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martes, 10 de junio de 2014

Más “Ad hominem”

Situémonos: viernes, 6 de junio. El Cultural. Echevarría, Ad hominem: 

«Paradójicamente, en la crítica de actualidad, y en nombre de una siempre malentendida neutralidad, se suele estimar de mal gusto aludir a circunstancias ajenas a la obra considerada, y se condena la repercusión sobre ella de elementos extraliterarios, por así llamarlos».

Echevarría no está de acuerdo con esta "censura” ya que, en su opinión, «el comentarista o el crítico de actualidad no puede abstraerse -no debe- de las condiciones de recepción de una obra»:

«Por decirlo más claramente: ni la editorial en que se publica, ni el envoltorio en que se presenta, menos aún -llegado el caso- el tipo de promoción de que ha sido objeto, son elementos irrelevantes a la hora de enjuiciar una novela, por ejemplo. No lo son, desde luego, el hecho de que haya obtenido un premio, ni la naturaleza de ese premio, como tampoco el que el autor o sus agentes hayan concurrido a él, acaso para negociarlo subrepticiamente. Tampoco lo son las declaraciones del autor acerca de su obra, ni siquiera las que pueda hacer sobre cualquier otro asunto.»

Fin de las citas. El resto se lo imaginan o lo leen aquí: ad hominem.

* * * * * * * *

Se dice, es costumbre, que al autor no le gusta salir en la foto. Ya saben, “yo he venido aquí a hablar de mi libro” y tal. Pero claro, no todo el mundo igual y esto es una selva, vivimos tiempos difíciles y si no sales en alguna foto lo más probable es que al final acabes no saliendo ni en los créditos del anuario. 

Y luego está lo de la autopromoción. Con editoriales cada vez más pequeñas (la última que “descubrí” (Agencia Joyce) tiene en su catálogo un único libro) el escritor está casi obligado a ocuparse él mismo de mover y hacer visible su novela. Llamar la atención, vaya. Esto, obliga un poco a tirar de amistades y/o contactos. No problemo, a poco que tengas doscientos amigos en Facebook (quién no) serás, mínimo, el puto Hemingway redivivo. Esto, a la larga, no es fácil de llevar. Así no se puede escribir, con tanta presión. 

Con tantas mamadas.

Pero estoy divagando.

Se puede escribir en silencio o haciendo mucho ruido (no es extraño en las redes sociales escucharle a algún escritor decir que ha empezado su nueva novela o que tiene una idea o que o que o que), hay pruebas de cada caso para aburrir pero, ¿se debe realmente tener en cuenta la vida obra y milagros de un escritor a la hora de escribir una reseña de su libro? Maldades aparte, quiero decir.

Pues seguramente sí.

Pero podemos buscar algún ejemplo, si quieren.

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El sábado 7 de junio de 2014, un día después de la columna de Ignacio Echevarría, Rodrigo Fresán publicaba en el suplemento de ABC una reseña en la descubría un nuevo autor. Autora, en este caso. Era el descubrimiento 256.879 de su carrera. Lo sé porque se lo he preguntado al que lleva su agenda. El libro en cuestión era “Los niños se aburren los domingos” de Jean Stafford (Sajalin, 2014) y entre otras cosas decía, Fresán, lo siguiente:

«Amiga íntima de Peter Taylor (otro nombre a redescubrir o descubrir [256.880]), Stafford había pasado por un matrimonio turbulento con el poeta Robert Lowell del que no salió –como diría Salinger- “con todas sus facultades intactas”, reincidió en el divorcio con el redactor de Live Oliver Jensen, y finalmente encontró la felicidad junto a A.J. Liebling, uno de los puntales de The New Yorker. Al morir este, Stafford dejó de escribir y, víctima del alcoholismo y la depresión, no volvió a sentarse a teclear hasta que llegó su canto del cisne: el relato “An Influx of Poets”, incluido aquí junto a otros tres que no figuraban en la colección original, y que, en Estados Unidos sería añadido a la versión paperback del nominado para el National Book Award y ganador del Pulitzer de 1970 The Collected Stories of Jean Stafford».

