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lunes, 29 de julio de 2013

Píldoras críticas (1)

Que el tiempo es relativo lo demuestra el hecho de que yo antes tenía más. Leía más, escribía más…. todo más. Ahora, será la edad, todo va a menos. Casi todo. Me han dicho que estoy entrando en la flor de la vida pero lo mismo me dijeron a los treinta. El caso es llevo algo así como doscientos meses leyendo a un ritmo demasiado lento. La idea de este post es, pues, la siguiente: resumir resumidísimamente algunas lecturas que no merecían quedarse a vivir en un tintero. No veo otro modo de conciliar la vida real con la digital. Déjenme ir al grano; detesto tanto como ustedes estas introducciones. 

“El desierto de los tártaros” de Dino Buzzati 

Resumiendo hasta la náusea “El desierto de los tártaros” podría pasar perfectamente por ser la historia de un joven teniente que es destinado a una fortaleza en el medio del desierto. ¿Sabe alguien que pueden hacer doscientos tíos en una fortaleza con vistas a un arenal infinito? Aparte de follar, quiero decir. Nada, efectivamente. Por eso la novela no trata sobre el ejercicio militar ni sobre la soledad de la garita del fondo sino sobre el tiempo y la espera; sobre el atractivo de dejar la vista fija en un punto y que todas tus preocupaciones sean lavarte los dientes antes de irte a la cama o asegurarte de mecanizar tu trabajo hasta punto de poder abstraerte completamente de todo. Objetivo: la inacción absoluta en espera de la invasión. Suena estúpido pero no lo es tanto. No hace mucho un presidente del gobierno de cuyo nombre no quiero acordarme agradecía la pasividad ciudadana ante la injusticia social en un país sobre el que pesaba la permanente amenaza de rescate invasor. Bueno, definitivamente sí es bastante estúpido, pero Buzzati tiene ese no sé qué en la prosa que no puedes dejar de mirar ni queriendo; querría uno también irse al desierto a mirar por la ventana de la garita la arista de alguna garganta. 

“El desierto de los tártaros” es una novela absolutamente genial que habla de ese tiempo de espera, ese mirar las manecillas del reloj, de la capacidad del ser humano para no hacer absolutamente nada por salir de una existencia voluntariamente soporífera. Si las novelas más grandes son aquellas que nos hablan de nosotros mismos en cualquier época, la de Buzzati merece sin duda ese puesto de honor por estos tiempos tan poco solidarios que vivimos. Brillante. Imprescindible. 

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“Kanikosen. El Pesquero” de Takiji Kobayashi

Un crítico del New York Times dice, de este libro, lo siguiente: “Un best-seller inesperado que retrata la angustia de los trabajadores frente a la precariedad laboral”. De los trabajadores hablamos, si les parece, después, pero para este párrafo me quedo con lo de “bestseller inesperado” haciendo hincapié esto último (inesperado). Que el mundo del bestseller se divida entre esperados e inesperados me hace albergar esperanzas para tanto genio incomprendido como tenemos en este país. 

Dicen también que Kanikosen lleva vendidos más de millón y medio de ejemplares. Y quién sabe, igual sí; una afirmación como esta es creíble a voluntad; desde luego aquí en España no ha sido. En Japón 1,6 millones viene a suponer el 1% de la población total, que comparándolo con las cifras de ventas de “50 sombras de Grey” en Gran Bretaña tampoco es tanto vender. Normal, por otro lado; al fin y al cabo no es lo mismo ver a los protagonistas zurrándose con látigos consentidamente para llevarse al orgasmo que a uno sólo zurrando a quinientos y luego tirando al mar a los que se le mueren por exceso de celo. Puestos a hablar de algo mejor de sexo que de derechos humanos. 

Y de eso va esto: un cangrejero japonés de 1930, más o menos, se echa al mar con chorrocientos desechos humanos víctimas de unas lamentables condiciones sociales. A los pobrecitos les dan hasta en el carnet de identidad gracias a la falta total de escrúpulos de unos, avalada por la laxitud de una legislación diseñada por otros no muy diferentes a los primeros. Capitalismo en estado puro. Uno se pregunta, durante la lectura, si va a tardar mucho en llegar la revuelta. Un rato sí que tarda pero teniendo en cuenta que el libro tiene 140 páginas tampoco es que se haga largo. No les voy a contar el final, pero baste decir que tiene toda la pinta de ser bastante realista. 

El señor que la escribió se llamaba Kobayashi, como la mitad de los japoneses, y era un comunista de tomo y lomo. Así se entiende la intención de la novela. Murió joven. Lo mató a golpes la policía por esa manía que tenía de propagar ideas subversivas y anticapitalistas. Eran otros tiempos; ahora para callarte te conceden una hipoteca. La cuestión es que Kanikosen es ideal para llevar a congresos de izquierdas y demostrar a los derechas lo cabroncísimos que son y que este desastre de ahora ya se veía venir, que miren el cangrejero, qué cosa de terrible, que ejemplo de vida y que gran lección. Una novela ideal para rojos con ganas de bronca.