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lunes, 3 de junio de 2024

"Solo humo" de Juan José Millás

Hace un par de meses leí "Solo humo" de Juan José Millás ("el de La Ventana"). Lo sé porque lo anoté: empezado y terminado el 29/02/2024. Recuerdo que lo acompañé de una cerveza. Oye, muy bien. La cerveza, digo, porque el libro ya me puedes matar que no me acuerdo. Voy a la sinopsis…

«bla blabla blablablablabla […] En esta novela engañosamente ligera, Juan José Millás vuelve a algunos de los temas más representativos de su narrativa, como la identidad, el desdoblamiento, los recovecos más oscuros de la realidad cotidiana ―aquellos en los que se esconde lo extraordinario― y la paternidad, al tiempo que compone un himno a la imaginación y al poder transformador de la literatura».

Me encanta lo torpe que resulta eso de "novela engañosamente ligera". Suena a recurso desesperado para dar profundidad, entiendo que queriendo con ello poner valor, algo que ni lo es (profunda) ni lo tiene (valor).

Pero sí, YA ME ACUERDO, YA.

Esto iba de un chaval que se las arregla para medio meterse en la piel de su padre muerto. Bueno, "chaval". El caso es que su padre, al que le gustaba mucho leer, tiene una enorme librería y una vecina y no sabe qué le gusta más: si la una o lo otro. Un poco el intríngulis de la novela es ese. Como sea, el susodicho se enfrenta a la estantería de su padre total para elegir lo que éste leía antes de morir, que no era otra cosa que los cuentos de Grimm, que ya ves tú también. Esto le sirve a Millás para contarnos los cuentos de siempre malmetiendo a padre e hijo para que tengan un espacio donde charlar de sus cosillas mientras Cenicienta esto o Caperucita lo otro. Esto lleva a mezclar realidad y fantasía no sé si a partes iguales, lo que es seguro es que en exceso. Alguien tiene que decirlo: valiente recurso de mierda. (Y van dos). Hubiera querido ver yo a Millás enredando con Leopold Bloom por las calles de Dublín. Pero claro, uno escribe para quien escribe y así pasa lo que pasa: que elije los cuentos de Grimm. Lo mejor del libro es que gracias a Dios es corto y termina pronto. De hecho creo que no llegué a pedir la tercera.

Recuerdo que ya en su momento no me gustó especialmente, pero andado el tiempo descubro que en realidad pequé de generosidad. No tengo ni una sola razón para recomendar este libro. No me interesa el tema ni me llama la atención ese estilo "Talleres de escritura Millás" demasiado formal y falto de personalidad. Yo sé que la profesión va por dentro pero en ocasiones, como esta, no puedo evitar preguntarme qué sentido tiene perder el tiempo de esta manera, especialmente una vez alcanzada cierta edad. Lo digo por Millás, no por mí; al fin y al cabo yo me lo leo en un par de horas. No hubiera sido mejor, pregunto, esforzarse un poco más y escribir una novela que valiese la pena ser recordada, ya por él, ya por el lector. Digo, no sé. Que igual no. Quizá simplemente se trate de pagar la hipoteca. Es que me da a mí que Millás escribe como otros ejercen el funcionariado.

Quizá me equivoque, pero sería la primera vez.


jueves, 16 de agosto de 2018

Una reflexión en torno a “La novia gitana” de Carmen Mola y los lectores veraniegos

Hoy toca post de batalla. 

Inicialmente esta iba a ser la reseña de Plataforma y todo porque esa novela de Houellebecq encajaba como un guante en la dinámica del post. Con esto quiero decir que funcionaba muy bien como terapia frente a las extenuantes e invasivas recomendaciones de aquellos que ven en subproductos editoriales de temporada excelencias que no existen. En muchos sentidos Plataforma era una patada en la boca de esos pastores de ovejas que mantienen el rebajo alejado de pastos más verdes creyendo que los tristes ovinos, de puro idiotas, no sabrían valorarlos. 

Que igual sí, pero hasta yo me doy cuenta que está feo prejuzgarlos incapaces o desinteresados, que es a la postre lo que está pasando. Y no te cuento, ya, lo feo que está aprovechar la reseña de una novela que más que gustarnos nos ha entusiasmado para tirar piedras a tejados de blogs ajenos con intención de quebrarlos, pero es tal la urticaria que éstos nos provocan con sus injustificables mamadas y clasismos varios que la sola idea de dejar pasar la oportunidad hacer algo de ruido se me antoja del todo insoportable (es un decir). 



Pese a la remota posibilidad de estar equivocado, me gusta pensar que todo lector es un lector potencial de Faulkner. Faulkner tiene fama de difícil y un poco ladrillito. No es cierto. En realidad más que difícil, es exigente. Bueno, vale, admitamos que tal vez sí sea un poco peleón, pero si lo es, lo es única y exclusivamente por esa exigencia que acabamos de mencionar, lo cual es un problema relativo. El verdadero problema sería el lector y más concretamente cierto tipo de lector, su educación y sus hábitos malsanos, a saber: esa costumbre borreguil de creer que, por ejemplo, la literatura de género, también llamada de entretenimiento, es de alguna forma incompatible con esa otra narrativa menos genérica que es acusada día sí día también del más rancio elitismo, narrativa de la que, parece, es necesario huir si uno quiere “disfrutar” de la lectura y “relajar el cerebro” con algo ligero sobre todo en verano, con el sano objetivo de “entretenerse” porque, claro, ya los inviernos Schopenhauer en bucle. 

Seguro que a todos no gusta hacer el gilipollas y perder el tiempo con chorradas que no conducen a ninguna parte, ya sea en cine o literatura; dejarnos llevar por argumentos e historias que se repiten hasta la extenuación leyendo sagas o viendo series infinitas de enésimas e idénticas temporadas, pero creer o dar a entender o simplemente insinuar que hay lectores que sólo pueden disfrutar de ese tipo de literatura de tercera porque la otra no es tan fácil, es tal vez dar por hecho demasiadas cosas e insultar a demasiada gente al mismo tiempo. 

No quiero colgarme medallas que no me corresponden pero, maldades aparte, desde esta medicina hemos disfrutado siempre mucho poniendo en evidencia aquellos productos tóxicos que eran y son vendidos como supuestas maravillas tanto por los fabricantes como por sus serviles perroflautas, ya fueran estos profesionales ya fueran estos lo que fueran. Siempre hemos defendido que escritores como Gaddis o Faulkner, pese a su dificultad, eran infinitamente más satisfactorios que el alfaguara de turno del agosto del año que tengan a bien elegir. 

Si ustedes prefieren hacer caso a quien les recomienda leer Carmen Mola antes que a Houellebecq es asunto suyo pero jamás permitan que ese alguien les diga que hay una razón para ello, esto es, que está plenamente justificado. Elitismo no es creer que hay una literatura mejor que otra, básicamente porque es esa es una realidad que no admite duda; elitismo es creer que hay lectores para la una y que hay lectores para la otra, sin concederles siquiera el beneficio de la duda. 

Es verdad, uno no puede pasarse la vida leyendo novelas de Barco de Vapor colección naranja por muy oscura que ésta sea (y por mucho que Alfaguara la enmascare con portadas para adultos) y luego afrontar El ruido y la furia con la tranquilidad de un buda, pero hay ejemplos de términos medios para aburrir, también en Faulkner y si no que se lo digan a Santuario o Luz de Agosto, que mean por encima de cualquiera que elijan como la mejor novela negra de los últimos diez años. 



2 

Todo este discurso tiene su origen en una discusión surgida en Facebook a raíz del comentario de una reseña en la que se recomendaba la lectura del libro de Carmen Mola, La novia gitana, a todo el mundo (excepto unos cuantos, como supe después) pese a que (de esto también me enteré más tarde, ya que en la reseña se dice lo contrario) no es ninguna maravilla aunque sí mejor que otros (sin llegar a aclarar nunca cuáles). 

