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martes, 18 de noviembre de 2014

Hartazgo y “El largo invierno chino” de Carlos Palacios

Nunca lo entenderé. Lo juro. Y, sin embargo, me fascina. Nunca entenderé por qué determinada gente escribe-lo-que-escribe. Qué es eso que lleva a unos a sentarse y escribir-lo-que-escriben y a otros a leer-lo-que-leen y unos pocos (demasiados, en cualquier caso) a publicar-lo-que-publican precisamente ahora, en los tiempos que corren, ahora que todo lo que vale la pena ha sido ya escrito; ahora que todo lo que vale la pena no ha sido todavía leído. 

Ahora que es tan barato el Imagenio.

Uno tiene que saber lo que escribe. Uno, yo creo, tiene que saber que lo que está haciendo un día y otro día y otra noche más, eso que le exige tanto esfuerzo (entendiendo esfuerzo como "documentarse en Google"), tiene un valor en el mercado, y que ese valor tiene o debería tener algo que ver con su calidad quisiéramosla objetiva; que hay un lector, en su casa, visitando Amazon, que puede que un día haga click en un banner y se compre su libro, ya sea por la faja o el argumento o por puro aburrimiento; alguien que busca algo que no sea Ken Follet o Dolores Redondo. Alguien que aspira a leer algo mejor o, cuando menos, diferente. 

Uno tiene que escribir algo que ese lector no lamente haber comprado. Y si no puede, si sabe que no puede (me resisto a aceptar que uno no sepa, de antemano, que lo suyo no es, como lo de su vecino de congreso literario, másdelomismo) no perder el tiempo ni hacérselo perder a los más; a ese pobre infeliz, por ejemplo, que arriesgó sus últimos veinte euros de este mes en una novela que no vale lo que su pasta de dientes.

Uno tiene que ser consciente de su falta de (in)genio. O debería.

No me hagan caso, estoy divagando. Será que empiezo a estar un poco harto.

Vamos con la reseña.

* * * * *

«Nos estamos convirtiendo en ellos. No significa ser de izquierdas o de derechas, comunista o fascista. Conozco el comunismo y lo que nos traen no es comunismo sino esclavismo. No es cuestión tampoco de racismo —explicaba el señor Otoño—. Cada año es peor, los trabajadores tienen menos derechos, ganan menos y trabajan más. Trabajar se ha convertido para muchos en un privilegio. Milán es la avanzadilla, la metáfora perfecta de lo que va a suceder en toda Europa. Los demás países nos miran con el aliento entrecortado, nadie quiere contagiarse de nuestra desgracia —concluyó arrastrando la silla».

Pues básicamente, para desarrollar esta idea, doscientas páginas de humor grotesco.

Argumento: un español y un chino en Milán. El español va a jugar a los profes, que es a lo que van los españoles a Milán; el chino, que siempre llega tarde a trabajar, a ser puteado. Claro. No pasa nada. Todo forma parte del plan. Qué plan. Este plan: conquistar el mundo. Todo, todo, es una trampa mortal. ¿Los restaurantes chinos? Trampa. ¿Los bazares chinos? Trampa. Los hoteles, los comercios, los “japoneses”. Trampa. Se empieza alquilando una esquina y se acaba comprando deuda nacional. Un día te levantas y ya eres comunista, vistes con camisa blanca y pantalón negro y trabajas doce horas al día. Bueno, tal vez esto último no suponga un cambio significativo.

El caso es que el español pasea por la ciudad. Quiere llegar a su trabajo cuando estalla la revolución. Y adiós a la baguette. Ahora todo pan chino y rollitos de plimavela y carne de gato en el pollo agridulce. Y todos los tópicos son verdad: los chinos y sus pasaportes y la ausencia de cadáveres y demás zarandajas sobre la multiplicación de los panes y los peces. Los chinos y la obediencia y los hacinamientos y la corrupción del poder chino, que es igualita que la corrupción del poder italiano y el poder español y creo también que el francés. Para una cosa en la que estamos de acuerdo…

La novela es como una inmensa broma —o eso quisiera, pobre— que en ningún momento trata de tomarse en serio a sí misma y que hace realidad los tópicos sobre los chinos para justificar o explicar lo posible que es conquistar el mundo. Será muy divertido pero también muy bobo. Esto es llevar al extremo el parecer de mucho jubilado o jubiloso de derechas. La gracia estaría en darles la razón y plantear una distopía en la que los chinos se hiciesen dueños y señores de nuestro futuro. Europa asiente, en la novela: lo entiende y no quiere problemas. Europa nunca quiere problemas. Es lo que tiene, Europa.

