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martes, 18 de marzo de 2014

“Ánima” de Wajdi Mouawad

Cuando escribo estas palabras han pasado casi veinte días desde que terminé de leer esta novela. Conociéndome, esto significa que, si no digo algo ya, lo más probable es que no lo diga nunca. 

Leyendo la mayoría de la literatura actual —española o no, da igual— y leyendo novelas como esta de Mouawad, cae uno en la cuenta de que hay una diferencia fundamental entre unas y otras que tiene mucho que ver con el efecto que producen en el lector. En mi opinión la literatura puede ser muchas cosas, y de hecho lo es, pero nunca debería ser inofensiva, en el sentido que tiene no dejar indiferente. Lo que tiene la literatura de personajes como Aloma Rodríguez o Tao Lin o tantos otros es que da igual lo que digan, parece que no digan nada. Sin duda “Ánima” no es la mejor novela del mundo y desde luego no es lo mejor que ha escrito Wajdi Mouawad (¿tengo que volver a recordarles “Incendies”?) pero desde luego hay una cosa que no provoca: indiferencia. 

Otro cantar, ya, que nos importe todo un carajo.

* * * * * * * * *

Cuando hace unos días hablaba de esta novela en una aproximación (que creía yo tangencial aunque luego resultó no serlo tanto) (AQUÍ) salía a la luz un tema de la masacre de Chatila, que es la típica masacre que se olvida después del siguiente partido de la Champions. Aquello fue, por ir metiendo veladas referencias, una animalada que venía a demostrar que cuando se trata de violencia y crueldad, el ser humano es el puto amo.

Pues de eso trata Ánima

Dejen que se lo resuma. 

Al protagonista le matan, un buen día y sin venir a cuento de nada, a su mujer. No lo hacen pegándole un tiro, eso sería demasiado generoso: la violan y la apuñalan y la matan, a ella y al feto que lleva dentro. A partir de ese momento, la novela será él buscado al asesino en zonas fronterizas, en reservas indias. Donde sea. No es, de entrada, una novela sobre la venganza, ya que el protagonista sólo quiere mirar a los ojos al asesino y –a riesgo de que malinterpreten- asegurarse de que no ha sido él quien empuñó el cuchillo. 

A medida que avance la novela las heridas se abrirán y un torrente de recuerdos irá minando las fuerzas de este buen hombre, este superviviente de la masacre de Chatila que no acaba de entender qué demonios está pasando, por qué todo vuelve a empezar:

«Yo nací hace tiempo de una masacre, mi familia fue degollada contra el muro de nuestro jardín, y hoy, años después, a miles de kilómetros de allí, la maquinaria de la sangre parece haberse puesto de nuevo en marcha.»

He aquí lo especial: la novela tiene como narradores a los animales con los que, de un modo u otro, se cruza el personaje. Desde los perros de sus acompañantes, hasta la araña que se oculta en las alturas, pasando por los mosquitos o las mariposas o los zorros o los conejos. Lo que sea que no tenga hipoteca.

La Gran Pregunta es: ¿tiene esto algún sentido más allá del simple golpe de efecto o no son nada más que ganas de llamar la atención? Al fin y al cabo, ya sabemos cómo es esta gente del teatro… La respuesta es complicada pero en mi opinión SÍ se justifica y la razón, en cierto modo y sin esperar que lo entiendan, está aquí:

