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viernes, 3 de junio de 2011

Crónica de un enfado monumental (y dos reseñas salvajes)


Estoy leyendo “Knockemstiff” de Donald Ray Pollock. ¿Quieren saber la razón? Pues porque estoy deprimido, por eso. Bueno, no es exactamente así. Más bien lo que estoy es harto. Tanto, que podría deprimirme. Ciertos hechos que tuvieron lugar en días pasados han sido los culpables del lastimero estado en que me encuentro hoy, que bueno, ya no me quejo, tendrían que haberme visto ayer. ¿No les doy pena? No, supongo que no. No debería, al menos, puesto que soy el único culpable. Todo empezó hace unos días, aunque podría decir, sin riesgo a equivocarme, que fue hace un mes, incluso un año. 

No sé si lo saben, si se lo imaginan o si les importa. Probablemente ni siquiera se lo hayan planteado. No les culpo. Yo tampoco he pensado mucho en ello, la verdad. Estoy hablando en literatura, claro –lo siento si esperaban otro tipo de intimidad- y más concretamente de la literatura del momento. En los grandes o pequeños estrenos, en las promesas de excelsa narrativa, de posmodernidad, de postpoesía, de postleches. Estoy pensando en lo que se escribe y lo que se publica y quien lo hace y por qué y cómo se publicita y si quien lo hace (criticar) también escribe, también publica, también edita. Este maremágnum es tan endiabladamente enrevesado y afecta a tantas corporaciones e individuos (blogs, editoriales, revistas, escritores) que acaba resultando tan o más ininteligible que el origen de la crisis económica del momento. Es el infierno esto. 

A mí me gusta reseñar novela actual entre otras cosas porque de los libros clásicos o no tan clásicos (pero nunca actuales) se ha hablado ya tanto y en muchos casos tan bien y se ha filtrado tanto (y tan bien) que cuando he sentido deseos de hablar sobre ellos me los he tragado (los deseos, no los libros) y no lo he hecho (hablar) (qué lío). Si he de escribir cinco reseñas al mes prefiero que sean de algo que importe y la actualidad siempre está de moda. Pero –y he aquí la causa de mis desvelos- esta vorágine lo único que me ha hecho ha sido daño: me voy tragando una mierda tras otras y siempre la acompaño de la promesa de recompensarme de alguna manera con futuras lecturas de clásicos populares modernos de incuestionable valor (Roth, Pynchon, Bernhard, Michon, Coetzee, etc). Estos días pasados he tomado, más que nunca, conciencia de ello. Y creo que todo esto -como cuando se fuerza un músculo- me ha provocado un esguince, pero mental. La cura, ya saben: masajes, mucho descanso: de tres semanas a un mes. No es una despedida. Simplemente les preparo para un par de críticas despiadadas y ausencias más espaciadas. 

"Habladles de batallas, de reyes y elefantes" de Mathias Enard fue probablemente el punto de inflexión de mi situación actual. No es tan mala, no se apuren, no hace tanto daño, es simplemente que había puesto grandes esperanzas en ella. Enard estaba siendo presentado como un escritor capaz de marcar diferencias respecto a los de siempre y yo me lo creí. Ya sé que no es culpa de nadie. No tengo excusa ni me estoy disculpando. Me falló la intuición. Soy humano. Días después, no muchos, y queriendo saber qué había sido realmente lo hipster y si esto tenía la importancia que se le estaba dando me leí el libro de Mark Greif, "¿Qué fue "lo hipster"? La primera fue en frente; la segunda en toda la boca. El libro es un peñazo y lo hipster una moda pasajera que ni siquiera tiene que ver con la literatura. ¿A santo de qué viene entonces tanto revuelo? ¿Lo hipster está de moda? No, que coño va a estar de moda: lo hipster ES una moda. Y snob, además, de la que menos me gusta. Luego “Asesino Cosmico”, de la estrella del momento, la nueva promesa de las letras, Robet Juan-Cantavella. Esperaba por lo menos que fuese divertido, rápido, indoloro, como el de “Wendolin Kramer” (ver reseña anterior) lo único que los últimos diez días que puedo salvar de la quema, pero no; tampoco. Tres decepciones. Tres. Y seguidas, además, con lo que eso duele, caramba. Entonces lo noté. Algo que se había roto. No supe qué hasta ayer. 

Hace dos o tres días: 

"Nosotros, los Caserta" de Aurora Venturini 

Aurora Venturini es una mujer mayor; vetusta y argentina que escribe de puta madre, las cosas como son. Cuando leí “Las Primas” a comienzos del mes pasado, caí rendido a sus pies. Con un estilo a la altura de aquella niña que amaba las cerillas de Gaetan Soucy que nunca me cansaré de recomendar, Venturini me sumergía en una familia disfuncional de la mano de su integrante más especial, una mujer dotada de una inteligencia y sensibilidad inusuales que narraba su vida a medida que se iban sucediendo los acontecimientos. Esto es lo mejor y más importante porque por encima de su historia personal estaba la evolución de la prosa en la narración que demostraba una coherencia estética inusitada. “Nosotros, los caserta”, se nos presenta como la segunda novela de esta mujer cuando no es así, porque “Las Primas” fue la última novela de la escritora. El resto es anterior y cuando digo anterior estoy hablando de 32 libros más. “Nosotros, los Caserta” es de 1992. De eso hace mucho tiempo, no hace falta que se lo diga por mucho que sean ustedes de letras. El estilo es también peculiar, no hay duda, muy elaborado, forzadamente errático y en apariencia bello de poco natural. También la protagonista en esta ocasión es mujer, también de una sensibilidad a flor de piel, dura, como en “Las primas”, como una piedra; inteligente, extremadamente inteligente y sometidas ambas a los continuos envites de una vida miserable unas veces y misérrima otras. Aún así, aunque repita esquema, no es suficiente. La primera mitad de la novela, mientras la niña es niña, todo va bien pero a medida que avanza se produce lo peor que le puede ocurrir a una novela: se acomoda. Hay una evolución negativa en la prosa. Lo que antes tenía de especial se vuelve común antes incluso de llegar al ecuador del libro. Se agota. Es una percepción mía que puede estar influenciada por el cansancio de estos días. Lo dudo, pero por si las moscas, ahí queda. 



