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jueves, 25 de agosto de 2011

“Pudor y dignidad” de Dag Solstad


Pudor y dignidad es el título no provisional de esta novela. Digo no provisional porque si lo fuese (provisional) podría consolarme pensando que el autor intenta jugar al despiste para que no nos enteremos de qué va hasta que esté terminada. Como no es el caso nos vamos a quedar sin entenderlo. ¿Ustedes lo saben? No, claro, qué van a saber. Miren, esta reseña no la escribo tanto ustedes, sino por mí, a ver si así, reflexionando en alto, acabo de entender el significado de este título tan misterioso. 


* * * * * * * 

La historia que cuenta “Pudor y dignidad” es la siguiente: un profesor llamado Elias Rukla enseña literatura a sus alumnos de dieciocho años. Concretamente les explica –como cada año desde hace demasiados- “El pato salvaje”, una de las mejores y más importantes (sino la que más) obras de Henrik Ibsen, el dramaturgo noruego (ver reseña anterior). Pues ese profesor que lleva veinticinco años enseñando y hablando de la misma obra cree ver en esta ocasión algo que no había visto nunca. Cree entender lo que Ibsen quiere decir en las palabras que pone en la boca de uno de sus protagonistas, su alter ego el doctor Relling y por extensión cree entender el mensaje que el autor quiere hacer llegar al público. Y eso, entenderlo o creer que lo entiende, es lo que se supone que cambia su vida y justifica esta novela. Pero sigamos: al salir de clase su paraguas no se abre y como no se abre por las buenas lo abre a hostias [sistema también conocido como “por las malas” (ver foto de portada para más información)] y al notarse observado en semejante estado por sus alumnos llama puta a una de ellas y le dice no sé qué barbaridad sobre que se coma un bocadillo y tal, gorda. Que está enfadado, vaya. Enfadado con el paraguas que no se abre y enfadado con su vida ya veremos que de mierda. 
El resto de la novela es este tío de camino a casa pensando en cómo cuernos va contarle a su mujer que está a punto de quedase sin trabajo y que a ver cómo se las van a arreglar para salir adelante. Esto mientras nosotros estamos jodidos porque queremos enterarnos del mensaje secreto que oculta “El pato salvaje”. Suponemos que el autor, Solstad, como buen filósofo y noruego habrá desvelado realmente ese misterio y estará a punto de contárnoslo en este libro que sólo puede ser una excusa para semejante acontecimiento. Las ganas. Lo que nos va a contar es la vida de Elias Rukla en menos de cien páginas, que es lo que a estas alturas nos queda por leer. Bueno, su vida entera no, sólo más importante. Leyéndola y comparándola con la obra de Ibsen yo no encuentro ninguna respuesta (si acaso más preguntas) pero sí ciertos paralelismos que no sé muy bien cómo conciliar: Rilke, al igual que Hjalmar (el protagonista de la obra de Ibsen), está “felizmente” casado con una mujer que no le ama porque ella - piensa Rilke, piensa Rukla - ama y amará siempre a otro hombre, aquel que se la entregó al abandonarla para irse a hacer las Américas. “Aquel” tiene nombre, se llama Johan Corneliussen y es (era) (inexplicablemente) amigo suyo. Johan es filósofo, como Solstad -otro paralelismo que no sé si conduce a alguna parte- que fracasa en su carrera al no cumplir su tesis (que si no recuerdo mal trataba sobre la literatura que existe sobre Kant -la relación de Marx con Kant- aunque Rukla llega a dudar, leyéndola, si no tratará más bien sobre el marxismo como ideología de la liberación) las expectativas creadas ya que su carrera, hasta entonces, había sido meteórica. No se sabe muy bien porqué rechaza el premio de consolación (una beca en Heildelberg para seguir investigando) y abandonando a su mujer y su hija (sí, también tenía un hija de otro, como Hjalmar) se marcha a vivir a Nueva York seguro de que las teorías marxistas en las que ha creído siempre la ayudarán a entender los sueños y los deseos que los americanos, tan capitalistas ellos, no son capaces de aprovechar, cosa que sí hará Johan si logra colocarse como publicista. 

