Hoy toca post de batalla.
Inicialmente esta iba a ser la reseña de Plataforma y todo porque esa novela de Houellebecq encajaba como un guante en la dinámica del post. Con esto quiero decir que funcionaba muy bien como terapia frente a las extenuantes e invasivas recomendaciones de aquellos que ven en subproductos editoriales de temporada excelencias que no existen. En muchos sentidos Plataforma era una patada en la boca de esos pastores de ovejas que mantienen el rebajo alejado de pastos más verdes creyendo que los tristes ovinos, de puro idiotas, no sabrían valorarlos.
Que igual sí, pero hasta yo me doy cuenta que está feo prejuzgarlos incapaces o desinteresados, que es a la postre lo que está pasando. Y no te cuento, ya, lo feo que está aprovechar la reseña de una novela que más que gustarnos nos ha entusiasmado para tirar piedras a tejados de blogs ajenos con intención de quebrarlos, pero es tal la urticaria que éstos nos provocan con sus injustificables mamadas y clasismos varios que la sola idea de dejar pasar la oportunidad hacer algo de ruido se me antoja del todo insoportable (es un decir).
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Pese a la remota posibilidad de estar equivocado, me gusta pensar que todo lector es un lector potencial de Faulkner. Faulkner tiene fama de difícil y un poco ladrillito. No es cierto. En realidad más que difícil, es exigente. Bueno, vale, admitamos que tal vez sí sea un poco peleón, pero si lo es, lo es única y exclusivamente por esa exigencia que acabamos de mencionar, lo cual es un problema relativo. El verdadero problema sería el lector y más concretamente cierto tipo de lector, su educación y sus hábitos malsanos, a saber: esa costumbre borreguil de creer que, por ejemplo, la literatura de género, también llamada de entretenimiento, es de alguna forma incompatible con esa otra narrativa menos genérica que es acusada día sí día también del más rancio elitismo, narrativa de la que, parece, es necesario huir si uno quiere “disfrutar” de la lectura y “relajar el cerebro” con algo ligero sobre todo en verano, con el sano objetivo de “entretenerse” porque, claro, ya los inviernos Schopenhauer en bucle.
Seguro que a todos no gusta hacer el gilipollas y perder el tiempo con chorradas que no conducen a ninguna parte, ya sea en cine o literatura; dejarnos llevar por argumentos e historias que se repiten hasta la extenuación leyendo sagas o viendo series infinitas de enésimas e idénticas temporadas, pero creer o dar a entender o simplemente insinuar que hay lectores que sólo pueden disfrutar de ese tipo de literatura de tercera porque la otra no es tan fácil, es tal vez dar por hecho demasiadas cosas e insultar a demasiada gente al mismo tiempo.
No quiero colgarme medallas que no me corresponden pero, maldades aparte, desde esta medicina hemos disfrutado siempre mucho poniendo en evidencia aquellos productos tóxicos que eran y son vendidos como supuestas maravillas tanto por los fabricantes como por sus serviles perroflautas, ya fueran estos profesionales ya fueran estos lo que fueran. Siempre hemos defendido que escritores como Gaddis o Faulkner, pese a su dificultad, eran infinitamente más satisfactorios que el alfaguara de turno del agosto del año que tengan a bien elegir.
Si ustedes prefieren hacer caso a quien les recomienda leer Carmen Mola antes que a Houellebecq es asunto suyo pero jamás permitan que ese alguien les diga que hay una razón para ello, esto es, que está plenamente justificado. Elitismo no es creer que hay una literatura mejor que otra, básicamente porque es esa es una realidad que no admite duda; elitismo es creer que hay lectores para la una y que hay lectores para la otra, sin concederles siquiera el beneficio de la duda.
Es verdad, uno no puede pasarse la vida leyendo novelas de Barco de Vapor colección naranja por muy oscura que ésta sea (y por mucho que Alfaguara la enmascare con portadas para adultos) y luego afrontar El ruido y la furia con la tranquilidad de un buda, pero hay ejemplos de términos medios para aburrir, también en Faulkner y si no que se lo digan a Santuario o Luz de Agosto, que mean por encima de cualquiera que elijan como la mejor novela negra de los últimos diez años.
