas, que Edmund White le hace al famoso escritor. Demasiado centrada en demasiados momentos en su condición homosexual o amorosa, se echa en falta una mayor profundidad en el análisis de su obra o algo que vaya más allá de lo comentar lo buen observador que era Proust. Por otro lado y siendo justos y por aquello de equilibrar la balanza, es una biografía prácticamente perfecta para aquellos que sólo quieran una toma de contacto con el escritor de cara a afrontar En busca del tiempo perdido, por ejemplo, con un mínimo de información sobre los códigos secretos (también llamados curiosidades) que se ocultan entre sus páginas.

De Días entre estaciones de Steve Erickson ya hemos hablado lo suficiente en su propio post (clic). Idem para Veinticuatro horas en la vida de una mujer de Stefan Zweig, reseña que pueden leer aquí, y para Los vivos y los muertos de Joy Williams que pueden encontrar allá

El resto del mes se fue en una obrilla de Yasunari Kawabata llamada El maestro de Go que habla un poco de aquella manera, sin profundizar en exceso, de ese tena universal que son las diferencias generacionales por un lado y de carácter por otro y de la santa paciencia que tienen los jugadores de Go no te digo ya sus mujeres e hijos. Ligera y entretenida a partes iguales. 

Y por último y casi en tiempo de descuento, La felicidad de los pececillos de Simon Leys, una recopilación de artículos fundamentalmente de corte literario. A quienes nos gusta leer, este tipo de artículos tan cargados de obviedades y anécdotas vilamatinas y citas a cascoporro nos gustan mucho. No seré yo la excepción aunque tal vez “mucho” sea pasarse. Lo sabremos en la reseña, caso de haberla.

Y eso es todo. O casi.

En la categoría de Abandonos no definitivos podemos encontrar la última novela de Gonzalo Torné, que aburre con sólo hojearla, o la de Iván que peca de cierta afectación. Tampoco este mes fue el mes de Música acuática de T.C. Boyle, me temo, ni de El jilguero de Donna Tartt, ni de la irregular colección de ensayos o artículos de Gaddis (que para que diga yo esto, también…) que acaba de publicar Sexto Piso.

Y acabo.

A día de hoy me encuentro leyendo un par de libros. Por un lado El libro más peligroso de Kevin Birmingham, un relato apasionante (apasionante, sí, han leído bien) sobre lo que fue la creación y publicación del Ulises, un libro que merece la inmensitud sólo por el trabajo que dio sacarlo a la calle. No puede gustarme más y eso que no llevo ni una cuarta parte. La segunda lectura, toda vez que no hay dieta saludable que no incluya algo de ficción, es El mar, el mar, de Iris Murdoch, una novela que intenté leer hace mucho tiempo sin demasiado éxito (no era el momento) pero que hoy veo con otros ojos. Con los buenos, para ser exacto.

Bueno, ahora sí: es todo. El mes que viene, más.



jueves, 9 de febrero de 2017

Resumen de lecturas ENERO 2017


La falta de tiempo (problema puntual, espero) no me permite dedicarle al blog ni una tercera parte del tiempo que quisiera. Tampoco el número de páginas leídas es el mismo que el año pasado (nada más y nada menos que otra tercera parte). De ahí mi silencio. Pido disculpas a todos aquellos a quienes tal ausencia cause desvelo, esto es, medio país.

Dicho lo cual, he aquí un pequeño resumen de aquellas novelas leídas en enero, una excusa como cualquier otra para abandonar el incómodo silencio en el que nos hemos instalado.

Enero empezó flojo, muy flojo. Flojísimo. Y todo por culpa de El nadador en el mar secreto de William Kotzwinkle, una novela corta de la que hablamos hace no demasiado por aquí, una novela que se suponía (fuente: comentarios ajenos) deliciosa, maravillosa, intensa… una cosa absolutamente increíble que nadie debía dejar de leer. Y no, claro. O sea, ni por asomo. La novela no vale ni el papel en que está impresa y desde luego no merece ni cinco minutos del tiempo que se le ha dedicado. Puede que exagere, pero también puede que no. Léanla y después déjenla reposar, digamos, un mes. Y ya después vuelven y me dan la razón en todo. De nada.

Enero siguió con Tardía fama de Schnitzler, un nombre que sólo consigo escribir a la tercera, y que también se suponía genial aunque, y esto es impresión mía, en menor medida que el anterior. Bueno, quitando lo jugoso del tema (reseña un poco más abajo) la cosa era bastante normalita tirando a simple, esto es, como de provocar pero sin enfurecer, que ya me dirás tú qué sentido tiene. Mero entretenimiento pero no necesariamente una mala inversión.

La siguiente elección, siguiendo el procedimiento establecido por El Señor del Caos, fue Carpe Diem, de Saul Bellow. Me equivoqué. La de Bellow no es una mala novela, pero teniendo Herzog o El legado de Humboldt pendientes de leer no tenía maldito sentido embarcarse en semejante, ahora lo sé, nimiedad. Novela menor, vaya, ideal, si quieren, para hacer boca, abrir el apetito a obras de calado mayor o para quitarse el gusanillo de leer un Bellow de vez en cuando.

Y para espinitas, El gran Gatsby. La novela peca un poco de lo mismo que peca la de Bellow: es floja, floja. No dudo que habrá tenido su momento, pero no tuvo la suerte de coincidir en el tiempo con el mío. Supongo (no, no supongo; sé) que esperaba mucho más pero también puede ser que la falta total de empatía con los personajes o lo plano de la historia me haya pasado factura. LE haya pasado factura, quiero decir.