Es decir, que este libro de calidad cuestionable es bueno para cierto sector y no tan bueno para otro, siendo el primero (intuyo) el grupo al que se adscriben lectores ocasionales de verano y habituales de la novela negra (ergo exigencia cero) y el otro todos aquellos que creen que en la literatura de género todavía es posible no faltarle el respeto a la inteligencia ofreciendo productos que, sin necesidad de aportar grandes novedades, alcancen unos mínimos de calidad aceptables. 

Que es exactamente lo contrario de lo que ocurre en La novia gitana. 

La editora de Alfaguara Negra, María Fasce, habla de libro poderoso incluso de novela extrema, claro que esta señora cobra por decir esas cosas. Juan Carlos Galindo, de profesión borreguismo servil, no contento con el despropósito, habla (como quien habla del tiempo) para El País de ruptura de convencionalismos, de estructura sólida o de clásico policial y saca a colación ilustres desconocidos como Banville o Pynchon aprovechando el anonimato de la escritora, enésimo atractivo para muchos. Lo de los blogs ya directamente clama al cielo: cualquiera diría que se han propuesto demostrar que las mayores virtudes de la novela son precisamente sus mayores defectos: los personajes, estereotipados hasta la náusea o con la profundidad de un plato de sopa; la trama, lineal, sin aristas, más simple que el mecanismo de un botijo y la tan cacareada lectura ágil (¡ese ritmo!), adictiva y, cómo no, ¡veraniega! 

Entonces abres el libro y te encuentras, página sí, pagina también, lindezas como esta: 

— ¿Has descubierto ya algo, Buendía?
— Te estábamos esperando para empezar —la recibe el forense con todo listo—. De momento solo la hemos examinado por fuera. 

Donde “por fuera” sería jerga forense especializada válida tanto para jarrones chinos como para seres humanos y “con todo listo” una forma como cualquier otra de ahorrarte un par de tediosas líneas (práctica habitual en el libro) describiendo utensilios que vete tú a saber cómo se llaman o qué órgano extirpan. 

Mola ha escrito un libro infame, que parece redactado por un bachiller avispado durante la clase de matemáticas; Alfaguara lo ha publicado y la cohorte habitual lo ha ensalzado, elogiado, recomendado. Todo un clásico del verano. Luego llegará el lector despistado y creerá que efectivamente no está mal, al fin y al cabo ¿cómo va él a llevarle la contraria a tanto profesional del medio? ¿Cómo puede un escritor tan humilde como para mantenerse anónimo en un gremio especializado en egos inflamados no ser absolutamente genial o absolutamente amoreterno

Me juego un huevo y parte del otro a que esta basura ha sido escrita por un “negro” —que la editorial tenía en nómina o ha encontrado tirado en un rincón—  al que sentado a escribir novelitas de manual con el fin de conseguir un Dicker español que les ahorre los costes de traducción y promoción habituales en escritores de carne y hueso. Entrevistas exclusivamente por correo electrónico, cuatro reseñas aquí y allí, lectores perezosos y conformistas que alimenten el boca a boca... Y a vivir. 

Exitazo, claro. 

Y luego, en otoño, con la rentrée, nos quejaremos del nivel, Maribel, y clamaremos al cielo y lamentaremos que ya no haya buenos y grandes editores, y nos preguntaremos qué ha sido de Anagrama y su buen gusto; qué está pasando con la LITERATURA, gritaremos, y abriremos cienes y cienes de post en redes sociales preguntándonos unos a otros dónde dónde ¡dónde está el problema! cuando todo el mundo sabe que el problema es Faulkner, que es muy difícil. 

jueves, 18 de mayo de 2017

“Luz de agosto” de William Faulkner (Trad. Enrique Sordo)

Mientras rescato, recopilo y —cómo evitarlo— releo las citas que quiero incluir en esta reseña —ese ciento y la madre que me obligo a dejar en dos— me descubro nuevamente fascinado por esa prosa infatigable y demoledora de Faulkner, y no deseando ya otra cosa que volver a Faulkner. Volver compulsivamente a Faulkner. 

Pero esto no es nuevo.

Recordarán, algunos, los que queden, que no hace tanto —demasiado, me temo— hablábamos de Faulker y lo hacíamos en estos términos: «Nos hemos vuelto conformistas, los lectores, los escritores. Nos hemos vuelto conformistas. Y mediocres. Nadamos, buceamos en mediocridad y conformismo y lo único que va a librarnos de esto, lo único que podrá salvarnos, es Faulkner y aquellos que son como Faulkner: escritores de verdad, no mecanógrafos. Aquí ya no queremos maquinistas, ni queremos pianolas. Aquí queremos sogas para colgarnos si no cambian las cosas pero sobre todo queremos faulkners. Ya sólo queremos faulkners. Ya sólo aceptamos faulkners, ahora. Todo lo demás, a la hoguera. Tú el primero». Desde entonces, desde aquel afectado 28 de octubre de 2015, hemos hecho de todo, empezando por faltar a nuestra palabra; hemos leído de todo y lo hemos hecho eligiendo casi siempre mal, creyendo, tal vez, que nadie se acordaría, que caería el grito en el olvido, no sospechando, ni remotamente (o tal sí, remotamente sí), que seríamos nosotros, mis socios capitalistas y yo, quienes no podríamos olvidarlo y quienes tendríamos que vivir con esas palabras que han terminado por convertirse en una pesada losa difícil de llevar de puro injustificable.

(Una vez más me dejo llevar por el dramatismo).

Y a pesar de esto han tenido que pasar dieciocho meses (dieciocho, que se dice pronto, pero que hay que pasarlos, todos, eh, con sus hipotecas y sus temporales y sus rentreés y sus vueltas al cole); dieciocho meses han pasado, decía, antes de volver, con la cabeza gacha, bien gacha, a Faulker, total para llegar una vez más a la misma conclusión: que ya sólo queremos Faulkners, etcétera.

Luz de agosto roza (¡roza, dice, el hijo de puta!) la perfección o así lo percibe uno mientras se adentra en ella (porque a estas alturas ya hemos aprendido que uno no lee a Faulkner, uno se sumerge en Faulkner o de otro modo no llega). Porque están los libros (atentos, que viene el tópico) que se olvidan o que se van olvidando o que sabes positivamente que serán pronto olvidados y que maldito si te importa, verdad, y después están los libros que se quedan ahí, un día tras otro, y no te dejan en paz y que son un recordatorio constante de a qué debemos aspirar o con qué no nos debemos conformar o directamente a quién debemos escupir en la boca. 

Si ya sólo queremos faulkners, si ya sólo leeremos faulkners, va a estar la cosa jodida. 

Pero la verdad es que no tenía hoy yo muchas ganas de generalizar; les quería simplemente hablar de la novela, poniéndome en plan, no sé, en plan instructor militar y obligarles, en la medida de lo posible, a dejarse de historias, inventos y excusas y entregarse inmediatamente (no como otros, eh, que acumulamos un retraso notable, con tantos años perdidos en basuras infectas de saltos de páginas y lenguas de trapo), entregarse, inmediatamente, decía, a este librito con la garantía (¿he dicho bien? Sí, he dicho bien: Garantía) de la satisfacción inmediata que proporciona y cuando quiero decir inmediata quiero decir desde la puta primera página.

Me voy a tener que coser la boca.

A lo que iba.

La novela trata sobre una mujer, embarazada, que busca al padre de su hijo. Lo único que ella sabe es que ha ido en no sé qué dirección y estará trabajando no sé dónde en no sé qué pueblucho miserable, llamémosle equis. Es llegando a equis que la novela explota. Más personajes, más tramas. Por ejemplo, Byron, el primer mierdecilla que se encuentra Leena, «era de esa clase de individuos a los que no se les ve a primera vista, aunque estén solos en el fondo de una piscina de cemento vacía», «y no es que él tuviera nada malo. Tenía aspecto de buena persona, uno de esos individuos que están mucho tiempo en el mismo puesto de trabajo y que trabajan en el mismo oficio durante mucho tiempo sin fastidiar a los demás pidiéndoles aumentos, y que siguen trabajando allí mientras les dejan. De eso tenía aspecto. Menos en el trabajo, parecía un objeto cualquiera. No era fácil imaginar que nadie, que ninguna mujer se acostara con él y menos aún que tuviese pruebas de que se había acostado».