«Y Humbert empezó a hablar de la muerte, esa línea donde todo se borra, y de la guerra, esa línea donde todo se desgarra. Habló de las líneas porosas que separan a los humanos de los animales y de las líneas que surcan los rostros de los vivos. Habló de las líneas que nos hacen y nos deshace, pliegues, trazos, límites, fronteras, demarcaciones. Habló de las líneas que nos salvan, conductoras, eléctricas, musicales, y habló de las que nos faltan, esas líneas blancas desaparecidas en el trazado de nuestras carreteras, esas líneas invisibles para nuestras almas perdidas en lo más profundo de sus laberintos. Habló de líneas verticales de cuya punta se colgaron tantas y tantas Ariadnas sin Teso que salvar ni Minotauro que vencer, habló de de las líneas sin tinta para inscribirse en el papel de la memoria y luego, con el paso interminable del tren arrastrando los vagones, se puso a chillar: Y también querría hablarte de la línea que llevas en el rostro, de ese tajo que separa tu cara, igual que el tajo que aquí mismo, hace más de un siglo, separo este país entre el norte y el sur, haciendo brotar la sangre de toda una generación de jóvenes.»

La línea como división. La división como germen de la violencia. La violencia como argumento. Estamos muy lejos de merecer la humanidad de la que presumimos. Somos peor que las bestias, cuya violencia sí tiene una razón de ser. Somos unos hijos de la gran puta; tal vez no asesinos, pero sí, con nuestro silencio, cómplices. 

En definitiva y para no alargar más esta reseña, Ánima trata sobre aquello que mejor nos define: la violencia, ese inconfesable placer.

Una más que recomendable novela. Avisados quedan.


jueves, 27 de febrero de 2014

Una aproximación [tangencial] a “Ánima” de Wajdi Mouawad

1

Sabra y Chatila. El 16 de septiembre de 1982 tuvo lugar en estos dos campos de refugiados situados en Beirut, una masacre cometida por fuerzas cristiano-falangistas libanesas (en respuesta a un atentado llevado a cabo por facciones pro-palestinas) con una cifra de víctimas que oscila entre las 300 y las 3000. La comisión Kahan determinó que las fuerzas israelíes habían sido indirectamente responsables de las matanzas. En diciembre del mismo año Naciones Unidas «resuelve que la masacre fue un acto de genocidio

En 2001 la justicia belga admitió a trámite una demanda contra Ariel Sharon (ministro de defensa Israelí en 1982) «en aplicación de una ley de jurisdicción universal para casos de violaciones de los derechos humanos». Israel cuestionó su jurisdicción (alegando que existían razones políticas) y en 2003, bajo la presión de Estados Unidos que amenazaba con bloquear la aportación financiera a la OTAN si Bélgica no derogaba la ley que permitía juzgar a extranjero por crímenes de guerra, se modificó la ley y se archivó la causa alegando que ya no había base legal para el proceso.


2

El 22 de julio de 2002 un F-16 lanzó una bomba sobre Al Daraj, en Gaza, al norte de la franja palestina. El objetivo era Salh Shehadeh, líder de Hamas al que Israel tenía por terrorista. La bomba, sin embargo, destruyó la casa vecina. Murieron catorce civiles, siete de ellos, niños. Otras 150 personas resultaron heridas. El 29 de enero de 2009 un juez español decide investigar la posible responsabilidad penal por crímenes contra la humanidad del entonces ministro de defensa Israelí. La demanda se admite a trámite. Esto provoca una crisis diplomática que se resuelve dando carpetazo asunto el 29 de agosto del mismo año y modificando la ley de modo que solo se podrá enjuiciar por delitos de genocidio o lesa humanidad cuando «sus presuntos responsables se encuentren en España o existan víctimas de nacionalidad española o [tuvieran] algún vínculo de conexión relevante con España».


3

Pronto hará diez años que víctimas tibetanas reclamaron justicia en los tribunales españoles acusando a la cúpula del Partido Comunista Chino de cometer crímenes internacionales (léase genocidio, tortura, terrorismo de Estado). En 2006 la Audiencia Nacional dictaminó que se tenía plena competencia para investigar los hechos. Hace poco, la misma Audiencia puso en busca y captura al ex presidente chino Jiang Zemin y al ex primer ministro Li Peng por el genocidio del Tibet. Se les acusa de «de estar al corriente de torturas, ejecuciones extrajudiciales y arrestos arbitrarios a ciudadanos tibetanos y de someter a este pueblo a “políticas de planificación familiar forzosas que incluían la práctica extendida de abortos y esterilizaciones forzosos”, entre otros delitos de lesa humanidad.» 

