Será que no hay piedras con las que tropezar para que tengamos que elegir siempre las mismas.
“Pistola y cuchillo” (un título más difícil de recordar de lo que parece) es mi primer acercamiento al Montero novelista y segundo al Montero escritor. Lo anterior habían sido relatos pero, entre lo poco que me suelen gustar, en general, los relatos y lo poco de disfrutar que eran aquellos, la cosa no fue del todo bien por no decir que fue del todo mal o directamente como el culo. Pero lo cortés no quita lo valiente y aquí estamos, reincidiendo. Tropezando, en realidad. Para una cosa que se nos da bien…
La acción (por llamarla de alguna manera) arranca tres meses antes de la muerte del bueno de Camarón, durante una cena en Venta Vargas, donde queda con su representante y el narrador para llevar, entre todos, un gallo a una pelea.
Yo sé que como premisa es un poco floja, pero las hay peores, créanme.
He leído por ahí (me he dado el habitual paseo por algunas críticas) muchas tonterías, entre ellas que en esta, digamos, novela, la trama no importa, que esto es otra-cosa, que es un poco lo que se suele decir cuando no se sabe qué decir. También se dice que en PyC se fuma mucho, se bebe mucho y se come mucho, como si esto, en literatura, fuese un valor añadido. Será por novelas de fumadores, bebedores y comedores. Y hasta folladores, si me apuras. Será por novelas.
Será por agarrarse a clavos ardiendo.
Total, que uno se pregunta a qué viene tanto entusiasmo toda vez que se descarta la trama y se evidencia la poca vida social de blogosfera crítica.
Pues a qué va a venir. A Camarón, ¿a qué si no?
Porque toda esta película, que nadie se lleve a engaño, no es más que un anecdotario con forma de novela sobre fondo de trama aparentemente intrascendente. Un episodio inédito de “esta es tu vida” o producto televisivo similar. Y ya puestos a biografiar, de lo que se trata es, ni más ni menos, que de ensalzar la figura de Camarón enlazando una serie de historias con las que dar forma al cantante. Y no cualquier forma. Una forma divina. Forma de dios menor. (“Cómo explicarlo de otra manera, si transmitía esa majestad divina que tienen las heridas de guerra y las estampas religiosas. De ahí mi atracción y también mi cautela.”) De hecho si una vez leída esta novela no pones un longplay del bacalao en el plato, aunque sea el de la ducha, es que no tienes corazón.
En cualquier caso celebro el reencuentro con Montero, sobre todo porque, al margen de lo más o menos que me haya gustado PyC, ahora sé que prefiero mil veces (igual mil no, pero un par seguro que sí) esta novela a sus relatos. También es verdad que entre relatos de vagabundos y chuloputas o anécdotas de Camarón niño-adolescente-madurito, está la cosa como para dudar.
O sí.
Porque aunque es verdad que la novela se lee en un tris también tiene momentos áridos (a pesar de lo floreado de la prosa) algo que, en cien páginas, es casi imperdonable. Y sin casi. Los sueños de Camarón, por ejemplo; el Viejales diciéndole vámonosyacamarón y el otro sin hacer ni puto caso, dilatando la noche y el libro y todo para no matar al gallo, pobrecito, que al final es el único que despierta sincero interés. O tantos momentos que no importan a nadie, que no aportan gran cosa como homenaje a Camarón.
—Canté muy a gusto. Canté como nunca, compadre, si es que nunca se puede cantar de esa forma. Mira tú que una sensación parecida tuve la vez que salí a torear por primera vez en San Pedro, cuando le pegué un derechazo al toro, de un buen pase. Cuando te quedas quieto, si eres capaz de quedarte quieto cuando el toro está pasando, lo que sientes es muy fuerte, compadre. Total, que así estuve haciéndome unos cuantos números, entre ellos unas bulerías por soleá al estilo del tío Borrico y luego enlacé con la del Frijones como una vez se la escuché cantar al Sordera, con ese temperamento jerezano, y luego para completar los números me fui a por el guapango de la cigarra.
PyC, por más que Montero lo haga pasar por un juego biográfico no autorizado, es Camarón en un bar a las diez de la noche pensando en si debe dejar o no que el gallo cante al amanecer. A la vista del resultado yo, si fuese Montero, me plantearía seriamente abrir negocio y escribir, él mismo o con artistas invitados, una serie que abriría un infinito abanico de posibilidades novelescas: “Camarón y la ballena” de Jon Bilbao; “Camarón en la orilla” de Chirbes; “Camarón en la feria de abril”, un inédito de Hunter S. Thompson; “Camarón en el camino de Santiago” por Los bolechas (con el jubileo de regalo); “Camarón love Paco” de Moccia; “Camarón en el topmanta” de Sinde (Ed.Mondadori). Y a cualquier hora, Camarón con jamón.