Cuando escribo estas palabras han pasado casi veinte días desde que terminé de leer esta novela. Conociéndome, esto significa que, si no digo algo ya, lo más probable es que no lo diga nunca.
Leyendo la mayoría de la literatura actual —española o no, da igual— y leyendo novelas como esta de Mouawad, cae uno en la cuenta de que hay una diferencia fundamental entre unas y otras que tiene mucho que ver con el efecto que producen en el lector. En mi opinión la literatura puede ser muchas cosas, y de hecho lo es, pero nunca debería ser inofensiva, en el sentido que tiene no dejar indiferente. Lo que tiene la literatura de personajes como Aloma Rodríguez o Tao Lin o tantos otros es que da igual lo que digan, parece que no digan nada. Sin duda “Ánima” no es la mejor novela del mundo y desde luego no es lo mejor que ha escrito Wajdi Mouawad (¿tengo que volver a recordarles “Incendies”?) pero desde luego hay una cosa que no provoca: indiferencia.
Otro cantar, ya, que nos importe todo un carajo.
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Cuando hace unos días hablaba de esta novela en una aproximación (que creía yo tangencial aunque luego resultó no serlo tanto) (AQUÍ) salía a la luz un tema de la masacre de Chatila, que es la típica masacre que se olvida después del siguiente partido de la Champions. Aquello fue, por ir metiendo veladas referencias, una animalada que venía a demostrar que cuando se trata de violencia y crueldad, el ser humano es el puto amo.
Pues de eso trata Ánima.
Dejen que se lo resuma.
Al protagonista le matan, un buen día y sin venir a cuento de nada, a su mujer. No lo hacen pegándole un tiro, eso sería demasiado generoso: la violan y la apuñalan y la matan, a ella y al feto que lleva dentro. A partir de ese momento, la novela será él buscado al asesino en zonas fronterizas, en reservas indias. Donde sea. No es, de entrada, una novela sobre la venganza, ya que el protagonista sólo quiere mirar a los ojos al asesino y –a riesgo de que malinterpreten- asegurarse de que no ha sido él quien empuñó el cuchillo.
A medida que avance la novela las heridas se abrirán y un torrente de recuerdos irá minando las fuerzas de este buen hombre, este superviviente de la masacre de Chatila que no acaba de entender qué demonios está pasando, por qué todo vuelve a empezar:
«Yo nací hace tiempo de una masacre, mi familia fue degollada contra el muro de nuestro jardín, y hoy, años después, a miles de kilómetros de allí, la maquinaria de la sangre parece haberse puesto de nuevo en marcha.»
He aquí lo especial: la novela tiene como narradores a los animales con los que, de un modo u otro, se cruza el personaje. Desde los perros de sus acompañantes, hasta la araña que se oculta en las alturas, pasando por los mosquitos o las mariposas o los zorros o los conejos. Lo que sea que no tenga hipoteca.
La Gran Pregunta es: ¿tiene esto algún sentido más allá del simple golpe de efecto o no son nada más que ganas de llamar la atención? Al fin y al cabo, ya sabemos cómo es esta gente del teatro… La respuesta es complicada pero en mi opinión SÍ se justifica y la razón, en cierto modo y sin esperar que lo entiendan, está aquí:
«Y Humbert empezó a hablar de la muerte, esa línea donde todo se borra, y de la guerra, esa línea donde todo se desgarra. Habló de las líneas porosas que separan a los humanos de los animales y de las líneas que surcan los rostros de los vivos. Habló de las líneas que nos hacen y nos deshace, pliegues, trazos, límites, fronteras, demarcaciones. Habló de las líneas que nos salvan, conductoras, eléctricas, musicales, y habló de las que nos faltan, esas líneas blancas desaparecidas en el trazado de nuestras carreteras, esas líneas invisibles para nuestras almas perdidas en lo más profundo de sus laberintos. Habló de líneas verticales de cuya punta se colgaron tantas y tantas Ariadnas sin Teso que salvar ni Minotauro que vencer, habló de de las líneas sin tinta para inscribirse en el papel de la memoria y luego, con el paso interminable del tren arrastrando los vagones, se puso a chillar: Y también querría hablarte de la línea que llevas en el rostro, de ese tajo que separa tu cara, igual que el tajo que aquí mismo, hace más de un siglo, separo este país entre el norte y el sur, haciendo brotar la sangre de toda una generación de jóvenes.»
La línea como división. La división como germen de la violencia. La violencia como argumento. Estamos muy lejos de merecer la humanidad de la que presumimos. Somos peor que las bestias, cuya violencia sí tiene una razón de ser. Somos unos hijos de la gran puta; tal vez no asesinos, pero sí, con nuestro silencio, cómplices.
En definitiva y para no alargar más esta reseña, Ánima trata sobre aquello que mejor nos define: la violencia, ese inconfesable placer.
Una más que recomendable novela. Avisados quedan.