Esto puede haber sido así: Juan Soto Ivars tiene quince, dieciséis o dieciocho años y fantasea con ser escritor y por eso escribe en su diario frases sueltas que luego enviará por email o correo ordinario a sus novias de verano de la playa de Salou o similar o bien las guardará, avergonzado, en un cajón. Son frases tal que así: “Cruzaría el río si supiera que en la otra orilla encontraré la paz” o “Si pones atención, escucharás el tictac de un inmenso reloj que vive bajo el hielo” o “en todo el día, solamente un triste pájaro cruza el cielo. Aunque esperas la compañía más que ninguna otra cosa, verlo te ha producido un gran temor” o “Nubes tan cargadas de tormenta que al pasar arrastran lentamente los tejados.” Son construcciones que, quieras que no, llevan su tiempo. Con todo debería ser habitual entre los escritores echarlas sin miramientos al fuego en momentos de crisis existencial, cual Sábato enfurecido. Soto no. Soto las guarda y a los veintitantos se hace un libro y las utiliza para salpimentarlo: serán las citas de un hombre incapaz de escribir. Este libro que cuentan las leyendas que Soto se resistía a publicar es Siberia. Pero esto es sólo otra paja mental de las mías; cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
El protagonista de Siberia es un escritor (qué puta manía, de verdad, con hacer protagonistas tan miserables) que después de publicar su primer libro y ser operado de un tumor cerebral trabaja sin éxito en su segunda novela a la que no acaba de encontrarle el centro y sobre la que únicamente escupe frases ininteligibles -como las de arriba- que son como chorradas supinas que no hay modo de casar unas con otras pero que dan una idea de lo que se cuece en su interior. Y es que el protagonista vive sumergido en una depresión de libro (valga la redundancia) de la que no acaba de ser del todo consciente y que le obliga a deambular sin rumbo fijo ni rumbo móvil ni razón de ser. El caso es mediado el libro, este tipo, este escritor, este capullo hace algo despreciable -que no puedo contar por razones obvias- y se autoexilia. Pero ya estoy contando de más; será mejor que lo dejemos aquí.
La Siberia de Soto Ivars no es un lugar, sino un estado de ánimo. Siberia es la desazón de estar dónde no quieres, ser lo que más odias, tu propio enemigo; es el infierno en la tierra y morirte de frío que es un poco morirte de pena y soledad y de asco, para que nos entendamos. Por eso Siberia es un título tan cojonudo.
Hoy harás lo mismo que siempre, será un día normal. La realidad del horror siempre tarda un tiempo en alcanzar al presente al que ya has dejado atrás. Después del veranillo de San Martín sí que entenderás lo que significa Siberia. Y entonces viene la tarea horrible de desandar dolorosamente los días, volver al momento del error, y repetir la pregunta: ¿Qué harás hoy? Y todo lo que has hecho entre un momento y su comprensión se olvida, pero los días siguen pesando.
La Siberia de Soto Ivars no es un lugar, sino un estado de ánimo. Siberia es la desazón de estar dónde no quieres, ser lo que más odias, tu propio enemigo; es el infierno en la tierra y morirte de frío que es un poco morirte de pena y soledad y de asco, para que nos entendamos. Por eso Siberia es un título tan cojonudo.
Siberia es también –al menos desde ahora, al menos para mí- la razón que me faltaba para dar segundas oportunidades a escritores de primeras novelas infumables o todo lo infumables que le pueden parecer a uno ciertas primeras novelas. Tengo entendido que “La conjetura de Perelman” fue escrita después de Siberia algo que, visto ahora, resulta tremendamente curioso. Curioso y acertado, en mi humilde opinión, y es que sin ser Siberia la novela genial que muchos prometen sí es verdad que tiene la calidad suficiente y resulta lo bastante interesante para preguntarse a qué vino aquello de Perelman o si uno estaba en sus cabales cuando la leyó o no supo ver algo que quizá estaba allí y no tenía que haberla dejado. Que ya les digo yo que no; son novelas demasiado diferentes como para poder establecer cualquier clase de comparación que sería siempre injusta.
Siberia no ha acabado de convencerme por muchas razones. Me jode tener que decirlo así porque no quiero dar a entender que me haya parecido una mierda. Ni de lejos, vaya; esto que quede claro. Leí Siberia con curiosidad y sobre todo con creciente interés y la dejé con la agradable sensación de haber sido envuelto por la historia que iba ganando a medida que autor iba soltando el lastre de la experiencia de ser escritor para ocuparse de asuntos más mundanos -por calificarlos de alguna manera, aunque sea equivocadamente- como la miseria de ser un hijo de puta, un cobarde, una mala persona, un pedazo de mierda. Por el lado malo, ya lo he dicho, demasiada digresión, demasiada reflexión, demasiado andarse por las ramas y las chorrocientas diferencias entre un escritor y uno que escribe que no sé, de verdad, a qué vienen. Y es que el gran problema de los jóvenes escritores que escriben historias protagonizadas por jóvenes escritores es que les preocupa demasiado dónde se ponen las comas o en qué lugar se oculta el verdadero talento.
En cualquier caso y cayendo en tópico más repugnante, tengo que reconocer que me ha sorprendido gratamente esta Siberia a pesar de ser una primera novela, una pequeña novela, una novela menor, poco más que una anécdota interesante y quien sabe si el principio de una hermosa amistad, entendiendo esto como la relación entre un escritor y sus lectores, entre los que me incluyo a partir de hoy, a partir de ya.