Entra en lo posible que estas novela hayan sufrido, injustamente, las consecuencias de haber leído, en diciembre, una detrás de otra, Los hermanos Karamázov de Dostoievsky y Middlemarch de Eliot, novelas del todo insuperables a su manera. Claro, yo no digo nada, pero las comparaciones son siempre odiosas y esto no ha debido ser fácil para las niñas bobas de enero. Pero también puede ser que no; es decir, también puede ser que si no han aguantado la comparación es porque no merecían aguantar la comparación. Digo esto porque inmediatamente después de leer a Scott Fitzgerald (quien, a pesar de lo que insinúo, me hizo disfrutar lo suyo) cayó Meridiano de sangre de Cormac McCarthy, una novela de quitarse el sombrero, la cartuchera y hasta los calzones largos; una novela que mantiene perfectamente el tipo frente a los dos monstruos antes citados. Al igual que Harold Bloom (y hablando de comparaciones desafortunadas) también en mi caso la empecé tres veces. No sé qué pensar de esto, pero así de entrada me resisto a sacar conclusiones en cien palabras, que es para lo que están pensados estos resúmenes. De modo que, con su permiso, lo vamos a dejar aquí en la esperanza de poder dedicarle media horita al bueno de Cormac.

Y enero terminó (y febrero comenzó) con un servidor de ustedes leyendo El ángel que nos mira de Thomas Wolfe. Llama la atención que una novela de la importancia de esta (demonios, tiene hasta película), escrita por un escritor de la talla de Wolfe y editado con todo lujo de detalles por Valdermar (hay una versión digital de la que deben huir pese a que la traducción es la misma) que es como para volver loco de envidia a cualquier editor que se tache de tal… llama la atención, decía, encontrarse con tan poca gente que la haya leído o/y con tan poca gente con intención de hacerlo. No voy a tratar de convencerles de nada, me limitaré a recordarles que se supone que están ustedes aquí porque les gusta la literatura (no todos, los hay que simplemente vienen a llorar) y que si no han leído esto o no han demostrado hasta la fecha la menor intención de hacerlo, entonces tal vez deberían plantearse quedar en otra parte, tipo salón recreativo o similar. El ángel que nos mira es LITERATURA y tiene, además, uno de los mejores arranques que se pueden encontrar en un libro. Las primeras líneas se las regalo yo; el resto lo buscan ustedes.

«Un destino que conduce a un inglés hacia los holandeses es bastante extraño; pero el que lleva de Epsom a Pennsylvania, y de aquí a los montes que se cierran en Altamont sobre el soberbio grito de coral del gallo, y a la dulce sonrisa de piedra de un ángel, tiene algo de ese oscuro milagro del azar que constituye la nueva magia en un mundo polvoriento.
Cada uno de nosotros es el total de sumas que no ha contado: reducidnos de nuevo a la desnudez y a la noche, y veréis cómo empezó en Creta, hace cuatro mil años, el amor que ayer terminó en Texas.
La semilla de nuestra destrucción florece en el desierto, la flor que ha de curarnos crece junto a una roca, y una arpía de Georgia hostiga nuestras vidas, porque un ladrón de Londres se libró de la horca. Cada momento es fruto de cuarenta mil años. Los días se desgranan en minutos y zumban como moscas que vuelan de nuevo hacia la muerte; cada momento es una ventana sobre el tiempo.
He aquí un momento:»

Y ya, a partir de aquí, FEBRERO, esto es, otra historia.



lunes, 27 de junio de 2016

Fe de lecturas JUNIO 2016 y anuncio de ausencia

Ayer.

El tres de agosto hará seis años (¡seis!) de la primera entrada de este blog. Recuerdo, porque lo tengo anotado, que aquel mes de junio de 2010 leí la friolera de 13 libros. Venía yo de una de larga e involuntaria sequía; me estaba desquitando. El junio siguiente fueron catorce. El siguiente, diecisiete. En 2013, diez. En 2014, doce. En 2015, seis (culpen a Giles, el niño cabra). En 2016 han sido tres. Sí, tres. Puede sonar increíble pero lo cierto es que llevo desde que terminé la novela de Marlon James, Breve historia de siete asesinatos (concretamente el 10 de junio) sin saber qué leer. He probado de todo: clásico, moderno, género, comics… pero nada, ni modo. Por pura desesperación rescaté de una pila Estrómboli, una colección de relatos de Jon Bilbao editada por Impedimenta que terminé por puro masoquismo. Pecados sin cuento, de Richard Ford, del que leí nada más que los tres primeros relatos, me sacó de mi error. Ford impresionaba, apasionaba, Ford me aportaba aquello que en otros no encontraba. Ford provocaba algo; Bilbao no.
Los relatos de Bilbao me parecieron tan flojos y aburridos como correctamente escritos y tan inofensivos como un petardo sin pólvora. En un principio asumí la culpa. Sería yo, que estaba de no, pensaba. Y probablemente sí, una parte, al menos. Pero

Pero sin duda era yo, el menos, ya lo he dicho, en parte. Me he pasado el resto del mes buscando. Lo intenté con Franzen (Pureza); con Henry James (Las alas de la paloma); con Eleanor Catton (Las luminarias)… Siempre primeras páginas y siempre la misma desgana. Fuese lo que fuese lo que buscaba, no era nada de aquello. 