También por ejemplo, Christmas, un blanco atormentado por su condición de negro, un secreto que lo encadena a un infierno en vida, un infierno del que se resiste a salir de puro racista. Christmas alquila una choza anexa a una casa, casa en la que vive una mujer que a primera vista parece de armas tomar pero que en el fondo «es como las demás. Es igual que tengan diecisiete años o cuarenta y siete, el día que se deciden a entregarse por completo, siempre lo hacen con palabras»(1); mujer con la que acuerda, en silencio, resolver la cuestión sexual a golpe de visitas intempestivas: «A veces Christmas pensaba así, recordando aquella rendición, una rendición sin lágrimas ni compasión, una rendición casi masculina en su dureza. Un aislamiento espiritual conservado intacto durante tanto tiempo que su propio instinto de conservación lo había inmolado, presentando en su fase física la fuerza y el valor de un hombre. Una doble personalidad: una de ellas, la mujer cuya visión, al resplandor de la vela (o quizás hasta el rumor de pies en zapatillas que se acercaban), le había revelado, bruscamente, como un paisaje a la luz de un relámpago, un horizonte de seguridad física y de corrupción, si no de placer; la otra, una mujer con los músculos adiestrados como los de un hombre, con la costumbre de pensar también como un hombre, resultado del atavismo y del entorno, cosas contra las cuales había tenido que luchar Joe hasta el último instante. Ninguna vacilación femenina, ningún falso pudor, ningún fingimiento de deseo evidente y de intención de dejarse conquistar al fin. Para Joe fue como si luchase físicamente con otro hombre por la posesión de un objeto que no tenía valor ni para el uno ni para el otro, y por el cual se peleaban por principio».

Y más: su socio, por ejemplo, un joven que se siente obligado a ocultar un secreto si quiere alcanzar no sabe si la libertad o la felicidad o qué y un viejo reverendo venido a menos que ha aprendido que la felicidad es incompatible con la mentira («La ciudad pensó que acaso era feliz. Que acaso era feliz por no tener ya que mentir»). O la propia Leena, la dulce y endiablada Leena. Historias que se cruzan, vidas que... A quién le importa. Es Faulkner.





(1)«Pero si usted tuviese algo más que un cerebro de hombre, sabría que las mujeres, cuando hablan, nunca quieren decir nada, que hablan por hablar. Son los hombres los que toman las palabras en serio».



martes, 4 de agosto de 2015

Una aproximación al #librodelverano (de la mano de Laura Fernández)


— Defina PERIODISMO CULTURAL.
— Periodismo Cultural es Laura Fernández.
— Joven, es usted brillante. Ahora, déjeme el lápiz en el culo y siga chupando.
(De las notas de cama de un becario y su examinador)


Descubro la existencia de La chica del tren de Paula Hawkins en el suplemento de El Cultural del 31 de julio. La reseña, firmada por Laura Fernández y pese a hablar de betsellerismo puro (con todas las connotaciones negativas que esto tiene y que ella asume y da por bueas) plantea paralelismos con la obra de Alfred Hitchcock y Patricia Highsmith, y uno, claro, pese a su natural desconfianza en el sistema, no puede evitar hacerse pequeñas inocentes infantiles ilusiones:

«Y es que pese a jugar en la liga del thriller adictivo, poderosamente adictivo (hasta el punto de que podría retarse a cualquiera que diera comienzo a la historia de Rachel Watson a que tratara de no acabarla y ese alguien perdería la apuesta), y evitar todo tipo de pirueta literaria (más allá de la profunda introspección que le permite la primera persona divida en tres: las tres mujeres de la historia, tan distintas y a la vez, tan parecidas), lo cierto es que sobre el éxito y la efectividad real de esta primera novela de Paula Hawkins (Zimbabwe, 1972), planea el genio del gran Alfred Hitchcock. Y no sólo el suyo. También planea el de Patricia Highsmith, y su perturbadora concepción del noir aún contemporáneo».

No contenta con esto, Laura, en un intento de demostrar que la calidad no necesariamente tiene de estar reñida con la producción industrial (porque el plumero, quiéralo ella o no, se le ve) insiste e insiste e insiste en que La chica del tren es, por encima de todo y pese a, UNA BUENA NOVELA porque Paula Hawkings, dice, lo ha hecho bien, pero bien, bien. Milagrosamente bien, de hecho.

«[…] lo cierto es que no hay duda de que Paula Hawkins ha sabido cruzar a Patricia Highsmith con Hitchcock y que lo ha hecho bien. Para todos los públicos y bien. Porque sí, La chica del tren es un bestseller pero también es una buena novela. Y eso es casi un milagro».

Y uno piensa: bueno, pues nada, ¡me lo compro!

Pero también: un momento, a ver si va a ser como aquello de Jöel Dicker y La verdad sobre el caso Harry Quebert, novela que, si no me falla la memoria, se vendió como la repanocha para total acabar siendo un bluff de antología. (Vaya por delante que nunca llegué a leerlo, por lo que hablo desde la más frágil memoria y el prejuicio más mezquino).

También Laura Fernández se ocupó, entonces, en 2013 y también desde El Cultural, de recordarnos que la novela de Dicker era mucho más que una novela («una novela que, por momentos, hace pensar en Truman Capote») y el buen señor mucho más que un escritor. ¡Y también ese verano andaba Hictchock por ahí haciendo de la suyas!

«Joël Dicker (Suiza, 1985), el joven que ha puesto el mundo patas arriba publicando un intenso, profundo, monumental thriller psicológico que lo mismo coquetea con el ambiente cerrado y asfixiante del Twin Peaks de David Lynch (y su galaxia de sospechosos) que con los personajes perturbados de Alfred Hitchcock».

Tampoco faltaron entonces los elogios desmedidos del último párrafo, ese invento del demonio para vagos, maleantes y gentes de poco leer. Dicker tuvo más suerte que Hawkins: mientras ella no pasaba de hacerlo bien, él era Napoleón batallador y lo suyo metaliteratura magistral:

«[…] el furor despertado por el jovencísimo Dicker y su magistral novela (novela que es también pura metaliteratura), […] es un furor real, porque estamos ante el gran thriller que todo el mundo esperaba desde el Millenium de Larsson, ante una voz napoleónica, que no escribe, boxea. En definitiva, ante una novela que no es una novela, es una batalla. Como todo gran libro que se precie».

Esto invita, como poco, a la sospecha (y a la certeza de que la historia siempre se repite). No dejaré nunca de preguntarme al servicio de qué área comercial o grupo editorial está realmente el periodismo cultural (representado, en esta ocasión, por Laura Fernández, desde ya nuestra particular Georgie Dann de las letras, pero en el que podemos encontrar más ejemplos que champiñones tiene el campo) porque al de los lectores, al menos los medianamente exigentes, seguro que no.

Las mamadas, al menos en este barrio, no acostumbran a ser gratis. Espero que Alfaguara y Planeta hayan sido generosos. Que no quede en nada tanto desprestigio.


domingo, 27 de abril de 2014

“Santuario” de William Faulkner

El reto: a ver si durante cinco minutitos de nada nos podemos olvidar de que Faulkner era Faulkner y pensamos en Faulkner como un señor que también tenía que comer.

Esto lo digo por algo, claro: se dice se cuenta se rumorea (se hace mucho más que eso, en realidad) que Faulkner quería rentabilizar de alguna manera sus dones, motivo por el cual hizo una novela a medida de sus necesidades y le salió una cosa la mar de entretenida pero de calidad desigual. Desigual en relación con “El ruido y la furia”, se entiende. Esto lo hace Banville y todo son chistes y portadas en las revistas pero a Faulkner parece que todavía no se le ha perdonado y eso que ya lleva cadáver un tiempecito.

Muy mal.

El caso: la novela trata de la mala suerte. La mala suerte de acabar en el peor lugar posible en manos del peor ser humano imaginable o casi.