Siberia no ha acabado de convencerme por muchas razones. Me jode tener que decirlo así porque no quiero dar a entender que me haya parecido una mierda. Ni de lejos, vaya; esto que quede claro. Leí Siberia con curiosidad y sobre todo con creciente interés y la dejé con la agradable sensación de haber sido envuelto por la historia que iba ganando a medida que autor iba soltando el lastre de la experiencia de ser escritor para ocuparse de asuntos más mundanos -por calificarlos de alguna manera, aunque sea equivocadamente- como la miseria de ser un hijo de puta, un cobarde, una mala persona, un pedazo de mierda. Por el lado malo, ya lo he dicho, demasiada digresión, demasiada reflexión, demasiado andarse por las ramas y las chorrocientas diferencias entre un escritor y uno que escribe que no sé, de verdad, a qué vienen. Y es que el gran problema de los jóvenes escritores que escriben historias protagonizadas por jóvenes escritores es que les preocupa demasiado dónde se ponen las comas o en qué lugar se oculta el verdadero talento.
En cualquier caso y cayendo en tópico más repugnante, tengo que reconocer que me ha sorprendido gratamente esta Siberia a pesar de ser una primera novela, una pequeña novela, una novela menor, poco más que una anécdota interesante y quien sabe si el principio de una hermosa amistad, entendiendo esto como la relación entre un escritor y sus lectores, entre los que me incluyo a partir de hoy, a partir de ya.
Un escritor y uno que escribe tienen demasiadas cosas en común. Ese corte invisible que separa la mierda de lo que van a leerse varias generaciones se llama talento. Talento: una pestaña caída en la mejilla de uno que a otro siempre se le mete en el ojo. Por eso los que escriben leen a los genios y desean más que ninguna otra cosa imitarlos. Piensan que aprenden de los libros a escribir mejor. Piensan que a escribir se aprende. Que escribir es una técnica que se perfecciona. Que una segunda novela puede permitirse ser mejor que la primera, que cada vez hay que escribir mejor. Esa exigencia es falsa. La segunda diferencia entre el escritor y el que escribe: el escritor no piensa, llega a conclusiones. Por eso el otro no puede adoptar su proceso. No hay proceso, no hay método para ser escritor. Hay que sentarse y permanecer quieto en la silla, moviendo solamente los dedos sobre la página. Mirando siempre la página en blanco y nunca la palabra ya escrita, nunca la letra. Esa palabra tiene que estar en lo cierto. Un escritor no comete palabras equivocadas.
Permítanme cerrar esta reseña con un breve apunte sobre la cuestión editorial de las novelas de JSI:
Siberia está editada en papel por la editorial El Olivo Azul al precio de 16 euros aunque se puede comprar en digital por Sigueleyendo por 3,99 euros IVA no incluido (esta es la edición que leí yo). Por otro lado la versión en papel de "La conjetura de Perelman" se puede encontrar, por ejemplo, en Amazon a 17,10 € y en digital, en el mismo espacio, a 1,89 €. Estaba tan barato que no puede evitar comprarla. No estoy diciendo todo esto porque tenga complejo de hombre anuncio sino para llamar la atención sobre esa política de precios consistente en rebajar al máximo las versiones digitales ante la que me quito el sombrero y hasta la peluca si fuera necesario. No sé cómo ha sido con Ediciones B, pero me consta que en el caso de Siberia es un acuerdo entre las tres partes implicadas (editoriales y autor) tal como explica el propio JSI en el prólogo que pueden leer íntegro siguiendo este enlace: PRÓLOGO.
Amiguismos aparte creo sinceramente que Sigueleyendo ha dado con la clave para la comercialización del libro electrónico. Sería muy interesante que todas aquellas pequeñas editoriales a la que cuesta tanto dar el salto a lo digital, quizá por miedo a desaparecer entre tanto bit, fuesen pensando en estas alianzas en las que todos, lectores incluidos salen (salimos) ganando.
Siberia está editada en papel por la editorial El Olivo Azul al precio de 16 euros aunque se puede comprar en digital por Sigueleyendo por 3,99 euros IVA no incluido (esta es la edición que leí yo). Por otro lado la versión en papel de "La conjetura de Perelman" se puede encontrar, por ejemplo, en Amazon a 17,10 € y en digital, en el mismo espacio, a 1,89 €. Estaba tan barato que no puede evitar comprarla. No estoy diciendo todo esto porque tenga complejo de hombre anuncio sino para llamar la atención sobre esa política de precios consistente en rebajar al máximo las versiones digitales ante la que me quito el sombrero y hasta la peluca si fuera necesario. No sé cómo ha sido con Ediciones B, pero me consta que en el caso de Siberia es un acuerdo entre las tres partes implicadas (editoriales y autor) tal como explica el propio JSI en el prólogo que pueden leer íntegro siguiendo este enlace: PRÓLOGO.
Amiguismos aparte creo sinceramente que Sigueleyendo ha dado con la clave para la comercialización del libro electrónico. Sería muy interesante que todas aquellas pequeñas editoriales a la que cuesta tanto dar el salto a lo digital, quizá por miedo a desaparecer entre tanto bit, fuesen pensando en estas alianzas en las que todos, lectores incluidos salen (salimos) ganando.