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lunes, 30 de abril de 2012

#adivinanza (de "Ejército Enemigo" de Alberto Olmos)

A continuación, una reseña doble de “Ejercito enemigo” de Alberto Olmos: la Opción A se inclina claramente a su favor, la B en contra. Pueden leerlas en el orden que gusten. Elijan la que prefieran, la que más les interese y, si les apetece, adivinen cual de las dos es la sincera (si acaso hay alguna, que vayan ustedes a saber). 


OPCIÓN A 

Calificar esta novela de simple, mediocre o deficiente equivale a no tener ni puta idea de lo que se habla. Disculpen que sea tan directo pero no quiero pasarme toda la noche con esto. Decía que: aquí o allá o a dónde sea que miren y vean a un crítico -o a un payaso haciendo de crítico-posicionarse en contra de esta novela, sospechen, porque me juego un huevo y parte del otro a que lo que realmente ocurre es que ese individuo, por llamarlo de alguna manera, está sufriendo un ataque de envidia [cochina]. Lo digo completamente en serio. Que tenga que denunciarlo precisamente yo, que he sido considerado algo así como el enemigo público número veintiocho de Alberto Olmos, ya tiene cojones pero aquella reseña en la que Patricio Pron desarmaba (o lo intentaba) “Ejercito Enemigo” (desde ahora EE) es una sandez como no he visto antes y más viniendo de otro escritor. A ver si ahora va a resultar que somos todos tontos menos uno. 

No es fácil resumir EE y, siendo honestos, tampoco viene mucho al caso hacerlo. Permítanme una pausa para justificarlo: tengo el firme convencimiento de que la mitad de las críticas literarias utilizan el argumento como una excusa para escribir sin tener que comprometerse a nada, dejando casi todo en manos del lector y limitándose a cubrir de palabros uno o dos párrafos, generalmente bastante ridículos, en los que nos contarán que muy bien por esto, Alberto, o bien por lo otro o ya veremos en el futuro, te seguiremos la pista, majete. La otra mitad de las veces resumir el argumento es la única excusa que necesitan algunos para burlarse de la novela, utilizando SU PROPIA falta de interés por la historia como UN ARGUMENTO a favor, esto es, el que les da la razón, cuando lo único que consiguen con ello es confirmar lo que todo el mundo sabe: que en la crítica amateur -y en la no tan amateur también- lo críticos son en su mayor parte unos ineptos, una panda de vagos, unos maleantes y unos jetas. Que no hay por dónde cogerlos, vaya, empezando por mí, lo sé. 

Volviendo a la novela, dudo mucho que la pretensión de Olmos fuese escribir un clásico moderno. Hay que ser bastante gilipollas para creer algo así y mucho más que bastante para juzgar al escritor basándose en semejante memez que es a la postre lo que todo el mundo hace. ¿Si no es una gran obra no es una buena obra? Paparruchas. Puede no ser grande, vale, pero puede ser buena, o puede ser mala, o puede ser OTRA COSA, por ejemplo: una novela de su tiempo: un lúcido reflejo de la actualidad. Porque acusar, como se ha acusado, a Olmos de haber escrito una novela únicamente para convertir a su alter ego -Lector Malherido- en "protagonista de" equivale a reconocer que, o bien no se ha leído la novela o no sabe uno hacerse el tonto. Santiago no es Malherido, Santiago es nosotros,  mal que nos pese, que somos lo peor, joder, no hay más que vernos. La solidaridad ha fracasado, repite una y otra vez Santiago. Y tanto que ha fracasado. La solidaridad APESTA. Patricio Pron acusaba a Olmos de tener ideas ingeniosas pero no inteligentes. No, amor, ni ingeniosas ni inteligentes, en todo caso valientes. Pero, claro, es más fácil perderse en los cerros de Úbeda que reconocer que las ideas en la novela de Olmos tienen el mérito añadido de ser actuales y accesibles; estar escritas de forma que las pueda entender hasta un tonto del culo. A mi denme una buena idea y quédense con toda la acción.  

Acabada la novela la solidaridad sigue siendo un fracaso pero al menos nos queda el consuelo de saber que no somos los únicos que lo pensamos. Quiero insistir en algo que me parece fundamental y que probablemente sólo será justamente valorado dentro de veinte años: Ejército Enemigo es una fotografía de un instante, de una sociedad adicta a las drogas, al sexo, al facebook o a todo al mismo tiempo; un retrato de los que dentro de nada serán los únicos culpables de todo lo que pase: los que hoy están en Twenty, mañana dirigirán el país. Prepárense para los quince minutos de gloria de veinte millones de impresentables que harán que Santiago, a su lado, sea todo corazón. Al tiempo. Respecto a Ejécito Enemigo: que no les mientan: NOVELÓN.


