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viernes, 13 de septiembre de 2013

[Criticar por criticar] Aproximación a la rentrée vía El Cultural 13.09.13

Hoy tocaba reseña, pero después de los chorrocientos comentarios del post anterior me voy a regalar un par de días y este articulillo que irá de criticar por criticar el último suplemento de El Cultural, aprovechando que hoy todo en él es la hostia y sabiendo que no hay mejor novela que la última novela. Tómenlo como los anuncios de un intermedio pero olvídense de marcas blancas y otras mediocridades, aquí sólo hay anunciantes de primera división: Seix Barral, Alfaguara, Plaza & Janes, Anagrama... Bueno es El Cultural para eso.

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Isaac Rosa, por ejemplo, que se lleva las cuatro primeras páginas del suplemento (las mismas que la semana pasada regalaron a Coetzee (la comparación es mía)). La articulista, Nuria Azancot, lo entrevista con motivo de la publicación de su última novela, “La habitación oscura”, un relato que, dice Rosa, tiene mucho que ver con “El vano ayer”, “El país del miedo” y sobre todo, “La mano invisible”. Muy bien, así nos aseguramos que la compre todo el mundo. Dos páginas de entrevista dejan otras dos para que Senabre se deje los huevos en la promoción. La frase final aspira a ser la faja de la segunda edición: “La habitación oscura será con seguridad una de las novelas más destacadas del presente año”. Y por esto no fuera suficiente: ¡la caballería! Aramburu recita entrecolumnadamente: “A veces […] asoma el hacha que rompe el hielo interior y entonces la calidad y fuerza del libro leído me libera del vicio profesional. Llegan la fascinación, el abandono al disfrute, las intensas reflexiones suscitadas por la lectura. Enhorabuena a Isaac Rosa por su gran novela.” Esta va a ser la novela de mes. Sí o sí. No hay escapatoria. Léanla o mueran.

Care Santos reseña “Hijos apócrifos”, la novela de Victor Balcells Matas, (se ve que a Care le gustan jovencitos, ñam, ñam), un viejo conocido de este blog. Según ella “la novela es muy ambiciosa”, que de todos los tópicos es el peor. Termina la reseña (el resumen de la novela, en realidad, porque esto es lo único que realmente hace) del modo más neutro posible: ni pa ti ni pa mí ni pa nadie: “Apunta alto y en ocasiones da de lleno en el blanco. En otras, se hace prolija y redundante en exceso. He aquí una estupenda primera novela. Demasiado buena para no esperar de su autor mucho más.” Que no le gustó, vaya, pero que tampoco se atreve a decirlo.

Laura Fernández apuesta, como es habitual, por los lugares comunes, (por algo es periodista) en este caso ¡la bomba de relojería!, que es una expresión que ya hacía por lo menos dos meses que no escuchaba. La muchacha reseña “Calle Berlín, 109”, la apuesta noir de Susana Vallejo para Plaza & Janés. Vean: "Pero la historia de Susana Vallejo no es un mero ejercicio de voyeurismo literario (y criminal), pues ambiciona la recreación de un momento, el presente, en un lugar, la Barcelona del Ensanche, que es en realidad la verdadera protagonista de la novela, el motor de una historia que funciona como una auténtica bomba de relojería." La crítica establece paralelismos con “La comunidad”, de Alex de la Iglesia, y “La ventana indiscreta” de Hitchcock. Ahí es nada. Si con eso no pican, no picarán con nada.

Sanz Villanueva se las ve y se las desea para recomendar una novela sobre la postguerra: “El arranque de Los ingenuos [Manuel Longares, Galaxia Gutenberg] está concebido con una malicia que supone un reto para  el lector apresurado.” O lo que es lo mismo: que el comienzo es un auténtico coñazo. “Buen número de páginas despiden inconfundible aroma costumbrista. Encontramos una familia menesterosa en una destartalada y gélida portería del centro menestral de Madrid. La España miserable de los años 40, el fanatismo, las privaciones y negocietes turbios de entonces tienen trazas de testimonio documental, aunque algún disparate, excentricidad o exageración, apunta a un tipo de realismo diferente.” ¿Qué tal? ¿Emocionados? Claro. Si con esto no se les ha hecho la boca agua, benditos sean Yo esta me la voy a saltar porque así de entrada parece la novela más bien orientada a los incombustibles fans de Cuéntame. 

Joaquín Marco reseña la última de Vargas Llosa, “El héroe discreto” (Alfaguara), una semana después de que tanto ABC como Babelia le hubiesen dedicado sus portadas. Excusaba hacerlo, Joaquín, pues a estas alturas ya sabemos todos que este es, junto con el de Coetzee y el de Rosa, uno de los tres libros que todo el mundo va a leer. A Coetzee le tocará llevarse los palos, por extranjero y para demostrar que la crítica se limpia el culo con los premios Nobel. Joaquín dedica, atentos, algo más de 700 palabras de un total de 970 a contarnos argumento y estructura, así como detalles de ambos. El resto es una ovación contenida un rato y otro, el final, no: “La nueva novela del incansable premio Nobel no defraudará a sus lectores y a quienes quieran sumárseles. No es exactamente una novela de tesis y está lejos de sus primeras obras. Se trata de una gran broma barroca que intenta demostrar el papel del azar en la vida o las complejidades que puede depararnos el azar.