Me pasé al género. Español, para más señas. Concretamente La polilla en la casa de humo, de Guillem López, novela de la que hasta entonces sólo había escuchado maravillas. Adivinen: nada. O casi nada. Abandonada por la mitad y retomada un poco por orgullo y otro por aburrimiento, La polilla se demostró, ella también, totalmente inofensiva y en modo alguno original. La reseña llegará pronto, cuestión de días. 


Eso ayer.

Hoy:

Pese a que no me vuelve loco, ni mucho menos, Narcisa, de Jonathan Shaw, editada hace nada por Sexto Piso, parece haberme sacado de este tonto aturdimiento, de esa incapacidad para avanzar en novela alguna. Admito haber puesto de mi parte pero es que este inmovilismo me estaba matando. La historia, de amor y descenso a los infiernos, no es precisamente nueva, ni los personajes especialmente atractivos, pero tiene algo. Las páginas vuelan. De no poder leer, a ventilarme 50 de una sentada. 200 en tres días. Con todo, no las tengo todas conmigo. Ya veremos en qué queda la cosa. 

* * * * *

Este lastimero post viene a cuento de algo, claro. Viene a cuento de justificar mi desaparición, una desaparición que espero y supongo (porque me conozco) temporal. Pero desaparición al fin y al cabo.

Con gran dolor de mi corazón es hora de que este blog y yo pongamos tierra de por medio. Para reconciliarnos, recuperarnos, redecorarnos, reencontrarnos, reinventarnos… qué sé yo, lo que sea.

Y digo con gran dolor de mi corazón porque este mes, pese a no haber llegado todavía a su fin, ya ha hecho historia: récord de visitas. Ahí es nada. Conste que se veía venir. Inexplicablemente la tendencia de los últimos meses estaba siendo esa (los dos inmediatamente anteriores ya figuran entre los cuatro con más visitas), pero con todo le coge a uno un poco por sorpresa esta repentina pasión por La Medicina. Lo cierto es que casi da pena no aprovechar el tirón para…, no sé, para lo que sea que sirve tener un blog.

Gracias, en cualquier caso, por este regalazo y disculpen el silencio que se les vendrán encima una vez haya publicado las cuatro o cinco reseñas que guardo en un cajoncito de la mesilla de noche (a saber: Volt, Estrómboli, La polilla en la casa de humo e, inevitablemente, Narcisa y creo que alguna más). Espero volver con fuerzas renovadas. 

Nos vemos cualquier día de estos. 

Prometido.

Sean malos (si se atreven).



* * * * * * 

«Pero mi pasión ha cedido un tanto
Me he vuelto un poco escéptica
Hacia lo que nos llega del escenario
Antes no lo era
Ahora me pregunto
Si todavía sirve de algo
Si no debiera cancelar mi abono
Todo se repite
Lo hemos visto ya todo
Visto todo y oído todo
Lo que viene de la escena.
[…]
Quién dice
Que quiero ver lo nuevo
Quizá no quiera ya lo nuevo
Porque he tenido bastante»
(En la meta, Thomas Bernhard)


lunes, 30 de mayo de 2016

Resumen de lecturas MAYO 2016

Mayo empezó (lo cierto es que fue cierre de abril, pero no llegué a tiempo de incluirlo en el resumen correspondiente) con Saunders, George Saunders, y esa colección de relatos llamada Diez de diciembre de la que apenas me acuerdo ya, lo que tampoco significa gran cosa toda vez que llevo dos meses no leyendo otra cosa que relatos, que para los recién llegados les diré que son una cosa con la que nunca me he llevado muy bien. Probé a leerlo sin maldito éxito hace tiempo, meses, tal vez años, no sé, cuando sea que se publicó, pero también es cierto que no le di muchas oportunidades; de hecho, probablemente (más que probablemente, diría) no recuerdo haber pasado del primer relato, sorprendentemente, por otro lado, ya que en esta segunda vuelta demostró méritos suficientes para contarse entre mis favoritos, ahí es nada, en parte por la divertida voz narradora y en parte también por ese primer personaje de niña bien, tan dulce y boba, tan burgués y tan imbécil y tan real como la vida misma: «También le encantaba su casa. Al otro lado del arroyo estaba la iglesia rusa. ¡Tan étnica! La cúpula bulbosa se había asomado a su ventana desde los días de su esquijama de Winny de Puh. También amaba Gladsong Drive. Cada casa en Gladsong era una Corona del Mar. ¡Eso era increíble! Si conocías a alguien en Gladsong ya sabías dónde estaban colocadas todas las cosas de su casa». Otro relato que me gustó bastante, es decir, lo suficiente como para dejar el salón cargado de buen rollo, fue Escapar de la cabeza de araña una suerte de locura cienciaficciosa bastante cachonda y medio delirante. El resto: interesantes, curiosos, entretenidos en la medida que prescindibles (cuál no lo es, verdad) pero suficientemente buenos como para repetir experiencia en el futuro o, en todo caso, no lo bastante malos como para rechazar de plano lo que esté por venir. 


Chicos que vuelven de Mariana Enríquez. De este hablamos hace nada. Aquí. No hay mucho que decir y lo que hay que decir es mejor hacerlo donde ya se ha hecho. Si ya no tengo tiempo, ni les cuento si encima me pongo a repetir las cosas.


