Creo que fue [más o menos] ayer cuando decíamos que parecía haber una corriente literaria que podría ser bautizada como “la del hombre que huye” o “la reinvención del don nadie” en el sentido que se trata de una novelística que tiene mucho que ver con seres humanos en busca de acción o algo que poner el diario que no sea el simple hoy planté judías de Thoreau. Yo no sé, pero algo hay. Una tendencia, seguro. La inconcebible… es un buen ejemplo, ya verán.
Un buen día Manou Fuentes puede que de profesión anestesióloga (esto, en principio, no va con segundas) decide compartir con nosotros su pasión por la literatura. Es un hecho que la literatura levanta pasiones entre algunas, digamos, personas. No sé qué culpa tenemos los demás, honestamente, pero ahí está, el hecho, inmutable, de unos cuantos evidenciando su falta de talento. (No digo que sea el caso). El resultado es una banda de miles de cientos de seres humanos sentados frente a un ordenador creyendo que lo suyo está de fábula. Toda esta gente podría dar salida a eso suyo serigrafiando citas de Proust en camisetas, shorts o toallas de playa, o tarareando poemitas de Lorca en los puestos de palomitas de las ferias locales, pero no, ellos no, ellos, comportándose como niños que tratan de matar al padre a golpe de qwerty, escriben libros que luego quieren publicar para que todo el mundo veo lo mal que lo hacen. Manou Fuentes no parece, a primera vista, una excepción (aunque al menos ella no es una adolescente tardía haciendo perder el tiempo a la gente con ucronías de dos mil páginas), aunque, no sabemos bien porqué (tal vez por el aval que supone ser traducido) sí hay lugar a la esperanza (aunque también es probable que eso sólo lo creamos porque ya tiene una edad, Manou, lo que conlleva suponerle experiencia y una vida propia y mejores cosas que hacer si lo suyo, su talento, no es suficiente para).
Es por eso que leemos a Manou Fuentes. Porque sí y su pasión por a literatura. Porque tenemos fe en ella y en el sistema educativo francés y en las personas que, superado el despertar artístico, deciden ponerse a ello a una edad inesperada.
Pero al final todo da igual. Nuestra fe, su buena voluntad… Al final es uno a un lado y otro al otro y, entre medias, un libro. Este libro.
Y este post.
La inconcebible aventura del hombre que fue otro (traducción libre —libertina, casi—de L’homme qui voulait rester dans son coin (que Google traduce como ‘El hombre que quería quedarse en su rincón’) es la historia de un don nadie. Otro don nadie: «su existencia, protegida de cualquier tipo de responsabilidad que implicara algún riesgo, le parecía un traje confortable, sólido y resistente al tiempo». Se supone que estamos, en palabras de la autora, frente a un thriller metafísico o existencial. Ahí es nada.
A Pojulebe, que es como se apellida nuestro héroe, se le cae un buen día un hombre encima. Así, literal. Desde entonces ya no vuelve a ser él mismo.
«Su cuerpo está entero, pero su espíritu está abierto a los cuatro vientos. Estas perturbadoras coincidencias han cavado en él unos abismos sin fin. Ha bastado con una pequeña falla delgada como arañazo (la caída de otro) para que surja un nuevo acontecimiento (este nuevo acontecimiento es su homónimo). Algo del exterior ha penetrado por ese punto flaco y ha rebosado los bordes, hasta producir esos abismos insondables. En el fondo de su alma, que él creía sólida, han entrado unos gérmenes desconocidos que socavan sus cimientos y minan sus andamios pacientemente levantados. Es como si la fortaleza de su yo se hubiese desmoronado como un castillo de naipes. En su interior, sólo queda un montón de sí mismo hecho añicos».
Por circunstancias equis y un encadenado de mala suerte, se siente obligado o en la necesidad o tal vez simplemente satisface el deseo oculto de huir de la justicia sin haber hecho absolutamente nada. Se lleva un montón de dinero que tenía en casa, en efectivo (un recurso un tanto burdo al que recurre la escritora para no enredarse con subtramas de corte laboral) y se da el piro. Encuentra una playa y en la playa una actitud que lo devuelve a la vida: ya puede ser más él mismo que antes, que no se sabía si era o no era o qué era si era. Ese infinito abanico de posibilidades que a cada minuto se despliega ante él.
