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miércoles, 16 de agosto de 2017

“Hombre” & “Que viene Valdez” de Elmore Leonard

Porque sé que o bien están casi todos ustedes muertos, hartos o de vacaciones, hoy seré anormalmente breve. Llevo un mes recomendando westerns, ya no insisto más. Prefiero que lo sepan por mí: han tenido tiempo más que suficiente para hacerme caso, si no ha sido así no he fracasado yo, sino ustedes, por no hacerme caso y perderse con ello con todo lo que se están perdiendo. 

Hoy, otra vez, Elmore Leonard. Si están pensando que lo correcto hubiera sido probar con otros autores, otros estilos u otras historias es porque no conocen a Elmore Leonard o sea que, chitón.

Hombre es la historia de... pues de un hombre medio indio que por circunstancias ajenas a su voluntad, que era pasar el resto de su vida cagando de campo, ha de subirse a una suerte de diligencia para ir a qué importa dónde a qué importa qué. El caso es subirlo a la diligencia con los sujetos A, B, C, D y E. Esto es un clásico de todos los tiempos: meter a cinco o seis personajes en un armario y obligarlos a enfrentarse a un conflicto externo que será el que sea y que nos llevará a conocer no digo ya la naturaleza humana sino diferentes motivaciones para hacer según qué cosas, cosas que iremos descubriendo con relativo asombro. 

Aquí la obviedad: novela corta fenomenal. Ejemplo de ritmo, de montaje, de tensión. No hay momento de respiro ni, a estas alturas, exceso de originalidad (arrastramos una historia demasiado larga de plagios y remakes) pero tampoco absolutamente nada que haga pensar que uno ha perdido el tiempo con su lectura, que no es una cosa que pase todos los días, y lo saben.

La segunda novela, Que viene Valdez la empecé con cierto miedo y toneladas de entusiasmo: pese a que lo había pasado rematadamente bien leyendo Hombre, me extrañaba que el mismo autor fuese capaz de superarse a sí mismo. Bueno, pues la primera en la frente.

Mejor y más entretenida y más todo lo que quieran. Con un protagonista de antología, esta segunda novela corta de Leonard es, una vez más, claro ejemplo de lo que se debe esperar siempre de una novela de estas características. 

Sin entrar en muchos detalles, Valdez representa, al igual que el Marlowe de Chandler, un ideal de integridad y valor. Aunque sin el sentido del humor de aquel, su eficacia está garantizada. Valdez, que de entrada parece la clase persona a la que no le confiarías una vaca, demuestra ser todo y más de lo que se espera de un héroe de Leonard. Él sólo quiere justicia, justicia, en este caso, con una india a la que le han matado al marido (voy a pasar muy de puntillas por todo para no destrozarles nada) por una tontada tipo ser negro en el lugar y el momento equivocado. A partir de ahí, la búsqueda de justicia llevará a Valdez a enfrentarse a uno de esos villanos que, de tanto que gustan en Hollywood, han acabado por agotarlo. Con todo, la novela es de las de no levantar los ojos del libro hasta que termina. Una vez más, ejemplo de trama (con todo lo sencilla que es), de diálogos, de ritmo, de tensión… bueno, lo habitual.

Estoy convencido de que esta novela —a la que, una vez más, llego tarde— la ha leído mucha gente pero también estoy convencido de que no la suficiente. Si yo tuviese algo que decir en esto de la educación la impondría (es un decir) de obligada lectura en el colegio. Qué Greguerías ni qué oscuras golondrinas ni que hostias. ¡Valdez! Y ya verían ustedes qué recreos tan fenomenales.

Pero claro, Western.

Miren, a la mierda todo: o se quitan de una puta vez el prejuicio o aquí va a arder Troya.

Aviso.





(Traducción de J.A. Santos y Marta Lila)


jueves, 10 de agosto de 2017

“Centauros del desierto” de Alan Le May (Trad. Marta Lila)

Y luego está Centauros del desierto.

La tentación de dejar la reseña así, con ese “y luego está Centauros del desierto” es grande y además estaría más que justificada. Porque es verdad, uno va leyendo westerns como si no hubiera un mañana total para descubrir lo que unas veces imaginaba y otras ya sabía, esto es, que por un lado de género menor nada, y por otro que hay historias y hay historias. Y esta es una de las grandes. Y cuanto menos se diga de ella mejor, que luego vienen los listos de turno y se hacen pasar por unos que la han leído aprovechando que se han visto la película como tres veces.

Entremedias, la sensación de estar haciendo el ridículo porque, a ver, CENTAUROS DEL DESIERTO, ¿vale?, o sea, como si hubiese algo que demostrar. Que puede ser: no sería la primera película que es mejor que el libro, aunque a mí ahora mismo no se me ocurra ningún ejemplo.

La historia tiene lugar en Texas durante “la ocupación”, cuando los colonos querían vivir felizmente en las tierras que hasta entonces habían pertenecido a los indios, esas malas bestias que de caballos bien pero de títulos de propiedad ni puta idea. Un día estás en tu casa tan ricamente sentado en tu hamaca de cedro y por la noche los comanches se llevan a tus hijas y matan al resto, tú incluido. Heredan sed de venganza tu hermano y un hijo adoptivo que suben a lomos de Rocinante y se echan al campo a buscar a las buenas de las mujeres. Y así chorrocientos años, pues no es grande Texas ni nada, y porque un día sucede al otro y por has ido a dar con el indio más cabrón de todos:

«Jamás se les ocurrió pensar que su búsqueda se estuviera convirtiendo en una enorme y extraordinaria gesta de resistencia; una epopeya de esperanza sin fe, de fortaleza sin recompensa, de tozudez más allá de los límites de la cordura. Simplemente siguieron buscando, dando el siguiente paso, porque siempre hubo un lugar más donde buscar, una leve esperanza que seguir».

Lo que dejan atrás, lo que les espera, lo que les ocurre. Todo suma y todo sirve para alimentar el odio: el cansancio, la frustración, los recuerdos. La novela crece en la medida que sus personajes son aniquilados durante una búsqueda sin sentido.

«Un indio persigue algo hasta que piensa que ya lo ha perseguido lo suficiente. Luego lo deja estar. Y lo mismo ocurre cuando huye. Después de un tiempo piensa que debe desistir, y comienza a aflojar. Por lo visto, no concibe que exista una criatura que persista en una persecución hasta el final».

Centauros incluye paisajes, horizontes, vientos huracanados, fríos glaciares, militares, rangers, amor, sexo, dramas familiares, conflictos armados y raciales, rivalidad, enemistad, errores y aciertos a partes desiguales y posos de locura para aburrir. Tiene hasta humor, un destello fugaz, un instante, un respiro. Y un final trepidante y casi cuatrocientas razones más (tantas como páginas tiene la novela) para no abandonar su lectura; y para no olvidarla, también.

Tal vez crean que es suficiente con haber visto la película pero eso es porque tal vez estén equivocados. Es más, me he tomado la molestia de hacerlo yo una vez más y ya les digo que sí, que están equivocados. Centauros del desierto (la película) es la sombra desdibujada del libro de Le May; es práctica e inevitablemente una sucesión de sketches todo lo memorables que quieran pero que se pasa completamente por forro algunas de la cosas más importantes que tienen lugar en la novela, tipo la evolución de los personajes, por ejemplo, sobre todo de Marty (para los que no son de letras: John Wayne no, el otro). El paso de los años ha de notarse en algo más que en color de los calzoncillos y la realidad es que dos horas no son suficientes para contar esta historia, así seas John Ford, así seas David Lean; es probable que ni siquiera una miniserie de HBO diera para tal cosa. No pretendo restarle valor a cinta, sigue siendo una película magnífica, pero lo es fundamentalmente por la historia que cuenta y por nuestra nostalgia de aquella épica, y tal vez con la nostalgia no podamos hacer gran cosa pero con la historia sí, con la historia podemos hacer mucho: para empezar nos la podemos leer y así tratar de entender el origen de aquello que vimos en pantalla y apreciar y valorar en papel su dimensión real.

O podemos seguir tratando el western como la tercera mierda, ustedes verán.


martes, 8 de agosto de 2017

“Los cautivos” de Elmore Leonard (Trad. Juan Antonio Santos)

Los cautivos es una colección de relatos. La palabra clave es relatos. Ya sólo con esto tengo yo excusas hasta el 2050 para no acercarme al libro ni con un palo. Si a esto le añades que los dichosos son del oeste, que es un género que tampoco es que arrastre (ni a mí ni a las masas) a las librerías, apaga y vámonos. No es de extrañar. Personalmente siempre he asociado el western con la televisión, toda vez que quedan ya demasiado lejos en la memoria aquellas novelitas que se canjeaban por otras en librerías especializadas en caos y segunda, por no decir trigésima, mano. No le demos más vueltas: mero desconocimiento o lo que hasta ahora venía siendo no tener ni puta idea.