De Volt, de Alan Heathcock, hay reseña, pero ustedes no han tenido todavía el placer de leerla. Se supone que caerá pronto pero yo ya no me fío de nadie, muchos menos de un becario con síndrome de abstinencia. Un adelanto sería contarles que la cosa va de relatos, ¡otra vez!, aunque centrados en una localidad llena de fracasados, amargados, jóvenes con malas pulgas y, en general, poco o ninguna esperanza de futuro. Un pequeño infierno tipo Knockemstiff, que se lee con el desagrado habitual, sin grandes sorpresas y sin dejar el esperado rastro de bocas abiertas. 


De la Cocaína de Daniel Jiménez también hay reseña pero tampoco han podido leerla. Todavía. Mismo caso que Volt: ¡pronto, pronto o yo qué sé cuándo! Respecto a esta, digamos, cosa… bueno, hablaría de decepción pero estaría mintiendo. Lo cierto es que no esperaba uno gran cosa por no decir absolutamente nada pero un poquito decepción sí que es, porque aunque me guste leer y a ratos me hagan gracia los chistes de escritores que escriben sobre escritores y su condición de tal y el mal ambiente que se respira en el mundillo, etcétera (y no se olviden de la inevitable crítica al mundillo) lo cierto es que hay un punto que roza la saturación (y ocasionalmente el ridículo) sobre todo si no se tiene absolutamente nada que contar e igualmente se cuenta. A la novela le dieron un premio a la primera novela o a la falta de madurez o algo así, con eso lo digo todo.


Y llegamos El estado natural de las cosas de Alejandro Morellón. Seré brutalmente sincero: no me acuerdo de nada. Bueno, casi nada. Mi memoria, que es muy lista, cuando quiere se vuelve selectiva. Yo sé que puede que haya elegido un mal momento para leerlo (casi todos los libros, estarán de acuerdo conmigo, tienen su momento y alguno, como parece ser el caso, tienen un problema con eso) pero de todos modos no es normal que lo único que recuerde sea el relato de un señor con problemas gravitatorios y otro de un testículo que no deja de crecer. No hay reseña, lo siento, no la escribí en su momento por falta de interés y puesto que el tiempo no ha mejorado la situación y ni ha movido un ápice mi postura, dudo que lo haga en el futuro. Esto de Morellón es un pequeño libro que ejemplifica perfectamente lo que está siendo la literatura patria actual: un no parar de leer y olvidar: libros que se escriben para dar salida a una vocación; libros que vienen a demostrar que somos absolutamente mediocres y que lo nuestro ya va camino de lo directamente insalvable. No sé, tengo la impresión de que este libro daría mucho juego porque demuestra muchas cosas, lástima que hoy no me interese ninguna.


Su pasatiempo favorito de William Gaddis

No hay reseña, lo siento. De momento, al menos. 

Miren, yo sé que con Gaddis he estado muy pesado y que a ratos lo sigo estando, pero tienen que entender una cosa, bueno, en realidad tienen que saber una cosa y de ese modo me entenderán a mí: Gaddis es Dios. Esto es así, no lo decido yo ni nadie que conozca personalmente. Y es Dios por muchas y variadas razones, tantas, que darían para un blog exclusivo dedicado al autor analizarlas todas. En cualquier caso y por resumir de alguna manera, hay dos que me gustan especialmente y que no dejo de compartir con todo aquel que me pregunta la hora. La primera tiene mucho que ver con la extensión de sus libros, algo que por lo general espanta a los escritores y seduce a los seguidores de Ken Follet. Resulta sorprendente que un libro con dos tres, cuatro o cinco personajes prácticamente encerrados en una casa mantenga con esa facilidad un nivel de tensión tal que haga posible que setecientas o mil doscientas páginas pasen en un suspiro. Pocos autores hay más adictivos que Gaddis y muchos menos más divertidos. Yo es que ya sólo me río con Gaddis, la verdad.

La otra razón para rendir esta pleitesía exagerada es que el estilo de Gaddis es inimitable. Pueden ustedes escribir como Reverte, Houellebeq o Franzen de tal forma que nadie les acuse jamás de nada en twitter pero ya se pueden ir olvidando de imitar a Gaddis sin ser fulminantemente acusados de plagio y caer en el mayor de los ridículos. 

Gaddis es divertido, inteligente, adictivo y (no práctica sino) literalmente inimitable. Gaddis no roza la perfección, se sumerge en ella y Su pasatiempo favorito es la enésima demostración palpable. Pueden no leerlo, pero se estarán equivocando.



* * * * * 

Y esto hasta el día 13 de mayo. Después de eso, un par de tonteos que no vale la pena mencionar me llevaron a lo donde estoy ahora, que es, mientras escribo estas palabras y como bien sabrán, la página 1.150 del volumen de los Cuentos completos de Conrad. La idea original era escribir una reseña de cada uno de los siete bloques en que se estructura, pero como siempre, leo más rápido de lo que escribo (prefiero mil veces leer a escribir, y me temo que cada vez es mayor la diferencia) de modo que vamos a tener que dejarlo en tres, dos de los cuales pueden ustedes leerlos si visitan los posts inmediatamente anteriores.


* * * * * 

¿Y el mes que viene?

Todo hace pensar en más Conrad (Lord Jim); Música acuática de T.C. Boyle; Breve historia de siete asesinatos de Marlon James y Las alas de la paloma, Herny James. Esto como prácticamente seguro. También En vísperas de Turguenev y tal vez, sólo tal vez, Virginie Despentes (Vernon Subutex I) pero esto no lo tengo nada claro y de hecho cada día que pasa me apetece menos.


