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miércoles, 2 de febrero de 2011

Correspondencias: HUGO ABBATI (Quinta Parte)




PREELIMINARES Y ELOGIOS 

El libro de Abbati es una maravilla. En serio”. Cuando hace algunos meses, tantos como dos o tres (quizá cuatro pero ni uno más) José Luís Amores, conocido en círculos blogeros como Bolmangani, me dijo esto (aquello, lo de arriba) al final de un correo que hablaba, entre otras cosas, de nosotros mismos, yo no le creí. Y no le creí entonces por lo mismo de siempre: porque nunca le creo, a José Luis, a pesar de que digo que sí, que lo hago; ni él me cree a mí, a pesar de que me dice que sí, que lo hace. Luego estuvo la otra parte, la que me condicionó después de la segunda a pesar de haberla planteado antes, de primera; unos cinco días antes. Me refiero al fragmento de otro correo también lleno de intimidades más o menos confesable y menos que más comedidas que dejaba (el fragmento en cuestión) como huella indeleble de tinta digital el siguiente texto, como se verá, de corte eminentemente literario: “Un amigo de Ferré, que es editor, me ha enviado hoy otro libro, se llama Correspondencias; es de un médico argentino que se llama Hugo Abbati, y acaba de ser publicado.” En este punto mi cuerpo, burlándose de mi voluntad por lo general férrea y dominante, seguía acusando la falta de sueño de la horita de descanso que le había robado la noche anterior por motivos, también estos, estrictamente literarios. Pero José Luis, acostumbrado a no callar, siguió divagando y convirtió sin pretenderlo el consejo en reto: “Tiene una pinta magnífica por la mezcla de medicina, ciencia, locura, epistolares y alta literatura. Cuando le haga entrada, si me ha gustado, te lo envío (físicamente) para que lo leas, si quieres”. No sé si me gustó más la mezcla de ingredientes tan poco habitual o la oferta gratuita de un libro que pronosticaba no iba a resultar fácil de encontrar. Tres días después José Luís publicaba una entrada de corte elogioso (y vamos a creer que sincero), reiteraba su oferta de envío gratuito (incluidos costes de desplazamiento) y yo sucumbía, como hago siempre, a los más bajos instintos de lector. En cualquier caso, el libro, que incluía la promesa de devolución inminente para poder continuar su labor divulgativa, cultural y gratuita, sigue en mi casa con un yo que vive ajeno a los improperios que le salen al buen JL por la boca gracias al factor distancia, siempre tan de agradecer en disputas de este tipo. 



UNA EXPLICACIÓN QUE NADIE ME HA PEDIDO 

A continuación: los motivos por los que me declaro en parte inocente de este pequeño desastre que venimos arrastrando unos y aguantando otros desde hace una semana: 

Las tres entradas anteriores (cuatro, si incluimos la de la Oblomovka Herida en la que no tengo arte ni parte pero que sí, surge de aquí, por culpa de todo esto y de la que repito, es el pusilánime Oblómov único culpable) tenían y tienen un único objetivo: replicar, un poco torpemente, la idea que me sugería la novela de Hugo Abbati; una novela que trata de lo que ya supondrán y no quiero dejar de exponer: del reencuentro de dos amigos, de la puesta en común de sus vidas, de las diferentes formas que tienen unos y otros de interpretar la singularidad de los hechos, de terceras personas, de extensas correspondencias que ya no se estilan y de un camino, inevitable, hacia el desencuentro y, por qué no decirlo ya que lo he dicho casi todo, también hacia la locura. 

Para la construcción de este artefacto, este chisme, volví, como antaño, a echar mano de Oblómov Varese, cual apero de labranza, (aprovecho para comentar que desea mantener en el anonimato su identidad; sospecho que por joder: para fastidiarme y que la gente siga creyendo que él soy yo, como si no tuviera bastante conmigo mismo para tener que ser también una suerte de monje castrado y depresivo, deprimido y deprimente) aprovechando su intención de resucitar y de León Tolstoi, (incluso a mí tanto paréntesis me molesta pero no veo otra manera de expresarme con claridad) un avatar tras el que se oculta Basilio Algarabía (así como suena), un asturiano indomable de ciento ochenta y ocho centímetros de humor corrosivo que se prestó a la broma después de haberme dado la idea que sirvió de motor: “¿Tú has leído los prólogos de Fresán o los de Paul Auster? ¿Has visto su extensión? ¿Por qué los blogs no han de ser iguales? ¿Porqué no dedicarle a los libros el espacio que merecen?”, me decía. Yo le contesté como buenamente pude: “¿Tus has leído las entradas de Bolmangani, Ferré o Jordi Corominas?”. No diré qué contestó para que no se moleste ninguno de los mentados. Luego traté de arreglarlo (con él): “Los blogs se dirigen a un tipo diferente de lector. […] Se trata (en el blog literario) de invitar a la lectura, algo que, en teoría, no se le exige al prólogo.” El debate continuó (Basilio no estaba de acuerdo en que el tipo de lector no era el mismo y aunque tenía razón, hasta este mismo momento, durante esta frase, no se la he querido dar) pero la idea quedó ahí, germinando y un día, no sé cómo, quizá en la ducha como la mitad de las veces, me acordé de Abbati, pensé en el valor de las epistolares y entre los tres construimos este pequeño circo ambulante. Lo plagamos de hipótesis a cual más plausible y festejable y al final quedo ésta: así de listos somos, no dando para más ni plagiando. Atendimos, (acordamos) a dos normas fundamentales como limitadores del frenesí imaginativo: (a cambio de garantizarles una perestroika indefinida) cada uno diría lo que quisiera decir y llevaría la historia hacia donde le fuese más conveniente, algo que supongo le ocurre a todo el que escribe, Abbati incluido. La diferencia entre unos y otros es que unos (nosotros) se les nota más y a otros (Abbati) se les nota menos. 



BREVES CONCLUSIONES 

Como era de mi agrado (y lo sigue siendo, ahora más que nunca) que el artículo pareciese breve lo voy a ir terminando. Debo además tener en cuenta que el paciente lector no se conforma con las apariencias y los desea efectivamente cortos puesto que sólo así los ve breves. Artículos que duren poco, ¡qué original! Recuerde venir con más ganas la próxima vez. 


Y UN CONSEJO 

Léanse el libro de Abbati. Gocen.