"El frente ruso" de Jean-Claude Lalumiere (fue la gota que colmó el vaso). 

Otra promesa de las letras francesas del momento. Parece que los franceses no sepan hacer otra cosa que promesas. Lo empecé hace un par de días y ayer le di la puntilla. Quiero decir que lo maté antes de que se muriese él solito. En la página 105 clavé mi bandera y me planté. A mí las aventuras y desventuras, los dimes y diretes de un funcionario francés destinado a una oficina de "asuntos exteriores de países del este" en las afueras de París me la traen al pairo. Estaría bien, quizá, si yo hubiese sido francés y diplomático y quisiese reírme de mi mismo o si no lo fuese y quisiese reírme de los demás, franceses o diplomáticos. Pero no soy ni lo uno ni lo otro; y como no lo soy no me importa. Si al menos me hubiese hecho reír! Miento, perdón. Hubo un momento en que sí: cuando se muere una paloma en el alfeizar de una ventana y la burocracia (elemental) impide evitar el proceso de putrefacción tenga lugar a la vista de unos anestesiados funcionarios. Ese momento estuvo bien y de hecho fue el que me hizo dudar. Horas antes había tomado la firme determinación de dejarlo. Tengo un correo que lo atestigua y dice así: “¡¡Bien por lo de Kerouac!! […] Sabía yo que valdría la pena. Decidido: que le den por el culo a "El frente ruso"!!!”. ¿Ven? [Lo de Kerouac se lo explico otro día] Por entonces iba aún por la página cincuenta. Aguanté sesenta más pero no dejaba de pensar: “Chicos - se lo decía a Kerouac, Roth, Russell, Coetzee - ¿qué hago yo perdiendo el tiempo con esto tan tonto?” Y así fue como lo dejé y me puse a leer la Que Leer de junio, que ya tiene cojones también, pero es que este inesperado acceso de sentido común me pilló en el parque sin otra cosa a mano que un quiosco de chuches y revistas. También me compré un helado. 

* * * * * * * * * * * *

Y entonces llegó la noche. Yo después de cenar, leo. Siempre pongo “El intermedio” como fondo de pantalla y los nocturnos de Chopin en los oídos. Anoche no pude por culpa de esa ansiedad de media tarde que les acabo de contar. Estuve tan mal que incluso vi un poquito de "Supervivientes". Tuve una crisis, ya ven. No sé si llamarla de fe, supongo que no porque esa la perdí hace tiempo (les aclaro que no estoy hablando de religión, sino de literatura: este blog no tratará el espinoso asunto de la pornografía infantil). No se pueden imaginar lo mal que lo pasé pero al final no hay como tirar por la calle del medio y hacer oídos sordos a tanto profeta de las letras hispánicas. Adiós, consejos ajenos; hola, instinto natural. Lo que me las prometía muy felices ahora me daba mala espina y es por eso y no por otra razón que se irán de vuelta sin leer los siguientes: “Los jugadores de Whist” que ayer sí pero hoy es como pensar que me den una patada en los huevos. Y ya si lo prologa Eloy Fernández Porta (contra quien que no tengo nada pero es indistinguible de cierta generación chocopastelera a la que se quiere aupar al autor, Vicenç Pagès Jordà) ya ni les cuento. Abajo también con Dan Fante y su “Chump Change”. Que Dan Fante, famoso por sus excesos y por ser hijo de John Fante, escriba un libro donde el protagonista, Bruno Dante, habitual también por sus excesos, va a visitar a su padre, Jonathan Dante, que se está muriendo, me suena a vivir del cuento, que quieren que les diga. Si hasta ahora dudé fue por los entusiastas elogios de aquí, de allá y de acullá, pero ya hemos visto que no, que ahora soy inmune a la mentira porque de ahora en adelante me los voy a pasar a todos por el forro. Y ya veremos que pasa con "El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia" de Patricio Pron o "Un sueño fugaz" de Iván Thays o "Teleshakespeare" de Jordi Carrión que me ha soplado un pajarito que son malos con avaricia. De momento todos en cuarentena. El que quiera salir que se lo gane. Ya pensaré cómo.

Y esta es la historia de cómo, guiado por el instinto, me puse a leer algo que realmente quería: “Knockemstiff” de Donald Ray Pollock, una sucesión de relatos, a cual más salvaje, que vienen genial para aliviar la tensión. Y en ello estamos. Ya veremos que tal pero de momento y con dos relatos leídos (sí, exacto, va de relatos) pues muy bien. Si es que no hay como fiarse de uno mismo...