No tengo la menor intención de hacer un resumen de todos y cada uno de quince relatos que se incluyen. No se me ocurre nada más aburrido que eso, honestamente, ni más inútil. Es bastante habitual encontrarse reseñas de ese tipo. No sé ustedes pero yo no recuerdo nunca haber leído ninguna completa ni recuerdo tampoco haberme decidido a leer equis libros basándome en los diferentes argumentos de sus relatos. Pocas cosas se me ocurren más estúpidas que leer tomando notas continuamente, algo a lo que te ves obligado si te dedicas a escribir ese tipo de reseña. No es el caso: el santo varón de este blog encuentra más placer en la lectura que en la escritura posterior de modo que van ustedes a tener que fiarse de mi palabra, mi buen gusto y mi memoria de mierda.

Empecemos.

Bajo cielos inmensos me abrió los ojos. Sin alcanzar la categoría de obra maestra es una novela que sirve para dejar meridianamente claro que el western es algo más que Clint Eastwood fumando y pegando tiros o Alan Ladd poniendo cara de fósil, una obviedad que no siempre tenemos demasiado en cuenta. Para un servidor de ustedes supuso un antes y un después en esto de los prejuicios, tanto de los que me mantienen alejado del relato, prejuicios estos a los que me niego a renunciar, como aquellos que me llevaban a tener este género siempre como la última de opciones posibles, por debajo incluso de producciones nacionales. 

Pero estoy divagando. Decía que Bajo cielos inmensos me abrió los ojos, pero no fue sólo eso. Hubo un factor determinante que me llevó a interesarme por este libro: Elmore Leonard. Porque, claro, a ver, Leonard es Leonard y por muy lejos que queden ya mis lecturas de sus novelas (la última, probablemente, hace más de diez años), Leonard sigue siendo Leonard, esto es, sigue siendo brevedad, concisión y entretenimiento a raudales y por encima de todo. Esto es: sigue siendo una garantía.

En Los cautivos hay muy pocos relatos que decepcionen, si acaso hay alguno, probablemente no. Sí hay relatos muy buenos, tipo el que da nombre al volumen, La hora de venganza o El día más largo de su vida o Hurra por el capitán Early o La mujer tonto (o… o… o…) y otros no tanto (fíjate que se me han olvidado hasta los nombres), pero en general incluso estos últimos mantiene un nivel más que correcto. 

Sin más rodeos: quince relatos del oeste son quince situaciones ambientadas en un momento de la historia bastante concreto y conociendo a Leonard, la cosa no va de recrearse en el paisaje sino más bien todo lo contrario: en todo momento está muy claro que su objetivo primero es entretener al lector, dibujando personajes que no siempre son meros estereotipos y creando, en sencillas tramas de hombres de pelo en pecho enfrentados entre sí, rápidas situaciones de tensión que se mantienen durante veinte o treinta páginas para terminar como en el fondo nos gusta que terminen las buenas historias.

Eso es Leonard: acción, acción, acción. Y mucha contención y cero digresión. Y es probable que, como dicen por ahí, tenga relatos mucho mejores, no dudo que así sea, pero una cosa no quita la otra y, ya lo he dicho, Los cautivos es puro Leonard y es pura diversión. Y yo ya no pido ni ESTO más.


martes, 24 de mayo de 2016

‘Cuentos completos’ de Joseph Conrad (II)

Hoy, un bloque también llamado ‘Juventud: una narración; y otras dos historias’ que incluye lo siguiente: 


‘Juventud’

Hubo un tiempo en el que a los escritores les pasaban cosas. Se hacían guerrilleros o marineros o buscaban oro en Alaska. Ahora lo más boicotear Mercadona. Juventud es un buen ejemplo.

En Juventud, un narrador nos cuenta que, en una reunión de viejos amigos, uno de ellos, Marlow (personaje recurrente y alter ego de Conrad, a quien más adelante podremos encontrar también en El corazón de las tinieblas, Lord Jim y Azar), cuenta una historia. 

«Estábamos sentados en torno a una mesa de caoba en la cual se reflejaban una botella de clares, unas copas, y nuestros semblantes al acordarnos en ella. Éramos un director de empresas, un contable, un abogado, Marlow y yo. El directos había sido grumete en el barco de instrucción Conway; el contable había prestado servicio cuatro años en alta mar; el abogado —venerable conservador, anglicano a machamartillo, el mejor de los compadres, la esencia del honor— había sido oficial mayor en la Compañía Naviera Peninsular y Oriental en los buenos tiempos en que los barcos-correo llevaban aparejos de cruzamen en al menos dos mástiles y atravesaban el Mar de la China durante un buen monzón con alas arriba y rastreras abajo. Todos iniciamos nuestras singladuras en la marina mercante. A los cinco nos vinculaban los fuertes lazos de la mar, así como la camaradería de los navíos, ésa que jamás brotará de ningún entusiasmo por yates y cruceros y similares, pues éstos son meras distracciones de la vida en tanto que aquellos son la vida misma». (*)(1)(2)

Juventud, inspirada en pasado del propio Conrad, cuenta la historia de un joven marinero que se embarca en un viaje en el que perderá la inocencia: el Palestine, llamado Judea en la novela. Bien, el Palestine parte de Inglaterra con destino Bangkok el 21 de septiembre de 1881 con una carga de carbón pero tras sufrir incidentes varios (fuertes vientos, inundaciones, averías y más vientos y más averías y más inundaciones, esto es, el desastre completo) termina hundiéndose cerca de Sumatra año y medio después, tras varios días tratando de apagar un incendio de la carga de carbón (que ya es mala suerte, también) que amenazaba con hacer con sus tripulantes una fenomenal barbacoa estilo tejano.

Se dice se cuenta se rumorea que Conrad se arranca a escribir Juventud más o menos cuando nace su hijo, y que la escritura del mismo tiene también mucho que ver con ese antes y ese después que tiene la paternidad. El fin de una era, en cualquier caso, porque quién sabe qué se echa de menos, verdad, si la juventud, la navegación, la soltería o la ausencia total de responsabilidades. Marlow: 

«Por lo que más queráis, ¿acaso no es el mar, el mar mismo, o quizá la juventud, lo único que…¿ ¿Quién sabe? Vosotros, todos vosotros, le habéis sacado algo a la vida: dinero, amor, esas cosillas de tierra firma, pero, decidme, ¿no fue la mejor de las épocas aquella en que éramos jóvenes en el mar, jóvenes sin nada… en el mar que nada nos obsequia excepto unos buenos coscorrones, así como algún que otro momento de eses que nos ponen a prueba? ¿Acaso no es esto lo único que añoráis?» (*)(3)(4)

Un tal George Gissing, crítico de la época experto en Dickens a la vez que mediocre escritor, dijo, entusiasmado, a raíz de la lectura de Juventud, que Conrad «era el escritor más poderoso —en todos los sentidos de la palabra— que estaba publicando entonces en lengua inglesa. ¡Una escritura maravillosa! Los demás son escritorzuelos en comparación».

En cualquier caso y honduras, dobles interpretación o retratos psicológicos aparte, Juventud es una fenomenal novela de aventuras que me ha sorprendido no ver adaptada a la gran pantalla.



‘El corazón de las tinieblas’

Relectura (y van…). El corazón de las tinieblas ya fue algo así como comentado en este mismo blog no hace tanto tiempo, con motivo de la reedición que Sexto Piso llevó a cabo dentro de su cabecera de ilustrados (6). Aquí el link. En su momento se me acusó de vago por no entrar un poco más en detalle, por quedarme en la superficie, por hablar más y mejor de los libros que no me gustan, lo de siempre, vaya (supongo que eran visitantes ocasionales o de otro modo no se entiende). Puede que yo prometiese hacerlo en el futuro (también soy mucho de eso). En cualquier caso esta parece una buena ocasión de recuperar las mejores intenciones.

En El corazón de las tinieblas, como decíamos, repite Marlow, el alter ego de Conrad y lo hace del mismo modo que en Juventud: un tercer par de ojos nos cuenta lo que nos cuenta Marlow que es a la vez narrador casual y protagonista.