Ahora imagínense una reseña de un libro de un joven o no tan joven escritor actual español de este calibre: 

«Fulano, amigo de Mengano, también escritor, estuvo casado con la traductora de Agencia M, pero no les fue bien. Ella bebía. Lo dejaron. Entró en una depresión ligera. Para curarse se compró un coche que no podría pagar pero que le vino muy bien para disfrutar de su gran afición: polvos rápidos en aparcamientos bien iluminados. Lo embargaron. Se arruinó. Se echó a perder. Supo de primera mano lo que ser un miserable. Aun así, se volvió a enamorar: seis veces. La primera de una escritora mayor que él, Zutanita, que le dio grandes consejos que no aprovecharía en absoluto. Harto de empujar la silla de ruedas de la buena de la señora, se lió con su secretaria, también escritora de nouvelles y poeta y aún así dinamizadora cultural de una famosa editorial. Una chica muy completita. Con estudios superiores, además. Pero se murió. Fue atropellada por escritor borracho caído en desgracia: Fulgencio, mejor amigo de Fulano e hijo de Zutanita, que no logró superar el divorcio de sus padres y amigos y que, según sus propias palabras, “simplemente pasaba por allí”».

Claro. Todo esto hay que justificarlo. Pues nada, se justifica: «Todo lo anterior es un telón para descubrir un microrrelatista que, a diferencia de sus colegas de microrrevista, parece moverse cómodamente en todo tipo de trama o territorio».

Y ya está. ¿Qué no? ¿Cómo que no? Claro que sí. Miren, fíjense cómo sigue la reseña de Fresán:

«Todo lo anterior –destilado rápidamente de una entrada de la wikipedia; más detalles en la excelente biografía de David Roberts— es sólo el telón a alzar para descubrir a una cuentista que, a diferencia de sus colegas de revista, parece moverse cómodamente en todo tipo de trama o territorio».

(Lo de escribir media reseña destilando información de la wikipedia es, con diferencia, lo mejor de todo pero ya haremos sangre de esto otro día.)

Y ahora, vean cómo termina:

«Breves pero enormes ficciones engañosamente domésticas que apenas esconden garras y colmillos y a las que conviene acariciar y leer con cuidado. Porque –se sabe, Stafford lo sabía— la vida sí es un abismo. Y no tiene fondo».

¡Tatatachan chan chan!

Apúntenlo. Es perfecto para cualquier colección de relatos. Con cambiar un poco el orden de las frases y tirar de sinónimos, tienen texto para las contras de medio catálogo de Menoscuarto.

En conclusión, si vale para Fresán, por qué no ha de valer para los demás. Me refiero a tirar de biografía, no de wikipedia (que también), a la hora de confeccionar una reseña de, yo qué sé, cualquiera; para tratar de entender, un poco mejor, qué es eso que mueve sus historias, qué llevan dentro, qué origen tiene su desazón, de dónde viene la fuerza y la profundidad de sus personajes. Esas cosas.

Ah, que Jean Stafford está muerta.

Acabáramos.



viernes, 13 de septiembre de 2013

[Criticar por criticar] Aproximación a la rentrée vía El Cultural 13.09.13

Hoy tocaba reseña, pero después de los chorrocientos comentarios del post anterior me voy a regalar un par de días y este articulillo que irá de criticar por criticar el último suplemento de El Cultural, aprovechando que hoy todo en él es la hostia y sabiendo que no hay mejor novela que la última novela. Tómenlo como los anuncios de un intermedio pero olvídense de marcas blancas y otras mediocridades, aquí sólo hay anunciantes de primera división: Seix Barral, Alfaguara, Plaza & Janes, Anagrama... Bueno es El Cultural para eso.

* * * * * * * * 

Isaac Rosa, por ejemplo, que se lleva las cuatro primeras páginas del suplemento (las mismas que la semana pasada regalaron a Coetzee (la comparación es mía)). La articulista, Nuria Azancot, lo entrevista con motivo de la publicación de su última novela, “La habitación oscura”, un relato que, dice Rosa, tiene mucho que ver con “El vano ayer”, “El país del miedo” y sobre todo, “La mano invisible”. Muy bien, así nos aseguramos que la compre todo el mundo. Dos páginas de entrevista dejan otras dos para que Senabre se deje los huevos en la promoción. La frase final aspira a ser la faja de la segunda edición: “La habitación oscura será con seguridad una de las novelas más destacadas del presente año”. Y por esto no fuera suficiente: ¡la caballería! Aramburu recita entrecolumnadamente: “A veces […] asoma el hacha que rompe el hielo interior y entonces la calidad y fuerza del libro leído me libera del vicio profesional. Llegan la fascinación, el abandono al disfrute, las intensas reflexiones suscitadas por la lectura. Enhorabuena a Isaac Rosa por su gran novela.” Esta va a ser la novela de mes. Sí o sí. No hay escapatoria. Léanla o mueran.