Y empiezan las presiones, económicas y comerciales. 

Acaba de aprobarse en el Congreso de los diputados el archivo de la justicia universal con el fin de evitar, según admitió la dirección del Grupo Popular, «conflictos diplomáticos» especialmente el abierto con China. Según la reforma, que reduce la ley a la mínima expresión, «los jueces españoles solo serán competentes para investigar delitos de genocidio, lesa humanidad o contra las leyes de la guerra cuando “el procedimiento se dirija contra un español o contra un ciudadano extranjero que resida habitualmente en España o que se encontrara en España y cuya extradición hubiera sido denegada por las autoridades españolas”.»


4

En “Ánima” de Wajdi Mouawad el protagonista es un superviviente de la masacre de Chatila, hecho que, sin ser apenas nombrado, flota como una losa sobre una novela que habla, entre otras muchas cosas, de las líneas de separación. Ya entraremos en detalles. 

Es asombrosamente fácil, parece decir Wajdi, pasar de ser un héroe a ser un monstruo. El gobierno español se ha asegurado, no sólo de recordárnoslo, sino de demostrarlo. 

En 2015 habrá elecciones generales; seré nuestro turno de hablar.



5

Independientemente de todo esto pero también “precisamente por todo esto”, “Ánima” de Wajdi Mouawad está resultando ser (a escasas 100 páginas del final) una novela más que recomendable.




viernes, 31 de mayo de 2013

“Incendios” de Wajdi Mouawad

A VECES es simplemente cuestión de perspectiva. Me refiero a nuestra personal valoración de algunas obras. Es una cuestión de perspectiva. Además de las habituales mentiras de la crítica y los intereses propios —legítimos, qué duda cabe— de las editoriales hay una parte de todo este circo de complacencia y buenismo que tiene que ver con los malos hábitos adquiridos, desarrollados y nunca corregidos. Una parte, ojo; que nadie se agarre a este clavo ardiendo no se vaya a quemar.

Me explico. La costumbre de leer obras mediocres o directamente malas durante demasiado tiempo (ah, qué gran mal, la amistad) puede llevarnos a creer que estamos realmente frente a una supuesta maravilla que como tal anunciamos y damos a entender. Pongamos un ejemplo: uno de los peores libros que he leído en los últimos años ha sido Asco de José Angel Barrueco (y no fue porque me pillase en un mal día, precisamente). Para que se hagan una idea: comparado con el de Barrueco, Intemperie de Jesús Carrasco es una maravilla. Pero es, como decía, una cuestión de perspectiva, porque comparado con el de Carrasco Gótico carpintero de William Gaddis, por ejemplo, es una puta obra maestra. O El plantador de tabaco —de inminente reedición, aviso—. No hay color.

Pues bien, un pasito antes de Gótico..., tres antes de El Plantador... y seiscientos cuarenta por delante de Intemperie (el de Barrueco no aparece ya que mi aplicación no opera con decimales) se sitúa este pequeña maravilla llamada Incendios de Wajdi Mouawad.

* * * * * * 

Llevo tiempo demorando esta reseña. No hago más que poner excusas. Que si quiero volver a leerlo, que si quiero terminar la tetralogía (ya llegaremos a esto), que si antes quiero ver la película, que si no sé ni por dónde empezar. Y todo esto es cierto y todo esto es mentira. Quiero volver a leerlo, claro, y ver la película y releer lo anterior y leer lo siguiente y lo que está por venir, pero entremedias Incendios existe, es una realidad, es un libro escrito, publicado, leído y representado, no necesariamente por ese orden. Es una obra con principio y final, siendo su inclusión dentro de una tetralogía una simple cuestión temática. Y es, como decía, una obra representada, porque –me arriesgo ahora a una espantada general- Incendios es teatro. Oh.