«El corazón de las tinieblas es una experiencia personal mía; pero es una experiencia exagerada una pizca (aunque sólo una pizquita) respecto a los hechos reales, con el propósito, perfectamente legítimo a mi entender, de afectar a los lectores en cuerpo y alma. Aquí no era cuestión de dotar a nada de sinceridad. Se trataba de otro arte bien distinto. Ese tema sombrío exigía ser investido de una resonancia siniestra, de una tonalidad propia, de una sostenida vibración que, confié, reverberaría en el aire y perduraría en el oído tras haber sonado la última de sus notas». (*)

(Hay que decir que «aunque la experiencia de Conrad no fue una pesadilla como la que describe El corazón de las tinieblas, sí fue testigo directo e indirecto de algunas atrocidades, causadas sobre todo por la incompetencia y la estupidez. El jardín decorado con cabezas humanas de Léon Rom, capitán de la Force Publique, el brazo de seguridad del proyecto del rey Leopoldo, es posterior al período que Conrad pasó en el Congo, pero es una prueba de hasta qué punto había llegado la degeneración de algunas personas en aquel lugar». (Las vidas de Joseph Conrad, John Stape, Lumen))

Y es precisamente esa resonancia siniestra y ese tema sombrío del que hablábamos más arriba lo que prevalece y lo que hace tan especial esta pequeña gran novela que ya desde los primeros compases anuncia un estilo que busca sumergir al lector en una suerte de fantasmagórico viaje con espectro incluido.

«El estuario del Támesis se prolongaba ante nosotros como el comienzo de una infinita vía marina. En lontananza el mar y el cielo se soldaban sin fisuras, y en el luminoso espacio las curtidas velas de la falúas empujadas río arriba por la corriente parecían agruparse, aquietadas en racimos picudos de lona rojiza, con destellos del barniz de las botavaras. Flotaba bruma sobre las orillas bajas que se deslizaban hacia el mar a modo de llanura que se deshiciera. El aire era sombrío sobre Gravesend, y más a lo lejos parecía adensarse en una lúgubre oscuridad, aciagamente inmóvil sobre la mayor, y más grandiosa, capital de la tierra».(*)

Y es que la obrita, además de relato de aventuras y una crítica demoledora al colonialismo del que fue víctima el Congo («¡El horror! ¡El horror!») (lejos está de ser relato autobiográfico, pese a todo, y mucho menos una obra de realismo social), es una novela de terror en toda regla en la que un hombre, un aventurero sin oficio ni beneficio se adentra en un río con forma de serpiente en un viaje que página tras página adentra a su vez al lector en un infierno del que curiosamente sólo sale marfil: como decía su editor «es un poderoso retrato pintado con palabras, capaz de mantener en todo momento una extraña sensación de pesadilla africana».

«Hicimos escala en más sitios con nombre grotescos, donde la alegre danza de la muerte y el comercio se celebra en una atmósfera enrarecida y telúrica como la de una asfixiante caverna; proseguimos nuestro cabotaje de aquella costa amorfa, tan bordeada por traicioneros rompiente como si la propia Naturaleza se hubiera propuesto mantener a raya a los intrusos, remontamos y descendimos algunos ríos, corrientes de muerte en vida, cuyas riberas se pudrían en fango, cuyas aguas, espesadas en limo, invadían los retorcidos manglares que parecían contorsionarse ante nosotros en el último extremo de la desesperación impotente. En ningún punto nos detuvimos suficiente tiempo para formarnos una opinión detallada, pero creció mi sentimiento general de estupor vago y opresivo. Parecía un peregrinaje agotador entre visiones pesadillescas». (*)
«Los trechos se abrían imponentes ante nosotros y se cerraban a nuestras espaldas, como si la selva trabajara morosamente río abajo para cerrarnos el camino de regreso. Nos adentrábamos más y más en el corazón de las tinieblas». (**)

Y al fondo del río, un hombre, una presencia descomunal que tiene un protagonismo absoluto a lo largo y ancho de la novela, pese a que, como todo buen fantasma que se precie, sus apariciones no pueden estar más limitadas, algo por lo que sin embargo Henry James no dudó en restarle «valor al método narrativo de El corazón de las tinieblas, con la objeción de que Kurtz seguía siendo un personaje elusivo a pesar de tanto hablar de él».

«—Es un hombre excepcional —dijo al fin—. Es un adalid de la piedad, y de la ciencia, y del progreso, y del diablo sabe cuántas otras cosas. Necesitamos —adoptó inesperadamente un tono oratorio—, para encauzar la causa que nos ha confiado Europa, como quien dice, inteligencia superior, solidaridad generosa, unidad de sentido.
—¿Quién dice eso?— pregunté.
—Muchos —contestó. Algunos hasta lo escriben; y por ello coge y se presenta aquí él, un ser especial, como debe usted saberlo». (*)(6)(7)

En definitiva, un relato asombroso (pese a la lectura crítica de Chinua Achebe que no duda en acusar a Conrad de racista al proyectar «la imagen de África como “el otro mundo”, la antítesis de Europa y, por tanto, de la civilización, un lugar donde la cacareada inteligencia y refinamiento del hombre son finalmente burlados por la bestialidad triunfante» (Planeta Kurtz, Mondadori)), un relato asombroso, decía, que habla de la muerte de un hombre y de un país, de la degradación y las cotas de horror que puede alcanzar el ser humano.

«Estábamos incapacitados para comprender todo cuanto nos rodeaba. Pasábamos como espectros, perplejos y secretamente afligidos como lo estaría cualquier hombre cuerdo frente a una sublevación de locos en un manicomio. No podíamos comprenderlo porque estábamos demasiado lejos y ya no recordábamos nada, porque viajábamos a través de la noche de los primeros tiempos, por una era perdida de la que a duras penas sí quedaban señales, pero ya ningún recuerdo. La tierra parecía otro mundo». (*)

«Todo es repugnante por aquí» escribía Conrad a su amiga Poradowska. Y sí, es cierto, todo era repugnante allí, pero qué bien contado.



‘La soga al cuello’

Estas reseñas se me están yendo de las manos. Aprovechando que este relato no se cuenta entre mis favoritos, seré especialmente breve.

El protagonista de este relato es un hombre, un capitán de barco, que intenta ocultar su ceguera y acaba hundiendo un barco en un intento suicida por recobrar su honor perdido. El tema es más o menos el siguiente: un hombre se ve obligado a vender su barco, único medio de vida, para sacar de apuros a una hija que vive al otro lado del mundo, en Melbourne. Después de eso y puesto que él necesita seguir viviendo y la nena toda la ayuda posible, se asocia con un perfecto inútil que tuvo en su momento la mala fortuna de ganar la lotería invirtiendo el dinero en un barco que es incapaz de gestionar adecuadamente. Con la entrada de nuestro capitán en el negocio (y como hombre que es tomado en serio y respetado en la profesión) la cosa remonta. Más tarde hará un amigo, río arriba, en el quinto pinto, un hombre «exigente, capacitado, algo cínico, habituado a la mejor sociedad poseía una latente calidez de sentimientos y un don de simpatía que ocultaba bajo modales de indiferencia altanera y arbitraria, fruto de su educación juvenil, y también bajo algo que un enemigo podría haber calificado de afectación en su aspecto, como un eco distorsionado de pretéritas elegancias». Qué bueno es Conrad en las descripciones.

En fin, sin entrar en más detalle, el relato, demasiado largo en mi humilde opinión, tiene mucho que ver con el fin de una era y otros fines que ya anticipamos más arriba, temática habitual, como se ha visto, en este bloque. Interesante, correcto y siempre superior a la media es, de los tres que se incluyen en el recopilatorio, el que me nos me ha gustado, tal vez por ese encaminarse sereno hacía el previsible e inevitable final.



Total, que no puede gustarme más.






