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lunes, 25 de febrero de 2013

“El niño que robó el caballo de Atila” de Iván Repila

Dos hermanos, uno Grande y otro Pequeño, están en el fondo de un pozo. No sabemos cómo han llegado allí pero es de imaginar que voluntariamente no. Pasan los días: mismos niños, mismo pozo. Se alimentan cual simeones estilitas mientras buscan una salida y tratan de no volverse locos. Pero el Grande tiene un plan. 

Antes de “El niño que robó…” Repila escribió una novela de humor que bebía de fuentes lejanas. Pero de esto ya hablé en su momento (ver reseña). Repila vuelve (Repila returns) pero en esta ocasión lo hace cargado de lágrimas de dolor en lugar de risas, por aquello de probar otros registros antes de que le de tiempo de acomodarse en alguno. Me pido dirigir la versión teatral. 

* * * * * * * * 

Cómo preparar una mousse de llanto desconsolado: 

Coja dos niños verdes, uno más que otro. Es importante que ninguno esté maduro o no ligará la mezcla. Métalos en un pozo seco y riéguelo con unas gotas de lluvia. Cuézalos a fuego muy lento. Lentísimo. Cuando los niños se quejen écheles gusanos y raíces. Remueva con una cuchara de palo y añada una mochila con alimentos que no puedan ni oler. Cuando la cosa esté desquiciada añada agua abundantemente. No deje de remover. Insista hasta que se vuelvan locos o se mueran de hambre. Si se dejan.  

Decía que estábamos en lo de siempre. Sin restarle méritos a Repila la novela peca, en el mejor de sentido de la palabra, de ponérselo fácil a la piel de gallina del lector. Los niños son un arma infalible. Meta dos adultos en un pozo y se matarán a polvos pero dos niños… dos niños se matarán de amor, y después de odio y después otra vez de amor y será como ver a tu hijos en las pobrecitas criaturitas. La pena de dar pena. Es un poco el apocalipsis de Cristina Fallarás en “Últimos días en el puesto del este” donde una madre lucha por sus hijos en el entorno salvaje del fin de mundo o “La carretera” de McCarthy y la angustia de saber que no hay esperanza detrás de la esperanza.

Lo del pozo de estos dos no es exactamente lo mismo pero se sobreentiende el esfuerzo de llevar al extremo una situación

Lo mejor de esta novela es la demostración palpable de que hay mucho listo en el panorama. Mucha cara bonita en las portadas de los superventas y un puñado de miserables tratando de hacerse notar desde los restos calcinados de pequeñas editoriales. Volviendo a la novela, Repila no se limita a narrar la incertidumbre y los conflictos internos y externos de los hermanos sino que esos conflictos, llegado el final de la novela, y sin hacer trampa, cobran un sentido distinto al que venían teniendo hasta ese momento (algo que parecía tener que ver con la locura o el desinterés o la falta de afectos). Hay una razón para todo lo que ocurre y como odiante profesional de lo gratuito no puedo por más que agradecérselo. La suya no parece tanto una literatura de ideas sino de homenajes. Homenaje, en su primera novela, al comic americano más gamberro y homenaje, en esta segunda, a los cuentos infantiles alemanes, por ejemplo, pero más próximo a los orígenes salvajes de éstos que a las melosas adaptaciones oficiales actuales.

Personalmente soy muy amigo de este tipo de historias tan de hacer sufrir a los demás (niños incluidos) y de ambientes claustrofóbicos y confieso sentir una querencia natural hacia ellos a pesar de que con algunos, tal como ocurre en este caso, tengamos que tragar pequeñas ruedas de molino y renunciar al realismo descarnado en favor de esa imagen de cuento infantil para adultos de la que hablaba en el párrafo anterior. Pero, así como no puedo salvar una novela por un buen final, tampoco puedo condenarla por todo lo contrario. Lo que estoy insinuando es que no me ha gustado especialmente el cierre de la novela, y no me ha gustado no porque yo sea un tiquismiquis para los finales, que también, sino porque el lector ya había sido ganado para la causa sin necesidad de golpes de efecto finales. 


lunes, 21 de mayo de 2012

“Una comedia canalla” de Iván Repila

"Predicador", de Garth Ennis, es un comic (unos 70 números USA)  absolutamente genial que trata sobre un predicador que, tras ser poseído por el hijo de un ángel y un demonio, viaja con su ex y un vampiro por todo el sur de los EEUU en busca de Dios que, tras escaparse del cielo, se oculta en la tierra no se sabe si por el miedo a la amenaza resultante de semejante cópula o si es que simplemente le ha salido de los reales alcázares darse una vuelta por alguno de esos caminos inescrutables que tanto le gustan. 