En la casa de un contrabandista de whisky moran un delincuente y su amigo así como los dueños de la casa. También un niño que da más pena que ET tirado en el río y un negrito medio lelo que hace de bueno. A la casa llega una pareja: ella es una alocada universitaria que, como en el cuento, gusta de salir cada noche a bailar hasta destrozar los zapatos mientras que él, borrachuzas irredento, no puede creer que la suerte que ha tendido por haber caído en Villaviciosa de Sur.

A ella la violan con una mazorca de maíz. A él no. 

Ya sé que está feo entrar en mucho detalle, que a nadie le gusta que le destripen la historia, pero también creo que así, sabiendo esto, podemos entendernos mejor que si estamos con jueguecitos tontos de te digo pero no te digo, te cuento pero no te cuento.

Faulkner quería una historia dura, truculenta, hiperviolenta. Ya entonces una violación era un temazo, pero lo de la mazorca debió ser de traca. No hace falta ser un lince para saber que nada le pone más a la masa que un buen río de sangre. Y eso, así de entrada, a vista de pájaro, es lo que es o parece esta novela: pan y circo. Con todo, ya quisieran muchos.

Porque aunque sí es verdad que la historia no es nada del otro mundo, Faulkner se las arregla bastante bien para darle a todo aquello un toque personal, evitando caer en las novelitas cutres de rudos detectives con amigos y un corazón de oro que buscan infatigablemente la resolución del caso en cuestión. Así es que la narración salta del pasado al presente y de este al futuro o a dónde sea que haya algo que contar que merezca ser leído y lo hace sin avisar. Leer sin red. Y aún así, no hay modo de perderse. Tal vez al principio, donde un grupo de gente que no conocemos de nada entra y sale de una vieja casa que parece oculta en el bosque del diablo, que ni en Wrong Turn eran más feos los malos

Decía más arriba que la novela trata sobre la mala suerte. No es cierto. Trata sobre el mal que es esa cosa que no importa dónde se plante brota siempre, como esos árboles que nacen en las paredes de las canteras.

Pues aquí, en Santuario, hay mal para aburrir. Bosques enteros.

Y amargura, de eso también hay, y sed de venganza y enfermos, ciegos, moribundos, miseria más que pobreza, casas de putas. Niños que viven en cajones. Y un tipo vestido que negro que es el mismo demonio. Quitando el abogado (que ya es raro) todos son una panda de impresentables en diferentes estadios de encabronamiento. Si acaso la víctima que como tal tiene disculpa, el resto merece muerte por lapidación. Debe haber por ahí una regla no escrita según la cual la calidad de una novela es directamente proporcional al grado de maldad de sus personajes. 

Si para algo me ha servido Santuario, además de para pasarlo bien (entendiendo pasarlo bien como ver sufrir a los demás) es para comprender que ya es hora de volver a Faulkner, que siempre es buen momento para darse un homenaje. Faulkner como refugio.



lunes, 24 de febrero de 2014

“Limbo” de Agustín Fernández Mallo

Limbo se vende como una novela, pero conociendo la política artística de Agustín Fernández Mallo (de la que me declaro casi absoluto desconocedor más allá de los prejuicios propios de la nocillitis y una más que decepcionante lectura de la obra que abrió la caja de pandora) decidí enfrentarme a ella como si de un misterioso artefacto se tratase, dándole, con esto, todos los créditos posibles. Yo quería —y resalto el quería— que me gustase Limbo y de hecho mi entusiasmo inicial fue mayúsculo. Una pena que al final, una vez más, acabase todo en desencuentro. Eso sí, un desencuentro con ventana abierta a la esperanza. Esa clase de feliz desencuentro.


1

Esta foto de la derecha (que me ha llevado lo suyo montar) es un ejemplo de lo que uno puede encontrarse, página sí, página no, en Limbo. Y no me refiero al hecho de integrar una fórmula en la narración, algo a lo que ya deberíamos estar más que acostumbrados, sino a la reflexión que la acompaña. Porque otra cosa no, pero reflexiones, en Limbo, hay para aburrir. 

(Abro paréntesis: si lo desean pueden ver, la cita elegida, como una trampa mortal; como una nueva maldad de este blog, en esa práctica dicen algunos que habitual de elegir ciertos momentos, sacarlos de contexto y presentar el resultado como un fracaso más de la literatura española. Y harán bien.) 

Y sí y no porque con contexto o sin él, en Limbo las citas de este calibre someten, literalmente, la novela, ahogándola en las pajas mentales de unos personajes que creen que, con ellas, tienen algo que aportar. (Eso, o que no contextualizo adecuadamente, que todo puede ser.)


2

En Limbo se cuenta una historia. O dos. O tres. O una que son dos que son tres. O tres que se funden en una. Cualquiera sabe.

En la primera, la más breve, se cuenta como Heisenberg, el físico, crea, durante un retiro en Helgoland en 1924, la siguiente intuición, gracias a la cual nace la mecánica cuántica moderna: «[…] entender cómo es el mundo fijándose únicamente en los estados iniciales y finales de las cosas, sin preocuparse de cuanto ocurre en medio de ambos.» 

En la segunda historia una mujer (que lleva “un colgante con unas pequeñas bolsas de porcelana”) relata un viaje que hace con su pareja a través de los Estados Unidos y las razones de cada uno para hacerlo: «El verdadero objetivo era llegar a Los Angeles. En realidad, ése era el objetivo de él; lo que a mí me interesaba era el viaje en sí, el camino; para mí, Los Ángeles sólo constituía el inevitable extremo que todas las cosas poseen. Pero él buscaba lo que desde hacía meses venía denominando como El Sonido del Fin, sonido del que, aseguró, viajeros de todas las épocas han hablado.» Las aventuras y desventuras de ese viaje (narrado en primera persona y donde su pareja es apenas una sombra) se acompañan del relato de un secuestro que sufrió en el pasado así como de las reflexiones propias de una mujer secuestrada. Léase un ejemplo:

«Por ejemplo, un libro como el Quijote no es lo que es porque el Quijote sea un buen libro —que también—, sino porque el propio Cervantes —no el escritor sino esa persona del siglo XVII llamada Miguel de Cervantes Saavedra— tuvo, tiene y posiblemente tendrá el beneplácito de la opinión pública; en pocas palabras, cae bien. Te pongo otro ejemplo —continuó mi cerebro—, éste en negativo: Hitler, personaje justamente desdeñado, escribió Mein Kampf. Puede que Mein Kampf sea una obra maestra de la literatura universal, puede que Mein Kampf sea un Quijote o un Otelo, pero eso nunca lo sabremos, y cuando digo nunca quiero decir exactamente nunca, hay una imposibilidad física de que eso ocurra debido al carácter netamente monstruoso del autor. Del mismo modo —propuso el cerebro—, puede que los secuestradores sean estupendas personas, puede que sean los buenos del mundo, los buenos de la historia, sólo que nadie lo sabe ni lo sabrá nunca.»

En el tercer y último relato (un relato que en un momento dado se abre dando lugar a algo que se parece mucho a una imposibilidad lynchiana) se narra el retiro del propio Agustín a un chaetau en Plougras, en la Bretaña Francesa, para grabar un disco con un colega. En este relato, Mallo, al igual que Heinsenberg, parece tener una epifanía cuando, al tratar de expresar aquello que le pasa por la cabeza cuando escucha una canción —que no es otra cosa que el negativo de otra— piensa, entre otro millar de cosas que el autor no pierde ocasión de enumerar, lo siguiente: «[…] y pensé que viajaba a México D. F. a promocionar una de mis novelas, y que alguien me aconsejaba que fuera a una librería porque cuando vas de promoción te llevan a muchas librerías». Y a partir de este momento exacto la historia da un giro y Mallo deja de estar en un chateau y pasa a estar en México, en una librería, donde conoce a una mujer que lleva “un colgante con unas pequeñas bolsitas de porcelana”.