(*) Traducción edición Valdemar, 2016

(**) Traducción edición Sexto Piso, 2015




(1) Trad. Sexto Piso: «Nos encontrábamos sentados con los codos apoyados en una mesa de caoba en la que se reflejaban nuestros rostros, la botella y las copas. Éramos un director de empresa, un contable, un abogado, Marlow y yo. El director había trabajado como grumete en el Conway, el contable había estado cuatro años en alta mar y el abogado –que pertenecía al partido conservador, a la Alta Iglesia y era el mejor amigo del mundo, el honor en persona– había sido oficial al servicio de P&O en aquella buena época en la que los barcos correo solían navegar por los mares de China con las velas desplegadas porque el monzón era apacible. Todos nos habíamos iniciado en la marina mercante y a todos nos unía ese sólido vínculo del mar y el compañerismo en un oficio que se refiere a la vida misma, y, por tanto, suele mantenerse al margen de los yates, los cruceros y otras cosas parecidas, que pertenecen al puro terreno de la diversión». **
(2) Versión original: «We were sitting round a mahogany table that reflected the bottle, the claret-glasses, and our faces as we leaned on our elbows. There was a director of companies, an accountant, a lawyer, Marlow, and myself. The director had been a Conway boy, the accountant had served four years at sea, the lawyer — a fine crusted Tory, High Churchman, the best of old fellows, the soul of honour — had been chief officer in the P. & O. service in the good old days when mail-boats were square-rigged at least on two masts, and used to come down the China Sea before a fair monsoon with stun’-sails set alow and aloft. We all began life in the merchant service. Between the five of us there was the strong bond of the sea, and also the fellowship of the craft, which no amount of enthusiasm for yachting, cruising, and so on can give, since one is only the amusement of life and the other is life itself.»
(3) Sexto Piso: «Dios, es maravilloso, el mar. ¿El mar o la juventud? ¿Quién puede saberlo? Vosotros, todos los que estáis aquí presentes, habéis conseguido algo en la vida: dinero, amor –todo cuanto se puede conseguir en este mundo–, pero quiero que me respondáis a esto: ¿no os parece que eran mejores aquellos tiempos en los que éramos jóvenes en el mar, en los que éramos jóvenes y no teníamos nada, en el mar que nada da, nada excepto golpes –y en ocasiones la oportunidad de comprobar nuestra fuerza, poco más–; no es eso lo que más echáis de menos». **
(4) Versión original: «By all that’s wonderful, it is the sea, I believe, the sea itself — or is it youth alone? Who can tell? But you here — you all had something out of life: money, love — whatever one gets on shore — and, tell me, wasn’t that the best time, that time when we were young at sea; young and had nothing, on the sea that gives nothing, except hard knocks — and sometimes a chance to feel your strength — that only — what you all regret?».
(5) Sexto Piso: «La desembocadura del Támesis se extendía ante nosotros como el comienzo de un camino interminable. A lo lejos, el mar y el cielo se amalgamaban sin pespuntes y en el espacio luminoso las velas bruñidas de las barcazas, arrastradas río arriba por la corriente, parecían manojos inmóviles de lienzos rojos agudamente recortados entre las pincela­das de barniz de las botavaras. La neblina se asentaba en las orillas bajas que se extendían hacia el mar, donde finalmente se desvanecían. El aire que se alzaba sobre Gravesend ya estaba oscuro y, algo más atrás, parecía condensarse en una penumbra luctuosa que, inmóvil, rumiaba sobre la ciudad más portentosa en la faz de la tierra». (**)
(6) Motivo por el cual esta versión, que se incluye en el recopilatorio de SP, tiene una traducción diferente (en este caso a cargo de Juan Sebastián Cárdenas, mucho más respetuosa en las formas que la que ofrece Valdemar, que fuerza las líneas de diálogo deformando con ello el estilo original de Conrad (ver 7 y 8).
(7) Sexto Piso: «“Kurtz es un prodigio”, dijo por fin. “Es un emisario de la piedad, de la ciencia, del progreso y el diablo sabrá de qué más. Lo necesitamos”, y en este punto adoptó de repente un tono declamatorio, “para que nos guíe en esta causa que Europa nos ha encomendado, por así decirlo; necesitamos inteligencias superiores, necesitamos toda la simpatía posible y un objetivo común”. “¿Y quién dice eso?”, pregunté. “Mucha gente”, respondió. “Algunos incluso han escrito sobre el asunto. Y entonces él vino aquí, un ser especial, como ha de saber”».
(8) Versión original: «‘He is a prodigy,’ he said at last. ‘He is an emissary of pity, and science, and progress, and devil knows what else. We want,’ he began to declaim suddenly, ‘for the guidance of the cause intrusted to us by Europe, so to speak, higher intelligence, wide sympathies, a singleness of purpose.’ ‘Who says that?’ I asked. ‘Lots of them,’ he replied. ‘Some even write that; and so he comes here, a special being, as you ought to know.’»

jueves, 19 de mayo de 2016

‘Cuentos completos’ de Joseph Conrad (I)

Mi plan era leer este ladrillo (1500 páginas, más o menos), poco a poco, pero no puede ser. El libro me llama, tiene el demonio dentro, y yo me estoy dejando poseer. Podría esperar a terminarlo para dar mi parecer, pero no me da la gana; me apetece hacerlo así, como hoy, poquito a poco, aprovechando que la cosa viene ya distribuida en prácticas y reseñables secciones.

Hoy, la prime.

Los primeros cinco relatos incluidos en este... recopilatorio fueron recogidos anteriormente en el volumen ‘Cuentos de inquietud’, publicado también por Valdemar.

‘Karain’ es la historia de un hombre que cuenta la historia de otro hombre, concretamente el jefe guerrero de un pequeño pueblo malayo que vive atemorizado por la sombra del su pasado y que busca, llegado el momento y pese a ser famoso por su arrojo, un refugio en la incredulidad ajena. «Mi miedo sólo se disipa cuando me encuentro junto a vosotros, vuestra incredulidad os protege y mi miedo desaparece como la neblina frente al sol (**)». Pronto se hará evidente que la incredulidad ni existe ni nos protege de nada sino todo lo contario. La única diferencia, parece decirnos Conrad, entre los hombres de ciencia y los salvajes es que los primeros se han demostrado mucho más hábiles a la hora de ocultar sus talismanes: «Alrededor de la figura de aquel Hollis inclinado sobre la caja surgieron de pronto todos los espectros concentrados del descreído Occidente, y, abandonados por hombres que estaban convencidos de ser sabios y de poder vivir sus vidas a solas y en paz, todos aquellos fantasmas dejados por un mundo incrédulo, todas las sombras erráticas y maravillosas de mujeres que fueron amadas, los hermosos espectros de los ideales asumidos, olvidados, rechazados y defendidos, todos los desamparados fantasmas cargados de reproches de los amigos olvidados, los calumniados, los traicionados, los que habían muerto en el transcurso del camino (**)».


‘Los idiotas’ es, según el propio narrador, «una historia terrible a la par que sencilla como siempre lo son las crónicas de secretas aflicciones soportadas por almas simples (*)». En este cuento un hombre y una mujer sólo tienen hijos idiotas, lo que lleva al hombre a odiarse y lamentar con ferocidad que no podrá evitar la extinción de su apellido. Es un relato que va justo de moraleja, pero muy interesante en cualquier caso, y deliciosamente ameno. Citando a John Stape, Los idiotas está «ambientado en el campo de la Bretaña donde se encontraban entonces Conrad y su esposa, ensaya una exploración de las costumbres campesinas al estilo de Poradowska en el marco del relato trágico de una mujer obligada a mantener relaciones sexuales —y a tener hijos disminuidos psíquicos— con un brutal esposo. Para escapar a este infierno la mujer apuñala al marido y luego se suicida. Se trata probablemente de la historia más sombría jamás escrita durante una luna de miel, y tal como aventuró un biógrafo, ofrecería «gran diversión a los futuros críticos psicoanalíticos de Conrad» (Las vidas de Joseph Conrad, John Stape, Lumen, 2011).


‘Una avanzadilla del progreso’ está ambienta en el mismo Congo terrible de El corazón de las tinieblas pero en este es caso es mucho más ligero. Habla de dos hombres, tres en realidad, que deben prestar servicio en semejante infierno en una gran compañía exportadora de marfil. Ninguno está capacitado, no ya para la tarea, sino simplemente para pasar allí más de dos semanas y sin embargo ya llevan meses. «Tanto el uno como el otro eran dos personas totalmente incapaces e inútiles y no concebían una existencia fuera de la civilización. Son pocos los hombres que se dan cuenta de que sus vidas, la esencia de su carácter y hasta sus virtudes y capacidades son poco más que la expresión de su confianza en la seguridad de su ambiente. El valor, la prestancia, la confianza en uno mismo, los sentimientos y los principios, todos los pensamientos grandes y pequeños no son de los individuos sino de las masas, de las masas que creen ciegamente en que sus instituciones son legítimas, que su moral es justa y su policía, poderosa. Pero cuando entran en contacto con el salvajismo en estado puro y sin paliativos, con la naturaleza y el hombre primitivos, su corazón por lo general se sumerge de inmediato en profundas inquietudes (**)». El Congo, las condiciones pueden con ellos: se desata la locura cuando se dan cuenta «por primera vez de que vivían en unas circunstancias en las que lo extraordinario muy bien podía ser también peligroso (**)». Un relato curioso cuyo interés reside más en su condición de hecho real que en la historia en sí. Es, también, un complemento perfecto a esa otra gran obra ya mencionada del escritor.