Predicador, decía, es un comic genial y brutal que destaca, sobretodo, por su violencia nada sutil en la que lo mismo da violar una monja, un carmelita o al cachorrito de Scottex que seccionar carótidas y beberse la sangre o partirle la cara, porque yo lo valgo, a todo el que se pase de buena persona. Ya termino. Quiero decir que, en Predicador, en lo tocante a violencia, no hay más límites que los de la imaginación. Esto es importante que lo tengan en cuenta de cara al resto de la reseña que no trata, como pueda parecer, sobre este comic tan cojonudo e irresponsable… indispensable, perdón (también). El caso es que está plagadito de personajes a cual más bestia: el Santo de los Asesinos, un vaquero al más puro estilo Clint Eastowood en Infierno de cobardes que busca al dios huido y no tiene inconveniente en liarse a tiros con quien sea o Grial, una poderosa organización criminal directamente emparentada con la iglesia católica. Por último (es un decir) un adolescente llamado Caraculo que se dejó la cara en el intento cuando trató de emular el suicidio de Kurt Kobain y le salió rana el experimento. (Ver foto inmediatamente anterior para más información).

Fin de la introducción. Ahora, UNA COMEDIA CANALLA

Ivan Repila nace en 1978 por lo que es de suponer que está al tanto de la existencia de este comic que por otro lado conoce cualquiera que tenga un mínimo de cultura general. Verán por qué lo digo. 

Argumento. Jim, John y Jack son tres (tres) amiguetes que, hartos de currar, dan el palo en sus respectivos trabajos logrando sumar con ello un botín considerable pero a todas luces insuficiente si uno quiere vivir del cuento el resto de su vida. La única opción que tienen, pues, es invertir en algo que genere ingresos rápidos y sustanciosos sin tener que meterse en política ni casarse con una infanta. Total, que se gastan el capital en alquilar una finca dejada de la mano de dios y en un montón de semillas de la mejor maría que se pueda plantar amén de ron suficiente para hacer naufragar el titanic. Topicazo, ya ven, pero ese no es el tema. Luego la logística habitual: dar con el villano que te ponga en contacto con la mafia correcta, que te comprará la campiña entera y te hará millonario forever. Y de ahí al cielo. Todo cojonudo si no fuese por: (atención): un vaquero también muy Eastwood, como el santo de los asesinos mencionado más arriba, que habla igualito que Aznar de visita por Texas y anda buscando no sabe muy bien qué no sabe muy bien dónde; una organización criminal compuesta por gilipollas y dirigida por la que bien pudiera ser la pupila aventajada de Keyser Söze y por último un tipo que tiene la mala suerte de recibir una somanta de hostias tal que le desfigura la cara y lo deja hablando, a perpetuidad, igualito que el Caraculo de Predicador. No sé a ustedes pero a mí esto me parece mucha casualidad para ser una casualidad sola. Le hubiese preguntado a Repila (que digo yo que tendrá un blog, twitter o algo) pero no he querido hacer trampa ni parecer demasiado profesional haciendo preguntas chorras (ni que este blog fuera de pago). 

Si se preguntan si estoy insinuando lo que parece que estoy insinuando les diré que sí, que eso es exactamente lo que estoy haciendo. Me lleva los demonios no poder afirmar que esta novela es una mierda sólo porque la idea no sea la más original del mundo. Uno tiene sus debilidades y mí esta comedia canalla (toda una declaración de intenciones el título) me ha recordado los buenos ratos que pasé hace no tantos años con el mencionado comic. Por otro lado me doy perfecta cuenta de lo fácil que sería, digamos, defenestrarla; bastaría acusarla de plagio relativo, de no tener ideas frescas, de buscar un público fácil o de recurrir a todos los tópicos del mundo, y llevaríamos razón SIEMPRE. 

De la novela de Iván Repila no se puede hablar bien en el programa de Sanchez Dragó, aceptémoslo, pero sí en el bareto de la esquina, en la cola del supermercado o en las últimas filas en las presentaciones de libros de la Fnac, mejor cuánto más cerca de la barra. Conviene de vez en cuando recordar que no sólo de Bernhard vive el hombre y yo, lo he dicho muchas veces, de vez en cuando disfruto demasiado con estas chorradas insustanciales tan de fin de semana. Esto NO es exactamente un cumplido por más que lo parezca. Me he reído infinitamente más con “Jacques el fatalista” o “El plantador de tabaco” de John Barth pero claro, esto de Repila es otra cosa, como de serie B o así. En cualquier caso las cosas como son: la novela cumple sobradamente el objetivo de entretener a los aficionados al género, sea cual sea, que no lo sé. Fuera de eso, nada, lo siento. Las gamberradas es lo que tienen.