A mí no me gustan los relatos, pero esto no debería ser otra cosa. Como mucho una nouvelle y ya me parece mucho ceder. Hay demasiados personajes que no sabe qué quieren hacer con su culo y se llenan demasiadas páginas de demasiada insustancialidad, lo cual sólo puede acabar en aburrimiento, y se repiten demasiadas veces las mismas actitudes y el mismo chiste y no no no. No.

El largo invierno chino es lo de siempre: otra novela, una más, que caerá justamente en el olvido, si acaso ha llegado a ser medianamente conocida. Esa es otra: Eutelequia… ¿en serio existe una editorial llamada Eutelequia o es un efecto óptico?


lunes, 3 de noviembre de 2014

Resumen de Lecturas OCTUBRE 2014 [Versión extendida] [4ª parte] [Incluye Bonus Track]

Esto se acaba; ya pueden dejar de odiarme. Última entrega. 


La fiesta de Boris / En la meta / El teatrero de Thomas Bernhard

Empecé esta pequeña reseña, esta píldora crítica, con la mejor de las intenciones. Pues tan buena era, la intención, que se me fue la mano hasta las ochocientas palabras pero tampoco era plan de meter, como resumen, ochocientas palabras, que tiene la gente mejores cosas que hacer que pasar la tarde leyendo esto. 

Este recopilatorio incluye tres obras de teatro de Thomas Benrhard. Lejos están, en conjunto, de contar entre lo mejor del escritor, pero de ley es reconocer que En la meta me ha parecido una obra estupenda.

Lo mejor, siempre, los personajes y ese odio, tan visceral, tan bernhardiano y esa maldad, tan natural e inevitable, tan de sentido común y justificada. Leyendo a Bernhard y escuchando los motivos de sus gritos se pregunta uno cómo es posible que no grite más. 

Yo no sé qué hacemos que no leemos todo el día a Bernhard. De verdad que no lo sé.


* * * * * * 


Butcher´s Crossing de John Williams

Sitúense: John Williams, ¿vale? John Williams es el autor de Stoner, la novela revelación del año en que se estrenó y del siguiente y del inmediato posterior, y así ad infinitum, dependiendo de cuándo sea leída. Habrá, claro, a quien no le guste (hay gente para todo), pero aquí hablamos de lectores con criterio.

Déjenme refrescarles la memoria, porque es importante: Stoner era una novela sobre un aburrido profesor universitario: sus miedos; sus aspiraciones; su matrimonio, fracasado todo él. La novela no iba de nada en particular pero sí de todo en general y lo que hacía que la tuviésemos en cuenta, era, entre otras cosas, la capacidad de Williams para hacer adictivo la anodino y vulgar. Williams se demostraba un narrador excepcional y Stoner una novela apasionante que se comía con patatas todos los prejuicios que uno pudiese sentir hacia las novelas que hablan de la vida de quienes no han hecho y ni harán nunca nada especial.

Bueno, pues ahora, atentos: Butcher´s Crossing trata sobre un joven que, a finales del siglo XIX, abandona Harvard para echarse a la pradera a matar bisontes justito en el momento en el que menos bisontes hay en la pradera. Apasionante, no me digan.

Pues mira, sí.


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El largo invierno chino de Carlos Palacios

A estas alturas ya deberíamos estar escarmentados del catálogo de Eutelequia pero se ve que a gilipollas no nos gana nadie en este blog. 

Esta novela trata de los chinos, que son esos señores con los ojos rasgados que quedan siempre con las mejores esquinas y venden paraguas de un único uso. La cosa no tiene mucha ciencia: los chinos toman el poder en Milán, ciudad a la que acaba de llegar un español a para dar clases. El otro protagonista es un chinito esclavizado que medrará a base de chupar pollas. Y no figuradamente.