‘El regreso’ ha sido una gran sorpresa. Un relato (acusado de excesiva prolijidad en su momento y rechazado en varias ocasiones) que por temática tiene un estilo mucho más con Henry James que del Conrad que yo conocía hasta la fecha. En él un hombre es abandonado por su mujer, que le deja una nota que lee estupefacto minutos antes de que ella, arrepentida, vuelva al hogar con intención de hacerla desaparecer antes de que su marido la lea y sea ya demasiado tarde. Más allá de la historia, simple, como se ve, hay unos personajes absolutamente modernos (tan modernos, de hecho, que podríamos perfectamente confundirlos con los protagonistas de House of Cards) «Se entendían sagazmente, tácitamente, lo mismo que una parecja de circunspectos maquilladores en una productiva conjura; pues eran incapaces de contemplar un acontecimiento, un sentimiento, un principio o una creencia a otra luz que la de su propia reputación, su propia vanagloria o su propio provecho. Se deslizaban cogidos de la mano sobre la superficie de la vida, en una atmósfera pura y glacial, como dos hábiles patinadores que describiesen movimientos sobre la firme capa de hielo para admiración de los espectadores, haciendo desdeñosamente caso omiso de la corriente subterránea, la corriente tumultuosa y oscura, la corriente de la vida, profunda y desbocada (*)». Todo el relato es una puesta en escena muy teatral (por aquello de ser fundamentalmente silencioso diálogo unas veces y otras grito pelado y desarrollarse casi por completo en una habitación), sobre todo la segunda parte, pero si por algo llama la atención es por esfuerzo que Conrad pone en no dejar sin analizar todos y cada uno de los pensamientos del personaje masculino un poco, supongo, con ánimo de poner en evidencia el estrecho pensamiento de la época que tendía, desde el machismo, al inmovilismo moral: «Nada que atente contra las creencias comunes puede ser bueno. Te lo dicta tu propia conciencia. Son las creencias comunes porque son las mejores, las más nobles, las únicas posibles. Son las que perduran… […] Hemos de respetar los cimientos morales de una sociedad que ha hecho de nosotros lo que somos. Guardémosle fidelidad. Eso es el deber, eso es el honor, eso es la decencia» (*).


‘La laguna’, un relato de traición y muerte ambientado en Borneo es, en palabras del propio Conrad, “el primer relato que escribí en mi carrera y sella, valga la expresión, el final de mi primera etapa: la etapa malaya”. De parecido razonable con Karain, trata sobre un hombre que cuenta a otro una vieja historia de cómo rescató a una mujer de la manos de un rajá y como perdió, el mismo día y por la misma causa, a su hermano. Ligero tirando a decepcionante, diría incluso prescindible en comparación.



Resumiendo: una más que interesante y variada selección de relatos tempranos de un Conrad que en apenas doscientas páginas demuestra estar tan, pero tan por encima de tantos escritores que da vértigo sólo pensarlo. Personalmente no recuerdo haber disfrutado nunca tanto de una colección de relatos. Es tal la pasión, fíjense, que ahora mismo como lector sólo me interesa CONRAD y todo aquello que tenga que ver con él. (Lo mejor de todo es que todavía me quedan 1.300 páginas de placer; 1.000, si descontamos lo que he leído estos días). 

Sí, exacto, ya sólo queremos Conrad.







(*) Traducción edición Valdemar, 2016
(**) Traducción edición Sexto Piso, 2015 (y esto pese a que estoy leyendo la edición de Valdemar. La razón es que, al disponer de una versión digital de esta edición me resulta mucho más fácil incluir las citas de Sexto Piso. Ruego disculpen esta licencia que, en la medida de lo posible, intentaré subsanar a lo largo de los próximos días, y a la que he recurrido única y exclusivamente para evitar tediosas transcripciones para las que no tengo tiempo).


lunes, 17 de agosto de 2015

‘Pronto será de noche’ de Jesús Cañadas

Estamos en lo de siempre: la novela de género y el inconveniente de hablar del argumento entrando en detalle sin desvelar lo importante, que viene siendo, casi siempre, casi todo. Me disculpen si se me escapa alguna inconveniencia.

La novela de hoy está plagada de grises. No diré que no me ha gustado. Tampoco diré que sí. A ratos entretenida, a ratos pesada, se lee con interés, digamos, creciente hasta que nos damos de bruces con un final por un lado esperado (correcto, incluso) y por otro terrible, que de puro malo baja la nota a un conjunto que ya no estaba para mucha fiesta.

Mi pulgar hoy está indeciso, pero pesa tanto mi pulgar y disfruta tanto vaciando la cuenca de tus ojos…

* * * * *

Argumento: estamos en un atasco fenomenal, pero fenomenal de tardar infinitas horas en cambiar de bache. Fenomenal de saber que cada pausa da para ver Galáctica enterita. Es decir, la madre de todos los atascos. Para el lector el motivo es desconocido (ya saben, el clásico recurso de no contar qué demonios ocurre; ser el único que no se entera, saber qué come cada hormiga pero ignorar el origen problema). Da igual: yo se lo cuento: el mundo se acaba. O eso parece. Sí amiguitos, sin medias tintas: el fin de mundo cabalga en nuestra misma dirección y henos aquí sufridos ciudadanos huyendo despavoridos y metidos en un vulgar atasco. Y lo que es peor: sin la iniciativa de buscar otra afición que follar a escondidas.

La acción se centra un reducido grupo de tres mujeres y cinco hombres, casi seis, casi siete, de ese atasco. El resto de la humanidad es, durante mucho tiempo, mero atrezzo, puro cartón piedra. Y esto no es fácil de tragar, pero tragamos. Será por tragar.

Pero, claro, resulta que el puto libro tiene 256 páginas. Es decir, tiene que pasar algo más que las horas si no queremos acabar como una película de Terrence Malick. Y pasa esto: hay un asesino entre ellos. Digan: Ohh. Y un policía que parece el protagonista de The Walking Dead (en realidad toda la novela es heredera de esa serie). Digan: Ohhhhh. Y una preñada, que da mucha cosa. Y un taxista, que da mucho asco. Y un escritor, que da mucha pena. Y una que es muy buena, y otra muy pirada, y un drogadicto y uno más listo que el hambre. Y así todos. Cañadas, sabiendo que no es novelable un congreso de contables, se asegura una fauna variadita. 

Tópico: toda novela de terror ha de contar con, mínimo, un niño. Esto es de libro. Pero las miras del autor no son precisamente estrechas: si un niño funciona, él meterá un autobús. Más niños que en Toysrus en Navidad. Con un par. Y no contento con eso los dejará sin papis, y no contento con eso los dejará a cargo de una infeliz. Y no contento con eso los dejará sin agua, sin comida, sin una triste manta y sin películas Disney. Así de mal nos lo quiere hacer pasar. 

Pero no.

Con los niños pasa como con el resto de la población: están pero no están; padecen pero no se sienten. Cumplirán una función, los sabemos, pero hasta entonces, por favor, NO MOLESTEN. Y no, no molestan. Y es tan molesta esta falta de molestia… Da la impresión de que se ha elegido un escenario demasiado complicado, que no apetece afrontar según qué cosas, que no interesa demorar la acción con personajes secundarios. Queremos algo rápido, cortito; ¡creemos en los concentrados de fruta! Y eso se paga. Se paga porque cuando ocurra algo (si ocurre) maldito si nos importará un carajo. 

A esta novela le sobra gente y le sobra espacio y la falta acción, tensión (el viaje a una fábrica que podía, en el mejor sentido, volarle al lector la cabeza y que perfectamente daba por sí sólo para otra novela, acaba en anécdota y poco más) y se echa tanto de menos un clímax… Nadie espera un Apocalipsis modelo Stephen King, que de eso tenemos para aburrir, ni historias de amor cruzadas, pero algo más de desarrollo (y lo digo sin desmerecer el que hay), tanto de personajes como de acciones, se hubiese agradecido infinito.

Prometía, la novela, vaya que sí. Y, bueno, siendo honestos hay que decirlo: en parte, cumple. La premisa es fenomenal; la dosis de información, correcta; el arranque es puro Ballard (eso ya no habrá quien se lo quite) y el desarrollo está sembrado de buenos momentos (aunque ejecutados con precipitación). Uno debería aspirar a algo más que entretener a golpe de brevedad. Lo peor de todo es que ese momento Jessica Fletcher en el fin del mundo, esa secuencia Walking Dead sin cadáveres, ese malote en franca decadencia tantas veces visto, esa olla a presión con fugas o ese continuo aceptar pulpo como animal de compañía terminan por llenar el guión de agujeros que sólo un bajo nivel de exigencia o un alto grado de amistad pueden disimular. 


jueves, 13 de agosto de 2015

‘La guardia de Jonás’ de Jack Cady

Hoy, reseña breve, fugaz como un suspiro. 

La guardia de Jonás es el libro que abrió la colección Insomnia de Valdemar de la que ya hemos hablado aquí un par de veces (sin ir más lejos, hace tres días). Se trata, en palabras del propio editor, de un sello pensado para que «hablemos de literatura, hablemos un rato de literatura de terror y hablemos de literatura pura y dura, porque lo que usted va a encontrar aquí, por encima de marcas y géneros, es literatura, buena literatura, si hacemos bien nuestro trabajo».