Todo esto lo cuenta Solstad como lo contaría Thomas Bernhard (ya saben, monologando sin puntos y aparte) pero sin alcanzar su maestría no sé si porque no quiere pasarse con el plagio o porque no le sale. Supongo que mucho de lo primero y un poquito de lo segundo. Esto incluye la repetición obsesiva de expresiones y que el protagonista no esté del todo bien de la azotea. La realidad es que al final no hay respuestas a la pregunta formulada y eso me ha puesto un poco de mala leche porque a mí personalmente me hacía mucha ilusión descubrir -por más que esta fuera una “recomendación” robada- al descubridor del secreto nunca reconocido que se supone que se oculta tras el dichoso Pato Salvaje. Esto es lo que se conoce como decepción. A pesar de todo – y esto es lo que se conoce como salvarse por los pelos- la novela despierta el interés suficiente para afrontarla [enteritas sus 140 páginas] sin que a uno le venza el desanimo nada más que al final cuando ya se intuye que esto es medio agua de borrajas. La cosa queda en tablas. Novela interesante a la par que decepcionante. No voy a recomendarla, no al menos encarecidamente, aunque si yo fuese ustedes no descartaría del todo su lectura pues muchos pasajes (quizá sólo algunos y no siendo esta la única razón) invitan a ser leídos dos veces y a quedarse papando moscas un ratito, lo cual demuestra que como poco el autor se ha esforzado y eso es algo que no se ve todos los días. Además, qué coño: Ibsen, imitadores de Bernhard, “El pato salvaje”, mentiras y filósofos noruegos locos de atar: bien.


martes, 23 de agosto de 2011

"El pato salvaje" de Henrik Ibsen



He pasado este último mes convencido de que “El pato salvaje” (para muchos “El pato silvestre”) de Henrik Ibsen era una obra de menor [digamos] calado que la mucho más popular “Casa de muñecas”. Craso error el mío que vengo a subsanar hoy con esta reseña que no es sino el preámbulo de la que vendrá a continuación, “Pudor y dignidad” de Dag Solstad (Lengua de Trapo, 2007), la [digamos "correcta"] novela que, en cierto modo, me hizo caer de la burra.

Para quien no lo sepa: “El pato salvaje” es una obra de teatro escrita en 1884 que cuenta, grosso modo, la siguiente historia: Gregers Werle es un joven de buena familia que se marca como objetivo en su vida hacer cumplir los "imperativos de lo ideal" que -en su opinión- no son otra cosa que hacer prevalecer la verdad por encima de todo (y pesar de todos) al considerar que este es el verdadero camino para alcanzar la paz interior -su particular idea de felicidad- para lo cual decide abrirle los ojos a su amigo Hjalmar Ekdal, un hombre humilde cuya vida se sostiene sobre una “mentira vital” -como la define su vecino Relling, verdadero aliento de la misma- que no voy a contar porque lo segundo mejor de la obra es descubrirlo (lo primero es la propia obra). La intención de Gregers Werle sería digna de elogio si ejecutarla no significase llevarse por delante la felicidad que a la familia Ekdal la he constado tanto alcanzar y no digamos mantener.

Para que lo entiendan: trasladado al plano de lo paraliterario esto sería algo así como decirle a un [mal] escritor que su novela es espantosísima de la muerte cuanto todo a su alrededor son parabienes y palmaditas en la espalda y elogios en revistas culturales o premios con solera. El reparto de papeles sería el siguiente: yo sería el hijo de puta de Gregers Werle y el mencionado escritor paquete, el infeliz Hjalmar. Mi excusa sería lo "innoble" de abrirle los ojos para hacer prevelecer la verdad verdadera y que se esfuerce un poco más la próxima vez por el bien común y de la cultura nacional y que además así se va a sentir mejor, más satisfecho consigo mismo. Pero lo cierto es que si lo hago es simplemente porque a mí no me duelen prendas ni me remuerde la conciencia mientras que el muchacho o la muchacha que ha logrado sacar adelante su libro con gran esfuerzo se quedará con un palmo de narices después de haber dedicado seis meses o seis años (depende del talento) de su vida a algo que ahora le arrastran por el fango un completo desconocido. Relling, el personaje secundario que Ibsen introduce como contrapunto de Werle, sería algo así como el amigo del escritor, también escritor la mitad de las veces, que trata de preservar su felicidad alentándolo a seguir por el camino tomado por mas que sepa que su libro es malo con avaricia. Visto así Relling no es tan simpático. Quizá no haya sido esta la comparación más acertada.

Volviendo a la obra, Ibsen toma partido claramente por Relling (probablemente su alter ego) para quien la “mentira vital” es, en ocasiones, imprescindible para alcanzar la felicidad o, al menos para, sostener una sensación de felicidad, que para el caso es lo mismo. De hecho, la mejor y más famosa frase de la obra, la que mejor resume el conjunto de la misma y lo que trata el escritor de explicar la dice el propio Relling, como no podía ser de otra manera: “Si quita usted la mentira vital a un hombre vulgar, le quita al mismo tiempo la felicidad”. Pues eso. Por si se lo preguntan yo opino igual aunque no predique con el ejemplo. A los Gregers Werle del mundo había que colgarlos por los pulgares y bañarlos en aceite hirviendo, verías que pronto aprendían a no meterse en asuntos ajenos.

Y ahora debo dejarles pues estoy preparando una reseña demoledora de un libro -de un escritor español cuyo nombre me niego a desvelar de momento- que a pesar de los desmedidos y numerosos elogios de la contraportada no me ha gustado nothing de nothing. Lástima.