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miércoles, 16 de mayo de 2012

Una de arena (Catálogo de buenas lecturas)

En los comentarios de un post anterior me hicieron la siguiente pregunta: "¿Serías capaz de nombrar tres BUENAS novelas de tres escritores españoles menores de cincuenta años?" A quién me lo planteó le di una respuesta que por falta de tiempo quedó a medias, algo que trataré de enmendar en un minuto. Antes de empezar quisiera aclarar no leo tanta narrativa española ni desde hace tanto tiempo como para dar con semejante lotería. En los dos últimos años han sido unos cien [libros] muchos de los cuales parecen haber sido elegidos directamente con el culo y de ahí la media tan baja: Mora, Bonilla, Barba, (Miki) Otero, (Pablo) Muñoz, Sabadú, (Javier) Moreno, (Marc) Pastor, Piña, Albero, Vilas… Bueno, en fin, que me lo he buscado. Tampoco quiero hablar de BUENAS novelas sino de buenas lecturas, esto es, aquello que me siento a leer y leo si esfuerzo o sin cagarme en el escritor cada cinco putos minutos o que simplemente cumple las expectativas que me he creado yo solito. De ahí a que algo sea bueno media, en algunos casos, un abismo. Pero ese es un detalle en el que me niego a entrar.

Tirando de listado, por aquello de certificar que efectivamente, tal como sospechaba, no podía ofrecer tres de tres (de menos de cincuenta tacos, recuerden) me encuentro con que no es así por los pelos. Hay un escritor que lo ha logrado: Antonio Orejudo. De Orejudo me ha gustado todo, lo que menos lo primero (“La nave”) y lo último ("Un momento de descanso"), pero aún así aprueba con nota. Digamos que le da la media. Celso Castro le anda cerca gracias a las geniales "el afinador de habitaciones" y su segunda parte "astillas". (Cuando escribo estas palabras acabo de sacar dos libros más de la biblioteca.) (Cuando escribo estas otras otras los he devuelto sin leer.) El bronce está por ver. Sospecho que no será para Marta Sanz por culpa de que “Animales domésticos” ni fu ni fa aunque con “Black black black”, con todo lo light que es, me reí bastante. A Sanz le pasa lo que a Castro: tengo por leer un tercero que será determinante pero que en su caso, al ser más de lo mismo, supongo que se quedará en simple mención. Me refiero a “Un buen detective no se casa jamás”, recién publicada y que ya tengo metidita en el Kindle para cuando me regale diez o quince días de novela negra. No soy mucho más fan de Marta Sanz de lo que pueda serlo de Alberto Olmos, de quien he disfrutado, con reservas, tres de las cuatro novelas que le he leído ("El estatus", "Trenes hacia Tokio" y "Ejercito Enemigo").  

Viajando al pasado, entre lo mejor de los últimos dos años estaría “Providence” de Juan Francisco Ferré del que me hubiese gustado leer algo más. Lamentablemente su producción anterior está descatalogada y yo ya me he cansado de buscarla. Otra de la novelas que recuerdo con más cariño, por razones que no vienen al caso, fue “Los bosques de Upsala” de Alvaro Colomer, que no sé a qué cojones está esperando para sacar algo más. Nunca le hice reseña y lo merecía; hoy ya es tarde, tendría que volver a leerlo y no estoy por la labor. También quiero incluir aquí a Ernesto Pérez Zúñiga por “El juego del mono” y a Isaac Rosa por la estupenda “El vano ayer”. 

Otros escritores que me parecieron INTERESANTES por diferentes motivos fueron: Pablo Gutiérrez, con la historia de “Nada es crucial” que aun pareciéndome floja, me enganchó (después volvería a intentarlo con “Rosas, restos de alas” pero ya no); Jon Bilbao -un escritor al que siempre digo que volveré y nunca lo hago- por la ya reseñada “Padres, hijos y primates”; Cristina Fallarás por esas novelas tan viscerales, tan cristinafallarás ("Las niñas perdidas", "Últimos días en el puesto del Este") y Javier Calvo (El jardín colgante”). Y puestos a incluir, aunque con la boca pequeña, gracias, seguramente, a que hace demasiado tiempo que los leí: Germán Sierra (“Inténtelo con otras palabras”) o Mercedes Cebrián (por “La nueva taxidermia” y eso a pesar de que la segunda nouvelle de las dos que incluye tiene demasiada pinta de ser un plagio descarado de Residuos de Tom McCarthy). No quiero dejar de mencionar a Victor Balcells Matas, Marina Perezagua, quizá Pilar Adón (a quienes castigo por ser escritores de relatos) y, si me apuran, Fernando San Basilio

Mención especial fuera de concurso para dos de las novelas más divertidas que he leído este año: la segunda (atendiendo al orden de lectura) es "Una comedia canalla" de Iván Repila y tendrá su propia reseña en unos días. La primera la leí hace unos meses. Está escrita por un completo desconocido para todos aquellos que no acostumbren a pasarse por los comentarios de este blog. Su nombre: Quique; el de su novela: "El empujoncito". Se la recomendaría pero está inédita y no serviría de mucho. 