Bernabé Sarabia reseña el ensayo perdedor (también llamado finalista) del premio Anagrama: “Librerías” de Jordi (o Jorge, nunca sé) Carrión. Dice Sarabia que “el autor utiliza más bien las librerías como un argumento literario que va desenvolviendo la historia”. Se estarán preguntando cuál es la historia y porqué esto no es una novela. No sean malos, ya saben que hace tiempo que hemos fundido las fronteras entre ensayo, novela, relatos y microcosas. Ahora todo es Literatura y ya. Retomando, la historia es esta: “Desde la Librería del Pensativo en 1998 hasta los primeros meses de 2013, Jorge Carrión narra en primera persona sus encuentros con las librerías y va dando cuenta de sus peculiaridades culturales, de sus espacios, de su manera de facilitar la lectura a los clientes y de la propia arquitectura del local.” Es decir, que las librerías se utilizan como argumento literario para hablar de las librerías, lo cual, viendo el percal, es todo un avance. Ya sólo por esto muero por leerlo.

Ignacio Echevarría se va a poner tetas. Qué cosas. El título de su artículo de esta semana hace referencia a lo que dijo Pedro Lemebel cuando le concedieron el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso 2013, dotado con 50.000 dólares: “Me voy a poner tetas”. La cosa de Echevarría hoy va de ensalzar la figura de Lemebel: “En la escena literaria española no hay ni ha habido equivalente alguno a la figura de Lemebel.” No lo hay, dice, ni desde el punto de vista de su orientación y militancia sexual, ni desde su estrategia literaria, ni desde su posicionamiento político. Bueno, nada, todo muy pesado. En definitiva, que editen y lean ustedes a Lemebel y se dejen de tonterías. Yo voy a ver si lo encuentro pirata por ahí.

Y ya no me apetece seguir escribiendo. Me voy a ver una película.


martes, 8 de enero de 2013

Autopsia Crítica: Karnaval contado a los niños

Para combatir el tedio de un viernes por la tarde releo algunas reseñas de Ricardo Senabre, crítico de El Cultural, y compruebo lo que venía sospechando desde hace tiempo: que a Senabre le gusta más que a un tonto un caramelo la prosa límpida, precisa, impecable, flexible, rítmica, digna, correcta. La lectura, por otro lado, le gusta placentera, expectante y profunda. Experimentos, los justos; riesgo cero. Senabre como receta para combatir el insomnio. Hoy me ha dado por hacer de abogado del diablo. 

El siete de diciembre Ricardo Senabre publica la reseña de “Karnaval” de Juan Francisco Ferré, premio Herralde (Anagrama) 2012. Karnaval es un mamotreto de 530 páginas que arranca con el escándalo protagonizado por Strauss-Kahn (el presidente del Fondo Monetario Internacional), hecho que, simplificando hasta la náusea, utiliza Ferré para «transmitir, desde múltiples perspectivas, una visión acre y negativa del mundo –convertido, en efecto, en un grotesco carnaval- y de la esencia del ser humano». Un tema muy de estas fechas tan señaladas. Hasta aquí todo normal. Todo lo normal, al menos, que pueda ser una novela de Ferré y todo lo normal que pueda ser una crítica de Senabre siempre tan tendentes al histrionismo unas y tan rayanas en la complacencia otras. Que son estos dos como el agua y el aceite es algo que se ve desde la cara oculta de la luna. 

El tema es el siguiente: Senabre echa en cara el exceso de Ferré: «La densidad intelectual de Karnaval, oscilante entre el ensayo y el ocasional esperpento, convierte el adentramiento en esta obra en una tarea apasionante, aunque sólo apta para lectores expertos». Temazo. A la pregunta ¿expertos en qué?, la respuesta es una incógnita. Porque, exactamente, ¿qué título es necesario tener para leer a Ferré? ¿Hay máster en literatura ferrética? ¿Es inútil un título en ciencias o acaso, tal como ocurre leyendo a otros, esto supone una ventaja añadida? ¿Qué clase de cargas de profundidad ideológicas son esas que tanto espantan al crí(p)tico Senabre? ¿Qué fuma, Senabre, mientras lee este tipo de novelas? En mi opinión, y ya que no me lo preguntan, uno se puede aburrir (o no) a ratos (o no) mortalmente con Ferré, pero de ahí a no entenderlo hay como seis pasos intermedios. Descartado esto vuelvo a preguntar, ¿a qué se refiere exactamente Senabre cuando habla de lectores expertos? Y lo que es más importante: ¿ponen pinchos en la ceremonia de graduación?