Care Santos reseña “Hijos apócrifos”, la novela de Victor Balcells Matas, (se ve que a Care le gustan jovencitos, ñam, ñam), un viejo conocido de este blog. Según ella “la novela es muy ambiciosa”, que de todos los tópicos es el peor. Termina la reseña (el resumen de la novela, en realidad, porque esto es lo único que realmente hace) del modo más neutro posible: ni pa ti ni pa mí ni pa nadie: “Apunta alto y en ocasiones da de lleno en el blanco. En otras, se hace prolija y redundante en exceso. He aquí una estupenda primera novela. Demasiado buena para no esperar de su autor mucho más.” Que no le gustó, vaya, pero que tampoco se atreve a decirlo.

Laura Fernández apuesta, como es habitual, por los lugares comunes, (por algo es periodista) en este caso ¡la bomba de relojería!, que es una expresión que ya hacía por lo menos dos meses que no escuchaba. La muchacha reseña “Calle Berlín, 109”, la apuesta noir de Susana Vallejo para Plaza & Janés. Vean: "Pero la historia de Susana Vallejo no es un mero ejercicio de voyeurismo literario (y criminal), pues ambiciona la recreación de un momento, el presente, en un lugar, la Barcelona del Ensanche, que es en realidad la verdadera protagonista de la novela, el motor de una historia que funciona como una auténtica bomba de relojería." La crítica establece paralelismos con “La comunidad”, de Alex de la Iglesia, y “La ventana indiscreta” de Hitchcock. Ahí es nada. Si con eso no pican, no picarán con nada.

Sanz Villanueva se las ve y se las desea para recomendar una novela sobre la postguerra: “El arranque de Los ingenuos [Manuel Longares, Galaxia Gutenberg] está concebido con una malicia que supone un reto para  el lector apresurado.” O lo que es lo mismo: que el comienzo es un auténtico coñazo. “Buen número de páginas despiden inconfundible aroma costumbrista. Encontramos una familia menesterosa en una destartalada y gélida portería del centro menestral de Madrid. La España miserable de los años 40, el fanatismo, las privaciones y negocietes turbios de entonces tienen trazas de testimonio documental, aunque algún disparate, excentricidad o exageración, apunta a un tipo de realismo diferente.” ¿Qué tal? ¿Emocionados? Claro. Si con esto no se les ha hecho la boca agua, benditos sean Yo esta me la voy a saltar porque así de entrada parece la novela más bien orientada a los incombustibles fans de Cuéntame. 

Joaquín Marco reseña la última de Vargas Llosa, “El héroe discreto” (Alfaguara), una semana después de que tanto ABC como Babelia le hubiesen dedicado sus portadas. Excusaba hacerlo, Joaquín, pues a estas alturas ya sabemos todos que este es, junto con el de Coetzee y el de Rosa, uno de los tres libros que todo el mundo va a leer. A Coetzee le tocará llevarse los palos, por extranjero y para demostrar que la crítica se limpia el culo con los premios Nobel. Joaquín dedica, atentos, algo más de 700 palabras de un total de 970 a contarnos argumento y estructura, así como detalles de ambos. El resto es una ovación contenida un rato y otro, el final, no: “La nueva novela del incansable premio Nobel no defraudará a sus lectores y a quienes quieran sumárseles. No es exactamente una novela de tesis y está lejos de sus primeras obras. Se trata de una gran broma barroca que intenta demostrar el papel del azar en la vida o las complejidades que puede depararnos el azar.

Bernabé Sarabia reseña el ensayo perdedor (también llamado finalista) del premio Anagrama: “Librerías” de Jordi (o Jorge, nunca sé) Carrión. Dice Sarabia que “el autor utiliza más bien las librerías como un argumento literario que va desenvolviendo la historia”. Se estarán preguntando cuál es la historia y porqué esto no es una novela. No sean malos, ya saben que hace tiempo que hemos fundido las fronteras entre ensayo, novela, relatos y microcosas. Ahora todo es Literatura y ya. Retomando, la historia es esta: “Desde la Librería del Pensativo en 1998 hasta los primeros meses de 2013, Jorge Carrión narra en primera persona sus encuentros con las librerías y va dando cuenta de sus peculiaridades culturales, de sus espacios, de su manera de facilitar la lectura a los clientes y de la propia arquitectura del local.” Es decir, que las librerías se utilizan como argumento literario para hablar de las librerías, lo cual, viendo el percal, es todo un avance. Ya sólo por esto muero por leerlo.

Ignacio Echevarría se va a poner tetas. Qué cosas. El título de su artículo de esta semana hace referencia a lo que dijo Pedro Lemebel cuando le concedieron el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso 2013, dotado con 50.000 dólares: “Me voy a poner tetas”. La cosa de Echevarría hoy va de ensalzar la figura de Lemebel: “En la escena literaria española no hay ni ha habido equivalente alguno a la figura de Lemebel.” No lo hay, dice, ni desde el punto de vista de su orientación y militancia sexual, ni desde su estrategia literaria, ni desde su posicionamiento político. Bueno, nada, todo muy pesado. En definitiva, que editen y lean ustedes a Lemebel y se dejen de tonterías. Yo voy a ver si lo encuentro pirata por ahí.