3

Limbo tiene un algo inaprensible por culpa —entre otras cosas que tienen que ver con el tedio— del abuso de absurdas referencias circulares así como de reflexiones supuestamente divertidas de un Fernández Mallo humorista con un talento especial para el caos (los detalles de un pespunte de un bolsillo, la irrepetible sonoridad de los espacios ocupados, la realidad de los perfumes, las clasificaciones de la luz en México, los trayectos efectuados en Street View, la gravedad como una mentira colosal…, y un largo etcétera). La novela, llegado el final, nos devuelve al principio, un principio que puede ser visto, si se desea, como un final; final que, para más inri, no es tal. Esto parece abrir muchas puertas, pero en realidad lo que hace es cerrarlas, por más que tanto giro pueda, puntualmente, despertar cierto interés. Al final finalísimo todo lo que queda, una vez procesado el relato, es la sensación de que alguien ha dedicado demasiado tiempo a dibujar un artefacto imposible esperando, tal vez, que de la confusión salga algo con forma de relato innovador cuando no pasa ni tan siquiera de entretenido.

«En efecto, era el Nuevo Testamento el primer libro fragmentado de la Historia, con el añadido de que en él tenía su reflejo exacto la forma en que se organiza la Red, malla en la que vas de un site a otro site sin pasar por lugares intermedios. Los Apóstoles se perfilaban, pues, como los primeros autores de una clase de literatura que con los siglos daríamos en llamar internauta. […] El Nuevo Testamento era el zapping original, aquel del que habían salido todos los zapping posteriores. Por descontado, también era el Nuevo Testamento un conjunto de microrrelatos, boceto de bocetos.»

[…]

«Pensé entonces que leer diarios no tiene nada que ver con leer la vida de alguien, sino con la ilusión de que se puede leer el tiempo de alguien. No así los blogs, me dije, que no siguen una línea temporal, sino que barajan el tiempo, toman los objetos, los utilizan y al momento los abandonan. Y esa manera en que los blogs se valen de las cosas, ese usar y tirar materiales para al instante tomar otros que también abandonarás, está ya en el Nuevo Testamento, que no fue el Libro de los Libros, sino el primer blog, el Blog de los Blogs. En efecto, el Nuevo Testamento se apropia de una idea y premeditadamente pierde el hilo, hilo al que volverá páginas más tarde, sí, pero ya será otra cosa, volverá como un objeto retro. Coger y abandonar, coger y tirar. Estamos, me dije, ante la propia esencia del consumismo, en el Nuevo Testamento está ya representada al completo la palabra «consumo» tal como la entendemos hoy: la sucesiva muerte y resurrección de nuestros cuerpos a través del compulsivo uso de ideas y objetos.»


jueves, 19 de diciembre de 2013

“La mala muerte” de Fernando Royuela

“La mala muerte” cuenta la historia de un enano. Esto lo digo para atrapar a los aficionados al circo que visitan este blog, que se cuentan por millares y no paran quietos ni un minuto. También porque sufro el bloqueo del redactor y pienso que escribiendo soplapolleces me vendrá la inspiración. A ver. “La mala muerte” es la Gran Novela de Fernando Royuela, aquella que hay leer si uno quiere leer algo de Royuela sin tener que arriesgar. Dicen que de los muertos sólo hay que leer las mejores novelas. (Las otras también, pero de otra manera, añaden.) Royuela no está muerto pero no veo porqué no podemos aplicar el mismo criterio a los vivos que colean. 

Retomando: “La mala muerte” es una más que interesante novela, tanto que la pueden empezar sin ganas y engancharse igualmente sin remedio en apenas media hora. Doy fe. Además el narrador -el propio enano que cuenta su vida- es bastante hijo de puta y todo el mundo sabe que las novelas de enanos hijos de puta no pueden defraudar si no es esforzándose mucho. Esta no lo hará, ya se lo adelanto, a no ser que sean ustedes de esos que odian a los enanos. Definitivamente “La mala muerte” es una de las mejores novelas españolas que leí en 2012 y que sirvió además para reconciliarme con el escritor después de aquella cosa llamada “Cuando Lázaro anduvo” que probablemente nadie recordará dentro de diez años de puro tonta.

«Sé que usted ha venido a regocijarse con el espectáculo de mi muerte, lo he constatado en la herrumbre de sus ojos, en el verdín de su curiosidad, pero ya no temo la inexistencia. Dicen que en el vértice exacto de la muerte las escenas vividas se reproducen vertiginosas lo mismo que los fotogramas de una película. Dicen que una vez vistas la consciencia acaba. Puede que sea cierto y esté asistiendo en este momento a la contemplación precipitada de un pasado nebuloso de recuerdos. Las semblanzas de los muertos advierten de la persistencia del espíritu y ayudan a los vivos a desbrozar las incógnitas que acaso les provoca el saberse finitos. Ese será mi magisterio. Lo demás nada importa; es entretenimiento o incertidumbre.»

[La reseña se interrumpe aquí y así se va a quedar. A un clic, encontrarán la razón de su publicación.]



jueves, 26 de septiembre de 2013

Lo que no es “El héroe discreto” de Mario Vargas Llosa. [Una rendición]

“El héroe discreto”, la última novela de Mario Vargas Llosa trata de un señor que no se deja amedrentar por unos chantajistas que le quieren cobrar equis dinero al mes a cambio de no amargarle la existencia y de otro que quiere tocarle los huevos a los barandas de sus hijos, que son unos impresentables. Dos hombres hechos y derechos luchando contra la adversidad; una excusa como cualquier otra para hablarnos de lo mucho que ha cambiado Perú.

Decían dos críticos el otro día en Culturas —el minúsculo suplemento de La Voz de Galicia— en la misma página, columna con columna, lo siguiente (atentos al nivel, Maribel): 

(1) “El héroe discreto no es La guerra del fin del mundo —así que conviene anotarlo, porque tampoco hace falta que militemos en la rendición incondicional todos los días—. Pero, de todas formas, es un libro magnífico”.
(2) “El héroe discreto no es Conversación en la catedral. Pero tampoco hace falta que lo sea. Porque Conversación en la catedral es una novela que Vargas Llosa había publicado ya. Y El héroe… […] viene a recordarnos muchas cosas que no deberíamos olvidar jamás. Entre ellas, que hay que mantener la cabeza alta. Y, por supuesto, que siempre nos quedará la literatura”. 

Incluso Joaquín Marco, en El Cultural (13/09/2013) dice que “no es exactamente una novela de tesis y está lejos de sus primeras obras. Se trata de una gran broma barroca que intenta demostrar el papel del azar en la vida o las complejidades que puede depararnos el azar”. Azar, azaroso azar.

Hay consenso, pues, sobre la insuficiente calidad de la novela y si algo queda claro, es lo que "El héroe discreto" no es. ¿Y que es? Pues un culebrón, mayormente, con un punto de intriga (atentos amantes del género), que parece haber sido escrito por aquello de escribir algo y no estar todo el santo día jugando al dominó en el bar de la esquina. Yo, que he leído el 30% de la novela, puedo decir y digo que es un peñazo tamaño monumental, como corresponde a un Nobel. Dice Pilar Reyes, su editora, que en El héroe discreto “aparece el Vargas Llosa más juguetón y relajado”. Relajado, dice. Soporífero, más bien. Lo de “juguetón”, si se lo preguntan, no es porque en esta novela se folle bastante (que se hace, lo cual es siempre motivo de alegría sobre todo por lo que viene siendo la cuestión documental) sino porque entre los personajes aparecen unos viejos conocidos de otras novelas de Vargas Llosa: Lituma, el de los Andres y Rigoberto, el de los cuadernos. Esto a la crítica parece haberle encantado; yo personalmente no veo que tenga mayor interés, de hecho si te paras a pensarlo, parece un truco para despistar bastante pobre.

Yo me rindo más o menos en la página 115 pero me reservo el derecho de continuar. La novela no es nada especial y personalmente no podría interesarme menos ni hablando de futbol, y más sabiendo como sé, por culpa de Joaquín Marco, que “Nada queda al azar” (lo de este chico es una obsesión) “y el final feliz convierte la novela [..] en un canto al optimismo”. Qué ganas de joder la marrana, de verdad.