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Todo este discurso tiene su origen en una discusión surgida en Facebook a raíz del comentario de una reseña en la que se recomendaba la lectura del libro de Carmen Mola, La novia gitana, a todo el mundo (excepto unos cuantos, como supe después) pese a que (de esto también me enteré más tarde, ya que en la reseña se dice lo contrario) no es ninguna maravilla aunque sí mejor que otros (sin llegar a aclarar nunca cuáles).
Es decir, que este libro de calidad cuestionable es bueno para cierto sector y no tan bueno para otro, siendo el primero (intuyo) el grupo al que se adscriben lectores ocasionales de verano y habituales de la novela negra (ergo exigencia cero) y el otro todos aquellos que creen que en la literatura de género todavía es posible no faltarle el respeto a la inteligencia ofreciendo productos que, sin necesidad de aportar grandes novedades, alcancen unos mínimos de calidad aceptables.
Que es exactamente lo contrario de lo que ocurre en La novia gitana.
La editora de Alfaguara Negra, María Fasce, habla de libro poderoso incluso de novela extrema, claro que esta señora cobra por decir esas cosas. Juan Carlos Galindo, de profesión borreguismo servil, no contento con el despropósito, habla (como quien habla del tiempo) para El País de ruptura de convencionalismos, de estructura sólida o de clásico policial y saca a colación ilustres desconocidos como Banville o Pynchon aprovechando el anonimato de la escritora, enésimo atractivo para muchos. Lo de los blogs ya directamente clama al cielo: cualquiera diría que se han propuesto demostrar que las mayores virtudes de la novela son precisamente sus mayores defectos: los personajes, estereotipados hasta la náusea o con la profundidad de un plato de sopa; la trama, lineal, sin aristas, más simple que el mecanismo de un botijo y la tan cacareada lectura ágil (¡ese ritmo!), adictiva y, cómo no, ¡veraniega!
Entonces abres el libro y te encuentras, página sí, pagina también, lindezas como esta:
— ¿Has descubierto ya algo, Buendía?
— Te estábamos esperando para empezar —la recibe el forense con todo listo—. De momento solo la hemos examinado por fuera.
Donde “por fuera” sería jerga forense especializada válida tanto para jarrones chinos como para seres humanos y “con todo listo” una forma como cualquier otra de ahorrarte un par de tediosas líneas (práctica habitual en el libro) describiendo utensilios que vete tú a saber cómo se llaman o qué órgano extirpan.
Mola ha escrito un libro infame, que parece redactado por un bachiller avispado durante la clase de matemáticas; Alfaguara lo ha publicado y la cohorte habitual lo ha ensalzado, elogiado, recomendado. Todo un clásico del verano. Luego llegará el lector despistado y creerá que efectivamente no está mal, al fin y al cabo ¿cómo va él a llevarle la contraria a tanto profesional del medio? ¿Cómo puede un escritor tan humilde como para mantenerse anónimo en un gremio especializado en egos inflamados no ser absolutamente genial o absolutamente amoreterno?
Me juego un huevo y parte del otro a que esta basura ha sido escrita por un “negro” —que la editorial tenía en nómina o ha encontrado tirado en un rincón— al que sentado a escribir novelitas de manual con el fin de conseguir un Dicker español que les ahorre los costes de traducción y promoción habituales en escritores de carne y hueso. Entrevistas exclusivamente por correo electrónico, cuatro reseñas aquí y allí, lectores perezosos y conformistas que alimenten el boca a boca... Y a vivir.
Exitazo, claro.
Y luego, en otoño, con la rentrée, nos quejaremos del nivel, Maribel, y clamaremos al cielo y lamentaremos que ya no haya buenos y grandes editores, y nos preguntaremos qué ha sido de Anagrama y su buen gusto; qué está pasando con la LITERATURA, gritaremos, y abriremos cienes y cienes de post en redes sociales preguntándonos unos a otros dónde dónde ¡dónde está el problema! cuando todo el mundo sabe que el problema es Faulkner, que es muy difícil.