Esto con pinta de spam es importante para la reseña. No lo parece, pero sí. No sabía yo cuánto, entonces. De hecho no lo supe de verdad hasta que terminé la novela. Y es importante porque quien vaya buscando en esta novela un relato de terror (y la portada, ventana al mundo donde las haya, es lo que sugiere) se va a llevar una buena sorpresa. Y lo digo por experiencia. Porque terror, lo que se dice terror, hay el justo y necesario para poder sacar el tema a colación y vender aunque no sea nada más que un par de ejemplares. En realidad, como dice el Jack Cady en la nota que incluye al comienzo del libro y que yo, craso error, no leí en su momento, «esta historia rinde tributo a las lanchas guardacostas Yankton y Legare, y a los hombres que navegaron en ellas».

Acabáramos, nostálgico y amoroso lobito de mar.

Jack Cady, a la sazón escritor y con una pinta de mariscador que mete miedo, tardó «veinticuatro años en adquirir la suficiente destreza y objetividad para narrar esta historia», que no es como si fuera el más rápido de la clase.
«Mi admiración por esos hombres olvidados que salvan vidas en el mar era tan grande que la emoción bloqueó mis primeras tentativas». 
Ah, el eterno problema de la hipersensibilidad a flor de piel. Ni que decir tiene que lo narrado en esta novela se basa en experiencias vividas en primera persona durante sus años como guardacostas y que todos, todos, todos los hombres, todos los guardacostas son, cómo no, héroes, como los bomberos, los policías, los marines y los programadores de Windows Phone.

El caso es que la novela, que uno creía que iría de un puñado de machotes cagaditos de miedo en medio del mar por culpa de alguna chusca aparición, resulta que trata sobre ejercicio o práctica de la salvación con fantasma de fondo. Molesto fantasma al que las labores del día a día impiden hacerle mucho caso y que acaba en desperdicio ectoplasmático. Ser fantasma en los cincuenta.

Por aquello de no darle demasiadas vueltas, La guardia de Jonas es algo tan sencillo como, citando al autor «…un ejercicio de pura y simple memoria». Y ya está. Así de simple. Si les va el rollito guardacostas, fenómeno; si son ustedes de aplaudir en el cine las hazañas de los héroes de Michael Bay, fenómeno también, pues esta es su novela. O podría serlo. Ahora, como sean ustedes amantes de lo gótico, fantasmal o simplemente inquietante, como busquen espectros en los que refugiar sus miedos durante un par de horas, ya les digo que la llevan clara, clarita, clara. 



lunes, 10 de agosto de 2015

‘El hijo de la bestia (y otros relatos de terror y sexo extravagante)’ de Graham Masterton

La cosa va de follar. Pero no... gratuitamente, digamos. ¿Saben la del fontanero que llega a una casa…? Bueno, pues NO, así no. Se trata de que el sexo, aún dentro del aquí te pillo aquí te mato, tenga alguna razón de ser, maldita sea, que al lector de Philiph Roth le gusta el porno con argumento. Digo: o hay motivo, o no hay roce. Y otra cosa no, pero roces hay unos cuantos. Y excusas, por ahí. Ahora bien, hay que cogerlas con cariño, la excusas, los motivos, o tampoco.

Algunos ejemplos (de este recopilatorio de relatos) para que se sepan por donde irán los tiros:

En El mecánico grasiento, por ejemplo, un hombre llega a un taller en el que la señorita mecánica —que, como en todos los relatos de este libro, estará de morirte de buena— además de saber de coches gusta de follar con perfectos desconocidos. Él, por ejemplo. Nuestro protagonista no tardará en sentir el famoso palpitar en la entrepierna. De ahí al cielo. O al infierno, más bien, viendo lo que se le viene encima: cosas que hacen que al final el follar sea casi lo de menos. Este es relato perfecto para aquellos aficionados al mundo del motor que compran tres o cuatro revistas mensuales de coches, que los hay. Bien mirado también podría ser el relato perfecto para aquellos que compran cuatro revistas de literatura mensuales. Que también los hay. 

Esto a modo de presentación (es el primer relato). Y muy bien, oye. Inesperado, si uno no está a lo que hay que estar y no se ha fijado en la portada ni ha leído la contra. Y divertido, también.

Hay otros. De hecho este no es de los mejores ni remotamente, no sé a qué ha venido dedicarle tanto espacio-tiempo, honestamente, pero ya esta reseña va como va.

Si hemos de buscar puntos en común (y ya les digo que sí, que hemos de buscarlos o de lo contrario corremos el riesgo de llevar una decepción) nos encontramos que algunos (muchos) de estos cuentitos guarros fueron publicados por primera vez en revistas llamadas The Hot Blood Series, Hottest Blood, Hot Blood, Hotter Blood... Y así. Todo muy Blood y muy Hot, lo cual ya puede dar un poco una idea de lo que nos vamos a encontrar: ingentes cantidades sangre, sudor, lágrimas y, claro, semen. 

Bueno, y ya, que tampoco me voy a tirar una hora escribiendo.

Otros relatos tratan estos temas: fantasmas que habitan camas, se ocultan bajo las sabanas y toman posesión de aquello que cae en sus tierras; una mujer, una espía algo falta de cariño que pasa por un mal momento, un momento horrible; un escarabajo que provoca unos orgasmos demasiado fenomenales; un mundo de espejos y los inconvenientes de hacérselo con cristales; una mujer a la que se le va un poco la manos a la hora de querer ser un objeto de deseo; un prostíbulo de clausura que guarda un secreto largos, larguísimos años, guardado; un libro de recetas muy especial; una mujer seducida, un seductor y una ceguera permanente; un amante invisible y silencioso y una ilimitada fuente de placer; un amor tan, tan grande que lleva al extremo de lo posible aquello de ser uña y carne. 

Seguro que me olvido de alguno (para empezar del que da nombre al libro), pero escribo esta reseña sin el libro a mano y dos, tres o cuatro meses después de haberlo leído (y la publico más de un año después de haberla escrito). Si lo piensan detenidamente esto, pese a su nulo interés, tiene un mérito enorme. 

Termino con una advertencia: los relatos contenidos en este recopilatorio no son agradables. Hay, en todos ellos, además del componente fantástico, algo más en común que la sangre y la violencia y esas cosas tan cinematográficas: la búsqueda constante de la náusea. La ajena. La suya, querido lector. La putada no es que, de vez en cuando, lo consiga, sino que en el fondo eso es exactamente lo que nos gusta, lo que buscamos y lo que, no sé si para bien o para mal, encontramos.



lunes, 22 de junio de 2015

‘Disforia’ de David Jasso

Nunca se me hubiese ocurrido leer a David Jasso (hasta hace nada un perfecto desconocido para un servidor) si no fuese porque Valdemar a través del sello Insomnia sacó su nombre a la luz. Es la segunda apuesta del sello por un autor español tras la recientemente comentada novela de Emilio Bueso, Extraños Eones. El tercero en concordia (ya saben que no hay dos sin tres) será (es, de hecho) Jesus Cañadas, que también se estrena en esos lares con una novela que leeré cuando papá-estado tenga a bien dejármela en depósito.

Y hasta aquí el banner publicitario de la semana. 

Sobre el autor: busquen en la wikipedia. Ja. No, qué va, yo les cuento, verán qué bien. Jasso, que ronda los cincuenta, es presidente honorífico de Nocte, el frikiuniverso de los terrorígrafos y desde 2009 parece que esté abonado al premio Ignotus. El año que no se lo den o que no lo gane, entrará en barrena.

Fin de la cita.

Ahora, lo que interesa: Disforia.

La cosa son dos ya no muy enamorados y con niña pequeña pasando unos días en su casa de campo en medio de ninguna parte. Sin vecinos, sin ayuda. En esto llega uno y les hace la vida imposible. Dice que los va a matar. A todos. Porque sí. 

Como les decía, no soy experto en Jasso. Lo único que leí (animado, insisto, por esta disforia) de su fecunda producción fue La silla, novela por lo general vivamente recomendada, a pesar de lo cual parece que ya me encuentro en disposición de hablar de su “narrativa” (entendida ésta como un eufemismo de estilo recurrente). En La silla un hombre atado a una silla (claro) las pasaba putísimas en su casa de campo, un lugar alejado de la civilización mientras trataba de salvar la vida de su hijo, un tierno y todavía gateante infante, que amenazaba con morirse de hambre ante la forzada desatención paterna. Pues bien, en Disforia una madre con limitación de movimientos por motivos que no puedo desvelar (voy a tener pasar de puntillas por ciertos asuntos sin no quiero estropearles la lectura), que vive también en una casa alejada de la civilización, trata de mantener con vida a su hija —una tierna y casi gateante infanta—, que amenaza con morirse de algo, no les diré de qué para no privarles del placer de descubrirlo.