Novelita para incondicionales y gente con mucha paciencia. Puede que, tal como dice su editora, Vargas Llosa escriba gran literatura pero desde luego no es la gran literatura que uno espera de Vargas Llosa.


sábado, 31 de agosto de 2013

Un vistazo a la rentrée 2013

El otro día alguien me veía entusiasmado con la rentrée de este año y no, qué va, para nada. Lo que pasa es que no se consuela el que no quiere y después de este verano tan aburrido (y aquella primavera tan floja) cualquier novedad es bienvenida. Lo cierto es que hasta hace dos días no había pensado mucho en la cuestión –aquello quedaba tan lejos— pero arranca septiembre y hay que empezar a decidir en qué nos gastamos el dinero, en qué se lo hacemos gastar a papa estado y en qué no vamos a perder ni medio minuto. 

El dinero no me lo quiero gastar en nada, y menos en libros, que al final sólo sirven para coger polvo, pero si tuviera que hacerlo desde luego no sería en la biografía de Salinger que Seix Barral sacará dentro de nada y que parece nada más que un vehículo de promoción de las nuevas novelas del escritor que, dicen, podrían ver la luz en 2015. Y hablando de biografías, tampoco parece especialmente interesante la de David Foster Wallace (Debate) que también será convenientemente resucitado el 5 de septiembre con “El cuerpo y lo otro” (Mondadori), la que suponemos será su última colección de ensayos, por lo menos hasta que alguien limpie algún cajón y dé con material para otros doce volúmenes.

Una compra segura de noviembre será el resultado de la nueva traducción de “Los hermanos Karamazov” de Dostoievski que está llevando a cabo Alba Editorial. Conociendo a Alba y al ruso es de suponer que la broma saldrá por un buen pico, pero esto es mucho más que una vulgar tentación y tampoco hay que pensárselo mucho.

Mientras escribo este post recibo una par avances editoriales. El primero es de Eterna Cadencia que dice que edita, entre otros, “El traductor” (“relato de un genio casi desapercibido”) de Salvador Benesdra y “Padre contra madre” del también genial escritor brasileño Machado de Assis. Todo lo editado por estas pequeñas editoriales es absolutamente genial, no reconocido en su momento o bien algo que tiene que ver con la estrechez de miras de unos y el ojo extremadamente atento de otros. Todo es siempre lo nunca visto y luego resulta que la mitad es reedición. El otro avance es de, Automática editorial, que arranca su segundo año de vida con más rusos (les gustan mucho los rusos a esta gente), en este caso con Yura Buida y “El tren cero”, una novela que no tiene mala pinta sobre un misterioso tren y la gente que vigila su paso por un páramo desolado y que incluye párrafos tan espantosos como este: “El coronel se cuadró para saludar al tácito convoy, y mientras este se alejaba raudo hacia la noche, las lágrimas recorrían sus tersas mejillas, dos veces afeitadas”. Habrá más de Gorki (empezaron reeditando sus memorias) y, oh sorpresa, “Las enseñanzas de Don B”, del gran Donald Barthelme, libro que, desde ya, algunos esperamos con ilusión.

Ahorrar, lo que se dice ahorrar no he ahorrado, pero lo que sí he hecho (llevo en ello dos días) es pedir por esta boquita, a mi biblioteca habitual, lo siguiente: De Seix Barral, “Ha vuelto” de Timur Vermes, una novela que resucita a Hitler para reírse de él (una actitud que recuerda mucho a la de Román Piña en “El general y la musa” (Sloper), donde éste “repescaba” a Franco y lo ponía a tocar jazz en Mallorca o no sé qué fumada). También he pedido “La habituación oscura” de Isaac Rosa, claro que después del anterior no sé yo. Esta es un poco más o menos la misma infundada sospecha que tengo con Torné, que repite en Mondadori con “Divorcio en el aire”. Más de Mondadori: a corto plazo, “La infancia de Jesús” de Coetzee del que ya ha leído opiniones lo bastante contradictorias como para sentir de curiosidad y a largo plazo (nos metemos en noviembre) lo nuevo de McCarthy (“El consejero”), Dave Eggers (“Un holograma para el rey”), Dennis Johnson (“Hijo de Jesús”) y los polémicos Jeremías Gamboa con “Contarlo todo”, la novela que dicen que Vargas Llosa leyó del tirón, de puro interesante, sentado junto al buzón al que le llegó y Daniel Gascón, el eternamente hijo disimulado de Antón Castro, al que persigue la cruz de pésimo narrador, un sambenito que todavía no he podido verificar y que publica “Entresuelo”. En cualquier caso nos alegramos por él y ese salto a las ligas mayores, aunque sea Mondadori, esperando que así no sea tan difícil llegar a sus libros. 

Otra que da un salto (aunque éste lo suponemos al vacío) es Ainhoa Rebolledo, conocida en este blog como la mujer que escribió la peor novela de 2013 (con permiso de Fresy Cool): “Antropología de la noche madrileña” (sigueleyendo), una aventura en la que veíamos a la joven Ainhoa sentar la cabeza tras los excesos propios de la edad. (Reseña aquí). Pues bien, ahora, un año después, la muchacha sigue el ejemplo de los osos perezosos y se sienta a tricotar. El resultado es “Tricot”: “Unas chicas desencantadas se reúnen para aprender a tricotar y así calmar su angustia. Sin comerlo ni beberlo terminan fundando en Barcelona un club de tertulia literaria y calceta creativa: las Tejedoras del Metal. Sin embargo, en un ajuste de cuentas, Leopoldina Roble, Crisis Carballo y Elena Rebollo deciden fundar La Liga de las Mujeres Extraordinarias con el único y ambicioso plan de sobrevivir con elegancia. Tricot es la historia de un fracaso.” (Esto último ha sonado a premonición). Lo editan unos valientes, Principal de los libros, que por alguna razón creen que ganar dinero con esto (jajaja) no equivale a perder la dignidad.

Cambiando de tema. No he visto nada especialmente interesante en Caballo de Troya. Quizá “La visita” de un tal José González, un libro que según la contraportada (que parece escrita por el mismísimo Paulo Coelho) servirá para darnos cuenta de que aquello que nos define está en las pequeñas cosas. En fin. Me agarro a un clavo ardiendo pero es que el chaval es de Lugo y la tierra tira. También de Lugo (¿qué coño pasa en Lugo?) es Manuel Darriba, que con “El bosque es grande y profundo” reescribe Hansel y Gretel en clave de relato de supervivencia y apocalipsis. Cosas del efecto Carrasco, supongo.

Siguiendo con el apocalipsis (vean con qué elegancia voy encadenando temas) Alpha Decay ya tiene preparada para el 14 de octubre la vuelta de Blake Butler, el autor de Nada, con una “sorprendente novela en forma de relatos” (que es una cosa que aquí no hemos visto nunca) llamada “El atlas de la ceniza” donde unos pocos sobreviven al fin del mundo y tal. Pero la gran estrella de la temporada es la co-publicación con Pálido Fuego (quien parece guardar en celoso secreto sus novedades) en noviembre de “La casa de hojas” de Danielewski, un libro que pide a gritos una versión en 3D.

Lumen publica mucho (he contado 16 libros de aquí a noviembre) pero me quedo, de todo, con “Butcher´s Crossing” de John Williams, el autor de “Stoner” o “Por si se va la luz” de la desconocida joven Lara Moreno, uno de esos fichajes que mantiene viva la esperanza entre la juventud y fomentan la escritura. Maldita seas, Lara Moreno. Pediré también, por vicio, aunque con la boca pequeña, lo nuevo de Jorge Edwards, “El descubrimiento de la pintura” y la segunda parte de la trilogía napolitana de la misteriosa Elena Ferrante, si acaso algún día me decido a terminar el primero. 