Bueno, la novela se puede leer si uno tiene tiempo y ganas pero también se evitar, en la medida de lo posible, ya que aparte de recordarnos cómo funciona la micropolítica china de expansión internacional y de fantasear un poco con los detalles no es mucho más que una gamberrada con la que se supone que deberíamos reírnos. No ha sido el caso.


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El sí de los perros de Juan Vilá

Hablábamos de los chinos, ¿verdad? Pues ahora hablemos de los Pijos. Los pijos ya sabemos todos lo que son: clase media venida a más o clase alta ejerciendo de sí misma. Gente con pasta o gente que cree que tiene pasta o gente que finge que tiene pasta. Hay muchos matices y porque hay muchos matices es por lo que la novela de Juan Vilá tiene tantas páginas como 190. Tal vez no les parezcan tantas pero eso porque no se han leído ustedes la novela.

Esto es uno que va a una boda de alto copete y nos cuenta su vida y la de su vecina de mesa, también la de su primo y la de su cuñado y el primo del cuñado y la vecina del quinto. Nos cuenta sus impresiones, pareceres, fantasea un poco, se imagina lo que no sabe y supone todo lo más. Y probablemente no falle ni una. Él lo sabe. Nosotros lo sabemos. Y es por eso, porque todos sabemos todo, por lo que nos va quedando, a media que avanzamos, la sensación que a Javier Marías le ha crecido un brote en algún lado. 

Otra puta novela sobre la crisis, en realidad, (esta crisis, cualquier crisis) que demuestra lo que ya hace tanto que sabemos por la televisión: que los ricos también lloran.

Juan Vilá es mucho sarcasmo, pero ningún orgasmo. Como casi toda nuestra literatura. Qué bien que nos pilla confesados.


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“Aniversario de un lamento” de Tongoy

Y ahora me van a permitir un offtopic. Por favor, déjenme celebrar el aniversario de un lamento.

Ayer me acordé de algo. Casi, casi, casi se me pasa. Casi.

El 12 de octubre hizo exactamente un año de esto (siendo esto algo que el escritor Alberto Olmos publicó en su blog, justito antes de hacerlo de cobro):

«Parásito, me dice el editor [de Lengua de Trapo], en relación al, en efecto, sujeto que vive a costa de otro de distinta especie, alimentándose de él y depauperándolo sin llegar a matarlo, quizá antes -o quizá justamente después- de responder a mi pregunta -sobre qué publicará el sello el año que viene- con otra pregunta: ¿estaremos aquí el año que viene?, […] y será tan simpático, tan miserable, leer, el año que viene, las condolencias del sujeto que vive a costa de y del autor o de la autora que hace con el libro de todos lo que no haría con su propio libro, plañidos y quebrantos como ay-dios-mío-qué-pena otra editorial pequeña que cierra, ay-virgen-santa-qué-contrariedad otro sello independiente que desaparece, ay-ay cada vez se estrecha más el abanico de posibilidades para que publiquen los autores jóvenes y las voces experimentales y los escritores minoritarios, ay qué pena tan auténtica nos dan los caídos por la crisis económica; sí, amigos, qué simpático va a ser oírles, qué miserable».

Pues sí, ya ha pasado un año. Ya es “el año que viene”, el año en el que se esperaban los plañidos, los quebrantos, los ay-dios-mío-qué-pena-y-qué-contrariedad. Y míranos, aquí, otra vez, un año después, menos jóvenes pero tan guapos como siempre. Y Lengua de Trapo que sigue sin cerrar. Y yo que sigo sin llorar. Y que esto no puede ser. Que vaya mierda de pronóstico, que qué asco, otra editorial que sigue publicando autores jóvenes y voces experimentales y escritores minoritarios de los que no interesan a nadie; de los que no publican nada que tenga el mínimo de calidad exigible. Seguimos alimentando la máquina y la máquina que no se quiere morir, que no ve razón para ello cuando en realidad le sobran algo así como setenta razones. Y media.

Si es que no damos una.

A ver si hay más suerte con la Primitiva.


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Y en noviembre…

…esto:



…y lo que se tercie. O no. O simplemente esto o simplemente NO. ¿No sería bonito? Simplemente NO.