Y ya no me apetece seguir escribiendo. Me voy a ver una película.


martes, 11 de diciembre de 2012

De la inconveniente LEGITIMIDAD

UNO

30 de noviembre. Llueve. Ignacio Echevarría: “Basta de monsergas sobre la corruptibilidad de los reseñistas, sobre su ignorancia, sobre su mansedumbre y sus anteojeras”. A ver, un momentito, orden en la sala: las monsergas sobre la corruptibilidad de los reseñistas son la sal de vida. Como exreseñista Ignacio debería saber que no podemos renunciar a ellas, porque si renunciamos a ellas corremos el riesgo de dormirnos en los laureles y entonces puede llegar el lobo y comernos todito todito lo que no nos tiene que comer. Que los reseñistas son unos vendidos hay que decirlo siempre y dudar de ellos o directamente no creerse ni una palabra, también, siempre. Hemos llegado a un punto en que es una obviedad decir que los malos críticos son los culpables del bajísimo nivel de la crítica de los suplementos culturales de este país y que ya todos sabemos poco menos que, en el mejor de los casos y salvo honrosas excepciones, la crítica es decepcionante.

Pero no nos equivoquemos, esa crítica vaga, perezosa, poco o nada profesional; esa crítica que se prostituye por cuatro euros o que sólo atiende a intereses comerciales, esa crítica, digo, no es la peor crítica ni su perpetrador el peor de los críticos ya que, al fin y al cabo, es consciente de las “limitaciones” (entre comillas esto) de un público que sólo busca orientación y estar un poco al corriente de las novedades. Somos corderitos asustados. Pero hay otra crítica (otras, en realidad) que resulta mucho más despreciable que esa que, al fin y al cabo, hace lo que hace porque tiene una familia que mantener. Estoy hablando de la crítica que hacen los AMIGOS, esa banda de impresentables mentirosos y oportunistas, vagos y maleantes la mitad de las veces. Hoy hablaremos de un grupo de amigos muy concreto, porque en la concreción está el gusto. Pónganse cómodos; nos llevará un rato.


DOS

Miguel Espigado es escritor y, hasta donde yo sé (que tampoco es que sea mucho) ejerce de crítico literario en revistas como Quimera. Pues bien, Miguel Espigado publicó hace unos meses un artículo en su blog llamado ‘10 Consejos para ser un buen crítico literario’ en el que se incluía el siguiente punto: “No te hagas amigo de los escritores. Acabarás apoyando sus carreras con laslaudatio más bochornosas, pelotas y cursis. Luego, cuando tu amistad no sea justamente correspondida, pondrás sus libros a caer de un burro en justo desagravio”.

Exacto. Aunque Miguel Espigado tenga algunos días malos, de vez en cuando también tiene momentos de extrema sensatez, es capaz de ver más allá de sí mismo y entender que la amistad está bien para según qué cosas pero fatal para según qué otras.

Además de estos arrebatos de sentido común, Espigado tiene un blog o dos o tres. El actual se llama “elespigado”. Antes de eso, mucho antes, abrió uno al que llamó Generación Nocilla cuya primera entrada, escrita en julio de 2007, servía para definir qué es y quién integraba La Generación Nocilla. [1] Sin querer hacer demasiada historia de un hecho sobradamente conocido, la generación Nocilla surge a raíz de la repercusión que tiene la novela de Agustín Fernández Mallo [2], Nocilla Dream, de la que no hablaré si no es en presencia de mi abogado. Vicente Luis Mora [3] prefería llamar a esta generación “La luz nueva”, porque Vicente tiene estas cosas de buscarle nombres raros a todo. En cambio a Eloy Fernández Porta [4], socio de Spoken Words con Agustín Fernández Mallo, le gustaba mucho más la etiqueta de “Afterpop”, que por algo escribió un libro con ese nombre. Los Fernández siempre en la vanguardia.

Nota de interés: el tercer blog de Espigado al que hacía referencia más arriba se llamaba “Afterpost” y prestaba especial atención a la obra de los integrantes de la Generación Nocilla. Qué cosas, ¿eh? Esto no ayuda a entender a qué viene incluir en el segundo punto de los ‘10 consejos para ser buen crítico literario’ lo inconveniente o sospechoso de criticar libros de tus amigos si luego vas y casi no haces otra cosa en tu vida.