Por ir cerrando temas, de Anagrama sólo hay tres cosas que, de momento, me llaman la atención: “Librerías” es el ensayo finalista del Herralde en el que Jorge Carrión “crea una posible cronología del desarrollo de las librerías y su representación artística”, signifique eso lo que signifique; “Canadá” de Richard Ford (sobre el que publicó Babelia un extenso artículo el pasado fin de semana) y “El camino de Ida” de Ricardo Piglia. Alfaguara cuenta con “El héroe discreto” de Mario Vargas Llosa, que ya le dará para hacer el agosto y “Las reputaciones” de Juan Gabriel Vásquez, que apunto únicamente por no dejar desangelada esta parte del párrafo. Sobre cualquiera de estas dos editoriales encontrarán más información en cualquier parte. 

No como Sexto Piso, que quitando alguna mención pasa un poco desapercibida. La he dejado para el final por la siguiente razón: es la que publica el libro que, con diferencia, más me apetece leer. Seguramente sea, junto con “Butcher´s Crossing” de John Williams (Lumen, octubre) o “Sermón sobre la caída de Roma” de Jerome Ferrari (Mondadori, septiembre), lo único por lo que siento sincero interés, diría que hasta inquietud, diría que hasta un asomo tolerable de locura. Todo lo demás… bah, todo lo demás, todo eso de Anagrama, Debate o Alpha Decay, todo eso es puro entretenimiento de una tarde con ganas de escribir algo para el blog. Súmenle a esto una reedición de “Memorias del subsuelo” de Dostoievski en su sección de Ilustrados con unos magníficos dibujos de Jorge González y no le pidan más a la vida. Termino la sección Sexto Piso con un par de apuntes más: “Frankenstein” de Mary Shelley (también ilustrado); algo de David Grossman que tiene que ver con abrazos, o una novela donde las minúsculas parecen tener bastante importancia llamada “Del color de la leche” de una tal Nell Leyshon. En el apartado Realidades —del que me he declarado fan en numerosas ocasiones— Thomas Frank, que dicen uno de los mejores escritores de izquierdas de EEUU y es autor de la apetecible “La conquista de lo cool” (Alpha Decay, 2011), publica “Pobres magnates” donde seguramente se ponga a parir a alguien. Harry Browne hace lo propio con “Bono, el hombre del poder” un libro que viene a acabar con la imagen que el mundo tienen del Bono bueno, una propuesta absolutamente genial para leer un sábado por la tarde con “The Joshua Tree” de fondo.

* * * * * * * * 

Fin del resumen. Sé que me dejo un montón de libros y, lo que es peor, un montón de pequeñas (y grandes) editoriales como pueden ser Salamandra, Gadir, Errata Naturae, Blackie Books, Acantilado, Alfabia, Impedimenta, Navona, Nevsky, Nórdica, Rayo Verde, RBA, Salto de página, Lengua de trapo y un largo y aburrido etcétera, pero desde este rincón del mundo y únicamente con Google como herramienta de trabajo (y enganchado como estoy a la última temporada de Breaking Bad), servidor no puede, ni quiere, hacer mucho más. Si algún día recopilo suficiente información prometo repetir la experiencia. Hasta entonces, sean felices y no se lo gasten todo en libros.


(¿Continuará?)


lunes, 6 de agosto de 2012

“Cuando Lázaro anduvo” de Fernando Royuela


En esta novela, el argumento (“Lázaro, un anodino empleado de banca y padre de familia, muere en el hospital en el que es ingresado de urgencia. A las pocas horas resucita. Sus hermanas, Marta y María, están a su lado") es lo de menos porque en esta novela el argumento, es decir, aquello que ocurre y mantiene vivo nuestro interés, es sólo una excusa para recopilar instantes y las reflexiones que a estos acompañan. Se lo explico con más detalle en dos minutos.

*  *  *  *  *  * 

De Royuela dicen que es maravillosa “La mala muerte” pero está jodida de conseguir y no he tenido el placer. Me conformé, hace unos meses, con hacerme con “Callejero de Judas” total para dejarla secar en alguna carpeta. Con esto quiero decir que esta novela (“Cuando Lázaro anduvo”) es mi primer acercamiento al escritor. No he visto en la contraportada que sea una segunda parte, ni un homenaje, ni una obra continuista de nada por lo tanto voy a suponer que, al menos en este caso, mi ignorancia no tiene porqué afectar a mi entendimiento y, por descontado, a mi buen hacer habitual.

Cuando empiezo a leer esta novela pienso: bien, esto irá de explicarnos las consecuencias de una resurrección en los tiempos que corren y de plantear la eterna pregunta, aquella para la que todo el mundo tiene respuesta: ¿qué ocurriría si otro hijo de dios -gemelo univitelino, pongamos por caso, del otro- viniese hoy a la tierra a predicar o milagrear? ¿Le haríamos el mismo caso que se le hizo al otro, a su hermano? Por alguna razón -mi acostumbrado buenismo- me resisto a creer que nadie en su sano juicio, a excepción, seguramente, de José Saramago, especialista en premisas imposibles, dedicaría 400 páginas a semejante chorrada. Me equivoqué.

 "¿Creería alguien a Jesucristo si hoy en día saliera a predicar sus enseñanzas por los centros comerciales? ¿Qué sucedería si en un hipermercado, junto a la góndola de las ofertas, empezara a decir que él es la luz y la salvación y que los que sigan su camino vivirán para siempre? La gente entraría en pánico, llamarían de inmediato a los vigilantes de seguridad y les dirían que un loco, probablemente peligroso, andaba suelto por donde los yogures. Le echarían de allí a patadas, sin prestarle ninguna credibilidad, sin escucharles siquiera dos palabras." (Pág. 368)

Si tuviese que apostar diría que “Cuando Lázaro anduvo” es el dietario sociopolítico de Fernando Royuela y poco más. La resurrección de Lázaro, y las consecuencias que esto tiene, no son más que la excusa para que el escritor nos ponga al corriente de su parecer en torno a: TODO. Cada capítulo (29 de los 31) empieza del siguiente modo: Cuando Lázaro anduvo…. ocurría tal cosa en Siria o Mozambique o la prima de riesgo estaba así o asá o las hipotecas estaban por los suelos o la crisis moral campaba a sus anchas o el presidente americano hacía esto o lo otro o qué se yo. A ver si me explico: pongamos que Royuela resucita a su Lázaro un quince de noviembre, por ejemplo, del año pasado. Pues bien, ese día y el anterior y los tres o cuatro o cinco siguientes Royuela se compra El País y El mundo y se baja el torrent de Informe Semanal o se da una panzada del 24h. De todo esto saca veintinueve noticias destacadas; serían asuntos que, en su opinión, servirían para reflejar lo malito que está el mundo, su falta de ética y tal. Esto lo sabremos porque Royuela no evitará escribir la novela, ni comentar las noticias, sin dejar claro -como narrador que es- su parecer y así los malos serán siempre los ricos y poderosos y los buenos los pobres y miserables que eso lo saben hasta los más derechones.

Les voy a poner dos ejemplos: El primero: Capítulo 23. “Cuando Lázaro anduvo, Mehmet Ali Agca, el terrorista que en 1981 intentó asesinar al papa Wojtyla, salió de la cárcel tras cumplir condena. […]” A esto siguen algo así como dos páginas explicando la película, lo del papamóvil y tal. Inmediatamente después, esto otro: “Cuando Lázaro anduvo, Margarita, como todas las noches, colocó los platos de la cena en la mesa del comedor. A ella le traía sin cuidado la excarcelación de Ali Agca o sus veleidades místicas monoteístas.” Pues eso: a Margarita le traía aquello sin cuidado ergo ya me dirán a santo de qué viene hacernos perder el tiempo con tamaña soplapollez. Otro ejemplo, el segundo, es el rescate de una noticia que (no tengo el libro a mano, hablo de memoria) cuenta el caso de un chef que usaba o proponía usar o se le pasó por la cabeza usar leche materna para hacer queso. Explicado el caso, cual artículo periodístico, el capítulo continua del siguiente modo: "Al doctor Ruiz no le hacía demasiada gracia el queso fresco y es probable que estando en su sano juicio jamás condescendiera en probar un bocado de queso elaborado con leche materna." Y ya está. A partir de este momento el caso del queso deja de tener importancia. Pues esto así treinta y nueve capítulos que lo único que consiguen es dilatar una historia que de otro modo no daría ni para cincuenta páginas y que únicamente explican las consecuencias médicas, políticas y sociales inmediatas a una resurrección. 