Esto es todo. Seguro que me dejo alguno o estoy siendo injusto con muchos o me he pasado de buenismo con algún otro, pero me he jurado un post corto, que no llegue a las mil palabras y bueno, no sé... por ahí andará. Seguramente la lista fuese muy diferente si hubiese podido elegir entre escritores no españoles que escriban en castellano o nacionales de cualquier edad pero la pregunta que da origen al post no la formulé yo y esto es lo que ha salido, que bastante me parece ya.


lunes, 21 de febrero de 2011

Un momento de descanso - Antonio Orejudo



Uno es tan bueno como lo mejor que ha hecho” 
Cita de Lector Mal-herido hablando de este mismo libro 


Generalmente los post (nadie se imagina lo mucho que odio esta palabra) los empiezo con Word y los acabo en el editor del propio blog. Lo primero que escribo es “Comentario de” y a continuación el título del libro; de ese modo al guardarlo me evito tener que teclear nada. El problema es que en esta ocasión, y a pesar de haber acabado el libro en cuestión hacía apenas dos días, me encontré con que se me había olvidado el título y no tenía nada que poner. Ya les estoy oyendo: “¿Y cómo puede pasarte eso, pedazo de gilipollas? ¿Qué clase de lector eres que no valoras el arte como se merece? ¿A santo de qué viene ese menosprecio por el esfuerzo ajeno?” No se alteren, hagan el favor, que no es para tanto y además tengo excusa. No me acuerdo del título porque el título me trae sin cuidado; porque lo que a mí me interesa de esta nóvela no es su nombre, sino su autor. Y me importa tanto su autor que me leería cualquier cosa suya independientemente del título, género o estilo. 


UN POCO DE HISTORIA 

A Antonio lo descubrí con “Ventajas de viajar en tren”, novela a la que no recuerdo cómo llegué y que probablemente sea una de las “más mejores que he leído endejamás de los jamases” (iba a decir “en mi puta vida” pero no me parece elegante). Es tan tan tan rematadamente buena que sólo ella basta para  hacer realidad la cita de Mal-herido que encabeza esta entrada. 

Después, aprovechando el tirón del orgasmo, empecé y acabé “Reconstrucción”, de la que ya hablé en su momento y cuyo comentario pueden leer siguiendo este enlace: aquí

Creo que fue entonces cuando localicé en internet “La nave” una novelita corta, (probablemente lo primero de publicó Orejudo) que aún gustándome no me dejó una huella imborrable en el recuerdo (al punto que hoy la he olvidado por completo). 

Fabulosas narraciones por historias” era la que a priori parecía menos interesante (y es que a mí la generación del 27 me dio siempre mucha arcada) pero que, claro, había que leerla, estábamos hablando de Orejudo. El resultado no pudo ser mejor: no se convirtió en “lo mejor que he leído de” porque eso es algo que difícilmente podrá ocurrir mientras siga existiendo “Ventajas de viajar en tren”, pero estuvo cerca. Lo lleva jodido Orejudo para superarse, pero todavía es joven; hay tiempo. 


UN MOMENTO DE DESCANSO 

Este fin de semana fue el turno de “Un momento de descanso”, a la que no sé cómo hacerle un comentario y mucho menos una crítica sin caer en el chiste fácil de decir "¿Se habrá tomado el ingenio de Orejudo un momento de descanso?", porque yo no hago estas cosas por muy poco que me haya gustado el libro en cuestión. Y en honor a la verdad tampoco es que no me haya gustado (o no estaría hablando de él) sino que de toda la obra de Orejudo me parece la menos memorable; la más prescindible. Recuerdo muchísimos detalles de su lectura: haberme enfadado bastante al poco de comenzar cuando descubrí un párrafo que parecía calcado (debería decir robado) de otra novela todavía por identificar. Cuando busqué el objeto de ese plagio con la intención de utilizarlo de excusa para esta entrada se escondió (sí: lo hizo) y de ahí que me esté mordiendo (poco, es verdad) la lengua, maldiciendo y rogando (pero con el mazo dando) por descubrirlo algún día y retomar entonces como se merece esta pequeña maldad. Inmediatamente después de ese asunto insignificante la historia ganó en interés y sobre todo en calidad: Orejudo es un narrador excepcional y lo estaba demostrando página tras página; al menos hasta que llegó la segunda parte. Una segunda parte muy interesante pero tan desligada de la primera que tuve que recurrir en varias ocasiones a la contraportada para asegurarme de que no estaba ante una novela construida a base de relatos (ver “España” de Manuel Vilas, como ejemplo práctico de este sistema que cada vez me gusta menos (iba a decir "sistema de mierda" pero otra vez me pudo la elegancia). La tercera y última parte recupera el ritmo de la primera; el relato se complica y despierta, como poco, el interés: tramas, intrigas y mentiras sin descanso pero sobre las que permanece -flota- la sensación de estar frente a un texto poco elaborado; sobre una construcción un tanto endeble. En aquel momento hubiese apostado casi cualquier cosa a que las excusas que Orejudo ponía en boca de uno de los protagonistas (él mismo) para justificar la inconsistencia de ciertas partes eran reales; en definitiva, que estaba siendo consciente de sus propios agujeros y había optado por huida hacia delante: un pequeño giro argumental como forma de ("truco para") evitar el pequeño desastre que se le echaba encima. El resultado es no saber si estoy frente a una buena novela mal construida o frente a una mala novela bien rematada. Esa pequeña incertidumbre es la misma que evita mi inclinación al elogio en esta ocasión; a la precaución de no entusiasmarme en la recomendación y a desear que esta sensación de haber sido víctima de un engaño no sea nada más que otro golpe de efecto de genial Antonio Orejudo.