Hablamos. Supongo.


jueves, 28 de abril de 2016

Resumen de lecturas ABRIL 2016

Muy brevemente. Esta vez, sí, de verdad; lo juro. Y, ya puestos, lo hacemos un poco diferente. Para empezar, foto de grupo:



Mes de muchas lecturas y pocas reseñas. Hay meses así. Sirva este resumen para poner un poco de orden.

ABRIL fue, en gran medida, un mes que sucumbió al verano ruso, algo que se veía inevitable tras leer Guerra y Paz. Fueron cinco las novelas (todas editadas por Alba), cuatro si aceptamos que una de ellas es más bien relato (lo es) y todas de Turguenev: Rudin, fue la primera que escribió y es interesante no tanto por la historia como por el personaje que incorpora a la literatura y que será una constante (evolucionada) en obras posteriores. Le siguió Nido de nobles, notablemente mejor que Rudin pero todavía lejos de Padres e hijos, una obra maestra indiscutible de la literatura que recién ha reeditado Alba para regocijo de muchos, ya que la traducción que había hasta ahora era bastante mala y no se dejaba leer con felicidad (por no decir que directamente no se dejaba leer o al menos yo no pude tras un par de intentos). No se la pierdan, por favor. De esta quisiera hacer reseña, espero encontrar un momento. Después llego Diario de un hombre superfluo, novelita menos de escaso interés que leí más por completismo que otra cosa. Humo es también una obra ligeramente menor a Padres e hijos (estaría al nivel de Nido de nobles), pero muy interesante también. Pero tiene de bueno a una mala bellísima, un personaje maravilloso de puro egoísta que se come literalmente la novela. Lo que menos me ha gustado de Humo es que se fuerza demasiado la inclusión de las ideas que Turgeniev quiere hacer evidentes por alguna razón (su occidentalismo, fundamentalmente) y que provocaron su enemistad con Dostoievski (rusófilo de pro).

Con todo, el nivel, en general, es bastante alto. Recomiendo encarecidamente leer a Turguenev; cualquiera de sus novelas pero, si han de quedarse con una, que sea Padres e hijos

A todo esto, en mayo Alba edita, también de T., una nueva traducción de En vísperas. Compra segura. Lectura inminente, diría inevitable.

Las últimas cuatro novelas de un mes que, como ya dije, acabó en manos del relato, fueron Un vaso de cólera de Raduan Nassar (Sexto Piso), intensa novela sobre una acalorada discusión, un libro (muy breve) que quiero releer antes de comentar (todo porque sospecho que me he dejado cosillas en el camino); El paseo de Attila Bartis (Acantilado), una novela de corte dickensiano que tiene una primera mitad magnífica pero que acaba cayendo en la repetición y con ello en el desinterés de quien esto escribre; Satin Island de Tom McCarthy (Pálido Fuego) es una muy buena novela difícilmente catalogable pero en cualquier caso muy recomendable de la que supongo hablaremos en breve. Por último, La fórmula Miralbes de Braulio Ortiz Poole es la apuesta de Caballo de Troya para el mes de junio (creo que me he adelantado un poco). Novelita menor, corta y alargada en exceso que no aprovecha en modo alguno las posibilidades que ofrece su argumento o que promete la contraportada, algo que no le echaremos en cara toda vez que sabemos que las contras mienten por sistema. Hablaremos de ella en breve.

Y ahora vamos con los relatos.

De Guardar la formas de Alberto Olmos ya hemos hablado tanto y hemos dicho (unos más que otros) tantas tonterías que hemos acabado resecando a la pobre burra. Su libro sirvió, eso sí, para encarrilar el mes (en cierto modo) y devolver o, más bien, despertar de nuevo nuestro vago interés por el relato, un género que nunca tuvo mucho protagonismo en este blog porque aquí somos muy caprichosos. 

De Siete casas vacías de Samanta Schweblin hablaremos la semana que viene. No ha estado mal, pero desde luego ha estado lejos de todo lo bien que se vende por ahí, que parece que le hayan dado el Nobel cuando sólo ha sido el IV certamen Ribera del Duero, premio, si no me equivoco (hablo de memoria), en el que Guardar las formas quedó finalista. Juro que la decisión de leer ambos libros el mismo mes fue puro azar (mezclado con unas gotas de mala leche).

Y Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez. Precisamente ahora estoy con la reseña. No quiero adelantar acontecimientos pero tampoco quiero callar lo que muero por decir: me ha encantado. Sí, señores, yo, que no soy mucho de relatos y muy poco de género de terror, he sido seducido por esta mujer tras la lectura de un único libro que tiene mucho de ambas cosas. Pero ya hablaremos. De momento, tomen nota del nombre.

Hubo otros. Relatos, digo, pero al no haber leído el libro completo, prefiero guardar silencio. Hubo un poquito de mucho: Stevenson (Historia de una mentira); Henry James (un par de relatos incluidos en 13 cuentos de fantasmas); Joseph Conrad (Amy Foster) y Heinrich von Kleist (Michael Kohlhaas) y algún otro que me dejo seguro.


* * * * * * 

PRÓXIMAMENTE...