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OPCIÓN B 


La solidaridad ha fracasado”. Sobre esta premisa Olmos construye esta novela de casi trescientas páginas cuyo argumento, grosso modo, es el siguiente: un tipo bastante cretino, un gilipollas integral amante de las palabras y el sexo, es amigo de otro bastante papanatas que cree en aquello de hacer el bien sin mirar a quién. Al segundo lo matan un día en un descampado, angelito, y nadie sabe porqué. El primero, bastante capullo, se entristece, claro, coño, era su amigo, pero son cosas que pasan. Que la procesión va por dentro lo sabemos porque recibe una carta póstuma que tarda un siglo en abrir: así es como demuestran los hombres el amor en esta novela tan viril. La carta dichosa contiene la contraseña del correo electrónico del fallecido que, claro, ya no le hace falta para nada. En el correo hay algo así como 25.000 mensajes que el muchacho va leyendo a ratos porque, ya lo dije, le gustan mucho las palabras y tiene mucho tiempo libre porque como es tan imbécil no tiene amigos y sus ex-amantes lo evitan en la medida de lo posible. Enseñanza número uno: follar bien no lo es todo.

Me quejaba yo en una red social, hace tiempo, cuando empecé a leer la novela -poco antes de interrumpir la lectura de lo tanto que me estaba gustando- que notaba en “Ejercito Enemigo” (desde ahora EE) una huella o presencia demasiado palpable de Malherido (especialmente en Santiago, el personaje protagonista). Lo que quería decir con esto era que Olmos parecía haber sido devorado por su alter ego haciendo de la carne verbo. Un conocido me contestó (hablo de memoria) que él no veía problema en eso, más bien al contrario: que quizá el personaje de Malherido había nacido para hacer posible (y creíble) esta novela o al menos su protagonista. Es una forma de verlo. La otra es que Olmos, sabedor del éxito de Mal-herido, se ha construido una novela a medida quizá tratando de asegurarse la cuota de mercado que ha ganado con sus críticas literarias.  

El caso es que por haches o por bes EE acaba siendo una novela de temática irregular (argumentazo) que por lo menos sirve de excusa, al autor, para hablar de todo y de todos y no dejar títere con cabeza o eso quisiera él. Así es que nos encontramos con repeticiones machaconas de la aburrida actividad laboral y masturbatoria del protagonista o el detallado follar ante la cámara de un adolescente con su prima, una suerte de inútil manual sexual para vagos que lo que pretende significar se pierde entre las sábanas. También se habla de blogs, de microblogs, de esa paranoia de Olmos de reconocer la sintaxis de los demás en sus paseos por el mundo (virtual) adelante como si le fuera a servir de algo saber que fulanito es en realidad futanito o menganito no le quiere tanto cómo él quisiera. También se habla de la vida en la red, de la red como un lugar en que vivir, de los intereses que se ocultan tras los nicknames, de lo divino y de lo humano en la red, la red, la puta red, que parece que no haya otra cosa que hacer que pasar todo el santo día abriendo y cerrando ventanas. Es decir: de lo mucho que nos ha cambiado a todos la vida poder encender la lavadora desde el trabajo y saber cuándo aclara o centrifuga o el hacer turismo aún con saldo cero en la Visa gracias al streetview. Una sucesión de brevísimos cursos temáticos sobre la evolución del homo tarifaplanis, ideal para poner al día a los recién llegados o pánfilos analógicos pero que puede acabar condenando al EE a una permanente itinerancia por las secciones de historia, drama y misterio de las bibliotecas públicas. Mal chiste.

Pero el que mucho abarca poco aprieta, ya lo decía mi madre, y hay que ser muy bueno para arreglar el mundo (entiéndase la broma) en trescientas páginas y encima colarnos una investigación que no es tal y sólo quiere dar salida a un novela que de otro modo aburriría a un santo y aún así. En mi humilde opinión el problema de esa investigación no es tanto que no tenga suficiente presencia (que no la tiene) o que no sea especialmente interesante (que no lo es) sino que aparece de repente y se va del mismo modo dejándolo todo perdido de una nadería insufrible. Todo para rematarla con un anticlimax de cincuenta páginas en una fiesta que acaba como acababan todas aquellas fiestas en las que participaba Jessica Fletcher, que ya ven ustedes qué bien, qué maravilla, qué original. En fin pilarín, para qué hablar...