No, es verdad, lo admito: pese a lo razonable del parecido no se trata de la misma novela pero… otra cosa, ya, el truco del almendruco. 

Jasso parece disfrutar aislando a la gente, separándola de su pareja y colocando a los niños, siempre en edad de indefensión, en la peor situación imaginable para después mantenerlos con vida (o no). Esto es legítimo, claro, pero si se han leído dos novelas del escritor y ambas tienen tantos puntos en común, inevitablemente se echa de menos un poco de variedad en el discurso del pánico.

Con todo, hay un par de cosas que sí es de ley reconocer. Por un lado el estilo, en esta ocasión más depurado, con una menor querencia a la dispersión y por otro la demostración, ya intuida, de que Jasso es un tipo hábil a la hora de mantener la intriga durante mucho tiempo en escenarios extremadamente pequeños. Me resisto a entrar en detalles pero si se han fijado en la portada sabrán a qué me refiero.

En definitiva, Disforia es una novela de terror de sencillo y un tanto manido argumento que se lee en un suspiro. Hay cosas que no me han gustado, como es la inclusión de un cierto componente, digamos, sobrenatural, que no era en modo alguno necesario. La novela funciona perfectamente sin él y de hecho los momentos en los que estas fuerzas cobran protagonismo son, con diferencia, las más aburridas y lastran la historia y lo que es peor, te sacan de ella. Quiero decir… Funny Games, por tomar un ejemplo de una historia con la que esta novela guarda una “estrecha” relación, da miedo porque el miedo nace del temor a lo desconocido y no hay peor cosa que asistir a la destrucción de todo lo que te importa por un vulgar capricho de tres de la tarde. En el momento en que se trata de explicar demasiado, como ocurre en Disforia, malo. Malo porque uno siente que alguien intenta sin éxito hacernos sentir empatía por el asesino a golpe de contarnos su vida obra y milagros. De verdad, no es necesaria tanta información que, como se demuestra no les diré cómo ni les diré cuándo, al final no tiene realmente mucha razón de ser. 

Si total algunos con un cuchillito y mucha mala hostia ya nos damos por satisfechos. Para qué complicarse la vida.


viernes, 23 de enero de 2015

‘Extraños eones’ de Emilio Bueso

El Cairo, El’Arafa, la ciudad de los muertos. Difícil encontrar mejor emplazamiento para una novela de terror de ese que dicen cósmico, como es el caso. Otra cosa tal vez no, pero a Bueso hay que reconocerle que sabe elegir las postales que dibujan el fondo de sus novelas: que si la Trans-taiga, que si un castillo draculauro…

Pero bien, a lo íbamos. O a lo que veníamos. 'Extraños eones'. Han pasado ya unas cuantas semanas desde mi lectura de esta novela, por lo que me van a tener que perdonar que me tome licencias de más o que me haya olvidado de algunos detalles pero así también nos quedamos en la fundamental. Al final una novela vale lo que queda de ella.

Extraños eones es un poco el Cuenta conmigo de la novelas de terror cósmico. Yo sé que esta comparación apesta pero no he querido evitarlo, al fin y al cabo Extraños eones arranca con unos niños un tanto inconscientes enfrentados a la adversidad y viviendo aventuras sin fin en un descomunal cementerio (mitad arroyo/mitad vivienda) al que llega, un día cualquiera, un grupito de señores feos como polillas en un coche de escaso o nulo consumo. 

Dejen que se los presente: están los malos y están los buenos. Los buenos son los niños, que además de bellísimas personas son pobres como ratas y dan muchísima pena. Alguno está enfermo y medio en las últimas y hasta yo, que no soy mucho de llorar, he sentido como se me arrugaba el corazón en un par de ocasiones. Pero es lo que hay: los buenos están para sufrir y si además son menores, doble ración. Por si esto no fuera suficiente hay también una mujer, casi una niña, a punto de dar a luz, que ya es mala suerte. En general la cosa de los personajes es un poco de manual y no es difícil imaginar ni qué pasará con el puto crío enfermo ni cuándo dará a la luz la buena de la mujer, esto es, en el más in-oportuno de los momentos (oportuno o inoportuno según seas ejecutor (narrador) o víctima (personaje)). Entre ellos está el líder, carismático y valiente como un príncipe de cuento infantil en camello y dos de Barcelona que pasaban por ahí y gracias a los cuales la novela tiene cincuenta páginas más de las necesarias aunque en ningún momento llegue a hacerse larga. Pero así enredamos la trama, que es algo que, como dice el otro, da mucha calidad a las novelas.

«Porque Benipé tiene un empleo. Es limpiabotas, y cuando vives en El’Arafa eso sí es un empleo. Benipé tiene trabajo y tiene casi quince años, su voz está comenzando a sonar adulta. Cuando la levanta todos los demás se callan.
Van caminando los tres y se les une Khaldun. Khaldun en árabe quiere decir inmortal, pero Khaldun tiene una tos que hace pensar que no llegará a cumplir los dieciséis. Camina tirando de una cuerda que ha atado a los cojinetes de su viejo monopatín, sobre el que descansa un banasto cargado de moniatos, estropeados casi todos. Eso es comida para varios días. Sus amigos le reciben con una algarada y hasta Benipé le regala una sonrisa. Islam le inserta un Camel en los morros y Khaldun se lo agradece con su espantosa tos».

El caso es que los malos quieren destruir el mundo o acabar con el mundo y su sistema bancario tal como lo conocemos abriendo una puerta a un malo malísimo que nos dominará y hará de nosotros sucedáneo de esclavitud. Para que se hagan una idea: es más malo que el malo de el señor de los anillos y tiene en común con él que ambos tienen que cruzar un portal que previamente hemos de abrirle los humanos o seres demoníacos con forma humana tipo abogados y tal.

Y hasta aquí puedo leer.

Sé lo que están pensando: yo también creo haber visto un par de remakes de la película. La pregunta que se estarán haciendo es si realmente vale tanto la pena como dicen por ahí, porque ya les adelanto que por ahí dicen que vale mucho la pena, que es lo mejor de Bueso y un largo etcétera de cumplidores cumplidos tipo que si Lovecraft redivivo o no sé qué. Bueno, en fin, ya saben cómo es la gente. Aunque sí, yo también creo que es lo mejor que he leído del autor hasta el momento, sin que esto signifique necesariamente que le vayan a dar el Nobel el año que viene. Aceptamos (ya tenemos una edad, ya podemos hacerlo) que es más que probable que el argumento no sea el más original del mundo ni la trama la más sorprendente pero tampoco se espera y dudo mucho que se pretendiese. Lo que sí tiene es la virtud de entretener, de no dar demasiadas vueltas antes de empezar (no hagan caso de los frikinabos que reclaman un arranque algo más breve), de mantener el ritmo casi todo el tiempo, de manejar un buen puñado de personajes sin llegar a ser del todo confuso y de incluir un guiño a los cuentos infantiles que, por lo que leo últimamente (y que me estoy encontrando en las novelas editadas en este sello, probablemente mi único vehículo de acercamiento al género) que es algo muy socorrido para arrancar guiños de complicidad.

En una novela de aventuras de corte fantástico como esta que tenemos hoy entre manos me conformo con que no me tomen el pelo ni me aburran ni se vayan demasiado por la ramas porque ya doy por hecho (sería del género idiota no hacerlo) que visitaremos un buen puñado de lugares comunes y caeremos en docenas de tópicos.


lunes, 9 de junio de 2014

“La joven ahogada” de Caitlin R. Kiernan

Antecedentes

Llego a esta novela animado por los comentarios que los editores (Valdemar, casi estrenando el sello Insomnia) hacían en Facebook. Y esto a pesar de saber que la primera norma de un blog literario es no hacer ni puto caso a los editores que promocionan sus libros en redes sociales, pero tratándose de Valdemar y siendo como es un sello nuevo y teniendo por costumbre la pasión por la novedad y veinte euros ardiéndome en el bolsillo, no hubo modo de resistirse y nos dejamos caer en la red: todavía no había salido a la venta cuando ya la estábamos comprando.

El caso es que llegué a ella tan entusiasmado como libre de prejuicios total para esto: tardé casi un mes en terminarla. No fue culpa suya, pobre (no completamente, al menos) pero la realidad es la que es y yo tardé casi un mes en terminarla, que ya es difícil. 

Supongo que, en parte, tuvo mala suerte y en parte se la buscó.