En el mismo párrafo, el crítico amplia esta información: «Aún conservando esos componentes reflexivos que dominan sobre los más convencionalmente novelescos y que constituyen una especie de marca de la casa, haría bien el autor, que se muestra extraordinariamente dotado para la escritura, en podar la frondosidad de su discurso, a menudo innecesariamente prolijo, con la seguridad de que los resultados no sería menos eficaces; y encontraría, sin duda, más lectores dispuestos a dejarse arrebatar por el vendaval de ideas y figuraciones que invade sus páginas, a disfrutar, pues, de su buena literatura, que no debe ser un paraíso cerrado para muchos». Es decir, que si Ferré escribiese pensando en los niños sin duda vendería más porque en la falta de esfuerzo (del lector) está la recompensa (del escritor y, por extensión, del propio editor). 

Sobre este asunto de la frondosidad (y patatín y patatán) Ferré tiene algo que decir, siendo algo una forma delicada de darle una patada en boca al crítico. En una entrevista que se publica el día 19 en El Confidencial, Ferré responde a un pregunta bastante directa del entrevistador, Herto Barnés, acerca de los reproches que se hacen a lo desmesurado de su estilo: «[…] reprochar el exceso es sorprendente cuando habría que criticar el defecto, que es lo que se ha establecido como norma de escritura y que detesto: la frase corta, simplona, una frase que podría aparecer en un telediario sin que sorprendiese a nadie. […] Si hay algo que me gusta de la novela es el modo en que expreso cosas que la gente piensa que alguien debería decir, tanto en cuestiones políticas como sexuales o reflexiones sobre la edad. Pero que hay que decirlas con un cierto lenguaje, no tendiendo a la banalidad, sino a lo complejo». Que, bueno… está por ver si despreciar lo breve por breve es muy diferente a hacer lo propio con la desmesura. Resumiendo: que a uno le gustan largas y desarrolladas y el otro las prefiere cortas, flexibles, rítmicas y profundas. Céntrense: hablamos de la prosa. 

Voy a hacer como que no estoy leyendo Karnaval y me voy a preguntar, así a lo tonto, hasta qué punto la recomendación de Senabre de pedirle a Ferré que recorte aquí y allí para hacer de su novela un páramo menos… árido, digamos, no atenta contra todo lo que tiene la literatura de artístico por no hablar de aquello que cabe esperar de un crítico. Entiendo que desde El Cultural la visión del mundo es más comercial que profesional y todo ha de pasar por el filtro del amor, la bondad, las frases cortas y las ideas globales pero de ahí a minusvalorar la inteligencia del lector no experto en no sabemos qué -y a menospreciar al escritor porque escribe frondoso- media un abismo que algunos saltan con la ligereza asombrosa. 


UNA HUMILDE PROPUESTA 

Del mismo modo que Swift recomendó en su momento comerse a los niños irlandeses como una solución eficaz al problema de la mendicidad, tal vez convendría aplicar algún sistema radical de corte similar al ámbito literario para evitar disgustos del tipo que acabamos de ver. Mi propuesta, pues, consiste en lo siguiente: incluir en la contraportada de los libros mensajes de advertencia similares a los que figuran en las cajetillas de tabaco pero que prevengan, no de los daños que el libro pueda ocasionar a la salud mental, sino de los requisitos mínimos que se deben cumplir para afrontar la lectura de según qué libros. Se acompañaría, por supuesto, de imágenes de cerebros tumefactos, ojos ensangrentados y muñones gangrenados, que serían el resultado de no hacer caso de la advertencia. Esto haría algo más que garantizar buenas críticas (más buenas críticas, quiero decir) puesto que también serviría que dar al escritor la seguridad de llegar a sus lectores ideales, sean estos de ideología fascista, por ejemplo, o titulados en Historia del Arte o a los devotos amantes de la contabilidad analítica, que también los hay. 

Imaginen el abanico de infinitas posibilidades que se abriría con esto. Se me ponen los pelos como escarpias sólo de pensarlo. Ejemplos: podrían concederse premios según múltiples categorías (mejor 10.000 que 500) gracias a esa puerta abierta a la adaptación de novelas duras, extensas, profundas, intensas, barrocas, impopulares pero en cualquier caso susceptibles de despertar interés. Algo parecido a aquello que se hacía con aquellos tomos de Novelas Ejemplares que incluían a todo color las mejores novelas de todos los tiempos en apenas cincuenta páginas y dos bocadillos por viñeta. 

Al gremio de los traductores habría que sumar el de los adaptadores. De este modo, Karnaval, previa adaptación, podría ser llevada a diferentes secciones de las librerías en el formato más adecuado. El resultado sería algo parecido a esos libros que adaptan la Biblia a los niños. Así tendríamos Karnaval para prepubescentes, Karnaval para hipsters, Disney Karnaval, Karnaval para amas de casa, Karnaval para tiernos infantes, Karnaval para marxistas, Karnaval para intereconomistas, Karnaval para críticos haraganes y un largo etcétera, merchansdising incluido.