Da mala suerte hacer planes (después no cumplo ninguno) pero me gustan las listas. Aquí va una:

Actualmente leo, con una calma que no sólo yo sé exasperante (aproximadamente 100 páginas en una semana), al maestro Gaddis y Su pasatiempo favorito, lo último que me queda por leer del escritor y por lo tanto un libro que conviene demorar en la medida de lo posible. También ocupo mi tiempo con Diez de diciembre, de George Saunders, un libro que compruebo ahora con algo de vergüenza que descarté con demasiada ligereza en su momento.

Ya he dicho también que caerá En vísperas de Turguenev, que edita Alba con una nueva traducción (pasa lo mismo con Los demonios de Dostoievski, pero esta tardaré un poco más en leerla) y tengo grandes planes de fin de semana para El cuaderno perdido de Evan Dara (Pálido fuego) y El fantasma en el libro de Javier Calvo.

Al azar (o no) puede ir (o no) lo siguiente: La magia de los días de Antonio Baez; La máquina natural, de Ignacio Fernández; El estado natural de las cosas, de Alejandro Morellón; La polilla en la casa de humo, de Guillem López; Volt, de Alan Heathcock; Lancha rápida, de Renata Adler; Los bosques imantados, de Juan Vico y, finalmente, Informe sobre la víctima, de Marina Sanmartín, otra de esas pequeñas maravillas a las que no acabaremos nunca de acostumbrarnos.

Y cierro este post primero disculpándome por, una vez más, no haber sabido ser todo lo breve que quería y, segundo, confesando que todo esto que acabo de planear puede quedar en nada si finalmente me entrego, como es mi intención, a Marlon James y la que dicen que es la novela del año: Breve historia de siete asesinatos (Malpaso) y a los relatos de Joseph Conrad que en nada estrenará Valdermar. De estos, como de Gaddis, no tengo duda: de mayo no pasa. Ja.

martes, 5 de abril de 2016

Resumen de lecturas MARZO 2016

Trato de no perder la costumbre de escribir estos resúmenes mensuales. Por dos razones: una, porque me obligan a sentarme un rato y reflexionar en voz alta y dos, porque me permiten hablar de libros que he leído pero que, por la razón que sea —generalmente falta de tiempo—, no tendrán espacio propio en el blog. Por otro lado, y ya que hablamos de tiempo, todo el que le dedique a este resumen no se lo podré dedicar a una reseña. Es por ello que este mes seré anormalmente breve pese a que, ya lo verán, no debería. Culpen a la madre naturaleza, si quieren, yo poco más puedo hacer.

El mes fue así de increíble:



Cicatriz de Sara Mesa
No voy a añadir nada a lo dicho en la reseña (ver post anterior). Simplemente que me ha sorprendido el…, cómo decirlo, entusiasmo que ha despertado. Para encontrar una entrada con más visitas que ésta tendríamos que viajar hasta enero de 2015, concretamente al resumen de lecturas del año anterior, y antes de eso, muy poquito antes, a la de Los últimos de Juan Carlos Márquez, una de las estrellas de este blog.

Sara Mesa no sé pero yo, pese a mi escasa participación en los comentarios, estoy encantado. Gracias.



La pertenencia de Gema Nieto

La de esta novela será la siguiente reseña, de modo que tampoco voy a perder ahora mucho el tiempo no vayan ustedes a saltársela después. La pertenencia es la primera aportación de Alberto Olmos como editor invitado en Caballo de Troya. Realmente ese es casi todo su valor. Para los que no estén al corriente: alguien no sabía qué hacer con el subproducto conocido Caballo de Troya, de modo que tuvo la feliz idea de cederlo a otras personas tipo Elvira Navarro y Alberto Olmos. Este es el año del segundo tras la anodina aportación de Elvira. Lo que más me gusta de esta gente es que publica en edición digital y lo hace a precios decentes, motivo por el cual estoy por no perderme ninguno, para que luego digan. Bueno, lo dicho: hablamos en un par de días.



Novela de ajedrez, de Stefan Zweig

Zweig me parece tan asquerosamente correcto que acabo por no leerlo nunca. O casi nunca. Novela de ajedrez era una vieja cuenta pendiente, como tantas otras. Poco que decir: corrección, corrección, corrección. Interesante, entretenida, efectiva pero también previsible, desde luego poco o nada sorprendente. A mí estas cosas no me dan para un post ni queriendo. Zweig me gusta casi tanto como me aburre hablar de él. O más.



La montaña, de Juan González Mesa

No sé bien cómo acabé leyendo esto, la verdad, probablemente Facebook tuvo mucho que ver. Es una novela de corte fantástico. Déjenme hacer memoria... Ah, sí. Un señor descubre, un buen día, ni se imaginan cómo (primera gran cagada de la novela), que si sigue viviendo a nivel del mar, se va a morir. Se traslada, pues, unos metros más arriba, como dos mil o así. El caso es que es cuestión de tiempo que el mismo mal lo alcancé allá donde vaya, de modo que acaba yendo lo más alto que puede, que es como altísimo. Claro, cuanto más arriba, menos para elegir por lo que es todo uno llegar a una cumbre y descubrir que lo suyo no es tan especial, que en realidad son legión. El cielo está lleno de zumbados, unos de atar o directamente atados y otros en caída libre. Si quieren entender el chiste se leen ustedes la novela, que tampoco lleva tanto tiempo. A mí me ha parecido muy floja, pese a un contar con par de ideas medio interesantes en las que el autor decide no profundizar sabrá él la razón. 