No es fácil resumir el argumento. Una mujer muere tras años de silencio dejando como única herencia un par de cartas que han de ser entregadas a sus dos únicos hijos. A ella le encomienda la búsqueda de un hermano desconocido, allá en el Líbano; a él, la de su padre. O quizá sea al revés. En cualquier caso da igual; el resultado es el mismo. Por supuesto, hay una razón para tanto misterio, pero me la voy callar porque, tal como se dice en el libro, “Hay verdades que sólo pueden ser reveladas a condición de ser descubiertas”. Por un lado está la búsqueda (reticente en el caso de él) tanto de su padre como de su hermano y por el otro la narración, en flashbacks, de lo visto, vivido, de lo sufrido por su madre muerta: la razón de su mutismo. Esto, dicho así, puede no parecer gran cosa. Error. Craso, además. Les invito a probar. Les invito a intentarlo. Busquen el libro, ojéenlo, empiécenlo. Les reto a dejarlo por la mitad. (1) (2)

Cuando más arriba hablaba de perspectiva me imaginaba a mí mismo leyendo algún libro reciente que me hubiese gustado, por aquello de enfrentarlos. El último fue ayer mismo: La misma ciudad de Luisgé Martín. Con todo lo que me gustó, que fue bastante, no hay ni punto de comparación con el texto de Mouawad. No hay (en el de Luisgé) ese momento de no poder dejar el libro (o casi, ya que de tan breve no da tiempo a que tal cosa ocurra) y sí hay, en cambio, (en Incendios) una historia que atrapa desde la primera página y un tema que gana en interés, pero sobre todo una forma de contarlo que resulta fascinante. El teatro me ofrece, al menos en esta ocasión —quizá por mi ignorancia en el tema—, una posibilidad que no he encontrado en la narrativa: compartir en el mismo espacio, en un mismo instante, historias alternativas situadas en espacios físicos y temporales completamente diferentes; cruces de conversaciones que, a pesar de la distancia imaginaria, se interrumpen, se intercambian pero también se complementan y se refuerzan. 

Todo suma y en Incendios la suma de sus partes da como resultado una obra absolutamente genial. Uno de esos libros, una de esas lecturas, que nos devuelve a los lectores la perspectiva perdida; que nos ayuda a entender que no todo lo que creemos bueno lo es realmente (ni remotamente) y que no toda la experimentación es un campo minado de errores.

Se me ocurren otros libros en los que dejarse el capital durante la Feria del Libro de Madrid que empieza hoy, pero mejores que este, pocos. 





(1) Traducción e introducción de Eladio de Pablo. KRK Ediciones, 2011.

(2) Sinopsis, también insuficiente, extraída de la web de la editorial: "Incendios es, tal vez, de la tetralogía La sangre de las promesas, la obra de Mouawad más trágica. Una joven, casi una niña, concibe un hijo fruto del amor, en una sociedad atravesada por la guerra y el odio. El niño le es arrebatado nada más nacer y Nawal, esa joven casi una niña, no cejará hasta encontrarlo, puesto que ha hecho la promesa de amarle siempre, "ocurra lo que ocurra". Y comienza una búsqueda obstinada, un viaje a lo desconocido. Y cuando, después de muchos años, al fin encuentra a su hijo, Nawal comprende que el amor y el horror pueden ir de la mano de una manera terrible, terriblemente humana. Y el fogonazo de esa revelación la hace callar para siempre. Vivirá en silencio los últimos años de su vida y solo hablará a través del testamento que deja a sus hijos gemelos, Jeanne y Simon, a quienes encarga también una búsqueda: la de su padre, que ambos creían muerto, y la de un hermano cuya existencia ignoraban absolutamente. Jeanne y Simon, al igual que su madre, emprenderán un viaje a lo desconocido, un viaje a través del espacio y del tiempo (pero también al interior de sí mismos), para acabar encontrándose a sí mismos."