Vaya por delante que personalmente estoy completamente de acuerdo con el narrador en (creo que) todos y cada uno de sus pereceres. Esto lo digo para que nadie piense que soy un fastizoide arremetiendo contra el Rojo Rayuela sólo por darme el gusto. No. Yo el gusto me lo doy igualmente sin tener que escudarme en ideologías de bote porque hay en la novela razones más que suficientes para la crítica. Esta que les acabo de narrar en el párrafo anterior es la primera y fundamental aunque también podríamos hablar, por ejemplo, de la prosa que en esta novela que, después de todo lo bueno que he leído sobre él, me parece de lo más normalito no viendo en ella asomo alguno de ese barroquismo que tanto se le alaba. Esto no es una crítica a su estilo sino a todos aquellos que venden la prosa de este señor como uno de los grandes atractivos de esta novela en concreto y todas las demás en particular. Podría también echarle en cara la inclusión de citas de la enciclopedia, la transcripción exacta de un anuncio de yogures o mierda de personajes que ha dibujado, rayando siempre el estereotipo: desde el anodino Lázaro, pasando por su infeliz esposa o la díscola de su hermana pequeña o la devota feligresa que es la mayor. A estos hay que añadir al blogger oportunista (Al blogger Ramírez no le confundían, él sabía la verdad del mundo, él era un hombre enterado, y aquellos que están bien informados son más difíciles de engañar) o al joven músico cerdo extranjero que sólo quiere follarse a la hija del protagonista que a su vez sólo quiere follarse al joven músico cerdo extranjero (Victoria era atractiva y le encantaba follar. Se volvía loca. Tenía unos orgasmos largos e impetuosos. Nunca se saciaba. [El susodicho]No la dejaría por nada del mundo, por lo menos hasta que se hartara de ella como ya se había hartado de otras chicas anteriores.). Y así unos cuantos demasiados.

Resumiendo: "Cuando Lázaro anduvo" cuenta una pequeña (aunque dilatada) historia de escaso o nulo interés que se ahoga entre tanta reflexión. Es probablemente la novela más políticamente correcta que he leído en mucho tiempo lo que la aleja bastante de cualquier cumplido que pueda o quiera hacerle. Es tan de darle la razón que da un poco de asco, la verdad. Altamente desaconsejable no tanto por mala como por mediocre, aburrida o irregular.

lunes, 23 de abril de 2012

"Los inmortales" de Manuel Vilas

Tengo un problema con Manuel Vilas. Corrijo: tengo un problema con las novelas (NoVilas, que dice Alvaro Colomer) de Manuel Vilas. Bueno, con dos de ellas, curiosamente las únicas que le he leído. De hecho con Manuel Vilas no he podido tener jamás problema alguno porque no hemos llegado, endejamásdelosjamases, a rozarnos, no digamos ya meternos mano, tener dos palabras o dedicarnos una sonrisa. Es más, si me paro a pensarlo no sé de nadie que haya tenido problemas con él, claro que esto tampoco es algo que me quite el sueño y de hecho hasta hoy no había caído en la cuenta y si lo saco a colación es únicamente porque tiene que ver con cierta malintencionada opinión respecto a lo rotundo de su éxito. Esto se me está yendo de las manos con tanta estupidez, pero ya termino. Yo creo que la apatía o desinterés que se desprende o desprenderá de esta, digamos, reseña tiene que ver con lo poco que me gustó “Los inmortales” que viene a ser poco más o menos lo mismo que me gustó “España”. 

El problema que comentaba más arriba es que Manuel Vilas escribe el tipo de novelas que no me enganchan, que no me entretienen, que no me dicen NADA y si las leo, si repito la experiencia traumática (?) que fue “España”, si le dedico las tres o cuatro horas que podría dedicarle a, por ejemplo, "Una comedia canalla" que dormita desde hace días en mi mesa, si hago ese ejercicio, decía, es para saber si viene realmente a cuento que todo el mundo hable maravillas de lo último del genial escritor y mejor persona que es Manuel Vilas. Y yo les juro por dios que no aguanto este no entender; que me mata no saber si soy yo tonto o me lo quieren hacer. Es decir: es tal la diferencia entre lo que escucho decir a los demás y la impresión que resulta de mi lectura que no me queda otra que dudar de mí mismo y mis circunstancias. Me pregunto si seré yo, que no lo pillo, o que no lo estoy cogiendo con cariño, o que ando siempre en babia o si es que simplemente escribe cosas, Vilas, que no me interesan.  

Lo cierto es que si escribo esta reseña tan chorras es por aquello de hacer tiempo y retrasar la hora de acostarme y es que cuando duermo tengo pesadillas en las que Soto Ivars me persigue al grito de "Vuelve a Cristianía, hijo de puta" por San Petersburgo adelante, arrastrando por una mano el esqueleto putrefacto de Dostoievski y alzando con la otra su nueva novela, Siberia, que quiere obligarme a leer en voz alta en el XXVI Congreso de Los Nuevos Dramáticos. Un Dostoievsky que, dicho sea de paso, es nombrado en Los Inmortales: “A Corman Martínez le gustan los grandes temperamentos filosóficos, las locas hazañas del pensamiento desubicado. Larra y él, Javier Bardem y Santiago Segura, Tolstói y Dostoiesvki. Se acordaba de las fotos de Dostoievski que vio hace años en Moscú, en una exposición sobre la vida del escritor.” A continuación hay plantada una fotografía del escritor ruso porque en las novelas modernas, las modernas de verdad, como esta  y otras de cuyo nombre no quiero acordarme, se incluyen imágenes que no vienen a cuento porque, no me jodan: ¿de verdad alguien cree que el párrafo anterior justifica la inclusión de una fotografía? Quiero pensar que es un chiste que no pillo; espero que ustedes sí porque hay más: Christopher Lambert (el inmortal, ya saben), Ian Curtis (?), Sidney Poitier, el Arcipreste de Hita, un desayuno irlandés completo (¡?), Fogwill, Robespierre, Felipe II, unas montañas escarpadas, Eva Braun, … y bueno, muchas más a cual más inútil que para lo único que valen es para fastidiar a los que quieren piratear la dichosa novela.

Supero las seiscientas palabras y aún no les he dicho de qué trata la susodicha. Aristo Willas (Willas, Vilas… supergracioso esto, no?) es un tipo que vive en el año 22011 (2011, 22011… me parto), cuando los humanos han alcanzado la inmortalidad. Willas encuentra un manuscrito (nótese la poco velada referencia a aquella novelita llamada “El manuscrito encontrado en Zaragoza”, hasta donde yo sé residencia habitual de Vilas) en el que se cuentan una serie de historias que conforman esta novela o lo que sea (siendo lo que sea una sucesión de elaboradísimos chistes que tratan asuntos cómo: Juan Pablo II reencarnado y de compras por El Corte Inglés; Picasso y Van Gogh en una orgía de gordas, o chorrocientas chorradas tipo llevar de putas a Cervantes o enamorarse de la novia de Hitler.) 

En conjunto muy aburrido todo, como de tener más que suficiente con veinte páginas, pero que leído a ratos en el sofá, en los intermedios de Gran Hermano, pues aún da para echarse unas risas con alguna tontería que invita a pensar que igual lo que pasa es que para leerlo hubiese sido mejor estar algo fumado. También puede ser que no esté a la altura, yo, frente a las novelas modernas e inclasificables de Vilas. Seguramente todo. A mí, que se me olvidan los chistes con una facilidad preocupante, sé que se me va a olvidar de aquí a dos semanas o algo menos, tal como ocurrió con “España”. Y esto, se pongan como se pongan, no puede ser bueno.