Seré un anciano hermoso en un gran país, de Manuel Astur

Aquí guardaré un interesado silencio. La reseña de esta… esta… obra, digamos, que dicen que inaugura un nuevo género literario tiene desde hace semanas su correspondiente y merecida reseña pero no será hasta poco más o menos la semana que viene que verá la luz. Lo siento, uno tiene sus ritmos. Aquí un fragmento, de todos modos, para que no me odien: «Seré un anciano… etc, está escrito por Manuel Astur, un escritor ya-no-tan-joven nacido en los 80 que ha sido todo uno verse la primera cana y lanzarse a escribir sus memorias en plan Nostalgia de Mí. El resultado es una obra de unas doscientas páginas en las que el autor habla de sí mismo y sus circunstancias desde el origen de sus tiempos y cómo ha cambiado todo y qué bien se vivía siendo el niño de Aquellos maravillosos años y qué grande Asturies, madre».



Guerra y paz, de Tolstoi

Lectura inesperada del mes. Bueno, inesperada… es verdad que tenía intención de leerlo este año pero también lo es que tuve intención de leerlo el año pasado y el anterior y el anterior (y así hasta 1923) pero lo he ido demorando por lo de siempre, ya saben, quién quiere meterse 1700 o 1900 páginas, según la edición, entre pecho y espalda, quién quiere volverse loco con esos doscientos personajes que se prometen en el dramatis. Nadie, claro. Pero al final, lo esperado: ni A, ni B, ni C sino todo lo contrario. Fue todo empezar y ya no querer dejarlo, ya no saber hacerlo, y que me faltaban personajes y que me faltaron páginas, que uno podría pasarse el resto de su vida leyendo nada más que Anna Karenina y nada más que Guerra y Paz y nada más que a Tolstoi. No tengo ninguna duda: volveré a leerlo. Desde hoy Novela Favorita nº x+1 y altarcito en el mueble-bar.



Madre e hija, de Jenn Díaz

En este blog tenemos la mala costumbre de no hablar, por razones que no vienen al caso, de las novelas de Jenn Díaz. Pero eso se tiene que acabar. No se puede ser joven, escritora y española y no tener un espacio propio en este blog. Di NO a los agravios comparativos, Tongoy. Mientras me lo pienso, leo y después ya veremos.





Y en abril… 

Guerra y Paz, lo insinuaba más arriba, es tan buena que resulta imposible dejar su universo así como así, de modo que sin quererlo ni beberlo me encuentro ahora mismo sumergido en el siglo XIX ruso de la mano de Dostoievski y Turguenev. De Dostoievski ha retomado su biografía (obra de Joseph Frank) y el plan es acompasarla con sus lecturas aunque Memorias de la casa muerta y Humillados y ofendidos las tengo demasiado recientes como para repetir. Respecto a Turguenev, debería ser capaz de leer cuatro o cinco de sus novelas: Rudin, Nido de nobles, Padres e hijos, Humo y Diario de un hombre superfluo. No prometo nada, pero haré lo posible por intercalar alguna novedad (aquí algunos candidatos: Gaddis, Leonardo Cano, Raduan Nassa, Javier Calvo, Jon Bilbao, Guillem López, Juan Vico, Tom Mccarthy, Renata Adler…).







lunes, 29 de febrero de 2016

Resumen de lecturas FEBRERO 2016

(Brevemente, a contrarreloj y vuelapluma. Mis disculpas.)

2016 iba a ser un gran año. Elegiría cuidadosamente cada lectura, incluiría clásicos y obras maestras para aburrir. Sería un no parar de maravillas. Pero uno es como es y conviene no olvidarlo. Dos meses y ya he vuelto a las andadas, siendo, las andadas, la literatura española. El resultado no por esperado menos decepcionante: no, no y no. Debería jurarme no volverá pecar nunca, nunca, nunca. Y tal vez lo haga. Siempre es divertido volver a caer.

Aquí mis lecturas del mes:

‘Diarios (1999-2003)’ de Iñaki Uriarte

La excepción que confirma la regla. Uno de los mejores libros del año y probablemente y desde ahora uno de mis escritores patrios favoritos. Uriarte hace posible lo prácticamente imposible: que su libro sea siempre la opción primera como refugio entre lecturas, al menos hasta que uno descubre que ya no puede dejar de leer y decide darle prioridad absoluta y terminarlo en dos días, lo que, bien mirado, no es tan buena idea. Muy recomendable. 



‘Trastorno’ de Thomas Bernhard

La idea no escrita es leer algo de Thomas Bernhard cada mes. Y cada mes ponerle un altar y postrarme en él y compararlo con todos los necios del mundo que se creen escritores y no dejar de reír. En enero fue la primera parte de su autobiografía. En febrero, un poco de locura. Un hijo acompaña a su padre, un médico rural, en las visitas de un día cualquiera. Además de los lugareños, visita también al príncipe de la comarca, un hombre, cómo decirlo, singular. Como siempre que se habla de los libros de Bernhard, imprescindible. Y seguimos para bingo: en marzo más Bernhard, pero todavía no he decidido qué (aunque debería ir pensando en dejarme de excusas y afrontar de una puta vez Corrección o Extinción).