«Ahora es consciente de que se verá obligado, no se sabe muy bien por qué fuerzas ocultas, a convertirse en otro.»
«Jamás volverá a ser derrotado... Tener confianza en sus propias fuerzas... Probar sus talentos hasta ahora adormecidos para enderezar su suerte. Convertirse en lo que nunca fue. Alguien que se atreve. Alguien que da la cara. Alguien que coge el toro por los cuernos».
¿Ven un poco por dónde van los tiros? ¿Sí? ¿No? ¿Más citas? Venga.
«Jamás podrá escapar de la verdad. Es, siempre ha sido y siempre será, un chupatintas mediocre incapaz de tomar la iniciativa y de llevar las riendas de su vida. Ninguno de sus esfuerzos y decisiones servirán para nada».
No sé porqué tengo la sospecha de que no lo acaban ustedes de ver. Venga, atentos, por favor, no podemos estar así todo el día.
«¿Conoces la historia de Ulises? […] Todo el mundo cree que es un héroe tallado en mármol, pero no es así en absoluto. Ulises era un hombre sensible, ni un semidiós ni un héroe ni nada... ¡Es más, yo diría que era un tipo como nosotros! Su único deseo era estar tranquilo en su casa con Penélope, cuidando juntos de su isla. Pero después de la Guerra de Troya tropieza con la cólera de los dioses, no me acuerdo por qué, y lo condenan a errar sin fin... Ulises, entonces, dispuesto a enfrentarse a la fatalidad que lo azota, sale con su trirreme sin muchas esperanzas de poder reorientar su destino. Pues bien, lo que a mí me gusta es que, a pesar de todo, ¡supo invocar a la suerte! Dios sabe, no obstante, que los poderes hostiles se cebaron con él... Vivió miles de pruebas, tuvo que enfrentarse a gigantes como Polifemo... ¿ves un poco por dónde va la cosa?»
Eso digo yo. ¿Lo ven, ya, de una vez?
Díganme que sí, por favor, no me obliguen a poner más citas; no quiero caer en lo mismo que la escritora: no quiero repetir una y otra y otra y otra vez lo mismo: que Pujulebe no era nadie hasta que pasó lo que pasó, hasta que decidió ser alguien:
«Desde su nacimiento, no la mitad, sino casi la totalidad de sus pensamientos fueron pensados sin que él lo supiera. A diferencia de Salavin, que se analizaba a sí mismo e intentaba modificar su manera de ser y ennoblecerse con alguna acción benefactora, Édouard estaba codificado sin una pizca de imaginación».
«¿Cómo podrá vivir del mismo modo que antes después de las conmociones tan profundas que ha sufrido? ¿Cómo va a comportarse estando en el mismo contexto, cuando en su interior está todo patas arriba? ¿Cambiar su estilo de vida? ¡Como si fuera tan fácil! No se plantea ni por un instante volver a cuestionarse su trabajo de administrador, ni sus costumbres de ciudadano solitario».
Llega un momento, en esta novela, en el que uno se aburre de escuchar siempre lo mismo; un momento en el que harta de que le recuerden la intención de lo que está leyendo, como si esto no fuese más que evidente desde la página uno, y como si la propia acción de la novela no fuese suficiente para evidenciarlo. Es un poco como leer subido a una cinta de correr o a un burro atado a una noria: el paisaje no cambia pero agota igualmente. Por si no ha quedado claro: Pojulebe huye y descubre que puede ser otro o ser de otra forma ocultando su verdadera identidad y dejándose llevar por la situación que es un poco exactamente lo mismo (o exactamente parecido a lo) que ocurre en “La misma ciudad”, la novela de Luisgé Martín, ese autor patrio que podría perfectamente abanderar este nuevo género literario de hombre a la fuga. En ambos casos, una huida, una reinvención, una nueva vida. La diferencia, en el caso la novela que nos ocupa respeto de la Luisgé, es que incluye misterio: están los malos, los buenos, el hecho delictivo, la confusión y el inevitable recurso de impartir justicia, tratar de poner a cada cual en su lugar, etcétera. Lo nunca visto, vaya.
La inconcebible aventura del hombre que fue otro es una novela, sí, entretenida, a su modo, y cargada de intención pero que por repetir el discurso o dilatar, en ocasiones, en exceso la acción (o demorarla, también), termina provocando en el lector una necesidad: la de terminar de una santa vez.