Acostumbro a leer dos libros a la vez. Lo normal es que no pase nada relevante, pero cuando uno de ellos destaca me tiene en exclusiva mientras el otro sufre las consecuencias y es abandonado miserablemente. Pues bien, “La joven ahogada” fue el otro nada más y nada menos que seis veces consecutivas, que es un dolor equivalente al de llegar tarde a recoger a tu hijo en el colegio durante toda una semana. Fue miserablemente adelantada por: Matar a un ruiseñor, El cadillac de Big Bopper, El santuario, El coleccionista, Doctor Glas y El mago

Lo que quiero decir con esta introducción tan larga es que “La mujer ahogada” no es mejor que ninguna de las citadas, lo cual, siendo las que son, equivale a no decir absolutamente nada.

Y ahora vamos con la novela.



La novela

“La joven ahogada” se resume fácilmente si se simplifica hasta la náusea: una joven (la ahogada no, otra) narra una historia de fantasmas que, tiempo atrás, sufrió en primera persona y que tiene que ver con una chica muy mona que sale completamente desnuda de un río (que ya me dirán qué puede tener esto de miedo).

¿A qué es fácil? Bueno, pues no.

La protagonista tiene un pequeño problema mental que no ayuda precisamente a que la narración sea un fluir, pero es que tampoco se pretende. Lo que se busca (lo que la autora busca, que no es lo mismo que busca la protagonista que simplemente se deja llevar, que es ella misma y sus circunstancias a jornada completa) es una excusa para romper con la narración lineal y así, el miedo, más que llegar a él, te lo vas encontrando por el camino.

Hay que insistir en que la protagonista está como un cencerro y hay que hacerlo porque esto es fundamental, tanto por la estructura como por la historia. Acompañaremos a nuestra heroína en un viaje a la locura y asistiremos a su encuentro con los fantasmas, con los lobos o con las sirenas. También es una historia de amor.

Bien mirado (y ordenado) “La mujer ahogada” es como un cuento infantil para adultos sin miedo. Sin miedo a no enterarse de casi nada. La novela se compone de un algo que ocurre, que debería provocar terror y de muchas páginas de digresiones que no parecen conducir a ninguna parte pero qué de alguna manera ayudan a reforzar la idea de la mente desequilibrada de la protagonista y su lucha contra percepciones que el lector se verá obligado a interpretar. 

Parece complicado pero no lo es tanto: el truco está en dejarse llevar y disfrutar del paisaje.

Me quedo, de todo, con el personaje (la personaja) capaz de mantener durante toda la novela la atención del lector con sus delirios y con su medio novia y con su locura asumida y no me quedo con lo que se supone debería ser uno de los fuertes de la novela, la falta de oxígeno en la narración, que a veces se dilata en exceso. Hay un momento en el que tanto “ahora no puedo hablar de esto, más adelante volveré con ello, si puedo” hace pensar que se está cruzando la línea que no se debería. 

En resumen: interesante, irregular, en ocasiones irritante pero en general satisfactorio paseo por la fantasía animada de ayer, hoy y siempre de una demente que ve cuentos de hadas por todas partes, sobre todo cuando se le acaba el tranquimazin. 


miércoles, 28 de mayo de 2014

Moby Dick y la insoportable levedad del ser

Esto no es una reseña. Reseñar Moby Dick está por encima de mis posibilidades. Esto, si ha de ser algo, debería ser una reacción inmediata de una lectura recién terminada, o algo así, pero como título para el post es demasiado largo.

Tengo que decirlo: han de saber que me he enamorado perdidamente de este LIBRO. Por méritos propios y ajenos. Quiero decir que además de la historia, he disfrutado lo indecible la excelente edición de Valdemar, que «reproduce las cerca de 300 ilustraciones que realizó Rockwell Kent –uno de los grandes maestros de la ilustración en EEUU– para la histórica edición de 1930 de The Lakeside Press de Chicago». La traducción (hoy me he acordado) corre a cargo de José Rafael Hernández Arias.

¿Saben cuando algo es PERFECTO? Pues igual.

* * * * * *

“Por eso creo que hay que leer La montaña mágica y saltarse sin complejo de culpa todas las páginas que te parezcan muertas. O ignorar las tediosas novelitas pastoriles de la primera parte del Quijote. O pasar a toda prisa las aburridas y meticulosas descripciones de ballenas que incluye Moby Dick. Todos estos libros son maravillosos porque crecen y cambian y están vivos: uno no puede acercarse a ellos como si fueran textos sagrados esculpidos en piedra, dogmas temibles e intocables. Sáltate páginas, en fin, sumérgete y disfruta.” 

Esto lo dijo Rosa Montero el uno de mayo de 2010, cuanto la escritora tenía, no trece, sino 59 años. 59. Que, oye, ya es una edad para andar diciendo chorradas.


Yo puedo entender que a uno no le gusten las ballenas. A mí no me llamaban especialmente la atención. Lo puedo entender, decía. Lo que no puedo entender, de verdad que no, es que uno diga que, si quiere, se puede saltar alegremente las aburridas y meticulosas descripciones de ballenas que incluye Moby Dick y acto seguido, con la misma alegre fingida ingenuidad, que es (ese y todos los demás) un libro “maravilloso”.

Maravilloso. Ni aburrido ni meticuloso. Ma-ra-vi-llo-so.

¿Maravilloso por qué, exactamente, si le hemos quitado, cuánto, veinte, cien, doscientas páginas? ¿Qué lo hace maravilloso? ¿Su condición de mutilado? ¿La caza de Moby Dick? ¿Esas… cuarenta o cincuenta páginas finales, algo del comienzo, fragmentos del interior? ¿Qué?

No. Supongo que lo que lo hace maravilloso es la atrevida ignorancia.

En Goodreads, esa red social para frikinabos de la cosa impresa, alguien, siguiendo la estela dejada por la cola de la amiga Montero, decía que Moby Dick hubiera podido llegar a ser genial si no le sobrasen algo así como 400 páginas.

Es decir, medio libro. O más.

A ver, no jodamos: un libro al que le SOBRAN 400 páginas es una puta mierda de libro. O qué.

Pero no, Moby Dick es genial aún sin esas 400 páginas. Porque claro, sale un tío obsesionado con una ballena, fundiendo hierro para hacer un arpón, como un Steven Seagal de la vida jurando vengar la muerte de su mujer, que es lo que le da calidad a la película, como dice el otro. O tal vez sea por el comienzo, “Llamadme Ismael”, que pone mucho. 

Yo… bueno, a ver, no sé, quiero decir, no entiendo. ¿En serio hay gente así? 

Evidentemente no han entendido un carajo. 

La gente es muy libre de saltarse páginas, yo mismo cabeceo en ocasiones durante algunos párrafos de si me pilla a la hora del café, pero, coño, saltarte las descripciones de Moby Dick equivale a saltarte mucho más de media novela (equivale a no entrar en la historia, a no entender la historia, a no sumergirte en ella, que es lo que pide el cuerpo): equivale a no leer Moby Dick. Y desde luego es imposible que te guste, ¡es imposible que te parezca maravillosa!

Si es que no puede ser.

Yo creo que el problema reside en que las más de las veces (y esta es una opinión sin ningún fundamento) uno no lee Moby Dick porque le apetezca leer Moby Dick sino porque hay que leerla, por las recomendaciones, ese tipo de cosas, y por lo tanto se afronta, generalmente, desde el interés ajeno y como una novela de aventuras con querencia a la digresión. Y claro, así no hay modo. 

En mi humilde opinión a Moby Dick hay que llegar sin prejuicios y dispuesto a lo que se presente porque Moby Dick más que una novela es una experiencia y sería (es) imperdonable no disfrutar de ella.

Saltarse las descripciones. Jesús bendito. ¿Y no sería mejor, para eso, buscar una versión infantil de troquelados o ventanitas? O un cuento. Seguro que hay miles de cuentos con dibujitos preciosos de capitanes regordetes de hermosas barbas papanoélicas y trajes de primera comunión. O un comic. O la película. Hora y media y a la cama. Mejor, imposible. Si una imagen vale más que mil palabras, en cinco fotogramas liquidamos dos o tres capítulos, fácil. 

“Sáltate páginas, en fin, sumérgete y disfruta.”

No sé en qué charco acostumbra a sumergirse Rosa Montero, pero mi experiencia en la inmersión fue algo más “profunda”. Durante diez o doce días, los que fuesen, no pensé en otra cosa que ballenas. Malditas ballenas. La obsesión de Ahab fue mi obsesión, también, y no había libro en el mundo que me apeteciese leer más que ese.

Y yo no sé a los demás, pero a mí esto no me pasa todos los días.