‘Las relaciones peligrosas’ de Choderlos de Laclos

Ya existe reseña. Las relaciones, antes conocida como las amistades peligrosas, fue una de mis grandes novelas de juventud, novela que recuperé aprovechando la magnífica edición de Sexto Piso ilustrada por Alejandra Acosta que acaba de salir no hace ni un mes. Libro de amores y odios y venganzas y auténticos cabrones y bestias pardas y mujeres devotas y jovencitas corruptibles que harán las delicias de sátiros y mala gente. La recordaba mejor, menos repetitiva, pero sigue siendo un manual de maldades fenomenal.



‘Bajo el signo de Marte’ de Fritz Zorn

Novela sobre la enfermedad, el rencor y los signos zodiacales, me dicen en los comentarios del blog, al tiempo que me recuerdan lo superficial de mi lectura. Es probable, no lo dudo. Con todo, no veo que establecer una relación entre esto y lo otro y lo del más allá vaya a mejorar mi percepción de la obra (no así la objetiva, parece) que, pese a lo jocoso del post (el inmediatamente anterior), disfruté mucho y recomendaré mucho y otro par de muchos.



‘Instrumental’ de James Rhodes

Estén atentos, será la siguiente reseña. Mañana o pasado en sus pantallas. No quiero adelantar acontecimientos, de modo que les comento el argumento y de mis impresiones ya hablaremos: Instrumental es la autobiografía de Rhores. Rhores fue violado durante cinco años desde que tenía seis por su profesor de gimnasia. Ni se imaginan el infierno. No, en serio; ni se lo imaginan. A pesar de esto que fue su vida hasta hace, literalmente, nada, Instrumental es un libro que sale tan en defensa de la música clásica que, de no ser por lo otro, debería ser manual imprescindible en todos los colegios. Lo dicho, hablamos en un par de días.



‘La tierra que pisamos’ de Jesús Carrasco

Recordarán Intemperie, la gran novela rural española de la última década. Si es así, recordarán a Jesus Carrasco, su autor. Bueno, pues ha vuelto. Pero cómo será la cosa que aquí no se ha enterado ni cristo. De una novela de la que se hablaba hasta en la cervecería a la hora del partido a una sobre la que ha caído un silencio de muerte. ¿Casualidad? ¿Venganza? Cualquiera sabe. Lo mismo es justicia divina o, tratándose de Carrasco, poética.



‘El diario de Adan y Eva’ de Mark Twain

Diría novelita, pero ni eso. Obrita leída casi del tirón un día tonto entre lecturas sin muchas ganas de complicarme la vida con nabokovs, faulkners o bernhards. La cosa es Adán, el primer hombre, hablando de ese hembra puñetera que han puesto a su cargo y Eva rajando del bruto ese que le han impuesto como compañero. Divertido, ligero… mero entretenimiento. La edición medio simpática, con dibujitos y tal.



‘Farándula’ de Marta Sanz

Lo dije el otro día y lo repito hoy: Marta Sanz, grande de España, va camino de ser la Joaquín Sabina de la literatura. Y todo por esa manía que le ha dado con esta novela de encadenar enumeraciones. Nunca tal exceso se ha visto. Pero si sólo fuera por eso… Nunca he sido devoto de esta virgen pero al menos un día me hizo sonreír con aquella novela, cómo se llamaba… Black, black, black! Bueno, ya hablaremos. Debería empezar la reseña hoy mismo y sacarla pronto, como la semana que viene o así. Hablamos.



‘Los insignes’ de David Pérez Vega

Novela de humor sobre la poesía. Lo leo porque “conozco” a David Pérez Vega, porque me cae simpática la editorial que lo edita y porque se supone que critica la poesía, que es una cosa que siempre me ha puesto muy cachondo. La reseña ya está escrita (últimamente estoy que me salgo) pero no la publicaré todavía. O sí, yo qué sé. Según me dé. No dejen de leer este blog y lo sabrán.


* * * * * *


Y ya. Como viene siendo habitual, he roto todas las promesas que me hice antes de empezar el mes. Me tengo por un ser despreciable. No he terminado La muerte de mi hermano Abel; no he leído ninguno de los doce tochos que me comprometí a leer (uno por mes: que si Pureza, que si Las luminarias, que si Los Miserables, que si El idiota, que si Guerra y paz, que si Los Buddenbrook…); he abandonado miserablemente La cartuja de Parma para leer no sé qué (Las relaciones peligrosas, probablemente); no he empezado ninguna de las dos novelas que hace nada “moría” por leer (Música acuática de Boyle y Las alas de la paloma de Henry James) y un largo etcétera.

Lo que sí he hecho es otro planning. Me van ustedes a suponer a muerte con la literatura española, al menos durante un par de semanas. Esto es lo que tengo anotado. Unos caerán y otros no, pero esto es lo que tengo anotado: Cicatriz de Sara Mesa (lectura actual y terminando –de mañana no pasa−); El instante de peligro de Miguel Angel Hernández; Seré un anciano hermoso en un gran país de Manuel Astur; De los otros de Mariano Peyrou (siempre y cuando los bibliotecarios tengan a bien aceptarme la desiderata); el que me han dicho que es uno de los mejores escritores del momento, Jorge de Cascante y su Detrás de ti en el museo del traje; Challenger de Guillem López (segundo intento); tomo dos de los Diarios de Iñaki Uriarte... y (que Dios me perdone) Fiebre, de Matías Candeira. ¿Alguien ha dicho Cocaína, de Daniel Jiménez? Bueno, vale, pues también.




Y ya. 

Bueno, se acabó la peseta. Les dejo. Besos.